miércoles, 19 de mayo de 2021

19 de mayo. Día Mundial del Comercio Justo. / La moneda de veinte centavos.


19 DE MAYO
DÍA MUNDIAL DEL COMERCIO JUSTO

LA MONEDA
DE VEINTE
CENTAVOS

Danilo Sánchez Lihón



Mi padre con sus alumnos



La enorme cantidad de dinero
que cuesta el ser pobre.
César Vallejo

1. Verduras
frescas

 

– Dani, para la comida de la tarde necesito tomates, limones, zanahorias y cebollas para acompañar al estofado. –Le ruega mi madre a mi papá.

– Corre hijo. Anda compra. De una vez traes un kilo de cada producto: Tomates, limones, zanahorias y cebollas.

Y me entrega un billete de cinco soles, de los antiguos y la canasta más fuerte. Los limones cuestan a 40 centavos el kilo. Los tomates a 80, las zanahorias a 60. Y las cebollas a 80. El total ha de ser dos soles sesenta.

– Sabemos los precios. Pero, de todos modos, antes de comprar siempre, hijo, se averigua: ¿Cuánto cuesta el kilo de limón señor? O, ¿señora? Se pregunta.  Y siempre con mucho respeto y cortesía. ¡Anda, corriendo!

– ¿Y dónde compro, mamá?

– Anda mejor hasta abajo, a la tienda de don Santos Reyes. Ahí las verduras son frescas y de buena calidad.

La tienda de don Santos Reyes queda en la parte baja del pueblo, en el barrio de San José de casonas antiguas, levantadas una o dos gradas para un lado de la calle y hundidas una o dos gradas para el otro lado.

 


El autor de este relato, al centro


2. El sol

en los trigales

 

En cambio, nosotros vivimos en la parte alta del pueblo, sobre la lava de un volcán en las faldas del cerro Quillahirca, en Santiago de Chuco.

Para ir a la tienda de don Santos Reyes hay que bajar cinco cuadras desde mi casa hasta la Plaza de Armas, caminar esta por el costado de la iglesia y luego dos cuadras más en dirección de la calle principal que lleva al cementerio.

La tienda es fresca, olorosa a albahaca y a granos de las cosechas: olor a chungares, ajos pelados y ruda de los campos fragantes. Tiene olor a choclos recién abiertos, y a condimentos como el azafrán.

Mientras espero que me despachen siempre me atrae ver el balanceo de la báscula de la balanza cuando le echan o le quitan una porción del producto que están pesando.

Cuando llega mi turno saludo como me han enseñado y pregunto el precio de cada encargo que voy a comprar. Y el mismo señor Santos Reyes me da el vuelto que guardo en mi bolsillo.

Y ahora emprendo feliz y contento rumbo a la casa por las calles desiertas, porque ya es casi hora del almuerzo y todos ya están sentados a la mesa, y hasta están ya comiendo.

Yo avanzo, agitando mi canasta, mirando en cada bocacalle el sol en los trigales de las chacras de las colinas cercanas, y en los distintos tonos de verdes y azules que se miran en lontananza.

 


Calle desierta


3. Una moneda

de más

 

Ya están todos sentados a la mesa. ¡Qué felicidad participar todos juntos del almuerzo!

– ¡Qué ricas verduras te han despachado, hijo! ¡Miren los tomates qué rojos, los limones olorosos y grandes, las cebollas frescas! ¡Y miel las zanahorias!

 Y aquí está el vuelto.

– Pero, ¿cómo fue la cuenta hijo? A ver, ¿cómo están los precios? Suma en la pizarra.

–Los precios estaban idénticos, papá: los limones a 40 céntimos, el tomate a 80, las zanahorias a 60, y las cebollas a 80.

– Suma todo 2.60. Y el vuelto es entonces 2.40. Pero aquí hay una moneda de más. ¿Has tenido una moneda en el bolsillo, hijo?

– No papá. Ninguna.

– Entonces, a ver vuelve a recordar los precios: ¡Y borra y vuelve a hacer la operación en la pizarra! ¿De vuelto cuánto sale?

– La suma de todo lo que cuesta lo comprado es dos soles sesenta. Y el vuelto es 2.40.

 


Parte lateral de la Plaza de Armas


4. Los platos

humeantes

 

– Y aquí hay dos soles sesenta.

– ¿Qué ha pasado?

– Hay veinte céntimos de más, papá.

– Vamos a hacer la operación de nuevo en la pizarra. Recuerda bien los precios. De repente alguno ha subido.

– ¿Seguro que no has tenido veinte centavos en el bolsillo?

– Seguro papá. No he tenido nada.

– Entonces levántate y anda a devolver esta moneda. Le explicas a la persona que te ha despachado que se ha equivocado. Que hay una moneda de más

– Pero ya estoy sirviendo el almuerzo. –Aduce mi mamá. Y viendo que todos ya estamos sentados en nuestros respectivos asientos. Y ya delante de algunos platos humeantes del rico caldo de cordero que ya ella ha ido alcanzando.

– Vamos a detener el almuerzo. Todos vamos a esperar que vuelva Fredy.

– ¿No sería bueno que vaya después? Ya los platos están servidos. –Aboga, tímidamente, mamá.

 

Calle César Vallejo donde está situada mi casa


5. Malvas

y mostazas

 

– No. Vas en este momento. –Dice dirigiéndose a mí–. Y todos vamos a esperar sin comer hasta que Fredy vuelva. –Dice dirigiéndose a todos

– Pero de repente ha cerrado ya su puerta, papá.

– Entonces tocas la puerta. O esperas allí hasta que abra. Pero no vamos a comer hasta que devuelvas esa moneda. Devuelvan los platos servidos y vamos a esperar hasta que regrese.

¿Suspender el almuerzo que se lo ve apetitoso? Y yo, volver a desandar las calles, todas desiertas con el sol alumbrando inclemente, es duro y cruel. ¿Y solo por una moneda de veinte centavos?

Encima de las curahuas las clavelinas, malvas y mostazas mecen suavemente sus flores con la brisa.

Con el sol de la una de la tarde ya reverberan algunas puertas que se han ladeado, que están cerradas, que nunca se abren porque sus dueños se han ido, y de donde cuelgan candados ya enmohecidos y las jambas de uno y otro flanco ya decaen desvencijadas.

Puertas con la franja negra de luto por algún pariente muerto y ya blanqueada la tela negra por el sol implacable y deshilachada por el tiempo.

 


Es la hora del almuerzo


6. Limones

dulces

 

Felizmente la tienda aún está abierta, de lo contrario hubiera tenido que tocar, o esperar hasta que abra. Para llegar otra vez hasta aquí he tenido que recorrer un trayecto de ocho cuadras.

Felizmente también está el mismo señor que me atendiera, quien es don Santos Reyes. Al verme sonríe como si supiera la razón por la cual he vuelto:

– Mi papá me manda devolver esta moneda que me ha dado demás en el vuelto. –Le digo.

Pero él me explica que me había rebajado una peseta en las cebollas por estar pequeñas, y no tan frescas. Pero yo le ruego que reciba la moneda, porque si no de repente me hace regresar de nuevo mi papá, don Pascual Danilo.

Esta vez sí se ríe de buena gana. Me dice que él mismo le ha de explicar a mi papá, cuando lo vea. Me recibe la moneda, pero me obsequia dos inmensos limones dulces que algo alivian mi enojo, que hago llegar a la casa con la explicación de cuál ha sido la peripecia y la razón de todo lo sucedido.

Aquella vez yo estaba molesto, y hasta cierto punto dolido pensando que era exagerado lo que había dispuesto mi padre. Comí en silencio. Y ya en la tarde, cuando me pasó el agobio busqué alguna forma de manifestarle mi descontento. Y le dije:

 


Mi padre, Danilo Sánchez Gamboa

7. Era

su ley

 

– Papá, pude devolver la moneda después. Pero, ¿por qué suspender el almuerzo por algo tan insignificante? Y fue su respuesta:

– No es insignificante. Porque lo que se hace en pequeño también se hace en grande. Y porque la honradez es tan esencial que incluso debe dolernos alguna vez en el alma y en el cuerpo el practicarla.

– ¿Sacrificando a la familia?

– No hay familia feliz si no es sobre la base de ser honrados. Si no eres una persona correcta no solo sufrirás tú, sino que harás desgraciados a tus seres queridos. Y hemos de ser conscientes que incluso a costa del hambre hemos de ser personas dignas y honestas.

Esa era su ley y la cumplió cabalmente. Jamás cogió nada ajeno, no solo en dinero sino, por ejemplo, en tiempo: jamás faltó a la escuela. Y vivió y murió en paz con su conciencia y dignamente pobre. Y nos enseñó a no coger nunca algo que no fuera nuestro, por mínimo que sea. Para él no funcionaba aquello de “Me encontré esto”, sea en la calle o donde fuera. Veía chispas. No porque alguien se olvidó algo ya es nuestro, decía.

Predicaba que ni de una aguja debemos apropiarnos si no nos pertenece legítimamente. Y que si algo encontramos busquemos inmediatamente encargarlo donde pueda encontrarlo su dueño. Y cuando se presentaba la ocasión repetía esta frase: Ser honrados hace felices a las personas y vale más que la más fabulosa de las riquezas.

 

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