8
DE NOVIEMBRE
DÍA DEL
URBANISMO
DEL
PATIO,
LOS
PILARES
Y
ALBAÑALES
Danilo
Sánchez Lihón
me gustas porque tienes el color de los
patios
de las casas tranquilas en las tardes de enero
cuando llega el verano…
de las casas tranquilas en las tardes de enero
cuando llega el verano…
Juan Gonzalo Rose
1.
Frutos
de
la tierra
Yo nací en una comarca donde todas
las casas tienen patio, corredores, ventanales, pilares y albañal.
El patio en realidad es el
corazón de la casa. Allí están las voces, los saludos de la gente que llega
entrando por el portón con la voz cristalina y que se escucha desde las
habitaciones interiores.
El pario ya es una especie de
plaza, y como en toda plaza es el centro del universo entero, del sol, la
lluvia, los relámpagos.
En su empedrado rebotan las
voces, se expanden y suben a lo alto.
– Ya dio a luz la Graciela. Y
es varoncito su hijito.
– ¡Ay! Voy a verla. Y la voy
a llevar estos tamalitos.
El patio fresco es el lugar
donde se une la ciudad y el campo, pues la gente llega aquí llena su alforja
con frutos de la tierra.
Y de aquí también partimos
subiendo al caballo para salir por el portón e ir a la chacra agachando la
cabeza en señal de despedida.
2.
El libro
abierto
El patio hacia donde dan las
puertas y ventanas de la casa, sea de la sala, los dormitorios, la cocina
humeante y del comedor vocinglero.
Me despierto y ahí están las
voces de la gente, las acémilas que cargan y descargan.
Con sus corredores tranquilos
donde la lluvia no moja su borde de piedras. Y hacia algún lado el pozo con su
brocal, donde te he soñado y tanto te he querido.
En todo patio alumbra el sol
radiante, arroja sus chorros de agua la lluvia inclemente y entre sus aleros se
pasea en las noches la luna fantasmal pero imperecedera.
Desde el corredor a toda hora
leemos el libro abierto del cielo. Así:
– Qué lindo está el día.
Miren el sol, qué radiante. Y el cielo sin una sola nube ni negra ni blanca. ¿Vamos
al río?
– ¡Vamos! ¡Y ahí cocinamos!
3.
De espera
y
misterio
En los patios es donde se
revientan cohetes en las celebraciones, de aquellos que se encienda la mecha y
se tira la manilla que desde el corredor estalla entre las piedras.
Algunos saltando hasta el
brocal del pozo, y que tanto asustan a los gorriones que han hecho sus nidos
bajo los aleros.
Otras son las palomas que
saltan y revolotean, para después buscar refugio en algún árbol, o en la
cornisa de alguna pared esperando que amanezca.
En el patio se desgañitan las
bandas de músicos entonando huaynos y marineras, haciendo bailar a la gente,
sea que se celebre la mayordomía del Apóstol, o una velación, o el cumpleaños
de la dueña o el dueño de la casa; o bien el retorno del hijo que ha llegado
desde un país lejano.
También desde el centro del
patio se hacen subir las avellanas que se abren paso hacia el cielo azulino
atravesando los aleros y pintando un garabato de sombra y sonido bajo las nubes
blancas.
¡Ah! Es en los patios y por
entre los pilares de los corredores donde vemos que aparece y desaparece la adolescente
y ya casadera. Y sentimos su mirada que es de espera y misterio.
4. Viendo
pasar la vida
Y es precisamente
en estos, en los pilares de los corredores que dan a los patios, donde se
acumulan los años y las hojas de los calendarios que caen, que vuelan y que
pasan.
Son maderos
inhiestos, parejos y bien escogidos entre todos los árboles, que se pulen para
sostener el alero de los techos.
Y que con el tiempo
se han tornado añosos, horadados por esos moscardones de cuerpo y alas negras
que cargan de arriba abajo su grano de miel de un amarillo impoluto.
En su madera de
nudos extasiados a veces se prenden clavos de donde cuelgan los cordeles, y de
ellos alguna ropa que lucirán sus dueños en una fiesta o en un entierro.
Con rajaduras como
las heridas del corazón que tenemos los hombres, en donde los niños introducen
dijes, canicas y celofanes, donde se prenden macetas de ruda, de geranios, y de
pasmadas holoturias que florecen o se mustian viendo pasar la vida feliz o
desdichada de sus dueños.
5. Bajo
su sombra
Los pilares, aparte
de sostener el techo, sin jamás rendirse, son vigías de todo lo que acontece en
el patio. El alborozo de una boda son los pilares que lo escuchan, como las
primeras cornetas que anuncian la procesión, y que la fiesta ya ha comenzado.
Como también oyen
las penas y quebrantos que viene a contar la gente humilde, llorando a veces
con sollozos y gemidos, como la muchacha avergonzada que ha venido a confesar
el hijo que lleva en las entrañas.
Hasta su madero
llega el aroma de lo que se prepara en la cocina, ya sea la fritura para el
desayuno o la leche que se hierve. Ya sean los guisos del almuerzo, las ñuñas
que se fríen, o el shambarito que se sirve humeante.
En los pilares la
luna cuando boga por el cielo se detiene y recoge su traje de novia que se
enreda. Y las almas de quienes vivieron en la casa llegan hasta sus pies y se
abrazan a ellos hundiendo su frente en su regazo. Y lloran. Y donde se quedan
largo rato, habitando a escondidas en la casa que desde otros mundos extrañan
tanto y por eso vuelven.
Y bajo su sombra los poyos y las bancas.
6. Unen
nuestras casas
Pero detrás de los
pilares y en los corredores, delante de los poyos y las bancas, y enfrente de
los cimientos de adobe y de piedra de las casas están los albañales.
¿Qué son? Me
preguntan, porque se han perdido ya como vocablos que es el anuncio de que
pronto van a perderse como realidad y es por eso que me apuro en anotarlo.
Porque una ley de
la vida parece ser que antes de perderse los seres, las cosas o los hechos como
presencias vivas y tangibles primero se pierden sus nombres.
Por eso, los
albañales son las acequias limpias que pasan de una a otra casa, las recorren y
casi siempre van descubiertas.
Entonces así
sabemos qué están haciendo en la casa del vecino o la vecina: si están lavando
una frazada pasan las burbujas.
Si están pelando
mote pasan las cenizas y los carbones arrastrado por el agua. Si los niños
están jugando pasan los barquitos de papel.
Así como los adobes
se trenzan entre ellos mismos, así los albañales trenzan y unen nuestras casas.
7. Las palabras
se callan
Hay una cadena de
llanto y salvaguardia a través de los albañales.
También vienen
reclamos por encima de las cercas, paredes o curahuas.
– Señora Laurita,
su albañal me ha mojado el patio.
– ¡Don Manuelito!
La acequia está humedeciendo la pared de mi sala.
– De su lado se
está empozando el albañal. Yo ya lo hice limpiar del lado de mi casa.
– ¡Y es que vienen
plumas! Ayer dije: ¡Cómo es que mi comadre arroja plumas que atoraron el cauce
que es estrecho!
– ¡Serán de palomas
que se aparean sobre estos muros y en sus furores dejan caer sus plumas!
Pero es a través de
los albañales de las casas que recorren el borde de los patios, que se dejan
traslucir indicios de fiestas, ocurrencias y regocijos. Como también de penas,
congojas y lamentos.
A través de los
albañales o acequias se traspasa la humanidad, la vida, lo que las palabras se
callan y no confiesan.
¡Ah, casas de mi
comarca! ¡Ruego a Dios que nunca desaparezcan!
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