18 DE OCTUBRE
DÍA DE PROTECCIÓN
DE LA NATURALEZA
HIJAS
DEL
APU
Danilo Sánchez Lihón
A Marilú Caycho*
Los Apus o cerros adorados en la cultura andina**
1. Aquí
nomás
Por fin llegaron a Orcotuna en las
vacaciones de medio año. Era el pueblo de sus padres, que los recibió con sol
radiante, aire fresco, cielo despejado y el verde de los campos. ¡Qué belleza
radiante!
Las cabañas de paredes blancas y tejados
rojos, los senderos, la gente con su rostro amable, los animales con sus
imágenes vivaces e inocentes. ¡Era el mundo soñado!
No faltó en esa acogida el perro juguetón,
el gato que ronronea y se estira, el loro en lo alto del alero, el cabrito
retozón, y más allá las ovejas y las vacas que pastan apacibles en los campos
fragantes.
– ¿Vamos a ver qué hay detrás de esas
colinas?
– ¡Ya pues! ¡A la obra!
– Pero no vayan a ir muy lejos, niños.
Jueguen, pero cerca.
– Aquí jueguen niños, ¡Más tarde salimos
todos juntos!
– Aquí nomás vamos a ir, ¡cerquita!
2. Aguas
caudalosas
– Pero no cojan nada. Hay plantas que
tienen espinas, algunas son nidos de avispas, muchos frutos son venenosos.
¡Vayan, pero con mucho cuidado!
– Hay senderos que llevan a precipicios o sitios
que están mojados y resbalan y van a parar a un barranco. Entonces, ¡miren
bien!
– ¿Está cerca el río, abuela?
– Está lejos. Y es peligroso ir. No vayan a
ir por ahí. Al río tenemos que ir juntos y nosotras acompañarlos.
Al salir al campo Fabiola, Sara y Marco,
quien era el más pequeño, no pudieron resistir la aventura de ir al río.
El camino era tan grato y amable que sin
quererlo ni proponerse ya estaban camino a sus orillas transparentes.
Pero no se mojarían en sus aguas para que
nadie se entere, ni se den cuenta que han llegado hasta ahí, y no sea que los
resondren, castiguen y prohíban salir los siguientes días.
Pero, he aquí el río majestuoso. Es el
Mantaro, de aguas caudalosas y turbulentas que solo de escuchar su fragor el
alma se estremece.
3. En lo alto
del muro
Por eso, no se acercarían ni bajarían a sus
orillas.
Sus aguas verdes azuladas hacen remolinos y
abultamientos temibles, seguro porque debajo hay rocas y pedrones.
Y es mejor no desobedecer a la abuela.
¡Pero estas flores a la vera del sendero son
tan bellas! Su amarillo intenso, es un fulgor tan estallante y arduo que Marco
se acerca a cogerlas.
– ¡La abuela ha dicho que no cojamos nada,
Marco!
– Pero, ¿acaso ella nos está viendo o
mirando? ¿De qué manera ella se va a enterar?
– No Marco, es mejor que no cojas nada.
Pero Marco las arranca y regresa con ellas.
Cuando llegaron a la casa, antes de entrar,
las pusieron en lo alto del muro que está a la entrada de la vivienda.
Apenas comieron el cansancio del viaje los
derrumbó en los sillones que había en la sala.
4. Todos
lloraban
Su madre al alzar a Marco para acostarlo en
la cama que han preparado, grita:
– ¡Qué tiene mi hijo! ¡Está volando en
fiebre!
Cuando le ponen el termómetro
inmediatamente la barra de mercurio marca cuarenta grados, que hace que la
madre retire el medidor con espanto, ya que pudiera ser que subiera la marca
hasta una cifra que no quiere mirar.
– ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué tiene mi hijo!
¡Ay Dios! ¡Sálvalo! –Implora la madre.
Inmediatamente le preparan paños de agua,
le empapan con alcohol en la frente, y lo desnudan ante el frío serrano.
Cuando otra vez le toman la temperatura tiene
41.5 de grados de fiebre. Marco delira.
– ¡Qué tiene mi hijo! ¡Dios mío, sálvalo!
¡Qué tiene! –Clama la madre.
La desesperación en la casa es tan grande
que todos lloran, se tropiezan y gimen.
No hay médico en el lugar y lo mejor que
han pensado es salir a la carretera a esperar un vehículo que pase, agitando un
pañuelo blanco y a fin de regresar con urgencia a Lima.
5. Flores
amarillas
Lo único que atinan a pensar antes de
embarcarse es en correr a avisar a la abuela que ya se ha retirado, pero que
vive ahí no más a la vuelta de la loma. Corren a avisarla que van a salir a esperar
un vehículo para regresarse a Lima.
– ¿Qué ocurre? –Pregunta.
– ¡Marco vuela en fiebre y delira!
– ¡A ver, vamos a verlo!
– ¡Oh Dios mío! Este niño se muere. ¡Ya su
pulso ni se siente! ¿Dónde está Fabiola? ¿Dónde está Sara?
– Ahí están en el cuarto, rezando. Están
que tiritan, pero no de frío sino de miedo.
– Fabiola, ¿dónde fueron? ¿Qué han cogido?
– ¡Nada abuela! ¡Solo esas flores
amarillas!
– ¡Cuáles! ¿Dónde están?
– Están en el muro de la entrada.
– ¿Y de dónde las han cogido?
6. Te
lo ruego
– Casi de la orilla del río, abuela, al pie
de la ladera.
– ¡Vamos! ¡Pronto! –Clama la abuela– ¡Vamos
a devolverlas! –Dice– ¡Es el Apu quien lo está llevando a este niño!
Necesitamos vino, cigarros y coca. ¡Rápido, tráiganme!
Estamos sorprendidos, porque la abuela
nunca fuma, ni bebe, ni chaccha coca.
Casi corriendo ella va adelante y nosotros
detrás. Lleva las flores arrancadas. Las sostiene con mucho cuidado y
reverencia.
– Son de la diadema del Apu, y la han
arrancado. –Repite.
Ni bien llega con apuro saca la coca y la
esparce al viento. Toma el vino y lo sopla a los aires. Y fuma con unción el
cigarro. Y se arrodilla rogando:
– Apu, aquí están tus flores. Perdona a este
niño que es mi nieto. No ha sabido respetarlas ni respetarte.
Allí sopló un fuerte viento que ululó en
los magueyes, en las pencas y en los eucaliptos cercanos.
– No te conocen, caballero. Recién han
venido mis nietecitos. Discúlpalos que te hayan ofendido. Pero devuélveme a mi
hijito, te lo ruego. Te lo ruega su abuela, te lo ruegan estos niños que son
sus hermanitos.
7. ¿Dónde
están?
Y lloraba la abuela con un dolor muy
sentido.
Ahí el río sonó con mayor estruendo y el
viento se hizo ventarrón.
La abuela se meció la ropa y después se
llevó las manos tapándose los ojos.
– Devuélveme a mi hijito. Sé que ya está
contigo, pero tómame a mí por la ofensa cometida. Pero él no sabía nada.
¡Devuélveme a mi hijito!
Y se arrodilló llorando.
En ese mismo momento la madre vio que
sorpresivamente Marco abrió los ojos y preguntó.
– ¿Dónde están las niñas?
– ¿Quiénes? ¿Tus hermanas?
– No. Las niñas que estaban llorando
Se refería a las flores que eran las hijas
del Apu que tronchó y que felizmente la abuela devolvió en ese momento al
monte, al viento y al río.
Marco vivió, pero sin querer perdió a su
abuela quien pudo llegar tambaleante a la casa, pero esa misma noche murió. A
partir de entonces Fabiola, Sara y Marco jamás cortan una flor, ni en el campo
ni en un jardín ni en donde sea. Y más bien las reverencian como hijas del Apu
y la madre tierra.
* A Marilú Caycho escuché contar
este relato,
y le pedí permiso para escribirlo.
** Imagen publicada en el Facebook de Fernando Barbarán Villena.
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