jueves, 26 de diciembre de 2019

26 de diciembre. Puentes sobre los abismos.


26 DE DICIEMBRE


PUENTES
SOBRE
LOS ABISMOS


Danilo Sánchez Lihón

Puente de Qeswachaca. Perú

Los hombres construimos
demasiados muros
y no suficientes puentes.
Isaac Newton


1. En
una flor

En esta época del año los ríos en la serranía se precipitan en cascadas espumantes porque es invierno en la cordillera. Llueve en la jalca, ¡y llueve en el caserío!
Lluvias que se hacen tempestades con granizo bajo los cielos anubarrados, desde los cuales se descargan centellas, relámpagos y truenos.
Las aguas en los torrentes golpean en los cantiles y salpican a las piedras y a las rocas de las orillas, en donde crecen unas flores de belleza exquisita e inigualable, ¡las achupallas!
Quizá su encanto se deba a que al fondo de esos abismos y hendiduras ellas contemplen imágenes que nadie podría imaginar ni contemplar jamás, sino solo ellas.
Quizá porque las aguas tengan sueños de hermosura sin par. Y, así como en todo, estas flores tengan el privilegio de expresar lo innombrable como algo providencial en su callar.
Como, en este caso, corresponde esta dicha hacerla a flores que nosotros mortales no alcancemos a comprender jamás.


Puente de Izcuchaca en Huancavelica. Perú

2. Arriesgar
la vida

Pero quería referirme a algo aparentemente más rústico y pedestre: a lo que significa en esta época cruzar un río.
Con frecuencia, repentinamente turbulento por alguna avalancha, como son aquellos que recorren como venas doloridas y atormentadas la geografía de la cordillera de los andes del Perú.
Que, si cruzarlos de día es ya solemne, cruzarlos de noche es retar a la muerte y arriesgar la vida impunemente. Es dramático y hasta trágico.
Pero siempre hay el anhelo de llegar a la casa del bohío, donde espera la esposa y los hijos, sin saber ni presentir el peligro que se cierne abajo. Que corremos y afrontamos, porque nos atrae el fogón, el abrigo bajo el alero, las voces cotidianas de la compañera y de los hijos que nos esperan.
Tanto que buscamos un atajo, unas piedras por donde saltar, que sobresalgan de la correntada, las cuales saltamos; mientras abajo se revuelven las aguas, ruge el turbión y espantan los remolinos aciagos.
Donde cruzar un río siempre es arriesgar la vida.

3. Fuerza
del tiempo

Otras veces cruzamos buscando una playa en donde el caudal se extienda y hay que vadearlo sujetos a una vara, báculo o cayado.
En otros casos, estamos dispuestos a cruzarlo a nado y bracear en sesgo, visualizando siempre a cuál orilla recurrir o de cuál borde cogernos.
Por eso, qué presencia fortalecedora y de aliento es un puente. ¡Qué coraje y qué señal de vida y de triunfo desafiando al río!
¡Qué hazaña es verlo erigido sobre el abismo! Un puente que resiste y afronta su designio mientras abajo ruge lo funesto.
Un puente que día y noche enfrenta esa prueba de las aguas que retumban, se revuelven y precipitan,
Sin saber en dónde el puente comienza y en dónde termina, siendo que reta a todo el abismo, y él se alarga por todo el camino.
Así como no se alcanza a saber ni comprender dónde comienza y dónde termina el aullido, el devenir ni la fuerza del tiempo ni el destino que aquí zumba, samaquea y vibra.


Puente de Quimiri en La Merded, Perú

4. Tajo
en la mejilla

Tampoco hay hora en que comienza ni hora en que termina un puente, que pareciera que es al principio de todo sendero.
Porque, ¿quién va a saber dónde es el comienzo y el principio de una vía, si todo se teje y entrelaza en uno y en otro sentido?
¿Ni cuando es el comienzo y el final de cruzar esta vida que se junta a las otras vidas y en torno a diversas e inabarcables orillas?
Por eso, el puente al anochecer es un héroe empinado sobre la oscuridad y la noche desolada.
Es un semidiós ante el infierno y demonio que son las aguas que pasan, rugen y discurren con violencia.
Y que, a veces, la calma suprema del puente no logra contener ni sosegar los pasos de la gente que camina.
Un puente es un tajo en la mejilla del río y de lo eterno. ¡Un hálito que se sobrepone al rugido!

5. Casi
alados

Un puente es el aliento, el resuello donde lo minúsculo le hace frente a lo cósmico y desmesurado.
Es una voz susurrada al oído en medio del estruendo del infinito que aquí jadea.
Son dos o más los maderos tendidos que se abrazan, hunden sus manos, sus hombros y sus pies para sostenerse sin desunirse.
A fin de calmar tanta crueldad y ceguera que se blande, con la amenaza temible de muerte y fugacidad en la esencia de todo lo creado.
El puente es quien desde lo alto contempla cómo llega y pasa fugazmente bajo su sombra lo eterno.
Siente, tanto el fragor de las aguas que se deslizan, como el dolor de las almas cuyos leves pasos sopesa sobre la superficie de lo efímero.
Y registra el aliento de sus bocas y el palpitar de sus corazones estremecidos, pese a que sean leves y casi alados y etéreos.
De lo que resulta que un puente es sueño suspendido sobre la esencia y la ausencia del ser que es el río.


Puente El Infiernillo, en la ruta del tren de Lima a Huancayo. Perú

6. El pálpito
y aliento

Y no hay puentes como aquellos que se atreven a hacerle una señal de la cruz a los ríos de mi tierra.
Y que en estos días ya sabemos que resisten con denuedo el embate de las aguas desbocadas e insomnes.
Y el fragor del turbión que se debate incontenible allá abajo.
Y que en verdad no pasa, sino que se queda con su gemido en el fondo de nuestros sueños, incansable de socavar golpeando la roca inmutable.
Y me refiero a los puentes de los caminos de a pie. Y no tanto a los puentes de las pistas o las carreteras.
Me refiero a los puentes encarados o hechos desde el temblor, el pálpito y el aliento primigenios.
El puente de la sangre sobre los abismos de piedra, de cascajo y lodo de que estamos hechos.

7. Descalzos
y a pie

Puentes que a estas horas estarán a oscuras, porque es de noche cuando esto te escribo, y que tú lees desvelado lector.
Que estarán soportando la eternidad que se debate abajo en el peñón de sus cimientos. Y en los precipicios de su luz titubeante. Y de su sombra; y de su aire inevitables.
Puentes que resisten que se desmorone el barro con que se recubren los muros y maderos para hacerlos menos sufridos y más valerosos.
Y para que no se deshaga el barro que nos conforma mientras dura la vida. Y resistan los cigüeñales que se extienden de piedra a piedra o de peñasco a peñasco.
Puentes que permiten que un esposo, o que un padre, o que un hijo llegue a sus casas sorteando la fragosidad del sendero.
Y la fatalidad, que se cierne bajo las plantas de los pies de todo ser humano que camina, se exorcice.
Y más, cruzando los puentes que se tienden y por los cuales pasamos a oscuras, descalzos y a pie.




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