jueves, 14 de noviembre de 2019

14 de noviembre. Día del Turismo Responsable. La tierra donde nació el poeta.


14 DE NOVIEMBRE
DÍA DEL TURISMO RESPONSABLE

LA TIERRA
DONDE NACIÓ
EL POETA

Danilo Sánchez Lihón

Vista panorámica de Santiago de Chuco

"Así brotó, al conjuro de un milagro
al pie del enhiesto San Cristóbal
en el tibio regazo de una hondonada
Santiago de Chuco, la Flor del Ande".
Felipe Arias Larreta

1. Claves
de lo que somos

Aquí está y este es Santiago de Chuco, la flor del ande, que como el alhelí de sus huertos y jardines, desde el centro de su corola que es su plaza, y hacia los costados de su recóndita y elevada geografía, siguiendo el trazo tembloroso de sus calles, extiende el tul, el verde, el blanco y el dorado de sus pétalos fulgurantes que son sus cuatro barrios: Ellos son: el San Cristóbal, el Santa Mónica, el San José y el Santa Rosa, cuyos bordes terminan en los "cantos" o contornos del pueblo, que aureolan, con una corona de rosas y laurel, sus consagradas sienes.
Por los contornos de los cerros que se elevan en redondo a nuestro alrededor, pareciera que, en alguna época arcaica y antiquísima, fue Santiago de Chuco el fondo de una inmensa laguna encantada, fondo desde donde miramos cada mañana el confín de los cerros que debieron ser orillas de esa laguna puesto que tiene esa transparencia y esa frescura, todos uniformes y parejos, sin un borde por donde se derramen las aguas que algún día debieron ser reales.
Pero que hoy perviven en nuestra sangre, en nuestros nervios y en nuestros sueños. También en nuestros pasos, tanto que parecemos aún hechizados por el rumor de su oleaje y por los plenilunios que se posaron algún día sobre su superficie. Y que ahora resultan invivibles por lo hermosos, sufridos desde el recogimiento en algún balcón, o detenidos en el quicio de una puerta, o sentados en la grada de la escalera.

En lo alto de la colina el cementerio de Santiago de Chuco

2. Hombre
y mujer

Razón por la cual Santiago de Chuco, pasando por alto su sol radiante que aquí brilla esplendoroso, como en ningún otro lugar del mundo, es tierra y pueblo consagrado a la luna. Las faldas del cerro y volcán, que algún día fuera, donde se asienta la ciudad, se denomina: Quillahirca, o cerro de la luna. Y que, tal como decía, pese a que el sol aquí es espléndido, la luna lo es más todavía, tanto que a su luz en las noches sentados en los poyos de las casas se desgrana el maíz, como se cuentan las estrellas.
Como también, tendido el trigo, las alverjas y lentejas sobre manteles, se escogen, separando de ellos las poñas y las piedrecillas que hubieran recogido de las parvas, escapadas del barrido que previamente se hace antes de desflorar las espigas, ya que en las noches la luna brilla aquí con mayor intensidad.
Donde los arreboles de la luna, que boga entre las nubes y entre los árboles, visten para ella sus mejores mantas, orlas y trajes, siendo de una belleza infinita. Verla bogar desde el andén del corredor de arriba o abajo de la casa, sumergida en su estupor y enigma, es comprender por qué nuestros antepasados la adoraron. Y la tuvieron en cuenta para sembrar y cosechar, para aparear al ganado; y juntarse ellos mismos, hombre y mujer, y procrearnos a nosotros que somos sus hijos. 

En lo alto de la colina el cementerio. Foto DSL.

3. Lo evocó
siempre

Aquí, por estas calles, ha caminado, se ha detenido, como ha doblado sus esquinas y posado sus ojos en estas paredes y puertas, y desde niño, nada menos que el poeta César Vallejo Mendoza, el “shulca” de doce hermanos de padre y madre. Como también se ha guarecido bajo la sombra de estos aleros y techumbres. Aquí recostó su mirada, su frente y proyectó sus sueños hacia el universo el poeta más abisal del planeta Tierra.
Aquí, las piedras de su casa que está en pie y esperándonos guardan el temblor de sus pasos, como cada cosa el pulso y latido de sus manos. La puerta por donde entró y salió a la calle, llevando y trayendo este y el otro recado, es la misma y permanece intacta y extasiada.
Pero he aquí los pilares añosos a los cuales él se abrazó, o bien se sostuvo columpiándose al jugar, o bien se abraza a ellos acongojado por algún pesar, grande o pequeño con que suele castigarnos la vida. Cogido a estos maderos lloró, guardando ellos el temblor de sus lágrimas y el calor de su pecho, como de su corazón conmovido.
Quien, ya sea en el plano de lo tangible, como también proyectándose desde el recuerdo y la añoranza, ya sea estando en París, Madrid, Berna, Roma, Berlín o Moscú, siempre regresó a este lugar que él nunca pudo olvidar, casa y poblado al que evocó siempre.


César Vallejo y Georgette en Santiago de Chuco

4. Y
vuelve

Y vuelve en cuerpo y alma a deambular por estos sitios. Porque la identificación que él tuvo con su terruño no era sólo estando despierto o en vigilia sino incluso dormido. Se cuenta de él, por ejemplo, de aquella vez en que le contesta al policía francés que lo interpela e interroga, mirando detenidamente los documentos de identificación que él le extendiera por haberlo encontrado durmiendo en la banca de uno de los parques de la Ciudad Luz:
– ¿De dónde es usted?
Respondiendo él más que en el entresueño desde la subconciencia absoluta, de donde estaba saliendo en ese momento, de recorrer estos parajes donde él correteó de niño, pudiendo contestar:
– De Santiago de Chuco, señor.
Rememorando así, con plena identificación y ternura el lugar donde nació, creció, amó y peleó. Llevándolo clavado en el alma, no solamente en vida sino cuando al morir desanda sus pasos para regresar en la memoria y en la vigilia hasta su casa nativa. ¡Y vuelve a fin de encontrarse con sus seres queridos, sobre todo con su madre difunta a quien abraza, como él lo hizo en ese trance definitivo del morir, al llamarla a ella varias veces en su lecho de muerte!

Vista de Santiago de Chuco desde el cementerio

5. Unción
y fervor

Todo esto César Vallejo lo tuvo inmerso en su alma, fluyendo incontenible en el borbotón de su sangre, incrustado en el tuétano de sus huesos y recordándolo siempre.
He aquí la tumba de su madre que la podemos visitar en el cementerio del pueblo, junto a la de su padre y posiblemente, en el mismo hito, está también la sepultura de Miguel, el hermano con quien él jugó a las escondidas por la sala, el corredor y el patio.
Que es casi seguro que allí Miguel también está enterrado, puesto que para lo que es el morir, los santiaguinos solemos juntarnos con más unción, fervor y obstinación, como enmendando a la vida que con frecuencia suele separarnos.
Cementerio que queda en un altozano desde el cual se puede mirar hacia uno y otro lado y confín, las cuencas de los tres ríos que rodean a Santiago de Chuco.
Y desde allí se observa el pueblo a los pies, regado como un rebaño de ovejas entre las faldas y el verde de dos colinas, con dos o más hondonadas en los bordes de su ensueño y su despertar.

Lucero, declamadora de Vallejo, en la tumba de los padres

6. La luna
arrebolada

Y desde donde los que han fallecido miran las casas donde han vivido, a qué hora sale el humo que emerge desde las cocinas. Escuchan cada ruido de balde de agua que se carga, de cada olla que se mueve y asienta en la hornilla, y el llanto de cada criatura que ha nacido.
Apenados por ya no poder hacer las cosas que nosotros aún estamos haciendo, las tareas aparentemente humildes pero que son las que les dan sentido a nuestras vidas. Miran, pero también agradecidos por no perder de vista sus casas y sus seres queridos. Y es que en este espacio habita la gente más honda y transida; confrontada ella misma siempre con las grandes incógnitas.
Y, posiblemente, seres con la verdad más intensa en relación a lo lejos y lo cerca, lo distante y lo próximo, el adiós y el retorno. Con claves de lo que somos y no somos; así como sintiendo más nítidamente la luminosidad y la grandeza del mundo y de la vida. En ese espacio mágico se posa, más enigmático que nunca, el sol radiante, la lluvia que germina como también la luna arrebolada.

Mariposas en las flores en un huerto de Santiago de Chuco

7. Por difícil
que ello sea

“Ciliado arrecife donde nací”, es la frase con que el poeta César Vallejo define a Santiago de Chuco. Pero también: "... ríos de luz y entrañas de amor" es lo que le inspira decir el pueblo donde nació, donde hasta las paredes y las piedras rezuman cariño y ternura.
Y como las hortensias que crecen en los huertos y jardines, como ahora también en los patios silentes de las casas abandonadas, y hasta en los muros derruidos de los hogares donde antes se cobijó la vida, rescatemos aquí la temblorosa y hechizada flor de la esperanza que aquí anida, con la cual volvamos de regreso –esta vez jubilosos de haberla encontrado– por sus caminos.
Todo esto César Vallejo lo recordó y tuvo presente siempre. Lo hizo con la unción por la pared que abriga y por el viento que sopla en lo desolado de los pajonales, fiel a este Perú irredento, dulce y cruel que llevamos hincado en el alma. Perú que solo así lo sabremos valorar y amar, por escabroso y fino, difícil y encantado; risco y flor.
Abrupto bajío y rayo de luna encantada, haciendo allí el juramento de no fallarle nunca. Y dediquemos entonces lo mejor de nuestro aliento y nuestra vida, por difícil que ello sea, en la construcción de un orden nuevo en el Perú, y que al final ha de ser lo único que nos salve y nos redima.

Fotos
 de Jaime Sánchez Lihón
excepto la 3 y la 4


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