jueves, 7 de noviembre de 2019

7 de noviembre. ¡Es fiesta en Cachicadán! Limpidez y dulzura infinita.


7 DE NOVIEMBRE
¡ES FIESTA EN CACHICADÁN!

LIMPIDEZ
Y DULZURA
INFINITA


Danilo Sánchez Lihón



Plaza de armas e iglesia de Cachicadán

1. El misterio
de su destino

Una limpidez y dulzura infinita invade el alma cuando pensamos que nuestros pasos van rumbo a Cachicadán. ¿Será por el camino pródigo para ir hacia él? ¡Y que se abre como las alas de una mariposa alucinante! ¿O será por sus flores que se extienden por sus laderas en matices de azules, gualdas, fucsias?, y del color del alba, que he visto y vivido, pero no sé nombrarlo. ¡O será por su aroma a anís, a manzanilla ¡y al vaho de su tierra humedecida!
Dista Cachicadán de Santiago de Chuco 45 minutos que se viajan o recorren conmocionados por una explosión telúrica en que se sumerge cada día la cuenca del río Huaychaca, hasta llegar a esta ciudad enclavada entre bosques de rosas, hortensias y alcanfores.
Es un balneario hermoso de aguas termales que emergen a borbotones a flor de tierra en el llamado “Ojo de agua” en la base del cerro llamado La Botica, a cuyas faldas se extiende la población de casas siempre enlucidas de blanco, de calles adornadas de cadenetas, donde en su paisaje siempre hay un grupo de niños y niñas jugando en cualquier esquina, y los ojos de sus muchachas que miran desde detrás de alguna puerta. Y siempre hay una anciana cristalina sentada en el poyo de alguna posada; que representa todo junto el misterio de nuestro destino.


Vista panorámica de Cachicadán

2. Dulce
e idílica

Quizá por eso Cachicadán es trino de mandolina, brillo iridiscente, claro de bosque, entre montañas de epifanía. Situada a 2,885 metros sobre el nivel del mar cuenta con todos los servicios turísticos: restaurantes, hoteles y comunicaciones.
Rodeado de una eclosión telúrica, amanece y anochece entre sus campos sembrados, aquí y allá, de maíz, trigo, cebada y huertos de repollos, cebollas y hierba buena. ¡De trinitarias y zarzaparrilla que hacen una combinación de colores verdes, dorados, azules junto al magenta de sus flores de que se siembran asimismo sus caminos!
Sus plantas medicinales se extienden desde sus cañadas abismales y se elevan hasta la cima de sus apus tutelares. Cachicadán es tan hermoso que ahoga mirar hacia el frente, o hacia los costados, de su asombroso paisaje.
En su cabecera y hacia lo alto se empina el cerro La Botica que preside su apacible decurso; sea sus días efímeros ya sea su eternidad ensimismada. Y su delirio de infinito. En donde se concentra el prodigio de su farmacopea esparcida y silvestre en sus variados pisos ecológicos.
Así como es calma, Cachicadán es fuerza, detonación, estallido; es sutileza de los matices de las flores imprevistas que se encuentran en lo más recóndito de una grieta, o en el empedrado de una casa antigua, o prendidas a sus muros añejos, en lo hondo y en la cúspide de su cordillera. ¡Es una emoción siempre dulce e idílica!


Ojo de aguas termales

3. Tomillos
y shiraques

Entrar a Cachicadán siempre es una alegría, un regocijo del alma, un motivo de exaltación y ternura también por su gente probadamente buena. Respirar en sus huertos el olor de sus higueras y matas de toronjil, de sus calles invadidas por el humo de la buena comida, y subyugados por la sombra amable de sus tiendas donde sólo por entrar y estar en su penumbra de azafrán y violeta compramos cucuruchos de arroz, pero también donde hay alfajores, manzanas del valle, granadillas de la ribera del río; y el agua gaseosa llamada “Volcán”. ¡O, lo que sea!
Contemplar sus balcones azules y otros de color caoba de sus casonas donde se han quedado temblando tantas serenatas y el fulgor de las estrellas, las acequias rumoreantes que corren delante de las edificaciones de techos y ventanas vetustas. ¡Y los puentes! que se tienden de la calle a las puertas de entrada de las tiendas, creciendo abajo en el canal matas de tomillos, de shiraques ¡y de hierba santa!
Cruzar las tablas y maderas cimbreantes de estos puentecillos que enlazan la calle apisonada que aún conserva la fragancia de la lluvia reciente, con los domicilios o las tiendas, hacen del hecho rutinario de comprar algo, o de simplemente entrar por una puerta, una prueba de equilibrio como también un acontecimiento inusitado, maravilloso, de inmenso regocijo. Y hasta de etéreo y trascendente estremecimiento.


Canal que sale del ojo de agua

4. Envuelta
en su rebozo

Y luego, por los vericuetos de las calles retorcidas y empedradas de la parte alta del barrio San Miguel, subir a sumergirnos en el vaho de El Ojo de agua hirviente, donde brotan las aguas termales, sintiendo cómo se nos abrigan los pies por la tierra caliente que pisamos.
Aquí aspiramos la fragancia del cerro La Botica que sintetiza el aroma de todas las flores y plantas del universo que curan los males del cuerpo y sanan también las heridas del alma.
Como igualmente, en cualquier recodo quedaremos extasiados por el rostro hermoso de alguna niña o muchacha linda, tímida y pudorosa, para quedar hechizados y con el convencimiento de que, si existe todavía Paraíso Terrenal sobre la faz de la tierra, ese es este.
Sea que aparezca o desaparezca tras de un pilar, columna o muro. Sea que permanezca en un patio o en un corredor, límpida y a la vez misteriosa como una fuente. Sea viéndola arrebolada, cruzar como un céfiro la calle con una falda flameante.
¡Envuelta en un rebozo imaginario que solo está en su anhelo o en el nuestro, porque va con sus brazos desnudos abrazando y escondiendo tras su leve blusa inocente sus senos estallantes!


Flores en Cachicadán

5. Bosques
de eucaliptos

Una vista panorámica de Cachicadán, situados desde el Campo Santo, denominado Jerusalén, nos permiten ir reconociendo algunos hitos de su plano, más onírico que real:
He aquí ya situados en el altozano, con el sol que dora nuestras frentes, y aunque lo repitamos mil veces: en la parte alta el Cerro La Botica, al pie del cual brotan y fluyen las aguas termales de propiedades minero-medicinales que han convertido al barrio próximo, llamado San Miguel, en el sector de turismo en salud más visitado de todas estas comarcas.
He aquí, por un flanco del cerro ya mencionado, ubicamos el camino que conduce a los restos arqueológicos de Wallío y Sagarbal.
He allí cómo en los contornos destaca la presencia de innumerables bosques de eucaliptos que rodean la ciudad y le brindan el aroma característico que tiene el lugar, cuál es su fragancia de tierno alcanfor.
Por allá, ver cómo a la derecha hay un mirador natural que es el cerro llamado ahora Alto del Perú, y está bien que así se llame, y no Alto Perú, porque tendría que haber alguna razón que lo vincule a Bolivia, no habiendo ninguna; y al pie del cual se asienta la amena campiña de Mocaboda.


Paisaje de Cachicadán

6. Al pie
y hacia el centro

Mirando en lontananza y hacia la izquierda es notoria la presencia del promontorio El Angla.
Y, al fondo, se aprecia el majestuoso cerro Ichal, renombrado por sus restos arqueológicos, en donde se asienta el Santuario del dios Catequil, y el oráculo famoso; y que le fue adverso a Huayna Cápac a quien le anunció la destrucción del imperio incaico.
Veamos allá, al pie y hacia el centro está el conjunto de casas donde, hacia la derecha, se ubica la Plaza Mayor. Y, a la izquierda, el barrio de El Rosario, más conocido como El Canto del Pueblo, donde actualmente se ha erigido El Arco que es el pórtico de ingreso principal a la ciudad, incluyendo el Instituto Pedagógico que justamente lleva por nombre Catequil.
En la parte baja está el sector donde se alinean frente a frente los centros educativos de todos los niveles que tiene la localidad.
Pero, en conjunto, Cachicadán, sea desde aquí o ya sea mirado desde la distancia, se ve envuelto en una especie de neblina dorada y púrpura que definen bien su aura y su alma mágica.


Paisaje de Cachicadán

7. Sabios
y afectivos

Y porque sobresale de sus canaletas que recorren calles y casas particulares, ese vaho azul, y la visión mágica del humo y la neblina que produce el agua caliente de sus pozos termales, que corre por las acequias de este pueblo dulce, lírico, amoroso, donde por las noches no faltan las notas estremecidas de una serenata que nos hacen cómplices de un amor imposible y desgarrado.
¡Yo mismo aquí las he dado!, y mi voz debe haberse quedado en los maderos de estos balcones, bajo estos techos pasmados donde he cantado, sabiendo muy bien quién se arrebujaba hacia adentro asustada, aunque no sé si escuchara despierta o dormida.
De allí que volver a Cachicadán es retornar a todos estos elementos fundamentales de la vida. Y a la reserva moral que constituyen nuestras cumbres, fuentes, ríos y nuestras casas nativas. Es volver a las nieves eternas, jamás corruptibles, límpidas y de una fuerza inmarcesible, siempre inspiradoras y a la vez compasivas acerca de nuestras vidas, situadas en lo alto de nuestras cordilleras.
Sabiendo que retornamos a encontrar sabiduría y consejo, que les pedimos a nuestros apus, huacas y pacarinas; todos ellos protectores, sabios y afectivos en estos tiempos aciagos, como también de grandes batallas y hondas esperanzas.

Todas las fotos fueron tomadas por:
Jaime Sánchez Lihón



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