14 DE NOVIEMBRE
DÍA
DEL TURISMO RESPONSABLE
LA TIERRA
DONDE NACIÓ
EL POETA
Danilo
Sánchez Lihón
"Así
brotó, al conjuro de un milagro
al
pie del enhiesto San Cristóbal
en
el tibio regazo de una hondonada
Santiago de Chuco, la Flor del Ande".
Felipe Arias Larreta
1. Claves
de lo que somos
Aquí
está y este es Santiago de Chuco, la flor del ande, que como el alhelí de sus
huertos y jardines, desde el centro de su corola que es su plaza, y hacia los
costados de su recóndita y elevada geografía, siguiendo el trazo tembloroso de
sus calles, extiende el tul, el verde, el blanco y el dorado de sus pétalos
fulgurantes que son sus cuatro barrios: Ellos son: el San Cristóbal, el Santa
Mónica, el San José y el Santa Rosa, cuyos bordes terminan en los
"cantos" o contornos del pueblo, que aureolan, con una corona de
rosas y laurel, sus consagradas sienes.
Por
los contornos de los cerros que se elevan en redondo a nuestro alrededor,
pareciera que, en alguna época arcaica y antiquísima, fue Santiago de Chuco el
fondo de una inmensa laguna encantada, fondo desde donde miramos cada mañana el
confín de los cerros que debieron ser orillas de esa laguna puesto que tiene
esa transparencia y esa frescura, todos uniformes y parejos, sin un borde por
donde se derramen las aguas que algún día debieron ser reales.
Pero
que hoy perviven en nuestra sangre, en nuestros nervios y en nuestros sueños.
También en nuestros pasos, tanto que parecemos aún hechizados por el rumor de
su oleaje y por los plenilunios que se posaron algún día sobre su superficie. Y
que ahora resultan invivibles por lo hermosos, sufridos desde el recogimiento
en algún balcón, o detenidos en el quicio de una puerta, o sentados en la grada
de la escalera.
2. Hombre
y mujer
Razón
por la cual Santiago de Chuco, pasando por alto su sol radiante que aquí brilla
esplendoroso, como en ningún otro lugar del mundo, es tierra y pueblo consagrado
a la luna. Las faldas del cerro y volcán, que algún día fuera, donde se asienta
la ciudad, se denomina: Quillahirca, o cerro de la luna. Y que, tal como decía,
pese a que el sol aquí es espléndido, la luna lo es más todavía, tanto que a su
luz en las noches sentados en los poyos de las casas se desgrana el maíz, como
se cuentan las estrellas.
Como
también, tendido el trigo, las alverjas y lentejas sobre manteles, se escogen,
separando de ellos las poñas y las piedrecillas que hubieran recogido de las
parvas, escapadas del barrido que previamente se hace antes de desflorar las espigas,
ya que en las noches la luna brilla aquí con mayor intensidad.
Donde
los arreboles de la luna, que boga entre las nubes y entre los árboles, visten
para ella sus mejores mantas, orlas y trajes, siendo de una belleza infinita.
Verla bogar desde el andén del corredor de arriba o abajo de la casa, sumergida
en su estupor y enigma, es comprender por qué nuestros antepasados la adoraron.
Y la tuvieron en cuenta para sembrar y cosechar, para aparear al ganado; y
juntarse ellos mismos, hombre y mujer, y procrearnos a nosotros que somos sus
hijos.
3. Lo evocó
siempre
Aquí,
por estas calles, ha caminado, se ha detenido, como ha doblado sus esquinas y
posado sus ojos en estas paredes y puertas, y desde niño, nada menos que el
poeta César Vallejo Mendoza, el “shulca” de doce hermanos de padre y madre. Como
también se ha guarecido bajo la sombra de estos aleros y techumbres. Aquí
recostó su mirada, su frente y proyectó sus sueños hacia el universo el poeta
más abisal del planeta Tierra.
Aquí,
las piedras de su casa que está en pie y esperándonos guardan el temblor de sus
pasos, como cada cosa el pulso y latido de sus manos. La puerta por donde entró
y salió a la calle, llevando y trayendo este y el otro recado, es la misma y
permanece intacta y extasiada.
Pero
he aquí los pilares añosos a los cuales él se abrazó, o bien se sostuvo columpiándose
al jugar, o bien se abraza a ellos acongojado por algún pesar, grande o pequeño
con que suele castigarnos la vida. Cogido a estos maderos lloró, guardando
ellos el temblor de sus lágrimas y el calor de su pecho, como de su corazón
conmovido.
Quien,
ya sea en el plano de lo tangible, como también proyectándose desde el recuerdo
y la añoranza, ya sea estando en París, Madrid, Berna, Roma, Berlín o Moscú, siempre
regresó a este lugar que él nunca pudo olvidar, casa y poblado al que evocó
siempre.
4. Y
vuelve
Y
vuelve en cuerpo y alma a deambular por estos sitios. Porque la identificación
que él tuvo con su terruño no era sólo estando despierto o en vigilia sino
incluso dormido. Se cuenta de él, por ejemplo, de aquella vez en que le
contesta al policía francés que lo interpela e interroga, mirando detenidamente
los documentos de identificación que él le extendiera por haberlo encontrado
durmiendo en la banca de uno de los parques de la Ciudad Luz:
–
¿De dónde es usted?
Respondiendo
él más que en el entresueño desde la subconciencia absoluta, de donde estaba
saliendo en ese momento, de recorrer estos parajes donde él correteó de niño,
pudiendo contestar:
–
De Santiago de Chuco, señor.
Rememorando
así, con plena identificación y ternura el lugar donde nació, creció, amó y
peleó. Llevándolo clavado en el alma, no solamente en vida sino cuando al morir
desanda sus pasos para regresar en la memoria y en la vigilia hasta su casa
nativa. ¡Y vuelve a fin de encontrarse con sus seres queridos, sobre todo con
su madre difunta a quien abraza, como él lo hizo en ese trance definitivo del
morir, al llamarla a ella varias veces en su lecho de muerte!
5.
Unción
y
fervor
Todo
esto César Vallejo lo tuvo inmerso en su alma, fluyendo incontenible en el
borbotón de su sangre, incrustado en el tuétano de sus huesos y recordándolo siempre.
He
aquí la tumba de su madre que la podemos visitar en el cementerio del pueblo,
junto a la de su padre y posiblemente, en el mismo hito, está también la
sepultura de Miguel, el hermano con quien él jugó a las escondidas por la sala,
el corredor y el patio.
Que
es casi seguro que allí Miguel también está enterrado, puesto que para lo que
es el morir, los santiaguinos solemos juntarnos con más
unción, fervor y obstinación, como enmendando a la vida que con frecuencia
suele separarnos.
Cementerio
que queda en un altozano desde el cual se puede mirar hacia uno y otro lado y
confín, las cuencas de los tres ríos que rodean a Santiago de Chuco.
Y
desde allí se observa el pueblo a los pies, regado como un rebaño de ovejas
entre las faldas y el verde de dos colinas, con dos o más hondonadas en los
bordes de su ensueño y su despertar.
6. La luna
arrebolada
Y
desde donde los que han fallecido miran las casas donde han vivido, a qué hora
sale el humo que emerge desde las cocinas. Escuchan cada ruido de balde de agua
que se carga, de cada olla que se mueve y asienta en la hornilla, y el llanto
de cada criatura que ha nacido.
Apenados
por ya no poder hacer las cosas que nosotros aún estamos haciendo, las tareas
aparentemente humildes pero que son las que les dan sentido a nuestras vidas.
Miran, pero también agradecidos por no perder de vista sus casas y sus seres
queridos. Y es que en este espacio habita la gente más honda y transida;
confrontada ella misma siempre con las grandes incógnitas.
Y,
posiblemente, seres con la verdad más intensa en relación a lo lejos y lo cerca,
lo distante y lo próximo, el adiós y el retorno. Con claves de lo que somos y
no somos; así como sintiendo más nítidamente la luminosidad y la grandeza del
mundo y de la vida. En ese espacio mágico se posa, más enigmático que nunca, el
sol radiante, la lluvia que germina como también la luna
arrebolada.
Mariposas en las flores en un huerto de Santiago de Chuco
7. Por difícil
que ello sea
“Ciliado
arrecife donde nací”, es la frase con que el poeta César Vallejo define a
Santiago de Chuco. Pero también: "... ríos de luz y entrañas de amor"
es lo que le inspira decir el pueblo donde nació, donde hasta las paredes y las
piedras rezuman cariño y ternura.
Y
como las hortensias que crecen en los huertos y jardines, como ahora también en
los patios silentes de las casas abandonadas, y hasta en los muros derruidos de
los hogares donde antes se cobijó la vida, rescatemos aquí la temblorosa y
hechizada flor de la esperanza que aquí anida, con la cual volvamos de regreso
–esta vez jubilosos de haberla encontrado– por sus caminos.
Todo
esto César Vallejo lo recordó y tuvo presente siempre. Lo hizo con la unción
por la pared que abriga y por el viento que sopla en lo desolado de los
pajonales, fiel a este Perú irredento, dulce y cruel que llevamos hincado en el
alma. Perú que solo así lo sabremos valorar y amar, por escabroso y fino,
difícil y encantado; risco y flor.
Abrupto
bajío y rayo de luna encantada, haciendo allí el juramento de no fallarle
nunca. Y dediquemos entonces lo mejor de nuestro aliento y nuestra vida, por difícil que ello sea, en la construcción de un
orden nuevo en el Perú, y que al final ha de ser lo único que nos salve y nos
redima.
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