7 DE NOVIEMBRE
¡ES FIESTA EN CACHICADÁN!
LIMPIDEZ
Y DULZURA
INFINITA
Danilo Sánchez Lihón
Plaza de armas e iglesia de Cachicadán
1. El misterio
de su destino
Una limpidez y dulzura
infinita invade el alma cuando pensamos que nuestros pasos van rumbo a
Cachicadán. ¿Será por el camino pródigo para ir hacia él? ¡Y que se abre como
las alas de una mariposa alucinante! ¿O será por sus flores que se extienden
por sus laderas en matices de azules, gualdas, fucsias?, y del color del alba,
que he visto y vivido, pero no sé nombrarlo. ¡O será por su aroma a anís, a
manzanilla ¡y al vaho de su tierra humedecida!
Dista Cachicadán
de Santiago de Chuco 45 minutos que se viajan o recorren conmocionados por una
explosión telúrica en que se sumerge cada día la cuenca del río Huaychaca,
hasta llegar a esta ciudad enclavada entre bosques de rosas, hortensias y
alcanfores.
Es un balneario
hermoso de aguas termales que emergen a borbotones a flor de tierra en el
llamado “Ojo de agua” en la base del cerro llamado La Botica, a cuyas faldas se
extiende la población de casas siempre enlucidas de blanco, de calles adornadas
de cadenetas, donde en su paisaje siempre hay un grupo de niños y niñas jugando
en cualquier esquina, y los ojos de sus muchachas que miran desde detrás de
alguna puerta. Y siempre hay una anciana cristalina sentada en el poyo de alguna
posada; que representa todo junto el misterio de nuestro destino.
2. Dulce
e idílica
Quizá por eso
Cachicadán es trino de mandolina, brillo iridiscente, claro de bosque, entre
montañas de epifanía. Situada a 2,885 metros sobre el nivel del mar cuenta con
todos los servicios turísticos: restaurantes, hoteles y comunicaciones.
Rodeado de una
eclosión telúrica, amanece y anochece entre sus campos sembrados, aquí y allá,
de maíz, trigo, cebada y huertos de repollos, cebollas y hierba buena. ¡De
trinitarias y zarzaparrilla que hacen una combinación de colores verdes,
dorados, azules junto al magenta de sus flores de que se siembran asimismo sus
caminos!
Sus plantas
medicinales se extienden desde sus cañadas abismales y se elevan hasta la cima
de sus apus tutelares. Cachicadán es tan hermoso que ahoga mirar hacia el
frente, o hacia los costados, de su asombroso paisaje.
En su cabecera y
hacia lo alto se empina el cerro La Botica que preside su apacible decurso; sea
sus días efímeros ya sea su eternidad ensimismada. Y su delirio de infinito. En
donde se concentra el prodigio de su farmacopea esparcida y silvestre en sus
variados pisos ecológicos.
Así como es calma,
Cachicadán es fuerza, detonación, estallido; es sutileza de los matices de las
flores imprevistas que se encuentran en lo más recóndito de una grieta, o en el
empedrado de una casa antigua, o prendidas a sus muros añejos, en lo hondo y en
la cúspide de su cordillera. ¡Es una emoción siempre dulce e idílica!
Ojo de aguas termales
3. Tomillos
y shiraques
Entrar a
Cachicadán siempre es una alegría, un regocijo del alma, un motivo de
exaltación y ternura también por su gente probadamente buena. Respirar en sus
huertos el olor de sus higueras y matas de toronjil, de sus calles invadidas
por el humo de la buena comida, y subyugados por la sombra amable de sus
tiendas donde sólo por entrar y estar en su penumbra de azafrán y violeta
compramos cucuruchos de arroz, pero también donde hay alfajores, manzanas del
valle, granadillas de la ribera del río; y el agua gaseosa llamada “Volcán”.
¡O, lo que sea!
Contemplar sus
balcones azules y otros de color caoba de sus casonas donde se han quedado
temblando tantas serenatas y el fulgor de las estrellas, las acequias
rumoreantes que corren delante de las edificaciones de techos y ventanas
vetustas. ¡Y los puentes! que se tienden de la calle a las puertas de entrada
de las tiendas, creciendo abajo en el canal matas de tomillos, de shiraques ¡y
de hierba santa!
Cruzar las tablas
y maderas cimbreantes de estos puentecillos que enlazan la calle apisonada que
aún conserva la fragancia de la lluvia reciente, con los domicilios o las
tiendas, hacen del hecho rutinario de comprar algo, o de simplemente entrar por
una puerta, una prueba de equilibrio como también un acontecimiento inusitado,
maravilloso, de inmenso regocijo. Y hasta de etéreo y trascendente
estremecimiento.
4. Envuelta
en su rebozo
Y luego, por los
vericuetos de las calles retorcidas y empedradas de la parte alta del barrio
San Miguel, subir a sumergirnos en el vaho de El Ojo de agua hirviente, donde
brotan las aguas termales, sintiendo cómo se nos abrigan los pies por la tierra
caliente que pisamos.
Aquí aspiramos la
fragancia del cerro La Botica que sintetiza el aroma de todas las flores y
plantas del universo que curan los males del cuerpo y sanan también las heridas
del alma.
Como igualmente,
en cualquier recodo quedaremos extasiados por el rostro hermoso de alguna niña
o muchacha linda, tímida y pudorosa, para quedar hechizados y con el
convencimiento de que, si existe todavía Paraíso Terrenal sobre la faz de la
tierra, ese es este.
Sea que aparezca o
desaparezca tras de un pilar, columna o muro. Sea que permanezca en un patio o
en un corredor, límpida y a la vez misteriosa como una fuente. Sea viéndola
arrebolada, cruzar como un céfiro la calle con una falda flameante.
¡Envuelta en un
rebozo imaginario que solo está en su anhelo o en el nuestro, porque va con sus
brazos desnudos abrazando y escondiendo tras su leve blusa inocente sus senos
estallantes!
5. Bosques
de eucaliptos
Una vista
panorámica de Cachicadán, situados desde el Campo Santo, denominado Jerusalén,
nos permiten ir reconociendo algunos hitos de su plano, más onírico que real:
He aquí ya
situados en el altozano, con el sol que dora nuestras frentes, y aunque lo
repitamos mil veces: en la parte alta el Cerro La Botica, al pie del cual
brotan y fluyen las aguas termales de propiedades minero-medicinales que han
convertido al barrio próximo, llamado San Miguel, en el sector de turismo en
salud más visitado de todas estas comarcas.
He aquí, por un
flanco del cerro ya mencionado, ubicamos el camino que conduce a los restos
arqueológicos de Wallío y Sagarbal.
He allí cómo en
los contornos destaca la presencia de innumerables bosques de eucaliptos que
rodean la ciudad y le brindan el aroma característico que tiene el lugar, cuál
es su fragancia de tierno alcanfor.
Por allá, ver cómo
a la derecha hay un mirador natural que es el cerro llamado ahora Alto del
Perú, y está bien que así se llame, y no Alto Perú, porque tendría que haber
alguna razón que lo vincule a Bolivia, no habiendo ninguna; y al pie del cual
se asienta la amena campiña de Mocaboda.
6. Al pie
y hacia el centro
Mirando en
lontananza y hacia la izquierda es notoria la presencia del promontorio El
Angla.
Y, al fondo, se
aprecia el majestuoso cerro Ichal, renombrado por sus restos arqueológicos, en
donde se asienta el Santuario del dios Catequil, y el oráculo famoso; y que le
fue adverso a Huayna Cápac a quien le anunció la destrucción del imperio
incaico.
Veamos allá, al
pie y hacia el centro está el conjunto de casas donde, hacia la derecha, se
ubica la Plaza Mayor. Y, a la izquierda, el barrio de El Rosario, más conocido
como El Canto del Pueblo, donde actualmente se ha erigido El Arco que es el
pórtico de ingreso principal a la ciudad, incluyendo el Instituto Pedagógico
que justamente lleva por nombre Catequil.
En la parte baja
está el sector donde se alinean frente a frente los centros educativos de todos
los niveles que tiene la localidad.
Pero, en conjunto,
Cachicadán, sea desde aquí o ya sea mirado desde la distancia, se ve envuelto
en una especie de neblina dorada y púrpura que definen bien su aura y su alma
mágica.
7. Sabios
y afectivos
Y porque sobresale
de sus canaletas que recorren calles y casas particulares, ese vaho azul, y la
visión mágica del humo y la neblina que produce el agua caliente de sus pozos
termales, que corre por las acequias de este pueblo dulce, lírico, amoroso,
donde por las noches no faltan las notas estremecidas de una serenata que nos
hacen cómplices de un amor imposible y desgarrado.
¡Yo mismo aquí las
he dado!, y mi voz debe haberse quedado en los maderos de estos balcones, bajo
estos techos pasmados donde he cantado, sabiendo muy bien quién se arrebujaba
hacia adentro asustada, aunque no sé si escuchara despierta o dormida.
De allí que volver
a Cachicadán es retornar a todos estos elementos fundamentales de la vida. Y a
la reserva moral que constituyen nuestras cumbres, fuentes, ríos y nuestras
casas nativas. Es volver a las nieves eternas, jamás corruptibles, límpidas y
de una fuerza inmarcesible, siempre inspiradoras y a la vez compasivas acerca
de nuestras vidas, situadas en lo alto de nuestras cordilleras.
Sabiendo que
retornamos a encontrar sabiduría y consejo, que les pedimos a nuestros apus,
huacas y pacarinas; todos ellos protectores, sabios y afectivos en estos
tiempos aciagos, como también de grandes batallas y hondas esperanzas.
Todas las fotos fueron tomadas por:
Jaime Sánchez Lihón
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