VÉRTICE DE HORAS, AÑOS Y DESTINOS
LA NOCHE VIEJA Y EL AÑO NUEVO
LA NOCHE VIEJA Y EL AÑO NUEVO
LA MARCHA
DEL
UNIVERSO
1.
Todos
los pasajeros del autobús duermen
inocentes y
entretenidos, esperando confiados
llegar
tranquilos y sin novedad, cada uno
a sus destinos.
Las madres han caído rendidas en
sus asientos
con sus niños que yacen relajados
y fuertemente
abrazados al seno de quien les dio
la vida,
dichosos de haberse amamantado
del seno
materno.
Los varones,
agotados por la jornada descansan
inermes.
Sueñan en los negocios que harán
al otro día
en la ciudad a la cual se encaminan,
calculando
ser efectivos en los asuntos que van
a resolver:
Repasan ir al banco antes de tomar
el desayuno,
hacer la entrevista con sus clientes
y proveedores,
sin olvidarse degustar en el mercado
su plato favorito.
3.
Todos
duermen expuestos y aturdidos,
emitiendo
ronquidos, soplidos y acezando
impávidos.
Ya en sueños unos se revuelven
impacientes, otros
permanecen quietos y apacibles.
¡Sólo
el conductor absorto y entumecido
observa
desolado el camino! Solo él siente
tambalearse
el vehículo. E incierto y temible el
camino.
4.
Cruzamos
hondos precipicios, abismos, terribles
peñolerías
de miedo, donde el borde del sendero
está
cortado a pico, orillada apenas la ruta
de grava y
ripio, de molles y tenues zarzamoras.
Al pie
hay turbiones
tremendos, impetuosos
remolinos,
lluvia incesante como neblina tupida,
mientras
las sombras se van haciendo más y
más oscuras.
5.
Hace
apenas unos cuantos días en este
mismo sitio
un ómnibus se desbarrancó y todos
sus ocupantes
murieron, no quedando un solo ser
con vida.
El reporte e imágenes que trasmitió
la televisión y
publicaron los diarios presentaban
un cuadro
espeluznante, igual que la carrocería
del vehículo
despedazado y hundido al fondo de
las aguas.
6.
Sin
embargo, ahora todos duermen
ingenuos
y confiados, atenidos a una sola
vigilia,
apenas a una leve cornisa sobre
el vacío.
Porque si el conductor parpadea
la vida
rodará por el precipicio, apenas
advertida
por un grito que sólo registrarán
arbustos
contrahechos, cardos espinosos
y tenues luceros.
7.
Entonces,
la madre al presentir la volcadura
desesperada
abrazará al hijo que lleva. El niño,
sintiendo
la caída al rodar quizá no alcance
a comprender
lo que en verdad sucede. Quienes
van callados
no creo que terminen de pronunciar
los nombres
de los seres amados que en algún
lugar los
esperan, invocando piedad al Dios
de los cielos.
Las familias
se atienen a que la noche es calma
y las horas
se deslizan cadenciosas y apacibles
siguiendo
su rutina, sin ser conscientes de oír ni
descifrar
el por qué de esas voces que claman,
ni cuál es
la razón de la angustia que los oprime.
Felizmente
nada malo ocurre todavía, salvo que
el hombre
en el timón se siente solo y agobiado.
Y muy débil.
9.
El conductor
agradecería que entre los pasajeros
al menos
uno solo vaya despierto. Que alguien
hable o cante
para él mismo siquiera. Que al menos
¡silbe!
Que otros conversen de sus asuntos
cotidianos,
¡que cuenten historias si eso gustan!
Quisiera
sentirse acompañado. Y que alguien
sea capaz
de vigilar junto a él lo escabroso del
sendero.
10.
Anhela
de corazón que detrás de las estrellas
otro
conductor con
más valor y arrojo, y sin
parpadear
ni desfallecer como hace él, con manos
seguras,
ampare al ómnibus que ahora tambalea
sobre
los abismos. Y que aquel conductor solo
o junto a él
conduzca esta nave con manos piadosas.
Y vigile
también con ojos compasivos la marcha
del universo.
Foto 1
Jaime Sánchez Lihón
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