16 DE OCTUBRE
DÍA
MUNDIAL DEL PAN
AQUEL SABOR
A EUCALIPTO QUE
TIENE EL PAN
Danilo
Sánchez Lihón
…y
el valor
de aquel pan inacabable.
César Vallejo
1. El sabor
de las plantas
¡Ah! ¡Senderos y
cuestas por donde no habré avanzado con los brazos llenos de hatos de shiraques
y yerbas santas!
Eran para
atarlos a esas varas larguiruchas, reconocidas en la casa como: “escobas de
barrer el horno”.
Aunque recién lo
eran cuando ajustábamos en ellas las hojas de esas plantas capaces de resistir
los carbones encendidos al rojo vivo sin quemarse.
Y arrastrar las
brasas y los trozos ardientes de leña, sacándolos de las junturas que hacen los
ladrillos de los cuales está embaldosado el piso de aquel crisol que
literalmente estalla.
Y refleja su ardor
hasta el corredor de la casa que luce su atuendo de novia a la espera de decir
su promesa, por el hecho de que hoy día se amasa el pan.
En razón de este
hecho mi función hoy día es ubicar, desprender y cargar con los shiraques y
yerbas santas, por lo que mi madre me guardará para mí el primer pan.
El que sale
embadurnado aún de ceniza, que tiene el sabor duro de las plantas con que el
horno ha sido barrido, y que yo aprieto entre mis dos palmas hasta que su calor
inunde mi alma.
2. Derramada
la miel
Esta primera
tanda de pan se separa, sin juntarla, de las otras, porque tiene aún todas las
presencias naturales del horno, como es la ceniza y los carbones muertos incrustados
debajo de los dorsos de la masa que no lleva manteca para que sea duro;
limallas que después desaparecen en las siguientes horneadas.
Luego de la
primera saca, pronto se introduce el pan blanco, se doran los bizcochos, se
cuecen los panes de yema, se bruñen las rosquitas, los pasteles y semitas; como
al final se deja bajo la bóveda del horno caliente los chiclayos endulzados,
una fuente de camotes y cuando hay fiesta un lechón bien aderezado que pasan
allí la noche con los gatos de todo el barrio que rondan la casa.
Para ello se
cuida que las puertas del recinto queden bien cerradas, sujetas y ajustadas por
afuera con las mismas palas de hornear, bien templadas con el punto de apoyo
que puede dar una mesa o el ángulo de una pared, a buen recaudo de los mininos
que merodean por los techos con la boca hecha agua.
Al día siguiente
encontramos derramada en el suelo del horno la miel de las calabazas reventadas
de embriaguez, o la grasa de los lechones escurrida en las baldosas, hecha un
charco exultante en el piso de ladrillos del horno, que así se cobra con algo
de miel el haber contribuido con su fragor y pasión a que luzca lo horneado a
como cabalmente debería ser.
3. Volver
por el camino
Pero, ¿cómo ha
empezado la faena de amasar y hornear hoy día el pan? Ha sido en el desayuno,
cuando mamá ha dicho, sentada cerca al fogón, con su rostro feliz, bello y
sonrosado como lo tiene ella, y es mi orgullo y adoración:
– ¡Este sábado
que es feriado y no van a la escuela sería bueno que amasemos el pan!
Y es su voz que
va repasando punto por punto si hay leña, si hay huevos, si están sanas las
muchachas que ayudarán en el tableado. Y todo lo calcula y lo prevé
minuciosamente, mientras la miramos.
– ¡Ya! ¡Yo hago
los bizcochos! –Se alegra mi tía Carmen cuando la decimos–. Entonces hay que llevar
a moler el trigo al molino. –Agrega mi tía alzando sus ojos lentos desde la
taza de toronjil.
– ¡Ahí tenemos
trigo bueno, trigo para hacer pan de yema!
– Que vaya el
Fredito y la Amelia a molerlo, aquí no más en el molino de “La Colpa”. –Se entusiasma
mi tía Carmen que es mamá de Amelia, mientras el sol del mediodía aún brilla en
el patio.
– Ahorita he
visto que ha pasado el primo Pablo Segura con su burro de vuelta a su casa. Hay
que avisarlo para que nos preste y llevar la carga.
El horno de Amelia. Foto: Jaime Sánchez Lihón
4. Carbones
al rojo vivo
– ¡A ver, voy a
verlo!
– Si no es de él
de repente nos presta la comadre Laurita.
– ¡Cualquiera
que encontremos! También he visto pollinos delante de la tienda del señor
Urquizo.
– Si es de
alguien que está subiendo camino a Pueblo Nuevo podemos rogarle que nos lleve
el costal.
– Sí. Doña
Laurita ya me prestó su burrito.
– Ya, hijitos.
Entonces vayan.
– Pero qué bueno
sería también hacer roscas blanqueadas, y mañana hacemos la velación aquí en la
casa.
– ¡Claro! Allí tengo
juntados los huevos.
– Hasta
chiclayos tenemos. ¡Echaremos siquiera unos dos al horno!
Y a cada hora
surgen más y más buenos propósitos que ya empezaron a alborotar la casa.
Estamos a
jueves. Mientras llega el día la tarea se prepara uno y otro utensilio y elemento
necesario para el amasijo: se lavan bateas, se ordenan latas, se tienen listos
y doblados los manteles.
5. Arroyos
y puquiales
Llegado el día a
mí me corresponde cumplir varios trabajos. El primero, asegurar que estén
listas las escobas de shiraque y yerba santa para barrer el horno.
Pero, además,
tengo que ir temprano por el concho de chicha, que es el rezago que queda al
fondo de la botija, y que son residuos de la chancaca, de las cáscaras y raíces
fermentadas de la jora, y que nos sirve de levadura para hacer lludar la masa
de harina, mezclada con agua, sal y manteca.
– Buenos días
señora Betzabé. Véndame, por favor, concho de chicha, para preparar la masa de
pan en mi casa.
– ¡Buenos días
niño! ¡Cómo no! Tú mismo saca, hijito, con ese cucharon.
Tengo que hacerlo,
pero sin meter la cabeza a la botija sino con el tufo que entra por las narices
uno se emborracha. Eso me ocurrió una vez y solo pude llegar a mi casa cogiéndome
de las paredes y cantando; teniendo mi mamá que prepararme algo para que me pase.
Tengo que ayudar
también a arropar la masa que empezará a lludar en las bateas, levantando los
manteles de vez en cuando para aspirar el aroma de la harina en donde está viva
la presencia de los campos fragantes con sus arroyos y puquiales, como también
del sol y la luna en los horizontes extasiados.
6. El tulipán azul
de las cercas
En su aroma están
los trigales que se mecen cadenciosos y suaves en las colinas al compás del
viento.
Están las parvas
en donde la espiga del cereal se desbarra y ventea para que el grano se separe.
Está el tulipán
azul de las cercas; los caminos llenos de tantales que se cubren de rojos
suganes. Y se perlan del amarillo de las plantas de mostazas.
Y de pencas, desde
donde surgen los magueyes con su flor escarlata alucinada en lo alto. Está el
amanecer de esmeralda que aparece en el horizonte. Y que solo puede salir porque
se prende a sus ramas.
En esta masa que
lluda está ya mezclada la manteca del chancho esponjosa. Y que de tan blanca
que era en las ollas de barro que lo guardan, se ha ido poniendo amarillenta y
rancia.
Y que así sabe
mejor, con algún rasgo rojizo que nos indica que en algún momento fue sangre,
pulso y latido.
¡Y vida en el
cuerpo tembloroso y lleno aún de pasión del porcino que la produjo!
7. Sabor
de la leña
– Y ahora hijito
amontona la leña al pie del horno. ¡Y no te quedes así mirando la manteca como
si no hubiera nada qué hacer!
Y la leña
espinosa se la va introduciendo en la fogata que se ha levantado al centro de esta
cúpula, iluminada de luces como para una coronación de reyes.
A la cual hay
que taparle las pequeñas puertas. Hasta sentir que el horno está a punto. Y al
abrir la portezuela ver las leñas esparcidas, hechas carbones ardientes en el
piso.
Y que semeja
cual una ciudad onírica y vegetal que arde con las luces encendidas en todas
sus calles, plazas y avenidas.
Ahí es cuando
hay que entrecerrar los ojos porque el olor, el humo y el calor nos ciegan.
Por eso el pan
que comemos trae todo el aroma y sabor de la leña de eucalipto impresa en el
alma del pan donde sobrevive eternamente.
Y más cuando se
ha hecho pasión y nostalgia en nuestros corazones atribulados.
Pero, ¡oh Dios!,
la niña más linda que solo vive a unas casas de distancia ha venido a ayudarnos
a tablear. Y yo tiemblo.
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