Infancia y tierra natal casi siempre son ámbitos que se dan intensamente unidos, a tal punto que en mi caso ni siquiera sé distinguir lo uno de lo otro.
Pero, eso sí, siento que constituyen ejes
fundamentales, o una sola piedra talar. Una piedra con hoyo como es el título
de esta evocación. En mi caso es recordar mi casa en Santiago de Chuco donde
nací, me crie, crecí y al cual regreso siempre, despierto o dormido.
Y respecto a lo cual, humildemente confesaré,
que ruego en mis horas de congoja, tener tiempo y fuerzas suficientes para
escribir de aquello que vi, oí, palpé, olí y supe, y que anhelo que no se pierda ni se muera al menos para mí.
Pero más escudriñar en aquello que no sé,
que es un misterio y se quedó temblando en al aire. Aunque sé que probablemente
no son hechos y presencias que no son significativas ni valiosas para los
demás.
2. En mi evocación
prodigios
Así, yo atesoro en mis recuerdos los
trastos, minucias y bagatelas de mi casa de infancia que muchos años estuvo
cerrada.
Enseres ya devorados y hundidos por el
tráfago de los años.
Chucherías, nonadas, cachivaches; pero para
mí: quimeras, milagros y talismanes en mi nostalgia.
Que fueron tocados en mi niñez y que
debieron ser sortilegios para haberse quedado vivos, durante tantos años en el
fondo de mi alma atribulada.
Aunque útiles para la realidad, si se los
mira bien: ¡zarandajas, fruslerías, niñadas! ¡Pero en mi evocación prodigios!
En realidad, ¡qué valen!, y menos para ti
lector caritativo.
3. Rastrojos
o cañas
Así:
El soplador del fogón: un tubo de metal con
un huequito al final, por donde a veces, después de un soplido –y al aspirar
aire para seguir avivando el fuego– sorbía yo las cenizas que se atoraban en mi
garganta ¡y tenía que probar el dulzor del árbol o la madera ya quemada y hecha
carbón!
O la plancha de fierro que calentábamos,
asentándola sobre una parrilla. Y que puesta en la ventana nos espolvoreaba en
la cara sus chispas de luz.
La escalera de callapos amarrados con
soguillas, de donde lanzábamos al viento aviones de papel, una pestaña amarrada
a un cabello, anhelando que se cumpla un deseo, o burbujas hechas con espuma de
jabón y sopladas con rastrojos o cañas de trigo.
4. Algún
clavo
El frasco de goma arábiga con la cual nos
apelmazaban el cabello, y su olor a playas y mares encantados.
El peine desvelado en la repisa, cuyos
dientes saben más que nadie de los sueños y utopías que alentaba nuestra pobre
fantasía.
El cedazo de la abuela para cernir
alverjas. O la máquina de moler café, una tabla con su tolva de lata y
manivela.
Grata y afable, porque venía a la hora en
que mi madre ofrecía lonche, y mi padre nos encargaba traer alfajores y
bizcochuelos.
¡El diablo de zapatero que le pedíamos
prestado al tío Leoncio!, para chancar algún clavo que nos salía por dentro de
la suela del zapato.
5. Las tres
piedras
La armella de la puerta, que donde esté
debe estar fría; aunque con un temblor oculto tras el metal indolente, donde
tiene que estar impreso el temblor de mis venas y la adoración de las yemas de
mis dedos.
También la barreta grande y la otra
pequeña. Las palomitas de cobre para sujetar las puertas, para que no las
golpee el viento.
La piedra con hoyo donde tomaban agua y se
sacudían las alas los pajaritos de la tarde.
El tumi de la tía Miguelina que nos
prestaba para hacerle tajos a los panes, antes que Iluden y entren al horno.
El perol para freír ñuñas y cachangas.
¡Las tres piedras para hacer el fogón!
6.
Hasta hoy
me
hieren
¿Qué? ¿Si allí yo amé? ¡Infinitamente! Amé
hasta caer vencido de adoración. Y es que las niñas más bellas del mundo son
las de mi pueblo.
Y creo que cada hombre de la tierra donde
nació tiene el derecho a decir lo mismo.
De niño y adolescente yo era intrépido en
todo, pero en al amor soy un ser más bien estupefacto, pasmado y lleno de
asombro; ante el cual pierdo la noción de estar en esta realidad.
Por eso, nunca estrujé nada. Todo fue
mirar, o mirarnos. De allí que me duelan tanto las miradas.
Y ellas me parezcan tan hondas e
indestructibles. Y más la mirada de aquellos ojos negros que aún hasta hoy me hieren.
7. Seres
que adoramos
Quizá por eso sean las espadas que llevo
clavadas en el alma. Quizá por eso sea este arraigo.
Quizá por eso sea que el amor es para mí
una flor intachable.
Las imágenes que de esa niña llevo, si la
muerte lo destruye todo, no lo alcanzará a destruir jamás, porque es sagrada.
Y siempre me he preguntado adónde van esos
amores mudos que se elevan con aleteos fugitivos, sin encuentros ni palabras
cotidianas.
Y sé que la colina más enhiesta y hermosa
del universo es donde están enterrados pero palpitantes.
Y en la cual se nos permitirá arrodillarnos
antes de morir, a quienes tenemos allí seres que adoramos; si no es allí el
lugar adonde vamos.
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