13 DE MARZO
MI PUEBLO LUCHANDO POR EL AGUA
Y,
¡ERAN
DIAMANTES!
Danilo Sánchez Lihón
Viajando por Quiruvilca: mina y laguna juntas
1.Mirando
las montañas
–
¡Somos un país de piedras! –Escuché decir con desánimo, desilusión y pesimismo
a un pasajero y ocasional compañero de viaje cuando recorríamos el trayecto de
Quiruvilca a Trujillo.
Fue en
uno de los primeros viajes que emprendí de niño en las góndolas que se
samaqueaban en el encalaminado de la carretera, hecho de montículos de piedra y
tierra endurecida por las llantas de los vehículos.
Era
cierto. Mirando por la ventana todo el contorno, el paisaje y las montañas, los
cerros abruptos y áridos, hechos de rocas, lo que más había y abundaba a la
vera del camino eran piedras esparcidas, regadas en los campos desiertos, áridos
y yertos.
Era
cierto lo que decía aquella persona de manera amarga. Y el tono con que
pronunció esas palabras era de decepción, de desencanto y desagrado que no
dejaron de inquietarme.
2. ¿Cargar
con más peso?
Ahora,
cada vez que recuerdo ese hecho recuerdo también, para mí mismo, esta historia:
Hace mucho tiempo un grupo de hombres caminaban agobiados por el cansancio, el
hambre y la sed.
Mil
penurias habían afrontado en esa jornada. Avanzaban ahora por un camino abrupto
y pedregoso. Y tanto invocaron a Dios que este le envió a un ángel de faz
resplandeciente cuya única recomendación fue:
–
Junten en sus alforjas todas las piedras del camino que puedan recoger.
A la
mayoría de peregrinos de la caravana esta recomendación le supo a burla, a mofa
y hasta a escarnio y castigo. Con tanto agobio, penuria y heridas en los pies,
¿cargar ahora con más peso en los hombros? ¿Qué nueva condena y punición era
esta?
3. Sosegar
su sed
¿Juntar
piedras y llevarlas consigo? ¡Cuando lo que querían era hasta despojarse de sus
propios vestidos!
¡Y
hasta dejar sus cuerpos rendidos en algún recodo!
Cuerpos
que traían a rastras y que en esos momentos era lo que más los atormentaba.
Pero
hubo algunos que sí recogieron algunas piedras, más por inercia y cansancio.
Aunque cogieron
las más pequeñas, pronto fueron arrojando despectivos y molestos por el camino.
No se
avizoraba en las horas que venían caminando poblado dónde pudieran sosegar su
sed, su hambre y su cansancio.
Y a fin
de proveerse de algunos alimentos.
4. Luz
fulgurante
Los
pocos que habían juntado piedras las terminaron de arrojar definitivamente.
Solo
uno persistió, fue constante y guardó dos de aquellos cacharros hasta el final.
Llegados
que fueron hasta un lugar donde por fin pudieron sentirse salvos y descansar, dejaron
que todos sus músculos y nervios se relajaran.
Y
fueron sacando los objetos que tenían en sus bolsos, alforjas y bolsillos.
Al
poner sobre la mesa las dos piedras, aquel que había perseverado descubrió ¡que
las piedras recogidas relumbraban con luz fulgurante.
– ¡Son
diamantes! –Gritó.
5. Debajo
de esas piedras
–
¡Diamantes!
Era
justo lo que había sido la razón y el motivo por el cual habían emprendido su
aventura de aquello que se convirtió en una dura jornada.
Y era
lo que el ángel quiso recordarles
Recurro
a esta leyenda para referirme a un hecho sorprendente, cuál es que ahora se
descubre que debajo de esas piedras, y lo que contienen esos cerros, es oro
legítimo de los más altos kilates.
Todo es
oro.
Y
aquellas alturas aparentemente inservibles e infértiles, copadas de piedras,
son oro puro. Y justo en ese trayecto.
Y ha
empezado la voracidad de las empresas mineras, unas formales y otras
informales, por explotarlas.
6. ¿A qué dar
valor?
Pero,
hay otro hecho inusitado. Que se descubre que debajo de esas piedras y encima
del oro que está escondido nace el agua.
Agua
que alimenta a las cuencas que dan el sustento para apagar la sed y preparar
las comidas.
Para
asearse y dar de beber el ganado que crían las poblaciones que se extienden
hacia abajo.
Que es
agua para la siembra y para el regadío de los terrenos que se cultivan laderas
abajo.
Agua
que alimenta a los manantiales desde los cuales las personas extraen agua para todas
las labores de la vida cotidiana.
Entonces
la pregunta, niños, es: ¿por cuál de estos bienes optar? ¿A qué dar valor?
Capulí en Quiruvilca. Parte de la delegación de Taiwán
7. El agua
siempre
– Hay
que dar valor a la vida, profesor, representada por el agua. Porque el agua se
toma y alimenta. Con el oro no podemos nutrirnos.
–
Además, profesor, podemos vivir sin oro. Pero no podemos vivir sin agua.
– Algo
más tiene que decir el niño César Vallejo que está levantando la mano?
– Que
en la leyenda que nos ha contado los caminantes lo que también les importó fue defender
la vida.
– ¡Ah!,
¡claro!
– No
importa que sea oro o diamantes lo que se tenga en la alforja o en los bolsillos.
¡Lo que hay que defender es la vida!
– Muy
bien, niños, esa es la conclusión de esta historia. Entonces defendamos el agua
siempre.
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