miércoles, 10 de febrero de 2021

10 de febrero, 1918. María Rosa Sandoval muere en Otuzco. / El amor que ella llevó a la eternidad.


10 DE FEBRERO, 1918
MARÍA ROSA SANDOVAL MUERE EN OTUZCO 

EL AMOR
QUE ELLA LLEVÓ
A LA ETERNIDAD

Danilo Sánchez Lihón



Iglesia de Santa Ana de Trujillo


Dios mío, estoy llorando
el ser que vivo.
César Vallejo


1. Recíproca
inspiración

El poeta César Vallejo y María Rosa Sandoval Bustamante, una joven culta, atractiva y espiritual, quienes se conocieron el año 1915 con ocasión del recital que hiciera César Vallejo del poema Primaveral, mantuvieron durante el año 1916 en la ciudad de Trujillo, una relación sentimental tierna, honda y significativa.

Todo esto según testimonio de Juan Espejo Asturrizaga, amigo y biógrafo del autor de Los heraldos negros. Amor que fue devoto, romántico e idealizado por ambos personajes.

Fue una relación de enorme simpatía mutua y motivo de recíproca inspiración, y hasta de un sentimiento de hermandad, designio divino y consagración.

Esto ocurrió mientras César Vallejo estudiaba en la Universidad Nacional de Trujillo y ya integraba el grupo de amigos intelectuales al cual se lo identifica ahora como el Grupo Norte de Trujillo, a cuyas tertulias María Rosa también asistía.

 

María Rosa Sandoval, ocupación: institutriz

2. Amor

fervoroso

 

Quien nació en Ascope, pueblito costero al norte de Trujillo perteneciente al departamento de La Libertad.

Se registra como fecha de su nacimiento el 7 de noviembre del año 1894, siendo dos años menor que César Vallejo.

Fueron sus padres don Álvaro Gabino Sandoval, Capitán del Ejército nacido en el Cusco. Y doña María Manuela Bustamante y Castañeda, preceptora de Educación Primaria y cuyo lugar de origen era Trujillo.

Ella era hermana mayor de quien fuera luego otro destacado intelectual también integrante del Grupo Norte, y quien firmó con su apellido ligeramente transformado, como es Francisco Xandóval, ocho años menor que ella.

César Vallejo fue amado entrañablemente por esta joven idealista, sensitiva y fervorosa de la poesía y del arte en general. Quien al conocer al poeta quedó prendada de él y le deparó un amor platónico, reverente y sutil.

 

Plaza de Armas de Ascope, donde nació María Rosa


3. Enfrente

de la iglesia

 

Ella quedó huérfana de padre a la tierna edad de los 9 años, y huérfana de madre a los 19 años.

Vivía María Rosa a una cuadra del Hotel El Arco, casa de huéspedes en donde se alojaba César Vallejo, situado entre las calles Mariscal Orbegozo y San Martín, a apenas también una cuadra de la Plaza de Armas de Trujillo.

El domicilio que ella ocupaba se sitúa en el Jr. Mariscal Orbegozo, antes calle de la Libertad 121, y que hace esquina con el jirón Zepita 513.

Tiene un ventanal de reja a baja altura.

La casa queda enfrente de la iglesia de Santa Ana, y que según se cuenta era la ventana por la cual intercambiaban mensajes y conversaban furtivamente los dos amantes.

 

Ventana en donde solían intercambiar mensajes


4. El aire

de mi frente

 

María Rosa escribía poemas y anotaba en su diario íntimo impresiones a modo de semblanzas, perfiles y estados de ánimo. Y lo hacía con mucho sentimiento y perfección en la estructura del texto.

De su diario íntimo se han recuperado milagrosamente algunas páginas en donde figuran textos como el siguiente, de su autoría:

Hoy me ha sorprendido verme desnuda, de cuerpo entero, en el espejo.

He visto mis hombros; mis brazos firmes y largos, mis dos senos. He mirado con atención mis muslos, fuselados y fuertes; el ángulo, en fino dombo de las caderas; el sexo, mis pies pequeños y ágiles.

En tanto, repaso el aire de mi frente, antigua y muda, vista todos los días.

 

Hotel El Arco, donde vivía César Vallejo en Trujillo


5. Habrá

otros niños

 

Noto la expresión de mis ojos, son negros. Observo el cerco umbrío de las pestañas de donde pende el sueño…

Pero, con todo, hoy he sentido un terror extraño: no quería morir. Mi cuerpo es joven y desea nutrirse.

Yo amo. Yo amaba. Yo amaría. Conjugación del verbo: ¡amábamos, amábamos, amábamos!

Me siento tranquila. Pero mi cuerpo cederá mañana…

Quedarán los rosales. En el jardín, las rosas volverán a brotar.

Habrá otros niños y otros amantes. El día, el sol, el aire; todo estará lo mismo...

Pero ya será tarde, cuando el tiempo, el cuerpo, el sueño y los rosales se destiñan… Lloverá…

 

Puerta de ingreso del panteón de Otuzco

6. Ya no

se dejó ver

 

A César Vallejo y a María Rosa Sandoval se les vio muchas veces paseando por la Ramada, el Óvalo, la Grama y por Mansiche, sobre todo al atardecer, cuando el cielo se arrebola y ensangrienta en el ocaso del crepúsculo.

Un día estando sola le vino repentinamente en un acceso de tos un coágulo de sangre que manchó su pañuelo de muselina blanca. En sucesivas consultas se le diagnosticó tuberculosis que en aquel tiempo era una enfermedad temible y terminal.

Conocido por parte de ella cuál era su mal ya no se dejó ver por el poeta, ocultándose con uno y otro pretexto, hasta desaparecer rumbo a Otuzco, de aire fresco y templado, como recomendaban en aquella época que fuera el lugar en donde vivían los pacientes que padecían esta enfermedad.

César Vallejo a fines de 1917 viaja a Lima. El 10 de febrero del año 1918, cuando apenas frisaba los 24 años de edad, María Rosa Sandoval murió en Otuzco. Al morir de tisis pulmonar que era una enfermedad estigmatizada, quemaron todas sus pertenencias, sobre todo sus diarios.

 

Partida de defunción de María Rosa Sandoval

7. Inmensa

sepultura

 

A su muerte, César Vallejo escribió el poema Los dados eternos, que dicen así:

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;
pero este pobre barro pensativo
no es costra fermentada en tu costado:
¡tú no tienes Marías que se van!
 
Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.
¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
 
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,
como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas,
y jugaremos con el viejo dado.
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte
del universo todo,
surgirán las ojeras de la Muerte,
como dos ases fúnebres de lodo.
 
Dios míos, y esta noche sorda, obscura,
ya no podrás jugar, porque la Tierra
es un dado roído y ya redondo
a fuerza de rodar a la aventura,
que no puede parar sino en un hueco,
en el hueco de inmensa sepultura. 

 

César Vallejo, pintura de Agustín Rojas


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