10 DE
DICIEMBRE
DÍA DE LOS DERECHOS
ANIMALES
CANTO
AL
AMANECER
Danilo Sánchez Lihón
1. Es
tu sangre
Rodrigo por fin ha
conseguido que su abuela le obsequie los dos periquitos que tanto le ha pedido
desde hace meses. ¡Y años, tal vez!!
Le ha tocado uno color carmesí
con tornasoles de ópalo; y el otro azulado con iridiscencias de color azafrán.
La señora los extrae de su
inmensa pajarera donde una maraña de pajarillos de todos los colores y trinos
nacen, crecen, se reproducen. Y también mueren.
Mueren sin salir jamás de
esa malla de alambres, plumas desprendidas y pétalos de flores caídas de las
macetas que cuelgan hacia afuera.
El niño ha tenido que
enfermarse para que su abuela se conmueva y acepte desprenderse de sus
pajarillos. No ha sido fácil.
La última vez la señora
puso otra condición para obsequiarlos, cuál ha sido: que tenía que traer una
jaula nueva para llevarlos. ¡Y para que no se fueran a volar por el camino! ¡Por
favor!
– ¡Ya deja de hacer sufrir
más a mi hijo! –Ha protestado hoy día la mamá de Rodrigo, e hija de la señora–.
Lo estás enfermando a mi hijo con tus caprichos. Parece que más te importaran
tus pajaritos que las personas, y sobre todo tu nieto y que lleva tu propia
sangre. –Le reprocha la hija a su madre.
2. Cómo
los va a
criar
– ¡Es que tú no sabes lo
que es criar y querer a los animales!
– ¡Pero, tienes tantos! Y
es tu nieto quien te pide. No es un niño extraño ni ajeno. Y son meses y años
que lo tienes ilusionado. ¡Y es tu sangre, mamá!
La abuela adora a su nieto.
Pero más puede el escrúpulo de cómo los va a criar.
Pero, ahora, ha tenido que
ceder, prestar ella misma una jaula. Y hoy mismo los dos pericos han cambiado
de casa. Al despedirse de las avecillas todavía desde la puerta recomienda:
– El agua fresca tienen que cambiarla todos los días”.
O esta otra:
– La clase y calidad de los
granos de alpiste escogerlos de un casero de confianza, nada de comprarlos de
ambulantes.
Y más aún:
– No se olviden la hora de
abrigarlos. Cubran la jaula con una manta, que está haciendo frío.
Y sigue:
– Han de tener cuidado del
gato que tienen en la casa. ¡Y de otros animales que pueden hacerles daño!
Y se ha despedido de ellos
con los ojos cristalinos de lágrimas y el corazón enturbiado por la pena. La
llegada de los pericos a la nueva casa es todo un acontecimiento. Correrías,
nerviosismo, alegría.
3. Un grito
herido
Han pasado los días y
pronto Rodrigo ha aprendido a darles de comer, a limpiar su jaula y a
protegerlos del frío. Y pasa horas enteras contemplándolos.
Le encantaba el movimiento
de sus cabezas, los saltos que dan. La forma cómo toman el agua.
Le extasía la policromía de
sus alas que se abren al sol. Y hasta le parece percibir debajo de sus plumas
temblar sus minúsculos corazones con acompasados latidos.
Y lee manuales y consulta
enciclopedias para saber de sus costumbres y acerca de la menor manera de
criarlos. Esté en donde esté viene a atenderlos.
Pero hoy día Virginia ha
salido temprano al jardín y ha querido acariciarlos. Abre la jaula y deja la
puerta entreabierta.
El perico macho ladea la
cara para ver mejor la abertura:
– ¿Qué es esto? –Dice.
– ¡Cuidado con los
peligros! –Le advierte la perica desde dentro.
Da un brinco el macho.
Llega hasta la puerta. Gira la cabeza a uno y otro lado y divisa las altas
ramas del árbol en el centro del jardín.
Salta hasta allí. Y llama a
su compañera. En seguida ambos se lanzan al cielo abierto e ilimitado.
Detrás de ellos y lejos
queda la jaula entreabierta.
4. Buscando
rama por rama
A la vuelta de la escuela
Rodrigo ha ido a saludar a sus pericos en su jaula. Y al no encontrarlos suelta
un grito herido, como si lo hiriera un cuchillo penetrando en carne viva.
– ¡Mamáaaa!
Y es que como un relámpago
ha imaginado lo que ha sucedido.
La mamá ha soltado la
prenda que cosía y casi ha rodado por las escaleras por socorrer a su hijo:
pensando que un puñal le ha atravesado el pecho por la espalda:
– ¡Hijo! ¡Dónde estás! ¡Rodrigo!
¿Estás bien? ¡Háblame hijo! –Grita a su vez.
– ¡No están mis pericos,
mamá! –Chilla el hijo desesperado.
La mamá al ver la jaula
vacía comprende toda la verdad: ¡Los periquitos han escapado! Ya reunidos los
demás hermanos miran por todos los contornos. Buscan rama por rama entre las
plantas.
Se asoman con escaleras a mirar
las paredes y los patios de las casas vecinas. No. ¡No están! Han desaparecido.
– ¿Quién abrió la puerta de
la jaula? –Es la pregunta que se hacen.
Nadie contesta.
5. Escucharon
los pasos
De pronto Virginia emite un
gemido, se encoge contra su pecho y empieza un llanto incontenible. Y se sacude
su espaldita. Está desesperada.
– ¡Es culpa mía! ¡Es mi
culpa! ¡Yo he sido!
– ¿Tú fuiste?
– Sí. ¡Pero yo solo he
querido acariciarlos!
Los hermanos lloran toda la
tarde.
La madre anda silenciosa
por la casa. Todos esperan la llegada del padre.
A Virginia han tenido que
acostarla en su cama porque le duele el pecho. Y hasta ha hecho fiebre.
Rodrigo da vueltas,
subiendo y bajando la azotea, desde donde mira con rencor y hasta odio a cada
gato que pasa.
Ya de atardecida se
escuchan los pasos del padre que llega. Y todos corren a abrirle la puerta.
6. Haber,
cuéntenme
– ¡Papá! ¡Los periquitos
han escapado!
– ¡Se han perdido nuestros
pajaritos, papá!
– ¡Es una desgracia, papá,
para toda la familia!
– ¡Virginia dejó abierta la
jaula y se han ido!
– ¡Nadie sabe en dónde
están! –Le dicen trabándose la lengua, agitados, entre gemidos.
– ¿Y dónde está Virginia?
– En su habitación. La he
acostado en su cama. Se siente mal la pobrecita. Hasta tiene un poco de fiebre.
–Dice la mamá, también llorosa.
Ya en el cuarto Virginia se
abalanzó a los brazos del padre.
– ¡Papá, es mi culpa! ¡Es
mi culpa! –Solloza.
El padre la abraza, la
tiene contra su pecho y después la sienta en sus rodillas. Abraza a Rodrigo y
sienta a los demás al borde de la cama.
– Haber, cuéntenme. ¿Qué ha
pasado?
7. ¡Han
desaparecido!
Todos hablan a la vez,
repitiendo lo que unos y otros saben.
– ¡Es culpa de Virginia,
papá! –concluye Emilio, el hermano mayor.
– No es culpa de tu
hermana, porque ella no ha querido que se fueran. Al contrario, quiso darles
cariño. –Empieza diciendo el padre.
– Pobre mi hijita, se
siente culpable. Y está destrozada, la pobre. –Aduce la mamá.
Virginia otra vez no puede
contener un llanto desconsolado.
– ¿Han buscado por todos
lados?
– ¡No solo aquí en la casa,
sino que hemos ido por todo el barrio y preguntando casa por casa, papá!
– ¡Y no están! Hemos subido
con escaleras para ver por los techos. Hemos trepado incluso a los árboles del
parque. ¡Han desaparecido!
– Bueno, hijos. –Continúa
el padre– Para nosotros de repente ésta es una pérdida, que la sentimos mucho,
pero para los periquitos este es un día feliz.
– ¿Feliz, por qué, papá?
8. Y fuimos
felices
– Porque están libres y
quieren hacer juntos su destino. En la vida de ellos ésta será una fecha
inolvidable que recordarán así:
–
“Que un día una niña como un ángel se acercó, los acarició las alas, los miró
con ternura y dejó entreabierta la puerta de la jaula. Entonces volaron hacia
una rama alta y luego, por el cielo azul, hasta un árbol donde hicieron un
nuevo nido, tuvieron sus hijos y fueron felices”.
Con el rostro congestionado
Rodrigo exclama:
– ¡En qué barriga de gato
estarán mis dos periquitos!
– ¡Ningún gato ha devorado
a los pericos! –Explica el padre–. Y les digo por qué:
Primero, habría plumas en
algún lugar. ¿Las hemos encontrado? ¡No!
Segundo: Si los periquitos
han podido volar por encima de estas paredes que son altas, quiere decir que
vuelan bien.
Y, tercero, los animales
saben defenderse y superar peligros.
Además, no es uno, sino son
dos. Y entre dos se ayudan, se avisan, pelean juntos. Y una pareja tiene
mayores fuerzas para luchar, porque entre ellos cooperan y se defienden muy
bien.
– Gracias, papá. –Dicen.
9. Dichosos
como nunca
De todos modos, los días
siguientes son tristes e inconsolables para Rodrigo.
Sus ojos se nublan mirando
las azoteas lejanas, queriendo ver aparecer y aletear a sus pericos.
Rodrigo sigue limpiando la
escudilla, cambiando el agua anterior por otra nueva y fresca, poniendo
temprano la ración de alpiste.
Esta madrugada ha corrido
agitado y ha despertado a sus padres:
– ¡Papá! ¡Mamá!
– ¡Qué sucede, hijo!
– ¡Vengan, vengan
corriendo!
– ¡Qué sucede, Rodrigo,
dinos!
– ¡Los periquitos he visto
cómo han tomado el agua que les pongo! ¡Y ahora están en la ventana!
En el pálido nácar de la
madrugada, y recortados ante el cielo tenuemente rosado, amarillo y celeste,
gorjean dichosos como nunca.
Están los dos periquitos:
el uno carmesí con tornasoles de ópalo y el otro azulado con iridiscencias de
color azafrán.
10. Libres,
sanos y
felices
Padres e hijos se quedan
viendo y escuchando emocionados.
Libres y deslumbrantes con
sus vuelos se lanzan hacia el amplio cielo color añil y se posan en el árbol
del patio.
¡Es espléndido verlos
revolotear, alzarse y dejarse caer en el aire!
¡Es emocionante verlos
hacer picadas vertiginosas y rozar sus alas en el aire, una con la otra, hasta
venir casi a posarse en las manos de Rodrigo!
– ¡Papá! –Dice él con los
ojos llenos de lágrimas.
– Sí, hijo.
– ¿Has notado que cantan en
dirección a la ventana de Virginia?
– ¿Así? ¡No me había dado
cuenta!
Ni los padres ni el hermano
mayor, quien también se ha despertado y observa, se habían dado cuenta de eso.
Virginia, a estas horas
duerme en su cama, sin saber que una pareja de periquitos felices, cantan para
ella en el amanecer de un día hermoso.
¡Completamente sanos y
felices! ¡Y libres en el día que amanece!
Ilustraciones de
Julio Granados Relayze
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