15 DE ENERO
ÉPICA DEL MES DE ENERO
ENEREIDA
DE CÉSAR
VALLEJO
Danilo Sánchez Lihón
1. Tan
a flor
Enereida es el penúltimo
poema del libro Los heraldos negros de César Vallejo, que sintetiza una visión
legendaria del tiempo humano que entresaca lo glorioso del abismo de la
circunstancia cotidiana.
Es el tiempo que acaba y
otro que empieza tomando como eje la figura del padre del poeta.
Recordemos que César
Vallejo es el último de doce hermanos, es el “shulca”, e hijo de un padre y una
madre muy avanzados de edad. Su madre lo concibió cuando tenía 42 años y su
padre 52.
Y cuando el niño crece
su padre ya es un señor cesante y jubilado, eso sí envestido de una imagen y
figura patriarcal.
En Enereida el corte de
lo incógnito y arcano es algo tan sencillo y conmovedor como cuando expresa, al
punto de hacer llorar:
Habrá empanadas y yo tendré hambre.
Porque en el fondo, este
rasgo sencillo de la vida, en estas circunstancias, resultan ya no un grito
sino un gemido.
2. En
su fondo
¿No está aquí clarísima
esta proyección a una eternidad inmarcesible? Pero desde una cotidianeidad
ingenua, sencilla y aparentemente vulnerable.
Es esta vida tan a flor,
frente a lo abismal del tiempo, sobre el cual se formula una utopía.
¿Cuál
es ella? La siguiente:
Y cuando la mañana llena
de gracia,
desde sus senos de
tiempo,
que son dos renuncias,
dos avances de amor
que se tienden y ruegan
infinito, eterna vida,
cante, y eche a volar
Verbos plurales,
jirones de tu ser,
a la borda de sus alas
blancas
de hermana de la caridad, ¡oh, padre mío!
¿Qué más real dentro de
lo ideal? ¿Qué más asombro de esta pugna entre lo que es la circunstancia de lo
cotidiano frente a lo absoluto acosado por una flor cuál es la del amor?
3. Y es
el camino
Este poema fue escrito
el 1 enero del año 1919, estando ya muerta la madre del poeta que falleciera el
8 de agosto de 1918.
De allí que tiene como
eje al padre, don Francisco de Paula, de 78 años de edad e insumiendo en su
fondo el recuerdo atormentado de la madre muerta.
Se aferra entonces al
padre presente en ensalzamiento de la vida y en triunfo sobre la muerte. Donde
explica:
El cementerio de
Santiago, untado
en alegre año nuevo, está a la vista.
¿Cómo el cementerio va a
dar pie a la evocación del Año Nuevo? Sin embargo, lo da. Y la primera y
principal razón es que está a la vista.
Y él, la voz poética, se
encuentra mirando el sitio donde está enterrada la madre. Pero es Año Nuevo y
lo que mira desde la casa más es el camino.
Y es el camino lo que
más se relaciona al tiempo, al tiempo que pasa y al tiempo que se queda. El
tiempo viejo y al tiempo nuevo.
4. Quién
no ha jurado
Comprobamos aquí cómo el
cementerio, que es un lugar representativo de la muerte, esta vez está untado
de alegre Año Nuevo.
Es decir, de vida nueva,
superando lo que acaba y fenece. Cambiando la imagen por el tiempo que recién
se inaugura. Reemplazándola más bien con lo que nace y es tiempo que empieza y amanece.
Y está a la vista,
significando con ello que no se está idealizando, que se parte de la realidad,
de lo concreto y objetivo. Y de la vida, tal cual es.
Porque es enero, fecha
en que se inaugura un Año Nuevo y ello da lugar al tiempo renovado. Y a la
promesa en la dimensión moral de la utopía andina.
Porque, ¿quién de
nosotros no ha jurado, en un mes como este, y con sus manos alzadas, grandes
metas por cumplir y grandes victorias por alcanzar?
5. Coral,
oracional
¡Es enero anunciador de
amor! Es enero nítido, traslúcido y pleno de epifanía.
Es enero que crea vida
intacta, neta y renovada.
Es enero que se avisa
con campanas.
Donde el ciego campanero
reafirma con sus dobles, repiques y tañidos que hay días de promisión, pulcros,
impolutos e intachables.
Que hay horas que no se
borran, arrugan ni desaparecen. Que se quedan entre nosotros para siempre.
Es enero rodeado de
niños; coral, oracional, de fiesta del alma.
Es Enereida la antesala,
¡como visión de la utopía de lo que Vallejo después define y plasma en Telúrica
y magnética!
6. Desaparecen
los perfiles
Es enero mes en que, en
la serranía, y más concretamente en Santiago de chuco, caen lluvias
torrenciales que anegan los caminos, que duran días tras días, en que el cielo
y la tierra se entrelazan.
En que la tierra al
recibir la lluvia emite una fragancia de mujer poseída en una entrega sumisa, ineludible
y agradecida.
Mes en que todo
reverdece y afloran los brotes de las plantas incluso entre las ruinas y los
muros viejos.
En los panteones y entre
las cruces, entre los resquicios de las tumbas y entre las tejas de los
túmulos, en los abrojos.
En que hasta de los
nichos sobresale alguna flor extasiada, símbolo de la reafirmación de la vida.
Es enero en que todo
parece sumido en el estro de la fecundidad, entrañable, secreta y profunda. En
que desaparecen los perfiles de las cosas, de los cerros y las casas, en que
todo se une y enlaza.
7. Puerta
que se abre
Es enero, cuando estallan de flores las mostazas, las malvas y retamas. Y
prodigan sus colores al borde de las acequias sunchos, geranios y pachas rosas.
Y las malvas y hortensias
que colman las cercas y laderas de colores, fragancias y frescores.
Es enero en la persona
del padre que se alista para un viaje decisivo, crucial y perínclito, a sus 78
años, cual es enfrentar el misterio, tender el puente hacia lo recóndito y eterno.
Por eso es que está
raro. Por eso es que está desconocido y frágil.
…mi padre es una víspera.
Es enero en la creación
de vida y en el eje de la más contundente expectativa.
Y es la Enereida que se
inspira en el padre, porque él es la puerta que otra vez se abre hacia esa dimensión
afín a la eternidad que es la muerte. Y con ella otra vez una dimensión suprema
de la esperanza.
Fotos 1, 3, 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón
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