domingo, 29 de marzo de 2020

29 de marzo. De tierra, de cielo y de fuego. / Mujan, balen, píen, aleteen.


29 DE MARZO
DE TIERRA, DE CIELO Y DE FUEGO

MUJAN, BALEN,
PÍEN,
ALETEEN

 Danilo Sánchez Lihón 



1. Gimen
de hambre

– ¡No llores mamita! –Le ruega Iris a su oveja desde el otro lado del muro del corral de la usurera.
En su casa ya no han tenido qué comer. Y ella misma ha llevado a su preferida a empeñarla para no dejar morir a su familia.
Hace tres días ella misma la empujó para que entrara a la cerca de la vieja. El hecho es que ella se niega a darles de comer a los animales dejados en depósito.
La mujer presta dinero y cobra intereses para que las personas recuperen sus prendas puestas en empeño.
Como la gente ya no tiene qué objeto dejar ni cómo pagar sus deudas anteriores empieza a llevar a sus animales: ovejas, chivillos, gallinas, pavos que lloran desconsolados porque allí nadie les da de comer.





2. ¿Qué se han
creído?

Hay en su redil varias vacas con sus becerros.
Los animales gimen de hambre implorando al cielo, quien al menos descarga una tempestad que llena los pozos desde donde sorben un poco de agua.
Los hombres se arrodillan en su puerta suplicándole a la señora:
– Dele siquiera un puñadito de cebada de sus costales a mis chivillos, ¡por amor de Dios!
Pero ella les regaña:
– ¿Qué yo le dé de comer a sus animales? ¿Qué se han creído? ¿Encima que les presto dinero debo darles comida a sus animales? ¿Eso quieren decirme? ¡Qué sin vergüenzas habían sido!




3. Mujan, balen,
píen, aleteen

Y desde su corral se alza un lloriqueo desgarrador de los animales. Y mientras está despierta a cada hora entra a su corral armada de un palo y los golpea, dando alaridos:
– ¡Mujan, balen, píen, aleteen!, para que sus dueños les rescaten pronto, pagándome la plata que me deben.
– ¡Señorita, por piedad, dele alguito!
– ¿Yo darle de comer? ¡Nunca! ¡Si sus crías les dan lástima, vayan a traer lo prestado y paguen su deuda!
– Y, ¿si conseguimos comidita?
– ¡No! ¡Yo no voy a estar dándome el trabajo de darles de comer! ¿Me van a poner, acaso, de sirvienta de sus animales?




4. Resiste,
corazón

Desde lejos los campesinos vienen hasta la pared. Y hablan musitando para adentro, dándoles palabras de aliento a sus criaturitas:
– ¡Ya mi linda! No llores pues más, mamita, preciosa. ¡Todo va a mejorar! Ya verás. Yo haré lo que sea por ti.
– ¡Meeee! ¡Muuu!
– Yo mismo me venderé, con tal de sacarte. Para mañana ya estarás libre, mi flor. ¡Pero no te mueras, corazón mío! ¡Resiste, perla preciosa! Yo te prometo llevarte mañana conmigo a casa. Pero no llores así, mamita.
Y a ratos gimen juntos: oveja y hombre, vaquita y hombre, chivillo y hombre; frente con frente rogándose, pero separados por los adobes dolientes del muro, pero ambos rogándole.




5. Aquí
se quedan

– ¡Meeee! ¡Muuu!
De ese modo se apaciguan un poco los animales. O mueren resignados al otro lado de la pared, sollozando en silencio.
Ellos sí entienden el dolor de la gente.
A ratos se calman completamente, para no hacer sufrir más a sus amos. Es en esa demora que los animales se van muriendo.
Y mueren encogidos, no estirados como los soberbios que hasta para el morir se estiran.
Allí ya no sufren por su hambre ni por el hambre de sus dueños, sino por las penas de los seres humanos que aquí se quedan.




6. Llegan
corriendo

Después que se han muerto hombres y mujeres deambulan por la ciudad rogando que les den trabajo. En tal caso, al dolor inmenso se mezcla el consuelo infinito porque el animal ya no sufre.
Es un gozo y extravío con el cual podemos hacer cualquier cosa incluso en relación con las estrellas.
Eso sí, si ha muerto el animal no hay lugar a reclamo, porque el papel firmado dice incluso que se tiene que pagar más por el gasto de arrastrar el cuerpo hasta una zanja donde lo coman los gallinazos y cuervos.
Pero antes de que eso ocurra la gente se humilla en los pueblos y en los caminos haciendo cualquier labor y diligencia con tal de rescatarlos.
Entonces llegan corriendo y acezantes con el dinero, y gritando:




7. ¿Qué
hacer?

– ¡Ya logré rescatarte, mamita! ¡Ya tengo el dinero, papacito! ¡Aquí estoy viniendo! –Aunque con frecuencia esto hacemos no lo sabemos si llegamos vivos o ya como almas.
La vieja sale y cuenta la plata a la orilla del río porque hay ahí una piedra en donde hace sonar las monedas para ver si son falsas.
Si hay alguna falsificada, la arroja a las aguas. Y sus dueños por más que se hundan a sacarlas y se arrodillen ante ella no consiguen conmoverla.
Encima de los billetes pone una piedra para que no los rasgue el viento.
Pero Iris no ha podido rescatar a su ovejita. ¿Qué hacer entonces?





De tierra, de cielo y de fuego
Foto: Jaime Sánchez Lihón


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