jueves, 21 de noviembre de 2019

21 de noviembre. Día de la Televisión. Uno en un millón.


21 DE NOVIEMBRE
DÍA DE LA TELEVISIÓN

UNO
EN UN
MILLÓN

Danilo Sánchez Lihón




1. Lámparas
fosforescentes

Subimos las gradas. Hay dos policías que vigilan el ingreso. Nos acercamos a la puerta. Un guardia nos mira e interroga.
– ¿A quién buscan?
– Es un "Aviso de Servicio Público". –Explica el joven–. Es para ayudar a este niño a conseguir un medicamento.
Me mira de pies a cabeza. Después de pensarlo un momento el guardia expresa:
– Pase. Es justo la hora del noticiero. ¡A ver si tienen suerte!
Entro en una sala oscura. El joven se queda afuera. Al fondo brilla un escenario iluminado, y hay aparatos que se mueven, e incluso algunos colgando del techo.
Adonde las luces enfocan hay un mostrador ante el cual unos señores leen las noticias.
Desde la bóveda alumbran unas lámparas de luces intensas. Se acerca una señorita y me pregunta:
– ¿Algún problema?
– Sí. –Y le explico. Me lleva a un costado y me pregunta con mayor detenimiento:

2. En realidad
millones

– ¿Para quién es la medicina?
– Es para mi amigo, que lo han operado en el Hospital del Niño.
Me mira también de pies a cabeza. Y escucho que dice:
– ¿De dónde eres tú?
– Mi pueblo queda lejos. Se llama Santiago de Chuco.
– ¡Ah! ¡Ya! Está bien entonces. Pero, tú mismo vas a hacer el pedido por televisión. Así como estás vas a aparecer en la televisión. ¿Tienes el nombre del medicamento?
– Sí. –Respondo.
– Ven para acá. –Me coloca en un lugar, diciéndome:
– Cuando sientas que te enfocan las luces, y yo te haga señas, tú empiezas a hablar. Y no te vayas a asustar, ¿eh? Ni vas a tartamudear tampoco. ¿Ya? Tranquilo. Y clarito vas a hablar. Valiente vas a ser, ¿ya? Y en la forma más breve haces tu pedido. Piensa que en ese instante miles de personas te están mirando, en realidad millones te estarán viendo en los televisores de sus casas. Y así vamos a ubicar a la persona que tiene esa medicina. ¿Entendiste? Yo te voy a presentar.


3. Pueden
llamar

– ¿Listo?
– Sí. –Digo
Giran las luces y enfocan. Ella habla:
– Y ahora van a escuchar a casi un jovencito, quien le va a hacer un pedido. Escuchémoslo.
Siento que las luces me alumbran y ella me hace señas.
– Señores. –Digo–. Busco la medicina Dik Regide. ¡Es urgente! Por favor ¡Ayúdenme a salvar a mi amigo, con quien hemos venido a Lima para ver si se cura! Hoy día lo están operando en el Hospital del Niño y los doctores necesitan del medicamento Dik Regide. ¡Por favor, ayúdennos!
Las luces enfocan después a la señorita que habló antes:
– Si alguien tiene esta medicina: DIK REGIDE, pueden llamar al teléfono de este canal; a los números: 222900 o bien 2229001. ¡Esperamos su ayuda!
Después me hacen pasar a un salón en donde me siento a esperar, pensando en doña Carmen, en Pablo, en mis papas, en mi pueblo.

4. Uno
en un millón

A solas me asombro que mis ojos, mi pelo, mi boca y hasta el sonido de mi voz haya volado por los aires de esta ciudad inmensa.
Que mi imagen haya cruzado calles, cerros, edificios, abismos, y haya entrado luego por los agujeros y rendijas de las casas para aparecer en cada aparato de televisión.
Al ratito entra la misma señorita que me dice:
– Ya llamaron de tres sitios. Aquí están anotadas las direcciones. Adonde yo te recomiendo es ir a esta. Es una señora que vive en las Casuarinas. Tiene exactamente lo que necesitas. Y puedes pasar en este momento a recogerlo.
Salgo con el papel en la mano. Encuentro al estudiante en la puerta que me abraza y dice:
– ¡Te he visto en la pantalla! ¡Has estado muy bien!
– Me han dado estas direcciones. –Le informo–. Y me recomiendan ir a esta
– ¡Genial! Solo la televisión puede hallar a uno en un millón. Las Casuarinas no está lejos, es un barrio de gente rica. ¿Tienes dinero? –Pregunta.



5. Otros
trinos de pájaros

– Sí. –Le digo.
– ¡Maestro!, –grita, deteniendo un taxi–. Una carrera a Las Casuarinas.
– Suban. –Abre la puerta y subo. El joven, se queda afuera y acercándose a la ventana me dice:
– No te puedo acompañar porque tengo que dar un examen. Pero no te preocupes, te irá bien.
El chofer emprende la marcha.
El auto me deja en una explanada en donde se cierran y abren tranqueras, con casetas y vigilantes que manejan celulares y aparatos.
Es un lugar en donde todo es distinto, con otro color. Y hasta con otra melodía. Y hasta con otro trino en el canto de los pájaros.

6. ¡Es
urgente!

Me acerco a una puerta con guardianes que lucen uniformes llenos de correas y bolsillos.
– Señor, –le digo–. ¿Esta dirección queda aquí? Es para recoger una medicina.
– Ah, sí. Ya llamaron. A ver un momento. Voy a avisarles. –Responde.
Coge un teléfono, aprieta unos botones y llama. Alguien contesta, porque mientras conversa él asiente con la cabeza, mirándome.
– Puedes pasar, –me indica–. Pero, aquí no puedes entrar caminando, te despedazan los perros.
– ¡Es urgente! –Le digo.
– Voy a ver si pueden venir a recogerte. –Consulta otra vez. –Ya. Van a venir a recogerte. Aquí espera. –Me Indica.




7. Una ladera
empinada

Después de esperar unos minutos, un auto reluciente, da una vuelta en círculo y el portero hace señas para que me acerque.
– Ud. ¿viene por la medicina?
– Sí. –Digo.
Abriendo la puerta el chofer, que es un anciano, me dice:
– Suba.
Una niña blanca y hermosa, como la nieve, come un helado en el asiento posterior.
Sonríe y casi no puedo verla porque mis ojos se ciegan con su resplandor.
Sube el auto por una ladera empinada, con casas y jardines que parecen pintados en un lienzo. El auto se desliza como si rodara en las nubes.
Cruzo los brazos. Entrecierro los ojos. Me empino.



8. Qué
bien

De los muros penden flores multicolores que cubren los cercos, y suben por las colinas. Las casas se esparcen espaciosas por la ladera.
Cada casa con un diseño diferente.
Pero no hay gente por los senderos. Sólo perros que asoman por las cercas, que todo lo miran imponentes y con fiereza.
– Lo esperan en esa puerta. –Me indica el anciano. Salgo, sintiendo que mis pies tienen miedo de pisar estas piedras.
– ¿Vienes por la medicina? –Se adelanta una señora muy bien parecida.
– Sí, señora. –Contesto.
– Aquí la tienes. Y, ¿para quién es?
– Es para mi amigo, que lo están operado en el hospital.
– ¡Qué bueno que alguien como tú se preocupe por un amigo! Llévalo. Que el chofer te acompañe hasta la salida.

9. Leve
y translúcida

– Mami, –dice la niña–. ¡Voy por Sandra de una vez!
– Anda. –Responde–. Que te lleve el chofer.
Subo. Ella va sentada al lado derecho. El auto desciende.
– ¿Adónde vas? –Me pregunta.
– Al Hospital del Niño.
– Y, ¿cómo irás?
–Tomaré un taxi.
– Por aquí no hay taxis. Tienes que llamar. Pero te iremos a dejar en el paradero.
– Muchas gracias. –Atino a decir.
– ¿Cómo te llamas? –Sigue indagando.
– Fredy. –Contesto. Y callo.
La ciudad se torna leve y translúcida.



10. El perfil
de su rostro

– Tú, ¿no me preguntas cómo me llamo yo? –Prosigue–. ¡Me llamo Karina! –Grita inclinándose a mis oídos–. ¡Karina! –Y ríe.
En el fondo de mi alma sé que se llama Ilusión, Primavera, Milagro, Lirio, Nieve encantada. Y así le voy poniendo nombres.
Y mientras a su lado contengo la respiración voy pensando que ella se parece a las garzas que los alucinados antes de morir divisan en las lagunas heladas de los altos pajonales, antes de enloquecer o perder el sentido.
– Aquí es el paradero. Aquí sí podrás tomar un taxi. –Dice la niña.
Abro la puerta y bajo. Me atrevo a mirarla, aunque me ciega su luz.
– Muchas gracias–, digo.
Después fugazmente diviso el perfil de su rostro en la ventana.
Lentamente se desliza el auto. Y desaparece veloz por la anchurosa avenida.

11. Y,
al trasluz

Encuentro a doña Carmen en la puerta del hospital.
– ¿Conseguiste, hijito? –Averigua desesperada.
– Sí. Aquí lo tengo. –Le digo.
– Apúrate. Están preguntando a cada instante.
La enfermera nos ve.
– ¿Trajeron la medicina? ¿La encontraron? ¡Pronto!
Desaparece corriendo. Y yo caigo en una banca, entrecruzándose en mi mente el rostro de Pablo, del estudiante, y al trasluz el rostro de Karina.
Pasan los minutos, o las horas. Sale la misma enfermera y nos dice:
– Ha llegado a tiempo la medicina. El niño está bien. Han tenido suerte, señora. Su hijo ya está en la Sala de Cuidados Intensivos. Pero está bien. Vayan tranquilos.
En mis oídos resuena la voz del estudiante: Solo la televisión puede hallar a uno en un millón.





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