29 DE MARZO
DE TIERRA, DE CIELO Y DE FUEGO
MUJAN, BALEN,
PÍEN,
ALETEEN
1. Gimen
de hambre
– ¡No llores mamita!
–Le ruega Iris a su oveja desde el otro lado del muro del corral de la usurera.
En su casa ya no
han tenido qué comer. Y ella misma ha llevado a su preferida a empeñarla para
no dejar morir a su familia.
Hace tres días ella
misma la empujó para que entrara a la cerca de la vieja. El hecho es que ella
se niega a darles de comer a los animales dejados en depósito.
La mujer presta
dinero y cobra intereses para que las personas recuperen sus prendas puestas en
empeño.
Como la gente ya no
tiene qué objeto dejar ni cómo pagar sus deudas anteriores empieza a llevar a
sus animales: ovejas, chivillos, gallinas, pavos que lloran desconsolados
porque allí nadie les da de comer.
2. ¿Qué se han
creído?
Hay en su redil
varias vacas con sus becerros.
Los animales gimen
de hambre implorando al cielo, quien al menos descarga una tempestad que llena
los pozos desde donde sorben un poco de agua.
Los hombres se
arrodillan en su puerta suplicándole a la señora:
– Dele siquiera un
puñadito de cebada de sus costales a mis chivillos, ¡por amor de Dios!
Pero ella les
regaña:
– ¿Qué yo le dé de
comer a sus animales? ¿Qué se han creído? ¿Encima que les presto dinero debo
darles comida a sus animales? ¿Eso quieren decirme? ¡Qué sin vergüenzas habían
sido!
3. Mujan, balen,
píen, aleteen
Y desde su corral
se alza un lloriqueo desgarrador de los animales. Y mientras está despierta a
cada hora entra a su corral armada de un palo y los golpea, dando alaridos:
– ¡Mujan, balen,
píen, aleteen!, para que sus dueños les rescaten pronto, pagándome la plata que
me deben.
– ¡Señorita, por
piedad, dele alguito!
– ¿Yo darle de
comer? ¡Nunca! ¡Si sus crías les dan lástima, vayan a traer lo prestado y
paguen su deuda!
– Y, ¿si
conseguimos comidita?
– ¡No! ¡Yo no voy a
estar dándome el trabajo de darles de comer! ¿Me van a poner, acaso, de
sirvienta de sus animales?
4. Resiste,
corazón
Desde lejos los
campesinos vienen hasta la pared. Y hablan musitando para adentro, dándoles
palabras de aliento a sus criaturitas:
– ¡Ya mi linda! No
llores pues más, mamita, preciosa. ¡Todo va a mejorar! Ya verás. Yo haré lo que
sea por ti.
– ¡Meeee! ¡Muuu!
– Yo mismo me
venderé, con tal de sacarte. Para mañana ya estarás libre, mi flor. ¡Pero no te
mueras, corazón mío! ¡Resiste, perla preciosa! Yo te prometo llevarte mañana
conmigo a casa. Pero no llores así, mamita.
Y a ratos gimen
juntos: oveja y hombre, vaquita y hombre, chivillo y hombre; frente con frente
rogándose, pero separados por los adobes dolientes del muro, pero ambos
rogándole.
5. Aquí
se quedan
– ¡Meeee! ¡Muuu!
De ese modo se
apaciguan un poco los animales. O mueren resignados al otro lado de la pared,
sollozando en silencio.
Ellos sí entienden
el dolor de la gente.
A ratos se calman
completamente, para no hacer sufrir más a sus amos. Es en esa demora que los
animales se van muriendo.
Y mueren encogidos,
no estirados como los soberbios que hasta para el morir se estiran.
Allí ya no sufren
por su hambre ni por el hambre de sus dueños, sino por las penas de los seres
humanos que aquí se quedan.
6. Llegan
corriendo
Después que se han
muerto hombres y mujeres deambulan por la ciudad rogando que les den trabajo.
En tal caso, al dolor inmenso se mezcla el consuelo infinito porque el animal
ya no sufre.
Es un gozo y
extravío con el cual podemos hacer cualquier cosa incluso en relación con las
estrellas.
Eso sí, si ha
muerto el animal no hay lugar a reclamo, porque el papel firmado dice incluso
que se tiene que pagar más por el gasto de arrastrar el cuerpo hasta una zanja
donde lo coman los gallinazos y cuervos.
Pero antes de que
eso ocurra la gente se humilla en los pueblos y en los caminos haciendo
cualquier labor y diligencia con tal de rescatarlos.
Entonces llegan
corriendo y acezantes con el dinero, y gritando:
7. ¿Qué
hacer?
– ¡Ya logré
rescatarte, mamita! ¡Ya tengo el dinero, papacito! ¡Aquí estoy viniendo!
–Aunque con frecuencia esto hacemos no lo sabemos si llegamos vivos o ya como
almas.
La vieja sale y
cuenta la plata a la orilla del río porque hay ahí una piedra en donde hace
sonar las monedas para ver si son falsas.
Si hay alguna
falsificada, la arroja a las aguas. Y sus dueños por más que se hundan a
sacarlas y se arrodillen ante ella no consiguen conmoverla.
Encima de los
billetes pone una piedra para que no los rasgue el viento.
Pero Iris no ha
podido rescatar a su ovejita. ¿Qué hacer entonces?
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