13 DE DICIEMBRE
ACABA
EL AÑO LECTIVO
EL ADIÓS
A LA
ESCUELA
Danilo
Sánchez Lihón
El
corazón no suma
los
meses a los meses:
el
corazón rezuma
eternidad… ¡a veces!
Francisco Bendezú
1. Para siempre
en esta vida
Hoy es día de clausura
del año escolar, y por ser nosotros promoción, hoy nos despedimos para siempre
de la escuela. Terminamos la Educación Primaria y empezamos el año que viene la
Educación Secundaria, pero lejos de aquí, en otros pueblos donde haya colegios.
Dejamos atrás
ahora una etapa de nuestra vida, hecho que nos produce una inmensa pena; dando
inicio a un nuevo período, diverso; asunto que nos produce curiosidad,
expectativa y alegría.
Algunos viajaremos
a Trujillo, o a Chimbote. Otros más lejos todavía, quizás a Lima. O tal vez la
suerte nos lleve a lugares aún más distantes. Pero nadie sabe en verdad qué
será de nuestros destinos.
Lo único cierto
es que hoy nos despedimos. Este racimo cargado de frutos hoy será arrancado y
se deshará, cada uno rodando dispersos por distintos rumbos y senderos.
Muchos de mis
compañeros de aula, por ejemplo, se mudarán con toda su familia hacia lejanas
ciudades solo para que ellos estudien. Y con quienes dejaremos de vernos para
siempre en esta vida. Y en las otras vidas si es que existen, porque el azar confunde
los caminos y enreda a partir de ahora nuestros pasos.
El día de la partida.
Profesor Arnulfo Enríquez. Yo en primera fila, sentado
al centro, con la correa del morral cruzándome el pecho.
2. Es
mejor
Hoy, para mí y
mis compañeros de promoción, concluye nuestra Educación Primaria. Y no sabemos
si estar tristes o estar alegres. No sabemos si festejarlo o suspirar. No
atinamos si abrazarnos o enternecernos para reír o para llorar. ¡O no sabemos qué!
Eso sí: nuestro
corazón presiente un asomo de abismo, de brecha o caída que hay que saltar. Y
que no nos deja hoy estar contentos. Hay algo que nubla y ataja el júbilo y
regocijo que debiéramos tener.
Por ejemplo: con
mis compañeros nos prometemos tantas cosas que es difícil que las vayamos a
cumplir, como vernos y reunirnos de aquí a un año, ¡cuando todos vamos a partir!
Otros pregonan que mejor nos veamos de aquí a cinco años. Y otros dicen que de
aquí a diez. ¿No es absurdo?
¿Para qué prometernos
esas cosas? ¡Eso ya es llorar! Toda esta incertidumbre ya es deambular y
tantear a ciegas en la noche. Decir todo esto ya es una manera de estar tristes,
gemir y sollozar.
A ratos somos
tiernos y a ratos nos hacemos los duros, los recios, y asumimos la actitud de
adultos. ¿Cómo ser hoy día? Pero, más aún: ¿mañana? Por eso es mejor no
jurarnos nada. ¡Nadie sabe en la vida qué nos pasará!
Es mejor no
prometernos nada. La vida es tan caprichosa y díscola. ¡Que hoy nos ahoga saber
que unos se quedan, que no podrán estudiar, y saber que otros se van!
3. Qué
tumulto
Hoy, después de
haber rendido los últimos exámenes, hemos asistido a escuchar el dictado de
nuestras calificaciones. ¡Qué nervios irlas conociendo una por una y en público!
Unas en relación al niño orgulloso, empinado y hasta ufano. Y otras en relación
al niño humillado, y ¡apabullado por ellas!
¡Qué expectación
la de nuestros rostros ilusos unos, y repentinamente otros arrojados a la fosa
de repetir un año más! Y que pese a ser todo tan bello aquí, quedarse un año
más recibirlo como una afrenta y una condena
¡Y demorarnos
entonces otra vez en recorrer un peldaño en la escalera de la vida! Por eso, ¡qué
tumulto el de nuestras palpitaciones al escucharlas! ¡Qué retumbar de nuestros
pechos estremecidos!
Porque,
ciertamente, hay compañeros que se han quedado de año. Y es a ellos a quienes
finalmente nos abrazamos. Y con quienes nos consolamos compungidos pensando que
son ellos los que han perdido, cuando son los incólumes, los seguros y firmes
que todavía permanecerán aquí, y no deambularán a partir de mañana, o de ahora
mismo, por otras calles y senderos de esta vida.
Y esto parece
cierto. No lloran. Los que lloramos somos nosotros que nos vamos, porque a
ellos les está permitido aplazar todavía un año más la amargura de la partida.
4. A los que han
triunfado
Pero eso solo es
al inicio, que no han querido conmoverse. Porque de pronto de no querer
reflejar ni un solo gesto hacia afuera, han temblado sus mejillas con los
labios apretados.
Que es cuando
los palmoteamos y abrazamos, cuando de un momento a otro se quiebran, se
derrumban y estallan en leves quejidos.
¿Quizá porque
hubieran querido vivir junto a nosotros el trago amargo de no saber qué salto o
paso tomar a partir de este momento? ¡O, como cuando cruzamos un río, al ver
desde el otro lado lo distinto!
O quizás, sin
llorar aquí, luego, al salir por los caminos, llorar a gritos.
Porque cabe
imaginar: ¿cómo se sentirán por dentro? ¿Cómo decirles a sus padres que han
sido desaprobados? ¿Y cómo recibirán esta noticia sus demás seres queridos?
¡Son tan
pequeños y ya el destino les asesta sus duros garrotes! Y prueba su hombría: ¡el
fracaso de todo un año en sus vidas!
Pero, por ahora,
sus lágrimas se mezclan con la de todos nosotros. Y eso nos salva, de alguna
manera. Si no, ¡qué sería!
Pero también
celebramos, alzándolos en alto a los que han triunfado y salido airosos.
5. Alzando
el rostro
Por eso ahora,
en el patio, con el rostro apretado para no seguir llorando, escondidos
nuestros ojos en el infinito, tras del cielo traslúcido como es el de diciembre,
mirando más allá de las malvas de flores breves y luminosas sobre el muro,
vamos a cantar y lo haremos con toda el alma.
Y así, con el
agudo acento de nuestras voces entonamos a pecho abierto, en el patio lacerado,
la canción de despedida, que dice:
Dulce y grato es el vivir
de esperanzas y alegrías
compartiendo simpatías
persiguiendo un
porvenir.
Más ahora separarme
de este claustro no podré,
mil ensueños de venturas
con ternura en
el alma llevaré.
Y repetimos las
estrofas, y lo hacemos reteniendo nuestras lágrimas que colman las órbitas de
nuestras pupilas.
Y alzando el
rostro, porque si nos inclinamos un poco se colma la copa y pugna el llanto por
desbordarse y rodar por nuestras mejillas temblorosas, diciendo hacia adentro: ¡Adiós
escuela querida, adiós!
6. El sol
radiante
¡Adiós campana,
que nos convocaste al recreo! ¡Y a la fila para la formación previa al ingreso
al salón de clases!
Adiós, salón
sonoro y cristalino, lleno de gritos y de voces. Ya llegó la hora de partir.
¡Adiós paredes
olorosas a tierra humedecida! ¡Adiós llamadas y silencios! ¡Adiós preguntas sin
respuestas!
¡Adiós carpetas
que en cada estría, borde y hendidura se queda el latido y el temblor de las
yemas de nuestros dedos sensitivos, como de nuestras manos alucinadas!
Pero que también
guardarán el azoro y el estupor de nuestros corazones que no dejan de sufrir y
estar asombrados.
¡Adiós vuelos de
aviones de hojas de papel que echamos a volar desde la ventana! ¡Arrojados
desde el corredor de arriba al patio de abajo!
¡Adiós concursos
de cometas entre secciones, en la Pampa de Chaychugo!
¡Adiós
compañeros de clases! ¡Adiós escuela mía! ¡Adiós! ¡Ya me voy!
7. Turbación
y gemido
¡Adiós desfiles
escolares al redoble de los tambores! ¡Adiós cornetas de adelante, que hacen
que alcemos más el paso y asentemos más fuerte el pie en la tierra!
¡Adiós banderas
y estandartes que al mirarlos hicieron que nos prometamos jamás olvidarnos de nuestra
casa y nuestra tierra!
¡Adiós olor a
tierra vieja de los adobes descascarados! ¡Adiós patio y corredores alumbrados
por el sol radiante, límpido e insigne de la serranía!
¡Es diciembre!,
cuando el aire se torna límpido y translúcido; y tanto que deja mirar y
descubrir el alma de las cosas.
Cuando rasgan el
fondo de la tarde sones de voces ululantes, acompañadas de panderetas,
flautines y tambores.
Y el rozar de
zarcillos de las pastoras que entonan villancicos candorosos, ensayando sus
melodías y compases para la Misa de Gallo de la Noche Buena.
¡Es diciembre!,
mes con no sé qué de encanto, turbación y gemido.
Mes del regreso,
pero igual del adiós y de las despedidas.
Fotos 1, 4, 5, 6 y 7
Jaime Sánchez Lihón
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