sábado, 23 de noviembre de 2019

23 de noviembre. Día de la Palabra. Ese leve aire de nuestras bocas.


23 DE NOVIEMBRE
DÍA DE LA PALABRA

ESE LEVE AIRE
DE NUESTRAS
BOCAS


Danilo Sánchez Lihón





1. Son la cumbre,
el techo o la puerta

Las palabras son la esencia y el fundamento del hombre, y están en nuestro ser todas ellas conformándose y rebullendo en un haz de luz y sombra, tejiendo y destejiendo nuestros destinos.
Son ellas las que sostienen la estatura del hombre en su estado más pleno y total. Son ellas la verdadera morada de nuestra existencia.
Son ellas nuestra identidad libre, bella, afectiva. Son ellas nuestra dimensión mágica, creativa y trascendente.
Todas las palabras tienen un trasfondo. Hay que abrirlas y sorberlas o darles vuelta para ver lo que hay debajo y dentro.
No hay fuente o manantial o espejo de agua que mejor refleje la imagen que cada uno tenemos.
No hay mejor escudo que aquellas palabras que hablamos y hacemos nuestras. Son ellas las que nos definen, construyen y configuran.
Son la puerta de afuera y adentro por donde podemos ingresar y sentir la corriente y el deslizarse de las aguas profundas Son la cumbre, el techo o la cima más enhiesta desde la cual aspiraremos a ser eternos.



2. Una vida
sin respuestas

Y seguramente hemos de encontrar mundos, vidas palpitantes, aventuras entretejidas, acontecimientos grandes o pequeños, que ellas contienen y nos evocan.
Para ello, hay que desarrollar una sensibilidad respecto a su índole. Y luego la actitud de querer conocerlas, expurgarlas y absorberlas. Y ver lo que de ellas brota.
Saborearlas, porque saber tiene la misma raíz que sabor. No separar el conocimiento del gusto. El saber tiene que paladear, catar y degustar.
Pero las palabras también son marcas, huellas o estelas que trasponen fronteras, aduanas y atajos que se alzan. De allí que sea importante ya no solo verlas en profundidad sino también en extensión para ser libres.
Es importante encontrarlas por los caminos y abrirles paso por los senderos por donde nos encontremos con ellas.
Porque, ¿qué sería de la vida sin las palabras? Sería una vida sin respuestas a nada. Porque no habría preguntas, acerca de una parte, de algo y del todo que nos conforma. Y eso sería nefasto.



3. Vigila
las palabras

De allí que una función del lenguaje o de la palabra sea desentrañar realidades y contenidos ocultos e íntimos.
Por ello el lenguaje es movimiento y acción: aventura y conquista, compromiso y rebelión.
Por eso, ser impecables con las palabras. Sobre todo, para domeñarlas y ponerles freno. Y con ellas ser libres, manumisos y emancipados.
Reconocer y valorar que cada uno podemos comprender y expresarnos con ellas de la manera que se nos antoje y ocurra. ¿Qué otro ser o presencia del universo puede entrelazarse en pugna o en armonía con ellas? Nadie.
Por eso: vigila las palabras que salen de tu boca. Porque una vez que las hemos pronunciado ellas se vuelven seres que hemos creado. Y son, o bien nuestros delegados y capitanes, como también nuestros adversarios y hasta enemigos. Y nosotros podemos pasar a la condición de presos y hasta esclavos de ellas.
Que las palabras más bien liberen y relumbren. Y que brillen. Que nos exalten. Y que vuelvan a ser dijes, abalorios y talismanes para la vida; y ojalá que ellas alcancen a coronar tu frente.



4. El genio
del lenguaje

Sacarles brillo y lustre a las palabras. Esta es una función mágica, heroica, revestida de los atributos de la gloria.
Porque es dejarlas más límpidas y fulgurantes; frescas y radiantes. Y esto con aquello de que ya, de por sí, son espléndidas.
Sacarles brillo y lustre a las palabras es un enunciado que podemos imaginarlo como un cuento de hadas.
El de Aladino que frota la lámpara mágica. Y aparece un genio que se pone a nuestra disposición para servirnos en lo que quisiéramos.
Por supuesto, ellas son mucho más maravillosas que una lámpara. Y no contienen, sino que son el genio mismo.
¿Pero en verdad, al sacarle brillo y lustre el genio de cada palabra aparece?
¡Sí! ¡Claro! ¡Por supuesto! Se presenta, ¡y obedece!
Ahí estará dispuesto a lo que podamos ordenarle, el genio del lenguaje, del idioma y de la comunicación.
Porque, acaso, ¿no es una lámpara maravillosa verla cuando nos quedamos fascinados de ellas; de las palabras? Primero con todo su ropaje puesto. Y después caído desde su cuerpo y con toda su intimidad expuesta.



5. La fuerza
de las palabras

Siendo el lenguaje un leve soplo, es un personaje mágico. Pero es también materia ígnea.
Una realidad será según sea cómo tú conectes con ella: horrible o hermosa. Que tiene un ser y una presencia según tú hayas aprendido a tratar con ellas. Porque todo deviene de ella y cómo a cada instante las creamos.
Porque ¡así es cómo se crea el mundo! Con palabras; no con materiales ni con otras herramientas.
Ni siquiera se crea el mundo con las manos que son sabias. O con cualquiera otra acción mecánica, sino con palabras. Así:
«Hágase la luz», y la luz se hizo. «Sepárese el cielo de la tierra». Y el cielo se desprendiéndose el cielo con sus nubes y estrellas y quedando abajo el suelo con sus terrones y raíces.
¿Cómo resucita Jesús a Lázaro? Con la fuerza de las palabras.
No utiliza masajes, ni medicamentos, ni abluciones. Nada que se pudiera llamar físico o «práctico».
Y Lázaro está tan descompuesto, después de varios días de yacer muerto, que «ya huele», según dicen sus hermanas.
Son ellas quienes ya han perdido toda esperanza, tanto que no le piden nada extraordinario a Cristo, sino únicamente se lamentan de que él no haya estado presente, y Lázaro haya muerto.



6. Las palabras
son milagros

Pero Cristo hace quitar la piedra que lo tapa. Y con toda su alma grita hacia adentro tres palabras. Grita hacia adentro de la tumba y hacia adentro de los oídos de Lázaro:
– ¡Lázaro, sal fuera!
Son aquellas tres palabras con las que revive a Lázaro.
Y observemos: que solo es el poder de tres palabras.
Esto para que se tome nota que no hay que abundar en ellas. Sino más bien reducirlas y concentrarlas.
También, Jesús cuando envía a sus apóstoles a predicar les da el don de curar enfermos, pero con la palabra.
De ahuyentar a los demonios de los seres a los cuales afligen, a los espíritus inmundos o presencias malignas en el cuerpo, pero solo recurriendo a las palabras.
Y cuando regresan desmoralizados por no poder lograrlo les dice: «Les falta orar». Es decir, palabras de fervor, de fe y devoción.



7. Este leve
y tembloroso aire

Grandes milagros son ver, oír, palpar y ¡hablar! Grandes milagros son las palabras. Contemplémoslas siquiera, o sumerjámonos en su profunda raigambre.
Cada uno de nosotros somos grandes milagros del lenguaje.
Porque las posibilidades de que existiéramos es un imposible matemático.
Y, sin embargo, estamos aquí ahora. Y si lo sopesamos bien es por las palabras que pronunciamos en alguna ocasión.
Y grandes milagros son también las palabras que escuchamos y que ingresan por nuestros oídos.
Que ellas nos enaltezcan. Porque, a su vez, por las palabras seremos condenados o salvos, cuando Jesús nos dice:
«Pero yo les digo que en el día del juicio los hombres tendrán que dar cuenta de toda palabra imprudente que hayan pronunciado. Porque de tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará».
Es decir, por este leve y tembloroso aire que sale de nuestras bocas.




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