30 DE MARZO
DÍA DE LOS TRABAJADORES DEL
HOGAR
LOS
PLATOS
DE LOZA
Danilo Sánchez Lihón
Sentados a los extremos, yo y Juvenal.
Al centro mis primos: Roger y Víctor.
1. Ese
mismo día
Mi madre era la niña más linda y comedida
del pueblo. Su rostro incluso cuando yo era niño lo veía como el de la virgen
María, pero su corazón es más todavía parecido al de una santa, mucho más
cuando sonríe con ademán tímido y compasivo. Conmueve su delgadez, aunque de
joven había sido sonrosada y rolliza porque procedía de un hogar donde todo lo
había tenido, hija del señor más rico de toda la comarca.
Pero se enamoró de mi padre que provenía de
un hogar modesto, aunque digno y lleno de virtudes; que él acentúa más con su
carácter noble y apacible, amante de las causas justas y honestas con su
convicción a favor de lo humilde; tanto que, en su libreta militar que yo
guardo, en el rubro ocupación hizo anotar: campesino.
Cuando mi padre investido de coraje fue a
pedir la mano de quien sería mi mamá, mi abuelo tuvo que llenarse de paciencia
para no arrojarlo después de titubear al responder a la pregunta de cuáles eran
sus ingresos económicos como profesor de educación primaria. Y las hermanas de
mi mamá se rieron en su cara cuando salía de la casona que tenían. Pero mi
madre ese mismo día renunció a todo lo que tenía, y salió de su casa dejando
todas sus riquezas para seguirlo a él por los caminos de este mundo.
Elvira Lihón, mi madre
2. Hundiendo
sus labios
Cuando lo hizo, renunciando a todo, solo le
permitieron sacar cuatro cosas que reconocían que eran regalos personales que
le habían hecho a ella: un baulito en donde guardaba anillos y collares que
poniéndolos en su falda al lado de nosotros ya sus hijos, vuelve a probarse en
sus dedos ahora delgados en donde bailan los aros que ella mueve con ojos
enternecidos.
Le permitieron sacar unos guantes de gamuza
de color azul Danubio hecho de una maravilla de pequeñas piezas y costuras, y
que caben justo en nuestras manos pequeñas cuando nos lo enseña, y ella misma
nos lo calza, y que aprovechamos, como un gozo supremo, para palmearnos y
frotarnos la cara con ellos, como si lo hiciéramos con la pelusa de un animal
divino.
Recogió una chalina o bufanda de zorro por cuya boca de dientes blandos y lábiles introducimos la mano. Y que mi madre
suele volver a probarse envolviéndola en su cuello, poniéndose de pie y dando
unas vueltas por el cuarto para terminar hundiendo sus labios en su terso
pelaje ya con sus ojos lagrimeantes.
Y el cuarto tesoro que trajo fue un juego
de platos de Loza de Bavaria traídos especialmente para ella desde el Puerto de
Hamburgo, e ingresados por el Puerto de Salaverry en Trujillo, y que fue un regalo
hecho por mi abuelo a quien no conocí porque murió por aquel tiempo en que
ocurrieran los hechos que narro afligido.
Mi abuelo Benigno, padre de mi mamá
3. Y esto
compensa
Ahora que ya somos una familia compuesta
por papá, mamá, Juvenal, yo, Rosita y Jaime, quien recién va a cumplir un
añito, (después vendrían seis hermanos más) comemos en esos platos de loza fina
y de relumbre antiguo. Y que son unos “hondos” para la sopa y otros “tendidos”,
para el guiso o segundo, que mamá lo sirve sabroso y humeante, salido siempre
de sus manos. Es un orgullo tener esos platos porque son consistentes y muy
primorosos, que le dan un brillo y una distinción especial a nuestra casa
pobre.
Tanto es así que hemos tomado la mala
costumbre de reunión a la cual vamos inmediatamente y en silencio nos fijamos
en los platos en que se sirven los potajes y que evidentemente no tienen el
estampado profundo de verde jade que tienen los nuestros. Y, ciertamente, no
hay familia del contorno ni distante que los tengan.
Y esto yo lo sé a ciencia cierta por ese
defecto que tengo de que a toda casa adónde voy miro la vajilla en que se sirve
la comida, y nunca se igualan a los platos de loza de mamá; lo que, para
nosotros, nos da, ingenua y secretamente cierta categoría y distinción que
compensa la austeridad, las privaciones y hasta la escasez con que vivimos.
4. Al
final
Pero mi hermano Juvenal y yo tenemos la
tarea, que cumplimos a cabalidad y responsablemente después de la merienda de
cada día, de acomodar la cocina y lavar los platos y acomodar la cocina. Para
lo cual tenemos nuestros respectivos mandiles, mientras papá y mamá se apuran
en terminar con la confección de alguna prenda de vestir.
Nuestra cocina queda al borde del patio de
la casa de mi abuela Sofía en la parte alta del corredor empedrado con chungos
de río. Como es un espacio pequeño a la hora de comer sacamos la mesa hacia
afuera para que entren las sillas que quedan pegadas a la pared. Y terminada la
jornada la arrimamos para tener mayor espacio.
Cada uno de nosotros nos alternamos uno
lavando los platos y el otro echando el agua con una jarra que cae a un balde,
operación en donde hay que tener un gran entendimiento al punto que se tiene
que adivinar la acción del otro, y saber cuándo echar más o menos agua. Y
siempre con el cuidado de no golpear los platos de loza de mamá, ni siquiera
levemente. Y al final de los finales hay que barrer el piso y no dejar nada
fuera de su sitio.
Sentados: Papá, tía Carmen y abuela Sofía.
De pie, Juvenal y yo.
5. Quizá
en nuestro afán
Lo último que nos falta hacer hoy es coger
la lámpara, cerrar la puerta, entrar a la sala y subir el escalón, para estar
en el cuarto de arriba, junto a papá y mamá.
Pero antes tenemos que alzar la mesa y
arrimarla a la pared. Juvenal de un lado
y yo del otro.
Cuando ya la tenemos alzada y en alto vemos
con espanto que no hemos puesto los platos en la alacena, sino que están
haciendo una torre encima de la mesa.
En nuestro afán por evitar la tragedia
hemos bamboleado la mesa y toda la vajilla ha caído al empedrado con un
horrendo estrépito.
Esto ha ido acompañado de un alarido simultáneo
mío y de Juvenal que mamá y papá han oído desde el segundo piso y se han
lanzado por el escalón atropelladamente. El ver la escena mamá ha gritado:
– ¡Mis platos!
Con el estupor de verlos todos caídos y rotos
en el piso.
Mi abuela Rosa, madre de mi mamá
6. Ningún
reproche
Nosotros con los cuerpos petrificados y con
la mesa aún en alto la vemos de rodillas delante de los pedazos esparcidos.
Y así arrodillada va sacando pedazo tras
pedazo roto. Ninguno se ha salvado. Todos se han quebrado por el centro en dos,
tres, o más fragmentos.
Nosotros aún con nuestros mandiles puestos empezamos
a llorar. Papá al ver la escena con palabras calmadas dice:
– Ha sido un accidente. Cuidado de cortarse
con los bordes de los pedazos rotos. ¡Elvi, deja que yo los junte!
Ha traído una caja donde todos los pedazos
han quedado recogidos. Mamá ha estado sentada todavía largo rato en el suelo y
nosotros cogidos de su mano, llorando con ella.
No ha habido ningún resondro ni reproche.
Al contrario, mamá nos ha juntado a su lado y abrazado a su pecho, diciéndonos:
– No se asusten hijitos, ha sido un
accidente. –Repitiendo las mismas palabras que ha dicho papá. Y agregando: –
¡Solo son unos platos!
La casa de infancia
7. La suavidad
de la vida
Eso sí, la cocina nunca me parece más
triste y oscura que nunca, las paredes más grises, la madera de la mesa más
opaca y la luz más tenue y mortecina. Los ojos enrojecidos de mamá al cubrirnos
con las frazadas para dormir esta noche me dicen cuánto de irreparable hay en
la vida. ¡Y cómo los tiempos se van y nunca vuelven ni regresan!
No he tenido hasta ese día la experiencia
de que se me muriera un ser querido, ni siquiera un perro o un gato, pero esta
vez ha sido igual o mucho peor como si hiciéramos que en el fondo del alma y el
corazón de mamá algo muriera.
Hoy en el almuerzo hemos tenido que
ayudarla a conseguir cualquier cosa que se pareciera a un plato, como mates de
calabaza que son disparejos y no asientan bien sobre la mesa. Y que se bambolean,
porque debajo tienen un muñón retorcido al centro debido a que fueron el fruto
de una enredadera, por dónde la calabaza se sostenía a la rama como si fuera su
ombligo, con cáscara bruna y pulida por fuera y por dentro con la suavidad de
la vida que allí ha florecido.
8. Decidida
y trascendente
Pasó mucho tiempo en que no pudimos comprar
nuevos platos porque el sueldo de maestro de papá da para lo exacto que
requerimos.
Con todo este avatar de los platos, se
terminaron los recuerdos dorados de la época de infancia de mamá. Y tuvimos que
afrontar la vida con otros aires y de otro modo.
Mi madre dejó de conservar su baulito con
incrustaciones de oro y nácar que anduvo largo tiempo entre nuestros juegos. Y
su bufanda de zorro andaba atada a nuestros cuellos.
Y hasta colgadas del cuerpo de algunas
muñecas de mis hermanas. Y sus guantes de gamuza ruedan por uno y otro cajón de
la casa.
Igual que rodaron los platos de loza y
nuestras lágrimas para afrontar la vida de otra manera, creo que más valerosa,
decidida y trascendente.
Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente
dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com
Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
*****
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:
*****
Teléfonos:
393-5196 / 99773-9575
Si no desea seguir recibiendo estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario