miércoles, 16 de octubre de 2019

16 de octubre. Día Mundial del pan. Aquel sabor a eucalipto que tiene el pan.


16 DE OCTUBRE
DÍA MUNDIAL DEL PAN

AQUEL SABOR
A EUCALIPTO QUE
TIENE EL PAN


Danilo Sánchez Lihón


Vendedoras de pan. Plaza de Armas. Santiago de Chuco


…y el valor
de aquel pan inacabable.
César Vallejo


1. El sabor
de las plantas

¡Ah! ¡Senderos y cuestas por donde no habré avanzado con los brazos llenos de hatos de shiraques y yerbas santas!
Eran para atarlos a esas varas larguiruchas, reconocidas en la casa como: “escobas de barrer el horno”.
Aunque recién lo eran cuando ajustábamos en ellas las hojas de esas plantas capaces de resistir los carbones encendidos al rojo vivo sin quemarse.
Y arrastrar las brasas y los trozos ardientes de leña, sacándolos de las junturas que hacen los ladrillos de los cuales está embaldosado el piso de aquel crisol que literalmente estalla.
Y refleja su ardor hasta el corredor de la casa que luce su atuendo de novia a la espera de decir su promesa, por el hecho de que hoy día se amasa el pan.
En razón de este hecho mi función hoy día es ubicar, desprender y cargar con los shiraques y yerbas santas, por lo que mi madre me guardará para mí el primer pan.
El que sale embadurnado aún de ceniza, que tiene el sabor duro de las plantas con que el horno ha sido barrido, y que yo aprieto entre mis dos palmas hasta que su calor inunde mi alma.

Casa y eucaliptos. Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

2. Derramada
la miel

Esta primera tanda de pan se separa, sin juntarla, de las otras, porque tiene aún todas las presencias naturales del horno, como es la ceniza y los carbones muertos incrustados debajo de los dorsos de la masa que no lleva manteca para que sea duro; limallas que después desaparecen en las siguientes horneadas.
Luego de la primera saca, pronto se introduce el pan blanco, se doran los bizcochos, se cuecen los panes de yema, se bruñen las rosquitas, los pasteles y semitas; como al final se deja bajo la bóveda del horno caliente los chiclayos endulzados, una fuente de camotes y cuando hay fiesta un lechón bien aderezado que pasan allí la noche con los gatos de todo el barrio que rondan la casa.
Para ello se cuida que las puertas del recinto queden bien cerradas, sujetas y ajustadas por afuera con las mismas palas de hornear, bien templadas con el punto de apoyo que puede dar una mesa o el ángulo de una pared, a buen recaudo de los mininos que merodean por los techos con la boca hecha agua.
Al día siguiente encontramos derramada en el suelo del horno la miel de las calabazas reventadas de embriaguez, o la grasa de los lechones escurrida en las baldosas, hecha un charco exultante en el piso de ladrillos del horno, que así se cobra con algo de miel el haber contribuido con su fragor y pasión a que luzca lo horneado a como cabalmente debería ser.

Burritos en Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

3. Volver
por el camino

Pero, ¿cómo ha empezado la faena de amasar y hornear hoy día el pan? Ha sido en el desayuno, cuando mamá ha dicho, sentada cerca al fogón, con su rostro feliz, bello y sonrosado como lo tiene ella, y es mi orgullo y adoración:
– ¡Este sábado que es feriado y no van a la escuela sería bueno que amasemos el pan!
Y es su voz que va repasando punto por punto si hay leña, si hay huevos, si están sanas las muchachas que ayudarán en el tableado. Y todo lo calcula y lo prevé minuciosamente, mientras la miramos.
– ¡Ya! ¡Yo hago los bizcochos! –Se alegra mi tía Carmen cuando la decimos–. Entonces hay que llevar a moler el trigo al molino. –Agrega mi tía alzando sus ojos lentos desde la taza de toronjil.
– ¡Ahí tenemos trigo bueno, trigo para hacer pan de yema!
– Que vaya el Fredito y la Amelia a molerlo, aquí no más en el molino de “La Colpa”. –Se entusiasma mi tía Carmen que es mamá de Amelia, mientras el sol del mediodía aún brilla en el patio.
– Ahorita he visto que ha pasado el primo Pablo Segura con su burro de vuelta a su casa. Hay que avisarlo para que nos preste y llevar la carga.


El horno de Amelia. Foto: Jaime Sánchez Lihón

4. Carbones
al rojo vivo

– ¡A ver, voy a verlo!
– Si no es de él de repente nos presta la comadre Laurita.
– ¡Cualquiera que encontremos! También he visto pollinos delante de la tienda del señor Urquizo.
– Si es de alguien que está subiendo camino a Pueblo Nuevo podemos rogarle que nos lleve el costal.
– Sí. Doña Laurita ya me prestó su burrito.
– Ya, hijitos. Entonces vayan.
– Pero qué bueno sería también hacer roscas blanqueadas, y mañana hacemos la velación aquí en la casa.
– ¡Claro! Allí tengo juntados los huevos.
– Hasta chiclayos tenemos. ¡Echaremos siquiera unos dos al horno!
Y a cada hora surgen más y más buenos propósitos que ya empezaron a alborotar la casa.
Estamos a jueves. Mientras llega el día la tarea se prepara uno y otro utensilio y elemento necesario para el amasijo: se lavan bateas, se ordenan latas, se tienen listos y doblados los manteles.

Vendiendo pan. Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

5. Arroyos
y puquiales

Llegado el día a mí me corresponde cumplir varios trabajos. El primero, asegurar que estén listas las escobas de shiraque y yerba santa para barrer el horno.
Pero, además, tengo que ir temprano por el concho de chicha, que es el rezago que queda al fondo de la botija, y que son residuos de la chancaca, de las cáscaras y raíces fermentadas de la jora, y que nos sirve de levadura para hacer lludar la masa de harina, mezclada con agua, sal y manteca.
– Buenos días señora Betzabé. Véndame, por favor, concho de chicha, para preparar la masa de pan en mi casa.
– ¡Buenos días niño! ¡Cómo no! Tú mismo saca, hijito, con ese cucharon.
Tengo que hacerlo, pero sin meter la cabeza a la botija sino con el tufo que entra por las narices uno se emborracha. Eso me ocurrió una vez y solo pude llegar a mi casa cogiéndome de las paredes y cantando; teniendo mi mamá que prepararme algo para que me pase.
Tengo que ayudar también a arropar la masa que empezará a lludar en las bateas, levantando los manteles de vez en cuando para aspirar el aroma de la harina en donde está viva la presencia de los campos fragantes con sus arroyos y puquiales, como también del sol y la luna en los horizontes extasiados.


Santiago de Chuco. Foto: Jaime Sánchez Lihón

6. El tulipán azul
de las cercas

En su aroma están los trigales que se mecen cadenciosos y suaves en las colinas al compás del viento.
Están las parvas en donde la espiga del cereal se desbarra y ventea para que el grano se separe.
Está el tulipán azul de las cercas; los caminos llenos de tantales que se cubren de rojos suganes. Y se perlan del amarillo de las plantas de mostazas.
Y de pencas, desde donde surgen los magueyes con su flor escarlata alucinada en lo alto. Está el amanecer de esmeralda que aparece en el horizonte. Y que solo puede salir porque se prende a sus ramas.
En esta masa que lluda está ya mezclada la manteca del chancho esponjosa. Y que de tan blanca que era en las ollas de barro que lo guardan, se ha ido poniendo amarillenta y rancia.
Y que así sabe mejor, con algún rasgo rojizo que nos indica que en algún momento fue sangre, pulso y latido.
¡Y vida en el cuerpo tembloroso y lleno aún de pasión del porcino que la produjo!

Junto a mi madre, saboreando el pan
7. Sabor
de la leña

– Y ahora hijito amontona la leña al pie del horno. ¡Y no te quedes así mirando la manteca como si no hubiera nada qué hacer!
Y la leña espinosa se la va introduciendo en la fogata que se ha levantado al centro de esta cúpula, iluminada de luces como para una coronación de reyes.
A la cual hay que taparle las pequeñas puertas. Hasta sentir que el horno está a punto. Y al abrir la portezuela ver las leñas esparcidas, hechas carbones ardientes en el piso.
Y que semeja cual una ciudad onírica y vegetal que arde con las luces encendidas en todas sus calles, plazas y avenidas.
Ahí es cuando hay que entrecerrar los ojos porque el olor, el humo y el calor nos ciegan.
Por eso el pan que comemos trae todo el aroma y sabor de la leña de eucalipto impresa en el alma del pan donde sobrevive eternamente.
Y más cuando se ha hecho pasión y nostalgia en nuestros corazones atribulados.
Pero, ¡oh Dios!, la niña más linda que solo vive a unas casas de distancia ha venido a ayudarnos a tablear. Y yo tiemblo.


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