10 DE NOVIEMBRE
ANDRÉS AVELINO CÁCERES
AQUEL
GUERRERO
MÍTICO
Danilo Sánchez Lihón
1. ¡Salta
Lucero!
–
¡Salta Lucero!
Fue
el grito que el taita Andrés Avelino Cáceres dio con su voz rijosa asordinada y
con todas las fuerzas de sus pulmones que ese día, el 10 de julio del año 1883,
en la Batalla de Huamachuco que él iniciara y dirigiera, habían resoplado como
fuelles.
El
caballo levantó la corcova como un resorte, que el jinete esperó empinado sobre
los estribos y el abismo.
Se
lanzó al vacío y después de segundos interminables suspendido en el aire el
corcel puso las patas traseras apenas unos centímetros del filo de la fosa ya
casi para caer dentro del barranco.
Casi
resbalaron hacia la sepultura.
Pero
más pudo el jinete que lo impulsó hacia arriba y adelante. Y así pudo salir la
cuesta antes que hagan blanco los disparos de fusil que empezaron a hacerle
desde el altozano al borde del abismo que no pudo traspasar la soldadesca
enemiga.
Lucero
había saltado una fosa de nueve metros de ancho con Cáceres herido encima,
después de haber participado luchando cuerpo a cuerpo en el campo de batalla de
Huamachuco.
2. En los momentos
decisivos
En
esta como en otra circunstancia era la convicción de realizar imposibles la que
se imponía y ejecutaba.
Era
el aliento que agregaba a lo que cada uno podía hacer, incluso al caballo que
montaba en ese atardecer supremo, para convertir lo adverso en glorioso.
Aquella
fosa fue la valla que el pelotón de chilenos que lo perseguían para ultimarlo,
ya no pudo cruzar.
Y
así como “¡Salta Lucero!” otro símbolo es el “Guapido de Cáceres” recogido por
él en Chupaca de los hombres que se enfrentan a la adversidad en las montañas.
Que
se hizo la voz de alerta de los montoneros, la consigna del valor, la
contraseña de ataque, el grito de heroísmo.
Arenga
con la cual en un solo día vencimos en tres batallas de la Campaña de la Breña:
en Pucará, Marcavalle y Concepción.
Se
lo decía el “Guapido de Cáceres”, en los momentos decisivos y culminantes, como
un vocerío de extremo coraje, para enfrentar la muerte si es posible.
3. El
destino
Por
eso, “¡Salta Lucero!” y el “Guapido de Cáceres” son las señales que debemos
hacerlos símbolos y emblemas en la juventud actual.
En
todo lo que esto significa que hay que vencer retos sumos, máximos y superiores
que demanden todos nuestros esfuerzos. Cuando se trata de superar todas las
dificultades, y hacer frente a los momentos aciagos e infaustos para vencer con
la vida.
Aún
más, aquellos que estuvieron en el límite de que se convirtieran en gloria,
como fue el caso de la batalla de Huamachuco.
Que
es en esta como en otras las ocasiones cuando Cáceres se convierte en un
guerrero mítico. Que si no murió en el campo de batalla fue por algo
inexplicable. Porque siempre se arrojó a lo más arduo, reñido y voraz de la
contienda.
No
murió por esos avatares en que el destino suele cruzar los dedos, porque él
estuvo y asumió cada confrontación de frente y con el pecho al descubierto. Esa
era su estirpe. Y esto él supo poner de manifiesto desde muy joven, casi desde
la adolescencia.
4. Una apoteosis
de gloria
Era
apenas un mozalbete de 15 años cuando dejó el colegio y se enroló en el
ejército. Y esto ocurrió cuando Ramón Castilla visitó la ciudad de Huamanga,
lugar de donde él era originario.
En
el sitio de Arequipa contra Vivanco a fin de librarlo de la muerte el jefe de su
ejército tuvo que tocar diana de retirada, pues se había lanzado muy adentro
del combate con sable desenvainado, en el lugar denominado “Siete Chombas”.
Allí fue herido en el ojo. Su comandante le dijo después estas palabras de
enojo:
–
¡Joven!, sea usted prudente y primero mire el lugar donde se mete.
En
la Guerra del Pacífico la participación de Cáceres siempre fue heroica, desde
las batallas de Pisagua, San Francisco, Tarapacá, Alto de la Alianza, San Juan,
Miraflores, Pucará, Marcavalle, Concepción. ¡Y muchas otras más!
Y
así hasta Huamachuco, el 10 de julio del año 1883, que fue en palabras del
historiador Luis Alayza Paz Soldán:
“Una
hecatombe de dolor y una apoteosis de gloria”.
5. Rozaban
su frente
Veinte
años antes de la confrontación con Chile, en la sublevación de Vivanco en
Arequipa, en 1858, avanzó por los techos y entre los cadáveres de sus propios
compañeros izó la bandera del Perú en el conventillo de San Pedro.
Incontables
veces murió el caballo en él cual cabalgaba, alcanzado por las balas, el más
célebre entre ellos fue el llamado “Elegante”, que lo acompañó el mayor tiempo
en la Campaña de la Breña.
Las
balas rozaban su frente y silbaban alrededor de su cuerpo sin tocarle. De allí
que se lo consideraba invencible y los propios chilenos le dieron el apelativo
de “El brujo de los Andes”. Porque siempre de tales circunstancias salió ileso,
pese a estar en lo más peligroso y reñido del fragor de la batalla.
En
Tarapacá tuvo que desensillar una mula capturada, que tenía la montura para un
solo lado. Al parecer era de una cantinera chilena. Así reemplazó su caballo
que momentos antes había sucumbido fulminado por las balas.
No
es “Brujo de los Andes” porque no aparecía, o porque no lo encontraban en donde
lo buscaban, ni porque allí en donde le tendían una celada él no llegaba por el
lado de enfrente sino por detrás o el costado.
6. Ser
invulnerable
Lo
pusieron “Brujo de los Andes” sus enemigos, porque le disparaban a boca de
jarro y las balas pasaban zumbando por sus orejas o delante de sus ojos, sin
matarlo. Todos morían a su alrededor. Caían sus propios soldados y oficiales. Y
él seguía avanzando intacto.
Nadie
se explica cómo es que no caía muerto. Y era fulminante en sus reacciones. Daba
órdenes de inmediato. E implementaba una nueva estrategia en el momento
oportuno. Roque Sáenz Peña dice de la batalla de Tarapacá:
“El
desconcierto fue tal, que a no ser por el general Cáceres todos hubiéramos
perecido; a él le debemos la vida”.
En
la batalla de Miraflores luchó con denuedo. y estuvo a punto de ser muerto si
no hubiera sido por la intervención del capitán de fragata Leandro Mariátegui.
Este
tuvo que arrastrar un cañón con el que hizo fuego rescatándolo, pero una bala
le había destrozado ya el fémur derecho. Fue auxiliado en una ambulancia de la
Cruz Roja por el Dr. Belisario Sosa, luego traído a Lima y escondido en el
convento de San Pedro por los jesuitas en la celda del prior superior que cedió
su lecho a fin de ocultarlo.
7. Nuestra
consigna
A
partir de entonces surgió el mito de su invulnerabilidad. Como aquellos
guerreros míticos que por ser hijos de dioses son sumergidos de niños en las
aguas sagradas de algún lago o río.
Como
Aquiles, hijo de Peleo y de la Ninfa Tetis, diosa del mar, que quiso a su hijo hacerlo
invulnerable bañándolo en las aguas de la laguna Estigia.
O
en El Cantar de los Nibelungos, el caballero germano Sigfrido, que es
invulnerable por haber sido bañado con la sangre del dragón Fafnir, a quien él
mismo diera muerte.
Pero
en el caso de Andrés Avelino Cáceres tiene que haber sido las aguas cristalinas
de alguna de nuestras lagunas inmarcesibles.
O
las nieves heladas de la Cordillera de los Andes que lo hicieran el guerrero
mítico que fue, o que es porque él se encarna en todos nosotros.
Y
ello a fin de que todos seamos Cáceres, por nuestra identidad, filiación, por
aquel “¡Salta Lucero!” y el “Guapido de Cáceres” que son nuestra consigna ahora
y siempre.
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