– Dani, para la comida de
la tarde necesito tomates, limones, zanahorias y cebollas para acompañar al estofado.
–Le ruega mi madre a mi papá.
– Corre hijo. Anda compra.
De una vez traes un kilo de cada producto: Tomates, limones, zanahorias y
cebollas.
Y me entrega un billete de cinco
soles, de los antiguos y la canasta más fuerte. Los limones cuestan a 40
centavos el kilo. Los tomates a 80, las zanahorias a 60. Y las cebollas a 80. El
total ha de ser dos soles sesenta.
– Sabemos los precios. Pero,
de todos modos, antes de comprar siempre, hijo, se averigua: ¿Cuánto cuesta el
kilo de limón señor? O, ¿señora? Se pregunta. Y siempre con mucho respeto y cortesía. ¡Anda,
corriendo!
– ¿Y dónde compro, mamá?
– Anda mejor hasta abajo, a
la tienda de don Santos Reyes. Ahí las verduras son frescas y de buena calidad.
La tienda de don Santos Reyes
queda en la parte baja del pueblo, en el barrio de San José de casonas
antiguas, levantadas una o dos gradas para un lado de la calle y hundidas una o
dos gradas para el otro lado.
2.
El sol
en
los trigales
En cambio, nosotros vivimos
en la parte alta del pueblo, sobre la lava de un volcán en las faldas del cerro
Quillahirca, en Santiago de Chuco.
Para ir a la tienda de don
Santos Reyes hay que bajar cinco cuadras desde mi casa hasta la Plaza de Armas,
caminar esta por el costado de la iglesia y luego dos cuadras más en dirección
de la calle principal que lleva al cementerio.
La tienda es fresca,
olorosa a albahaca y a granos de las cosechas: olor a chungares, ajos pelados y
ruda de los campos fragantes. Tiene olor a choclos recién abiertos, y a
condimentos como el azafrán.
Mientras espero que me
despachen siempre me atrae ver el balanceo de la báscula de la balanza cuando
le echan o le quitan una porción del producto que están pesando.
Cuando llega mi turno
saludo como me han enseñado y pregunto el precio de cada encargo que voy a
comprar. Y el mismo señor Santos Reyes me da el vuelto que guardo en mi
bolsillo.
Y ahora emprendo feliz y
contento rumbo a la casa por las calles desiertas, porque ya es casi hora del
almuerzo y todos ya están sentados a la mesa, y hasta están ya comiendo.
Yo avanzo, agitando mi
canasta, mirando en cada bocacalle el sol en los trigales de las chacras de las
colinas cercanas, y en los distintos tonos de verdes y azules que se miran en
lontananza.
3.
Una moneda
de
más
Ya están todos sentados a
la mesa. ¡Qué felicidad participar todos juntos del almuerzo!
– ¡Qué ricas verduras te
han despachado, hijo! ¡Miren los tomates qué rojos, los limones olorosos y
grandes, las cebollas frescas! ¡Y miel las zanahorias!
– Y aquí está el vuelto.
– Pero, ¿cómo fue la cuenta
hijo? A ver, ¿cómo están los precios? Suma en la pizarra.
–Los precios estaban
idénticos, papá: los limones a 40 céntimos, el tomate a 80, las zanahorias a 60,
y las cebollas a 80.
– Suma todo 2.60. Y el
vuelto es entonces 2.40. Pero aquí hay una moneda de más. ¿Has tenido una
moneda en el bolsillo, hijo?
– No papá. Ninguna.
– Entonces, a ver vuelve a
recordar los precios: ¡Y borra y vuelve a hacer la operación en la pizarra! ¿De
vuelto cuánto sale?
– La suma de todo lo que
cuesta lo comprado es dos soles sesenta. Y el vuelto es 2.40.
4.
Los platos
humeantes
– Y aquí hay dos soles sesenta.
– ¿Qué ha pasado?
– Hay veinte céntimos de
más, papá.
– Vamos a hacer la
operación de nuevo en la pizarra. Recuerda bien los precios. De repente alguno
ha subido.
– ¿Seguro que no has tenido
veinte centavos en el bolsillo?
– Seguro papá. No he tenido
nada.
– Entonces levántate y anda
a devolver esta moneda. Le explicas a la persona que te ha despachado que se ha
equivocado. Que hay una moneda de más
– Pero ya estoy sirviendo
el almuerzo. –Aduce mi mamá. Y viendo que todos ya estamos sentados en nuestros
respectivos asientos. Y ya delante de algunos platos humeantes del rico caldo
de cordero que ya ella ha ido alcanzando.
– Vamos a detener el
almuerzo. Todos vamos a esperar que vuelva Fredy.
– ¿No sería bueno que vaya
después? Ya los platos están servidos. –Aboga, tímidamente, mamá.
5.
Malvas
y
mostazas
– No. Vas en este momento. –Dice
dirigiéndose a mí–. Y todos vamos a esperar sin comer hasta que Fredy vuelva.
–Dice dirigiéndose a todos
– Pero de repente ha
cerrado ya su puerta, papá.
– Entonces tocas la puerta.
O esperas allí hasta que abra. Pero no vamos a comer hasta que devuelvas esa
moneda. Devuelvan los platos servidos y vamos a esperar hasta que regrese.
¿Suspender el almuerzo que
se lo ve apetitoso? Y yo, volver a desandar las calles, todas desiertas con el
sol alumbrando inclemente, es duro y cruel. ¿Y solo por una moneda de veinte
centavos?
Encima de las curahuas las
clavelinas, malvas y mostazas mecen suavemente sus flores con la brisa.
Con el sol de la una de la
tarde ya reverberan algunas puertas que se han ladeado, que están cerradas, que
nunca se abren porque sus dueños se han ido, y de donde cuelgan candados ya
enmohecidos y las jambas de uno y otro flanco ya decaen desvencijadas.
Puertas con la franja negra
de luto por algún pariente muerto y ya blanqueada la tela negra por el sol
implacable y deshilachada por el tiempo.
6.
Limones
dulces
Felizmente la tienda aún
está abierta, de lo contrario hubiera tenido que tocar, o esperar hasta que
abra. Para llegar otra vez hasta aquí he tenido que recorrer un trayecto de ocho
cuadras.
Felizmente también está el
mismo señor que me atendiera, quien es don Santos Reyes. Al verme sonríe como
si supiera la razón por la cual he vuelto:
– Mi papá me manda devolver
esta moneda que me ha dado demás en el vuelto. –Le digo.
Pero él me explica que me
había rebajado una peseta en las cebollas por estar pequeñas, y no tan frescas.
Pero yo le ruego que reciba la moneda, porque si no de repente me hace regresar
de nuevo mi papá, don Pascual Danilo.
Esta vez sí se ríe de buena
gana. Me dice que él mismo le ha de explicar a mi papá, cuando lo vea. Me
recibe la moneda, pero me obsequia dos inmensos limones dulces que algo alivian
mi enojo, que hago llegar a la casa con la explicación de cuál ha sido la
peripecia y la razón de todo lo sucedido.
Aquella vez yo estaba molesto,
y hasta cierto punto dolido pensando que era exagerado lo que había dispuesto
mi padre. Comí en silencio. Y ya en la tarde, cuando me pasó el agobio busqué
alguna forma de manifestarle mi descontento. Y le dije:
7.
Era
su
ley
– Papá, pude devolver la
moneda después. Pero, ¿por qué suspender el almuerzo por algo tan
insignificante? Y fue su respuesta:
– No es insignificante. Porque
lo que se hace en pequeño también se hace en grande. Y porque la honradez es
tan esencial que incluso debe dolernos alguna vez en el alma y en el cuerpo el
practicarla.
– ¿Sacrificando a la
familia?
– No hay familia feliz si
no es sobre la base de ser honrados. Si no eres una persona correcta no solo
sufrirás tú, sino que harás desgraciados a tus seres queridos. Y hemos de ser
conscientes que incluso a costa del hambre hemos de ser personas dignas y
honestas.
Esa era su ley y la cumplió
cabalmente. Jamás cogió nada ajeno, no solo en dinero sino, por ejemplo, en
tiempo: jamás faltó a la escuela. Y vivió y murió en paz con su conciencia y
dignamente pobre. Y nos enseñó a no coger nunca algo que no fuera nuestro, por
mínimo que sea. Para él no funcionaba aquello de “Me encontré esto”, sea en la
calle o donde fuera. Veía chispas. No porque alguien se olvidó algo ya es
nuestro, decía.
Predicaba que ni de una
aguja debemos apropiarnos si no nos pertenece legítimamente. Y que si algo
encontramos busquemos inmediatamente encargarlo donde pueda encontrarlo su
dueño. Y cuando se presentaba la ocasión repetía esta frase: Ser honrados hace
felices a las personas y vale más que la más fabulosa de las riquezas.
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