6 DE
NOVIEMBRE
GEORGETTE DE VALLEJO,
¡PRESENTE!
DE CÓLERAS
E
IRAS SANTAS
Danilo Sánchez Lihón
1. Por ellos
murió
Georgette Philippart
Travers, esposa del poeta universal César Vallejo, murió en la indigencia el 4
de diciembre del año 1984 y fue enterrada un día como hoy.
Al morir tenía 76 años. No
tenía muebles, ni ropa ostentosa, ni vajilla fina, ni una muda de zapatos,
nada. Apenas un plato sencillo, una taza y una cuchara.
En su departamento no había
televisor, ni radio, ni reloj de adorno en la pared. No se veían revistas ni
periódicos por ningún lado.
Con dos papas sancochadas
generalmente pasaba todo el día, como única comida.
No era de fiestas ni de
agasajos ni de celebraciones. Nunca se la vio departiendo en un café con ningún
intelectual de turno. Para eso hay muchas mujeres en el mundo.
Sentía una ternura especial
por los gatos abandonados a los cuales daba de comer. Tenía el suyo propio, que
era el consentido de la casa, al cual puso el nombre de Pospón.
Pero además cuidaba de
estos sigilosos felinos techeros. Y es por ellos que murió.
2. Dio la
vida
por ellos
Quedó postrada al resbalar
en una grada y rodar cuando salía del departamento en que habitaba con la
vianda de atún que había preparado para darles de comer a aquellos mininos
desamparados que se juntaban en el rellano de la escalera.
Eran ellos los que quizá
podían intuir, por provenir del mundo del misterio, que esa mujer era un numen,
una mensajera; alguien que portaba un emblema o una diadema oculta tras su
frente, de ser la esposa de una de los espíritus más hondos que jamás hayan
existido.
Quien sentía inmensa
adhesión, ya no detrás de su frente sino en lo hondo de su corazón, por todo lo
desvalido, y más por todo aquello que se refería a la infancia, especialmente
por los niños minusválidos. Y más por quienes eran víctimas de la crueldad de
los hombres.
Adoptó como pensamiento de
vida, de política e ideología defender a los niños de la Clínica Hogar San Juan
de Dios, apoyarlos y dar la vida por ellos calladamente sin declaraciones, sin
fotos, sin reportajes o entrevistas en los periódicos.
3. Máscara
de cal
Rodó por la escalera y se
la encontró después de tres horas en estado inconsciente, caída en el rellano
donde dan vuelta las gradas, entre uno y otro piso, rodeada por los gatos. Y es
que ella no tuvo mayores amistades, salvo con muy pocos seres humanos. Solo con
aquellos en los cuales veía pureza de alma entre tanta ignominia, solo en
quienes reconocía inocencia, entre tanta hipocresía, y limpidez entre tanto
embadurnamiento.
Le arrebataba hasta el
paroxismo y le sacaba de sus casillas cualquier abuso o injusticia; entonces
era abrupta como si la invadieran los heraldos negros, de los rayos y truenos
de las iras santas; pero a las cuales más las domeñaba, sepultándolas en el
fondo de su alma.
Las mismas que rezuman y
aparecen, aparte de una encubierta ternura, en su libro Máscara de cal, publicado
por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en el año 1964, escrito en
francés y compuesto de 78 poemas.
La mayoría de ellos están
dedicados a César Vallejo, su esposo, y otros a su madre, fechados en dos
períodos: 1939–1947, en París, sumando 49 poemas; y otros de 1947 a 1964 que
abarcan 29 poemas, 8 de estos últimos fechados en París y 21 en Lima.
4. Nada más
que para
vivir
Georgette era de carácter
fuerte, brusco a veces implacable y sin apelaciones. En ella, el sí era sí. Y
el no era no. Para cumplirlo no le afectaba perder. Tampoco le importaba
menoscabar su prestigio o su imagen. Ni la detenía el cálculo de que aquello
deterioraría su posición. No le inmutaba que con ello podría quebrar afectos y
deteriorar relaciones, e inclusive perder dinero.
Mucho menos le interesaba
desprenderse de bienes, en realidad los tiraba. Tenía una concepción en donde
lo que importaba era el honor y la dignidad. Decía las cosas exactas, claras y
directas. Y exigía de la gente sobre todo la honradez, virtud muy difícil de
hallar entre intelectuales.
Repetía que era nula para
cualquier tipo de alegría y felicidad. Creo que solo la tuvo con César Vallejo
a su lado, a quien ella le cedió todo. Gastó con él todos sus ahorros, más de
un cuarto de millón de francos. Vendió todas sus cosas y pertenencias.
Se deshizo de objeto por
objeto, todo por él. Vendió en esa relación joya por joya, cuadro por cuadro,
reliquia por reliquia. Y todo esto nada más que para vivir con él, para caminar
con él, para viajar junto a él, para palpitar únicamente a su lado.
5. Un grumo
de alegría
Le dio todas sus horas, sus
días y semanas. Incluso después de muerto él, se las cedió en esta tierra,
hasta 46 años después del deceso del poeta, mientras ella lo sobrevivió en este
planeta. Si aún late, vibra o se estremece en alguna dimensión, seguramente
cada latido suyo será para Vallejo y cada aliento de su boca.
Le dio su destino sin
hijos, su soledad sin reclamos; sus martirios sin gritos; porque él impuso ese
esquema, privarse de todo, incluso de niños, y el de no tener casa, y el de no
tener empleo y el de no tener éxito en nada para coincidir con el mundo que
anhelaban redimir, tendiendo hacia otro que sí sería de plenitud y abundancia.
Porque, cómo tener esos
bienes entre tantos desamparados. Cómo regalarse bienestar y felicidad entre
tanto dolor. Ni siquiera un grumo de alegría entre tanto descalabro. Ni cómo
ufanarse de nada cuando alguien se desangra. Ni cómo velar por la propia
seguridad cuando el esquema social amenaza la seguridad de todos.
Y, ¿cómo concebir hijos
cuando no les asistía ningún derecho a imponer a esos seres su sacrificio de
estar consagrados al bien universal? Porque ellos dos estaban absolutamente
dedicados a la causa superior de la revolución mundial.
6. Amada
en masa
Cayó y rodó por las gradas
de cemento de la escalera de su departamento, en el quinto piso del edificio
donde vivía, en la cuadra 52 de la Av. Arequipa.
El golpe le ocasionó una
lesión cerebro vascular de la cual no se recuperó jamás.
Tres horas estuvo
inconsciente tirada en la losa sin que nadie pudiera auxiliarla. Y es que vivía
sola.
Costilla de mi cosa,
dulzura que tú tapas sonriendo con tu mano;
tu traje negro que se habrá acabado,
amada, amada en masa,
¡qué unido a tu rodilla enferma!
Y es que cuando era niña, a
los seis años contrajo tuberculosis en una pierna, quizá por eso rodó en la
escalera de su casa. O quizá fue un vértigo, quizá un salto al vacío.
Pero alguna presencia
inextricable pudo estar allí, custodiándola. Era la esposa –lo es– del poeta
más rotundo, estremecedor y audaz de los últimos siglos de la poesía universal.
7. En algún
lugar
Lo paradójico, extraño y
hasta trágico en esta historia de amor, que César Vallejo y Georgette Philippart
encarnan, y pese a que ella lo siguió por todos los caminos del mundo, y de los
trasmundos que probablemente existen, es que él está enterrado allá en París,
en la patria de ella; y ella está enterrada aquí, en la patria de él.
Y es que en ambos el destino
fue misterioso, y los caminos un laberinto. Ahora los restos de él y los de
ella están separados, reposan en lugares diferentes, pese a que ella compró una
tumba, para estar al lado de su esposo en París. Sin embargo, está enterrada
muy lejos, en una tumba fría, que es como el sótano de un edificio.
Cuando muerto él, 13 años
después de dedicarse en Europa a resguardar su obra inédita y a mantener la
fidelidad de cada poema, viene al Perú siguiendo sus pasos. Y aquí se quedó,
sobreviviéndolo 46 años en que día y noche su consagración fue a la vida y obra
del poeta.
Resultando al final que él se
quedó allá enterrado en el cementerio de Montparnasse en París, y ella en el
cementerio de La Planicie, en Lima. Cuando desde que se unieron como pareja
siempre fueron inseparables en los 13 años en que vivieron juntos. Pero si bien
sus restos están separados, en algún lugar del mundo ellos seguirán
indisolublemente unidos.
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