viernes, 16 de julio de 2021

16 de julio. Día del Preso. / Mi madre llora.


16 DE JULIO
DÍA DEL PRESO

Y
MI MADRE
LLORA

Danilo Sánchez Lihón


Así es la vida, tal
cómo es la vida, allá,
detrás del infinito.
César Vallejo



De niño


1. Corre tú
más rápido

 

– ¡Elvira! –Grita hacia adentro mi abuela. –¡Elvira! –Y lo hace con voz de sumo peligro.

– ¡Sí, señora Sofía! –Responde alarmada y haciéndose presente mi mamá.

– ¡Jesús! ¡Dios mío! Estos niños han venido corriendo y dicen que al Fredito lo han llevado al Puesto Policial. ¡Corre! No lo vayan a pegar al chiquillo.

– ¿Qué? –Se espanta mi madre–. ¿Mi hijo en el Puesto de la Policía?

– ¡Lady! –Grita mi abuela, llamando a mi tía, rozagante, risueña y casadera que vive dos cuadras más arriba y que justo pasa en este momento, inocente y desprevenida, delante de nuestra casa. –Corre tú más rápido. ¡Al Fredito lo ha llevado el guardia a la comisaría!

Mi tía da media vuelta y corre calle abajo, mientras mi madre se jala los pelos y se arranca los vestidos lamentándose de la suerte que le está deparando el destino, de que un hijo suyo, y que aún no cumple 8, años ya lo está haciendo pisar el suelo de las comisarías. Por eso, levanta los ojos y la cara al cielo, clamando:

– ¡Dios mío! ¿Qué mal he hecho en esta vida, para merecer este castigo?

 


Camión


2. Se apresuró

a decir

 

Mientras tanto, a mi tía Lady la veo entrar sin que pudiera verme, sentado como yo estoy a un costado de la tenebrosa habitación en una silla que el sargento me ha puesto para que yo me siente, mientras él me mira con rostro severo y preocupado desde su escritorio.

– ¡Cómo es esto! –Entra gritando mi tía Lady–. ¡Quién se ha atrevido a traer aquí a mi sobrino!

– Ha sido el cabo Pinto, recién llegado. –Se apresura a decir el sargento titubeante, disculpándose, puesto que es sobrino de mi abuela y primo de mi tía.

– ¿Quién? –Vuelve a gritar mi tía, vociferando.

– El cabo Luis Pinto. Él lo ha cogido mientras colgaba trepado al camión.

– Y, ¡qué!

– ¡Y lo ha traído!

– ¿Y tú no eres capaz de decirle que se dé cuenta qué clase de niño es? Y más, ¿para traerlo arrastrando al Puesto de la Policía? –Grita mi tía.

 


Mi madre


3. Y, cogiéndome

de la mano

 

– Cálmate Lady. –Trata de apaciguarla el sargento–. Hay una orden de traer a todo chiquillo que se sube o trepa al camión, porque puede ocurrir un accidente.

– ¡Qué orden ni qué orden! ¡Este es un atropello!

– Pero, ¿cómo es que el hijo del maestro se atreve a hacer algo que sólo hacen los vagos de la esquina?

Este argumento desarma por breves segundos a mi tía, tanto que me mira, pero es un solo instante. Porque la veo verdaderamente indignada, furiosa y con ganas de golpear a alguien.

– ¡Oye! –Dice volteándose hacia el sargento–. Le dices a ese tal por cuál, cabo Pinto o cómo se llame, ¡y que no sé quién diablos es! –Increpa todavía mi tía–. ¡Que se cuide!, que en cualquier momento lo atamos a un burro y lo botamos por el camino de regreso.

– ¡Le diré, le diré de quién y de qué se cuide! –Bufa el sargento.

Y, cogiéndome de la mano, mi tía me saca por la puerta sin dignarse gastar más palabras, mientras la oigo decir entre dientes:

– ¡Badulaques del cuerno! ¡Vamos Fredito!

 


Mi pueblo


4. Antes

yo prefiero morir

 

Pero mi madre en la casa está bañada en un mar de lágrimas. Al verme, su mirada es de una condena implacable que me arroja insalvable al décimo círculo del infierno, mucho más allá y más abajo de lo que está Satanás, y de lo que es la comisaría.

Siento que esta mirada me alcanzará hasta el fin de mis días. Y recién entonces me siento reo infame y culpable de haber mancillado atrozmente el nombre y el honor de mi familia.

– ¡Jamás pensé –exclama airada– que por un hijo mío tenía que andar yendo a las cárceles! ¡Qué irás a ser cuando a tu edad hay que estarte sacando de las comisarías! –Es su reproche inapelable. Y sigue llorando:

– Pero antes yo prefiero morir, a tener que estar andando de prisión en prisión para verte.

Yo apenas tengo ocho años, sin ningún antecedente policial y ya mi madre se lamenta de ese modo. ¡Como si antes ya hubiera caído bajo rejas en alguna celda o prisión!

– ¡Qué desengañada me siento, Dios mío! ¡Qué traición la de un hijo para con su madre! –Y otra vez rompe a llorar y a gemir, tanto que parece que algo ha muerto en nuestras vidas.

 


Calle de mi casa


5. ¿Qué

ocurre?

 

La manera cómo llora mi mamá me asusta tanto que estoy a punto de empezar también a gemir y lloriquear como ella lo hace, cuando escucho que me dice:

– ¡Pero espera a que venga tu padre! ¡Le voy a pedir que te muela a palos para que te saque la mala sangre que llevas!

Esta manera de hablar atajó mis lágrimas, me da coraje y me envalentono, y no tanto por justificar el hecho, sino por lo exagerado de sus deducciones, y ya casi afirmaciones condenatorias.

Aunque por el drama que se ha armado me da cierto miedo de lo que hará mi papá conmigo.

Cavilaba yo por algún lado cuando llega mi padre.

– ¿Qué ocurre? –Pregunta asustado al escuchar sus sollozos que otra vez empiezan justo cuando él entra, y al ver lo enrojecido de sus ojos como el gesto doliente que ella tiene en todo su rostro y hasta en su cuerpo, indaga quedándose inmóvil.

Allí, rápidamente le cuenta los hechos de la captura y, sobre todo, la vergüenza del aviso y el rescate ignominioso.

 


Mi padre


6. No sé

por qué

 

– ¿Y por qué ha sido? –Pregunta mi padre buscando mi mirada.

Yo no puedo hablar, compungido y anonadado como estoy.

– ¡Háblale pues a tu papá! Para eso sí no eres valiente, ¿no? ¡Pero para otras cosas, sí! ¡Ha sido por colgarse a un camión! –Le dice mi madre, acuseta.

Mi padre guarda silencio, pensativo. Y sube el escalón a su biblioteca, signo de que entra a leer o a escribir en el cuarto del segundo piso.

– ¿Qué? ¿Cómo? –Grita mi madre–. ¿No vas a molerlo a palos? ¿Ni siquiera vas a darle un par de chicotazos? ¡Claro! ¡Por eso este niño se ha vuelto un malcriado y atrevido que hasta lo lleva la policía! –Chilla.

Mi padre, tan severo en corregirme hasta en la forma en que doblo un pañuelo, no sé por qué no le da importancia a esta primera, grave, y felizmente la única incursión en mi vida, hasta el día de hoy, en el mundo oprobioso de las comisarías.

Claro. Ya me había librado de la paliza que me había sido anunciada, pero no de las miradas acusadoras y condenatorias de mis hermanos menores quienes no se dignaron dirigirme la palabra durante todo ese santo –o no sé qué– día.

 


Se casan


7. Meses

más tarde

 

Ahora eran ellos quienes con sus ojos acusadores me lanzaban fieros reproches, porque entendían que yo era el culpable de ese llanto inconsolable en que se desangraba mamá, quien no se resignaba y seguía llorando.

Pero todo pasó y se olvidó, como todo pasa y se olvida en esta vida. En el fondo el hecho de que mi padre no me hubiera castigado era para mi madre el indicio de que la falta no tenía importancia ni estaba condenado yo a ser un mal hijo ni un réprobo.

Al otro día temprano mi madre me ordenó hacer algo, y yo corrí a obedecerle. Mis hermanos entendieron que las pases se habían hecho y se acercaron a preguntarme, fascinados y expectantes:

– ¿Es lindo pasearse en un camión?

Lo curioso de este hecho luctuoso es que, meses más tarde, mi tía Lady y el cabo Pinto contraían solemne matrimonio, habiendo sido mi incursión en el mundo del delito la ocasión para que ambos tuvieran noticia de que el uno y el otro existían en este caprichoso y, a veces, temible mundo en que vivimos.

 

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