30 DE NOVIEMBRE
SEMILLA EN EL SURCO
SENTIR
Y AMAR
LO NUESTRO
Danilo Sánchez Lihón
1. Los afectos
y la ternura
En ningún idioma originario del Perú
antiguo se registra la palabra; “pobre”. Ni siquiera consta este vocablo y adjetivo.
Ni siquiera “pobreza”. Ello no solo quiere decir que no la había sino que aquella
condición es extraña, ajena e inconcebible. Que no es inherente a nuestro ser.
Y que es extraña a nuestra cultura y a nuestra verdadera identidad.
Y es porque antes aquí no había personas en
esa situación. No había hambre, ni había escasez, ni mucho menos desamparo y desprotección.
Ninguno aquí carecía de falta de vivienda ni de empleo; porque todos formaban
parte de una organización, y todos trabajábamos con entusiasmo, alegría e
identificación.
Pero aún más: no es que solo no había
penuria material, sino que no existía pobreza en el plano afectivo, anímico o
espiritual. Aquella pobreza más dañina y peor que es sinónimo de abandono, de ostracismo
y marginalidad, que es la más corrosiva de las miserias y de lo que tanto
adolece el mundo contemporáneo y occidental.
Y que no se daban estos lastres ni taras
entre nosotros en donde prevalecían principalmente los afectos y la ternura. La
pobreza entonces nos la han traído y nos la han impuesto.
2. Nuestras
fortalezas
En el Tahuantinsuyo todos éramos ricos,
nadie era pobre. Todos tenían protección y seguridad social. Así, las primeras
tierras que se cultivaban eran de las asignadas a las personas desfavorecidas
por algún azar de la naturaleza. La nuestra era organización socialista.
Y esa es la razón y la consistencia para
que sigamos existiendo, siempre con ilusión, esperanza y sueños
indestructibles. Porque alguien se ha preguntado, con una frase hiriente y que
encierra frustración: “¿En qué momento se quebró el Perú?”.
Es legítimo revertir esa frase, y quizá con
mucha más sintonía con lo que verdaderamente somos, y más bien cabe preguntarnos
así: “Qué hace que el Perú, pese a las adversidades, sea indestructible?” O: “¿cuál
es la clave del Perú eterno?”
Porque el Perú no ha sucumbido hasta ahora en
nada, pese a las más atroces agresiones, como el exterminio desatado en la
época virreinal o de la colonia. No ha sucumbido pese a los asedios, a las
políticas de exterminio sistemáticas y oprobiosas. Sobrevive por sus fortalezas
y valores, por su honda raíz ancestral, con mucho lastre y mucho fondo, porque
es un pueblo con identidad.
3.
Su profunda
razón de ser
El Perú pervivirá siempre por su variada,
profunda e inmensa identidad, la misma que es viva, contumaz y apasionada.
Grabada a fuego lento. Identidad que felizmente no es un ejercicio teórico que
se resuma y plasme en un cuerpo de ideas.
Tampoco se ofrece a la elucubración que
terminará desfigurando ese rostro de suyo tembloroso, palpitante y lleno de
pujanza de lo que esencialmente somos.
Y es que el problema de la identidad no es
cuestión o asunto de carácter intelectual. Ni es abstracción que permita
dilucidar esto o aquello como si fuera un capítulo o segmento de una disciplina
o lección.
Como se podrá comprender, la identidad en
general, y muy especialmente la que corresponde al ámbito de los
comportamientos. No se la aprehende, ni se la aborda ni abarca por la vía
cognitiva.
La identidad no es una supra estructura que
se la pueda esquematizar, ni tampoco percibir ni ordenar académicamente. Ni
mucho menos sus conclusiones haya que resolverlas como producto de debates intelectuales,
académicos o científicos.
4. Qué pueblo
para conmovedor
La identidad más bien es fragua diaria y
crisol que se moldea a cada hora. Es yunque vital. Son caminos y atajos de
honda naturaleza emocional y afectiva. La identidad es vida cotidiana. Es la
utopía andina que hemos de restaurar aquí y ahora, en estas calles.
La identidad no existe si no se la vive en
un intercambio y en una labor creativa permanentes. En la cual su materia es el
conjunto de problemas, de realidades, de hechos y vivencias irrenunciables que
están confundidas, con el acontecer habitual e histórico.
Es allí, en ese fragor, en donde hay que
saber encontrar su raíz y su profunda razón de ser para proyectar sus renovados
contenidos hacia el porvenir. Perspectiva en la cual cabe reconocer: ¡qué
pueblo para hermoso, conmovedor y grande es el nuestro, heredero de la cultura
incaica!
Cultura la de aquí que incluso, comparada
con las demás, que existían en Europa en aquella época, la nuestra se situaba en
un nivel moral inmensamente superior. Era mucho más avanzada, por supuesto, que
todas las culturas existentes hasta ese momento en el viejo continente, como en
cualquier otro lugar del planeta Tierra.
5. Saber
vivir
A la cual se la ha tratado de medir y
comparar, pero con parámetros europeos, que no es lo legítimo, para sostener
que estaba en un grado de menor desarrollo. Y se la ha querido ubicar hasta en un
estado incipiente, por su desconocimiento de la escritura, de la pólvora y de otros
aparentes adelantos técnicos.
Cuando lo primero que tenemos que
comprender y alentar es que nuestro desarrollo sea en valores. Y, además, propio,
genuino y en relación a la naturaleza. Y en todo esto salimos triunfales, dado
que todo en el Perú es creación heroica y en coherencia con nuestra realidad.
Sin embargo, las políticas mundiales han
tratado de hacernos creer que la única alternativa y modelo es lo central
europeo. Que aparte de la alternativa que ellos defienden no hay otra.
¿Qué alternativa eligió el mundo andino? Completamente
otra, distinta al afán de poder y acumular riqueza a costa incluso de
invasiones y de guerras. Nuestra perspectiva es otra, fundamentalmente: saber
vivir.
Es cierto que aquí no conocimos ni la
rueda, ni la pólvora ni la escritura. Pero es que no la necesitábamos. Y que,
por ejemplo: ¿cómo aplicar la rueda en un territorio abrupto? ¿Para qué la
pólvora cuando éramos una cultura de paz?
6. Su dimensión
más prístina
Y, ¿para qué la escritura cuando la
oralidad que cultivábamos valoraba lo directo, la sinceridad y la transparencia
entre quienes nos reconocíamos como hermanos? Si habíamos llegado a formas en
que nuestra comunicación era perfecta.
En cambio, si midiéramos el grado de
desarrollo por los principios que aquí se pusieron en vigencia, como la
reciprocidad, el bien común y la solidaridad, ¿cómo quedaría lo europeo? Y si
lo visualizamos por la organización que aquí se logró alcanzar, ¿qué conclusión
habría? O si fuera por las obras de ingeniería que aquí se ejecutaron, ¿los
resultados serán completamente distintos?
Por nuestros valores absolutamente no hay
término de comparación. Tomando tal sentido la cultura andina resulta hasta
utópica, que es su dimensión más prístina.
Sin embargo, lo peor que nos puede ocurrir
en relación a la identidad es seguir sumidos en la miseria, como lo seguimos estando
ahora. Y que es aquello que nos resta, disminuye y atrasa. Y que es lo que
ocurre principalmente en el ámbito de las poblaciones indígenas, hacia las
cuales se ha infligido todos los abusos, y en donde el cuadro que se presenta
es de extrema pobreza, la misma que se asesta mayormente en contra de nuestras
culturas originarias.
7. La mirada
y la mano firme
De lo que se desprende que lo principal que
hay que corregir en la visión de la identidad es que ella no es una noción ni visión
anclada en el pasado.
Su signo no es estar dando vueltas en
aquello que aconteció ayer. Ella se sumerge en el presente ardoroso, vital y en
combustión permanente, y para resolver los problemas del presente con cara
hacia el mañana y de manera vigorosa.
Lucha alentando valores auténticos en la
circunstancia que nos ha tocado vivir. Y que no se da de manera fácil o al
alcance de la mano, en una situación en que hay muchos factores del exterior
que condicionan la sintonía con lo que verdaderamente somos y queremos.
Porque la esencia es un núcleo muy hondo, y
para captar la cual hay que tener la mirada y la mano firme, señalando la
dirección que debemos seguir. Hagámonos más únicos, más solidarios, más
fraternos. Y apoyémonos mutuamente. Y actuemos animosa y consecuentemente en
los pasos que hemos de andar.
Y lo principal es tener en cuenta que lo que al final rige:
que no es tan importante saber lo valioso que somos, sino que sabiendo en dónde
está el tesoro, explorar en dicho sitio, extraer el caudal encontrado, y
poniéndolo fuera, transformarlo en piedras preciosas.
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