1 DE ENERO,
2022
ANUNCIO
DE UN NUEVO
DÍA
Danilo Sánchez Lihón
1.
Cristalinos
y profundos
Aún es noche oscura y
profunda, pero ya la hora avanza rodando inatajable por las cimas de la
cordillera andina.
De pronto el silbo agudo de
un pajarillo perfora el hueco de las tinieblas con un piído penetrante que se
desprende desde algún nido recóndito oculto entre el ramaje.
O que se abriga entre los
carrizos y el barro reseco de algún alero bajo el tejado, donde suelen también trenzar
sus nidos.
A partir de esa dulce
espina de trino se expande un tenue claror de nardo, de azafrán y de rosas en
el cercano firmamento. Con aquel gorjeo se anuncia un nuevo día.
Esa avecilla ha despertado
al universo entero, hecho de tierra, agua, aire y fuego.
Desde su pico, su pecho y
desde su leve temblor la vasta extensión de la vida se tensa y estremece; dejando
su letargo.
Desde su tenue aleteo la
creación mínima y cósmica se remueve, agita y despierta.
2.
Cómo
es
que
Todo parece haber sido
hincado por ese gorgoritear milagroso.
Los cerros se desperezan
entre cristalinos y soñolientos.
Y, poco a poco, todo recobra
el frenesí a partir de aquel tenue canto.
Y todo palpita, se inquieta
y extasía ante el nuevo día
Pero, ¿cómo es que una
señal tan diminuta ha dado inicio al portento de esta luminosa e inabarcable explosión?
¿Cómo es que la hilacha de
un silbido haya desencadenado esta orquestación atronadora de sones, zumbidos y
el fragor de lo que se abre?
Y, ¿cómo es que desde este
minúsculo gesto el mundo entero otra vez revive y se agiten gozos y pesares?
También han despertado las
voces candorosas de la gente que se revuelve turbados y ya conscientes en sus
lechos:
3.
Aquí
hay
– ¡Ya es de madrugada! Ya
llegó la alborada
– ¡Ya amaneció!
El viento mece suavemente
las espigas de los trigales en flor.
Ya se oyen las otras voces
de la gente que avanzan por los caminos, trayendo de los campos romero,
cebolla, cilantro, hierbabuena y perejil.
Y ofrecen sus atados en la
calle repentinamente develada.
– ¿A cómo vende las
clavelinas?
– A real el atado, señora.
– Pero ni una de color
blanco has traído. ¿Por qué?
– Aquí hay una, mamita.
– Pero, ¿una sola flor
blanca? ¡qué es una sola entre tantas flores rojas, amarillas, azules y hasta granates!
– Las avispas pican a las
blancas, por eso no hay más. Pero una sola basta para hacer un ramillete.
4.
Humean
en
el horizonte
– Y, ¿por qué las pican?
– ¡Por su pureza los
persiguen los moscardones! Por su blancura. De ella sorben y se alimentan los
picaflores.
¡Amaneceres que hacen
sentirnos al principio cavilantes, pálidos y ojerosos! Y después lozanos,
jubilosos y radiantes, mirando la tierra humedecida.
Los muros llenos de malvas.
Y los rastrojos del alba temblando en los dinteles de las ventanas.
¡Ya se astilla el espejo
del sol en los bordes de los cerros, deshaciéndose en brillos multicolores!
Pronto, el ruido de las
hachas llega acompasado con su retumbo, volviendo a caer sobre la leña para
avivar los fogones.
Y empieza el rezongar de
las cocinas que restallan y humean entre las paredes y las tejas de las
cumbreras.
5.
El brillo
del
sol
Ya en los caminos, y de un
momento a otro, explosiona el sol en nuestros ojos y nos hace llevar el brazo y
la mano abierta sobre la frente, y en visera.
Estalla también debajo de
nuestros pasos y en lo hondo de nuestros corazones.
Pero primero ha despuntado
coronando la cresta de los cerros inhiestos.
Luego se extiende dorando
las colinas y esparciendo mixtura en las copas de los árboles y en los bosques
lejanos.
Hasta estallar de un
momento a otro en nuestras frentes y bajo nuestros pies.
El sol que hace nítidas en
las cercas las azucenas, los capullos de las mostazas y del mastuerzo, las
campanillas violáceas, como las margaritas de las acequias.
Y esas flores blancas y
pequeñas que llamamos “lágrimas de novia”, que crecen en lo alto de los muros.
6.
Allá
el
morado
Retazos de colores se
esparcen por lomas y planicies, por bajíos y altozanos.
Todos los campos están
sembrados con diversidad y variedad de cultivos:
Donde relumbran y hasta
brillan el blanco perla de la cebada, el esmeralda tropical de los maíces y el
amarillo oro del trigo.
Hacia aquel lado se
extiende el anaranjado traslúcido de una chacra de ollucos. Allá el morado y
blanco de una parcela de habas, ya en flor.
Aquel cerco amarillo es de
mostazas. Y el otro escarlata es de plantas de sugán.
Esto ocurre en el terreno
de llanura o secano.
Y he aquí que desde ese
muro se eleva el canto del huanchaco pecho colorado. Y el vuelo de la
queruquenga blanca y negra.
Cruza de sombra a sombra la
flecha en el suelo del zorzal ufano.
7.
Hada
vivaz
En las mañanas el brillo
del sol es de oro en los adobes de tierra de las casas humildes que se
extienden al centro de los campos sembrados y al borde de los senderos.
Y es que cada pajita, cada
brizna de hierba del ichu trozada en las alturas, cada minúsculo grumo de
cuarzo, pedernal o arenisca, unida a la arcilla de la pared, de la que el adobe
está hecho, producen ese efecto de aureola que irradia el adobe honesto de la
casa pobre.
Bajo el sol se hace nítido
el cerco de flores amarillas y las lilas de los árboles absortos. Bajo el sol
se reconocen unidos al pie de su manto y brillo fulgurantes los barrancos y hacia
lo alto las nieves inmarcesibles.
Bajo el sol se dilatan las
hondonadas y desfiladeros. Y los potreros por donde se deslizan los ríos
impetuosos. También bajo el sol de la mañana se abriga la lagartija verde,
madre de las tunas. ¡Hada vivaz de las pencas! Y diosa de las grietas, de los
agujeros y de los escondrijos.
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