domingo, 8 de diciembre de 2019

8 de diciembre. ¡Ya se vive la Navidad! ¡El shayape en nuestras vidas!


8 DE DICIEMBRE
¡YA SE VIVE LA NAVIDAD!

¡EL SHAYAPE
EN NUESTRAS
VIDAS!


Danilo Sánchez Lihón


 El shayape
  

1. Y
lloran

 – ¡Lleven sus sombreros, que el sol está fuerte! ¡Amárrense bien los pasadores de los zapatos si van a subir por las peñas! ¡Cuiden a sus hermanitos pequeños!
– ¿Y en qué van a traer el shayape? ¿Ya llevan rebozos, mantas, alforjas?
– ¡Tengan cuidado al trepar! ¡No se arriesguen por los precipicios! ¡Agárrense bien de las rocas! ¡No se asomen a mirar si es hondo el abismo!
Así nos advierten nuestros padres y mayores antes de que emprendamos la travesía. ¡Vamos a traer shayape para hacer los nacimientos para celebrar la Navidad!
Somos una tropilla de chiquillos, algunos ya estirando los hombros queriendo ser adolescentes. Unos más grandes que otros.
Pero hay también quienes apenas pueden caminar, que son nuestros hermanos pequeños que queremos dejarlos en casa, pero nos siguen y lloran por ir con nosotros.
¡Y cargamos con ellos en nuestros hombros!

2. Ya vienen
los aguaceros

Y así salimos la tropilla hecha de hermanos y hermanas, primos y primas. Y algunos niños vecinos del barrio, en dirección a las cuevas de Huacapongo.
Llegando al canto del pueblo bajamos corriendo el sendero empinado que lleva al río, cortando camino entre chacras en barbecho, hierbas crecidas y cercos de espinas.
Y lajas por donde nos resbalamos dando tumbos, para luego ponernos de pie y doblar veloces cada curva agitando algún atuendo que llevamos en las manos.
Y después saltando sobre las piedras cruzamos las aguas verdes azuladas de la corriente cristalina que en este tiempo carga el cauce del río Patarata, dejando que nuestras manos sientan su ímpetu, hundiéndolas en sus chorreras.
– ¡Oye, mira que el río ya está crecido!
– Tenemos que cargar a los chiquitos.
– ¡Es que ya está lloviendo en la jalca! ¡Ya vienen los aguaceros con rayos y truenos!
– ¡Un poco más y nos deja pasar esta corriente!


3. Es
hálito

¡Pero he aquí, lo que hay que considerar para conocer el shayape! Es una penca breve de hojas lanceoladas, que ha aminorado al máximo su tamaño dando lugar a que se eleve un tallo esbelto desde su centro en donde se traban sus hojas que son tiernas. Es una planta pequeña a la medida de nuestras manos y de nuestro abrazo.
Es idéntica a las pencas altas y ariscas de las cercas, pero el hecho de que se hayan hecho mínimas, dóciles y compasivas, ¡nos conmueve tanto que por eso que hacemos con ellas los nacimientos! ¡Es lo que más nos enternece! Sin dejar de tener todas sus espinas, como también es la vida para nosotros.
Pero lo más grato es que en lo alto del tallo del shayape se erige una flor insólita que expande una iridiscencia de cálices de un violeta intenso, de donde se abren diminutas campánulas fucsias y blancas.
Es con estas pencas diminutas que hacemos los nacimientos del Niño Dios en un rincón de nuestras casas, devotas y ungidas. Es por eso, para nosotros, una planta sagrada, animada por el hálito de lo que es puro e inocente, como es el Niño Dios, a quien en verdad ella se debe y se consagra. ¡Y que crece en las rocas más empinadas!

4. Y su flor,
¡viva!

 Se erige en los riscos más inhiestos. Gusta de los abismos y precipicios, como si se compadeciera por ser ellos tan crueles consigo mismos. En ese corte a cuchillo en vertical y en esas caídas a plomada ponen su gota de fervor se engarza en la aridez y el silencio en que la roca está sumida y allí permanecen solo por consolar a la piedra cada planta con una flor.
Y siendo así hacen que sus flores sean bellas, tenues y candorosas, como si quisieran alegrarles el ceño fruncido a los barrancos. Uniendo al alma rijosa de los peñascos y a la hondura de los despeñaderos, el ser ameno, sencillo y núbil que ellas tienen; poniendo un brote de gracia y encanto en las entrañas de lo aciago y terrible, aliviano la adustez de sus talantes.
¡Y claro que lo logran!, porque desde entonces las piedras enhiestas, tupidas de shayape lucen ornadas de hojas y flores, como si tuvieran bucles, moños y trenzas; u ostentan rizos, encajes y pompones. Por eso es una planta de devoción para adorar al Niño Dios, quien supo hacer de la ofensa y del mal hasta una senda de bien y de salvación. De allí que, durante estos días de diciembre, pasen por las calles pollinos y hasta caballos y mulos encrespados hasta desaparecer bajo los manojos de estas plantas con su flor carmesí, estallante y solidaria.



5. El anteaño
pasado

– ¿A cómo vende la carga de shayape? –Le preguntan al arriero.
– A un sol nomás, mamita.
Son tantos bultos que emergen desde el fondo de las calles, que parecen un bosquecillo de árboles que caminan. O una alineación de piedras florecidas que avanzan rozando bajo los aleros de los techos.
O como carros alegóricos ingresando peregrinos por sobre el empedrado o de tierra apisonada de que están hechas las calzadas. Como si los breñales quisieran habitar en nuestras casas y vivir con nosotros, en familia.
¡Pero son atados de shayapes que los burros parsimoniosos cargan y que se vende solo con el mero pasar delante de las puertas, en los primeros días del mes de diciembre!
– ¿A un sol me dices?
– Sí, a un sol nomás, mamita. ¿Para qué más? Igualito que el año pasado. Y que el anteaño pasado también.
– Y, ¿por qué tan caro, pue?
– ¡Ay, mamita! ¡Un sol! ¿Caro te parece?

6. Y traemos
guijarros

– ¡Cómo no va a ser! ¡Ya que el shayape no lo siembras, ni lo riegas, ni lo aporcas; ni siquiera lo deshierbas! ¡Solito crece para gracia del Niño Dios!
– ¿Y los pollinos qué comen? Y yo, mamita, ¿cómo alivio mi hambre y mi sed?
– ¡A ver, bájame una carga! ¡Te voy a para el sol! Y quiero que me aceptes una canga con su mate de cedrón.
– ¡Gracias, mamita! Y mire cómo está el shayape, ¡verdecito! Y su flor, ¡viva y radiante como si fuera una luz o una estrella titilante! Y es que esta mañana, de madrugada, recién lo he recogido.
– ¡Será por nuestro Dios bendito!
Pero nosotros preferimos ir al campo a traerlo, porque además recogemos de paso el musgo húmedo donde poner sobre un vidrio una laguna de patos.
 ¡Y juntamos los trompitos de eucalipto para empedrar los caminos del nacimiento por donde galope la caravana de camellos en que van montados los Reyes Magos! ¡Y entresacamos helechos de algún arroyo, para adornar un manantial donde croen las ranas y los becerros se acerquen a beber agua!


7. La inmensidad
cabe

¡Y traemos guijarros que semejan esmeraldas, zafiros y amatistas con qué adornamos la entrada del pesebre! Y traemos arena blanca pulida que jugamos a escurrirla entre los dedos, antes de darle brillo y hacer con ella estrellas fosforescentes.
Pero, cómo es, ¿no? Las estrellas, que son de aire y fuego, las hacemos con nuestras manos de tierra y agua, porque la arena que hemos recogido ha estado en el fondo del río para luego extenderse en sus orillas. ¡Y hemos traído ramas de alcanfor para sahumar la casa!
Por eso ahora que hemos vuelto estamos alegres y felices con las cargas de shayape que hemos dejado en el corredor bajo el alero.
Y nos preguntamos, ¿qué sentirán ahora estas flores de estar en una casa amena y cantarina cuando antes han estado colgadas sobre los hondos precipicios?
¿Qué pensarán cuando aquí hay luz y voces de niños, mientras antes han estado frente al vacío y, por las noches, frente a la oscuridad lóbrega y tenebrosa?
¡Y es eso la Navidad, sentir que la inmensidad, que es el universo y el cosmos, caben en una casa! ¡Y al pie de la cuna de un recién nacido!, como es el Niño Dios, que adoramos ungidos, fervorosos e inocentes.

 Fotos 2 y 3
Jaime Sánchez Lihón



Homenaje a César Alva Lescano


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Capulí y el IEV Lima en el homenaje a César Alva Lescano


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