23 DE NOVIEMBRE
DÍA DE LA PALABRA
ESE LEVE AIRE
DE NUESTRAS
BOCAS
Danilo Sánchez Lihón
1. Son la cumbre,
el techo o la puerta
Las palabras son la esencia y
el fundamento del hombre, y están en nuestro ser todas ellas conformándose y
rebullendo en un haz de luz y sombra, tejiendo y destejiendo nuestros destinos.
Son ellas las que sostienen la
estatura del hombre en su estado más pleno y total. Son ellas la verdadera
morada de nuestra existencia.
Son ellas nuestra identidad
libre, bella, afectiva. Son ellas nuestra dimensión mágica, creativa y
trascendente.
Todas las palabras tienen un
trasfondo. Hay que abrirlas y sorberlas o darles vuelta para ver lo que hay
debajo y dentro.
No hay fuente o manantial o
espejo de agua que mejor refleje la imagen que cada uno tenemos.
No hay mejor escudo que
aquellas palabras que hablamos y hacemos nuestras. Son ellas las que nos
definen, construyen y configuran.
Son la puerta de afuera y
adentro por donde podemos ingresar y sentir la corriente y el deslizarse de las
aguas profundas Son la cumbre, el techo o la cima más enhiesta desde la cual
aspiraremos a ser eternos.
2. Una vida
sin respuestas
Y seguramente hemos de
encontrar mundos, vidas palpitantes, aventuras entretejidas, acontecimientos
grandes o pequeños, que ellas contienen y nos evocan.
Para ello, hay que desarrollar
una sensibilidad respecto a su índole. Y luego la actitud de querer conocerlas,
expurgarlas y absorberlas. Y ver lo que de ellas brota.
Saborearlas, porque saber tiene
la misma raíz que sabor. No separar el conocimiento del gusto. El saber tiene
que paladear, catar y degustar.
Pero las palabras también son
marcas, huellas o estelas que trasponen fronteras, aduanas y atajos que se
alzan. De allí que sea importante ya no solo verlas en profundidad sino también
en extensión para ser libres.
Es importante encontrarlas por
los caminos y abrirles paso por los senderos por donde nos encontremos con
ellas.
Porque, ¿qué sería de la vida
sin las palabras? Sería una vida sin respuestas a nada. Porque no habría
preguntas, acerca de una parte, de algo y del todo que nos conforma. Y eso
sería nefasto.
3. Vigila
las palabras
De allí que una función del
lenguaje o de la palabra sea desentrañar realidades y contenidos ocultos e
íntimos.
Por ello el lenguaje es
movimiento y acción: aventura y conquista, compromiso y rebelión.
Por eso, ser impecables con las
palabras. Sobre todo, para domeñarlas y ponerles freno. Y con ellas ser libres,
manumisos y emancipados.
Reconocer y valorar que cada
uno podemos comprender y expresarnos con ellas de la manera que se nos antoje y
ocurra. ¿Qué otro ser o presencia del universo puede entrelazarse en pugna o en
armonía con ellas? Nadie.
Por eso: vigila las palabras
que salen de tu boca. Porque una vez que las hemos pronunciado ellas se vuelven
seres que hemos creado. Y son, o bien nuestros delegados y capitanes, como
también nuestros adversarios y hasta enemigos. Y nosotros podemos pasar a la
condición de presos y hasta esclavos de ellas.
Que las palabras más bien liberen
y relumbren. Y que brillen. Que nos exalten. Y que vuelvan a ser dijes,
abalorios y talismanes para la vida; y ojalá que ellas alcancen a coronar tu
frente.
4. El genio
del lenguaje
Sacarles brillo y lustre a las
palabras. Esta es una función mágica, heroica, revestida de los atributos de la
gloria.
Porque es dejarlas más límpidas
y fulgurantes; frescas y radiantes. Y esto con aquello de que ya, de por sí,
son espléndidas.
Sacarles brillo y lustre a las
palabras es un enunciado que podemos imaginarlo como un cuento de hadas.
El de Aladino que frota la
lámpara mágica. Y aparece un genio que se pone a nuestra disposición para
servirnos en lo que quisiéramos.
Por supuesto, ellas son mucho
más maravillosas que una lámpara. Y no contienen, sino que son el genio mismo.
¿Pero en verdad, al sacarle
brillo y lustre el genio de cada palabra aparece?
¡Sí! ¡Claro! ¡Por supuesto! Se
presenta, ¡y obedece!
Ahí estará dispuesto a lo que
podamos ordenarle, el genio del lenguaje, del idioma y de la comunicación.
Porque, acaso, ¿no es una
lámpara maravillosa verla cuando nos quedamos fascinados de ellas; de las
palabras? Primero con todo su ropaje puesto. Y después caído desde su cuerpo y con
toda su intimidad expuesta.
5. La fuerza
de las palabras
Siendo el lenguaje un leve
soplo, es un personaje mágico. Pero es también materia ígnea.
Una realidad será según sea
cómo tú conectes con ella: horrible o hermosa. Que tiene un ser y una presencia
según tú hayas aprendido a tratar con ellas. Porque todo deviene de ella y cómo
a cada instante las creamos.
Porque ¡así es cómo se crea el
mundo! Con palabras; no con materiales ni con otras herramientas.
Ni siquiera se crea el mundo con
las manos que son sabias. O con cualquiera otra acción mecánica, sino con
palabras. Así:
«Hágase la luz», y la luz se hizo. «Sepárese
el cielo de la tierra». Y el cielo se desprendiéndose el cielo con sus
nubes y estrellas y quedando abajo el suelo con sus terrones y raíces.
¿Cómo resucita Jesús a Lázaro?
Con la fuerza de las palabras.
No utiliza masajes, ni medicamentos,
ni abluciones. Nada que se pudiera llamar físico o «práctico».
Y Lázaro está tan descompuesto,
después de varios días de yacer muerto, que «ya
huele», según dicen sus hermanas.
Son ellas quienes ya han
perdido toda esperanza, tanto que no le piden nada extraordinario a Cristo,
sino únicamente se lamentan de que él no haya estado presente, y Lázaro haya
muerto.
6. Las palabras
son milagros
Pero Cristo hace quitar la
piedra que lo tapa. Y con toda su alma grita hacia adentro tres palabras. Grita
hacia adentro de la tumba y hacia adentro de los oídos de Lázaro:
– ¡Lázaro, sal fuera!
Son aquellas tres palabras con
las que revive a Lázaro.
Y observemos: que solo es el
poder de tres palabras.
Esto para que se tome nota que
no hay que abundar en ellas. Sino más bien reducirlas y concentrarlas.
También, Jesús cuando envía a
sus apóstoles a predicar les da el don de curar enfermos, pero con la palabra.
De ahuyentar a los demonios de
los seres a los cuales afligen, a los espíritus inmundos o presencias malignas
en el cuerpo, pero solo recurriendo a las palabras.
Y cuando regresan
desmoralizados por no poder lograrlo les dice: «Les falta orar». Es decir,
palabras de fervor, de fe y devoción.
7. Este leve
y tembloroso aire
Grandes milagros son ver, oír,
palpar y ¡hablar! Grandes milagros son las palabras. Contemplémoslas siquiera,
o sumerjámonos en su profunda raigambre.
Cada uno de nosotros somos
grandes milagros del lenguaje.
Porque las posibilidades de que
existiéramos es un imposible matemático.
Y, sin embargo, estamos aquí
ahora. Y si lo sopesamos bien es por las palabras que pronunciamos en alguna
ocasión.
Y grandes milagros son también
las palabras que escuchamos y que ingresan por nuestros oídos.
Que ellas nos enaltezcan.
Porque, a su vez, por las palabras seremos condenados o salvos, cuando Jesús nos
dice:
«Pero yo les digo que en el día del juicio los hombres
tendrán que dar cuenta de toda palabra imprudente que hayan pronunciado. Porque
de tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará».
Es decir, por este leve y
tembloroso aire que sale de nuestras bocas.
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