16 DE FEBRERO
NACE EL COMPOSITOR
MARIO CAVAGNARO
“YO
LA QUERÍA
PATITA”
Danilo Sánchez Lihón
Arequipa, cuna de Mario Cavagnaro, autor de "Yo la quería patita"
Melancolía,
saca tu dulce pico
ya.
César Vallejo
1. Una flecha
ardiendo
Jamás me imaginé yo que alguna vez la canción “Yo la quería patita” pudiera
llegarme tanto al alma, y que se introdujera lacerante como ocurrió esa noche,
tal si fuese un cuchillo, o más bien un puñal magullado y pungente. Y fue en
París. Donde pareciera como que todo en la canción significara otra cosa: su
letra, su música, sus acordes y compases. Y su
mensaje extraño e inaudito. Pero, ¿cómo ocurrió? ¡Y que fuera de tal modo que
causara tal revuelo y tal impacto! ¡Porque así fue!
Y es que Fréderic Vásquez en ese café restaurante de París la cantaba
como buscando lo más querido, como si se le fuese en ello la vida, como una
espina clavada en el alma. Y que hizo que yo apurara la copa de vino que tenía
servida, y que velaba hacía rato sobre el mantel de la mesa en aquella noche
inolvidable. Que hizo que me levantara saliendo a la puerta a mirar el cielo
sin estrellas. En realidad, escucharla así cambió mi vida con respecto a la canción
¡y a la música criolla!
Porque esa noche disimuladamente, y, de cualquier manera, me levanté y atajé
mis lágrimas; debiendo confesar, de parte mía, y avergonzado, que yo le tenía
prejuicio a esta canción, quizá por ser yo andino de nacimiento y de vocación.
Y a la canción “Yo la quería patita”, yo la consideraba frívola, ligera y hasta
de los bajos fondos.
La había catalogado como una canción pícara y de un criollismo barato, de
la viveza y el desparpajo. Y, ¡hasta del mal vivir! Además, porque estaba
escrita en jerga, lenguaje que hasta ahora yo detesto. Pero, ¡qué equivocados
que estamos casi siempre los hombres cuando despreciamos algo! La historia
sucedió así:
2. Celebrando
el reencuentro
El año 1975 yo cursaba estudios en Madrid y, por tener una semana de
vacaciones en el mes de mayo de ese año, en un arrebato decidí volar a París en
donde tenía buenos y entrañables amigos con quienes habíamos compartido las
aulas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, como también de otras
universidades con los cuales habíamos hecho apasionada bohemia en los bares y calles
de Lima.
En el aeropuerto de Orly me esperaban algunos de ellos conversando
animadamente, quienes me confesaron que no se habían visto pese a estar
viviendo todos ellos en la Ciudad Luz, y que esta era una ocasión para
compartir. Entre otros allí estaban Raúl Bueno, Elqui Burgos, José Carlos
Rodríguez.
Cuando salimos del terminal aéreo, ya muy entrada la tarde, llovía
copiosamente en París. Al cruzar cada esquina mi fascinación era oír tamborilear
las gotas de lluvia en los techos y ver correr el agua en las canaletas que
recogen los chorros que se precipitan en las tuberías, que en París evitan que
el agua se empoce y anegue; como era tierno sentir a la lluvia caer en la ropa
y mojar nuestros cabellos, como si nos hubiese estado esperando una vieja
conocida.
Aquel primer día deambulamos por calles y parques y nos llegó la noche,
yo cargando mi maletín. Los amigos todo querían mostrármelo: los lugares históricos,
los sitios en donde ocurriera tal o cual cosa, las plazas, los edificios
emblemáticos, los museos, las casas de los escritores y artistas famosos. Ya
era muy entrada la noche cuando llegamos a un restaurante atestado de gente
elegantemente vestida. Y nos sentamos a fin de tomar una copa de vino celebrando
nuestro reencuentro.
3. Un tanto
azorado
Entretenidos por la conversación como estábamos no nos habíamos dado
cuenta de algo que sí advirtió José Carlos Rodríguez, cuál es que en la
animación musical que había en el establecimiento se estaban interpretando,
entre las canciones del repertorio internacional, algunas de América Latina, como
tangos y rancheras. José Carlos tuvo una intuición, y dijo:
– Voy a ver quién es. De repente el que toca y canta es de alguno de
nuestros países de la Patria Grande.
No le hicimos mayor caso, pero al rato vino con el cantante mismo; y nos
lo presentó diciendo:
– Amigos: un momento su atención. –Nos dice–. Quiero presentarles a Fréderic
Vásquez, quien me dice que es mitad peruano y mitad alemán. ¿No es cierto? –Le
pregunta, volteándose a él.
– Bueno. –Se disculpa el joven–. Soy mitad peruano y mitad alemán. Porque
mi padre era, o es, del Perú. Pero, en realidad, no lo conocí; y no sé si está
vivo.
Es un muchacho de unos veinticinco años, no muy alto, simpático, de
rostro; atento y un tanto azorado. Es quien toca el
piano y canta en este café restaurante, y quien habla arrastrando idioma
castellano.
– Pero, ¿dónde naciste? –Le interroga Elqui Burgos.
4. Y se ríe,
emocionado
– Yo nací en Alemania. en un pueblo llamado Rothemburg, cerca de los
Alpes.
Nos cuenta que hasta allí llegó su padre peruano, no sabe cómo. Se
enamoraron con su madre, que era de ese lugar. Nos refiere que él se apellida
Vásquez, por su padre. Le decimos que es un apellido muy común en el Perú. Nos
cuenta que sueña algún día conocer nuestro país. Que es lo que le prometió a su
madre, quien ya murió. Que ella seguía amando a su padre hasta el momento de
morir, siéndole fiel y esperando que algún día él vuelva.
– Nosotros todos somos peruanos. –Le decimos.
Se lo ve conmovido, emocionado. Nos tiende la mano a todos. Se lo ve
conmovido.
– Y, ¿de qué parte del Perú era tu papá? –Le pregunta José Carlos quien
es el más despabilado.
– ¡Ah! –Dice él–. De un pueblito pequeño, que seguramente ustedes no lo conocen.
Era de Huancayo, que creo que es la parte montañosa.
– ¡Claro que conocemos Huancayo! ¡Es una ciudad grande! ¡La tienes que visitar!
– ¡Ya ven! ¡Espero conocer esa ciudad, algún día! Así que existe todavía,
¿no? ¡Yo pensé que quizá no existía! ¡Ojalá encuentre a mi padre alguna vez! –Y se sonríe, azorado.
5. Y arrancó
la letra
– ¡Qué bueno! Te vamos a dar nuestras direcciones. Para que cuando vayas
nos ubiques.
– ¡Gracias! ¡Gracias! Por ese gran gusto les voy a cantar unas canciones
peruanas que de repente ustedes no las conozcan, pero que a mí me las enseñó mi
madre.
– ¿Así? ¡A ver!
– Las aprendí de ella, que más o menos sabía español. Por eso quizá no
las cante como son. De todos modos, me disculpan. Se las voy a ofrecer.
Y se fue a su estrado, que no se veía desde el sitio donde nosotros estábamos
situados, pero que sí se escuchaba nítida y perfectamente.
Desde nuestra mesa estuvimos atentos a que empezara. Pronto sonaron los
acordes en el piano de algo inconfundiblemente nuestro, pero con un aire a la
vez distinto. Y arrancó a entonar la letra, que dice así:
No se haga de rogar
patita y sírvase otro trago
que aquí entre copa
y copa le quiero hacer saber
porque es que estoy
tan triste tan solo y amargado
que hasta la remaceta hoy me quiero poner...
6. Acordes
y compases
El joven canta la canción con voz grave, casi ronca y desgarrada. Con
modulaciones profundas. De un modo que yo jamás me hubiera imaginado que
pudiera interpretarse esta canción. Lo canta de manera nostálgica, lacerante y
de queja, como si fuera un reproche y un lamento. A la vez en tono desenfadado.
Pero, a la vez, es gracioso oír cómo pronuncia los vocablos que son jerga o
replana en el Perú. Y continúa:
No se haga de rogar
carreta y párese otro pomo
no crea usted
compadre que ya me licorié
Si estoy con los
crisoles rojimios es del llanto
porque he llorao carreta por culpa de esa mujer.
Hasta ahí la canción resultó un golpe rudo, inconcebible y feroz. Porque
este muchacho que en su fisonomía es rubio, pero de inconfundibles rasgos
andinos, lo ha cantado con tanto sentimiento, quizá buscando a su padre que no
conoce y es para él un misterio. ¡Porque la canción en el fondo trata de la
búsqueda de un ser querido! Tanto que nos ha anonadado, que nos ha dejado
asombrados y lelos. Cuando otra vez parte, exclamando, lo sentimos ya como una
denuncia y afrenta:
Yo la quería patita,
era la gila más buenamoza del callejón
y usted compadre
que me conoce yo soy derecho,
ella no supo corresponder a mi corazón...
Nunca pensé que una canción que yo había desestimado tanto pudiera sonar
y golpearme esta vez con tanto sufrimiento en lo central del ser hombre. Era el
amor desamparado, desolado y dicho desde una esquina, esta vez de París; yendo
desde el ovillo hasta la hilacha de un país lejano. Y allí, lo que había sido
para mí frivolidad se convirtió en un himno, en un clarín y en una flecha ardiente, flamígera y para siempre
centelleante.
7. En pleno
silencio
El autor de “Yo la quería patita” es Mario Cavagnaro, quien nació en
Arequipa el 16 de febrero del año 1926, y murió el 29 de septiembre de 1998. Compuso
canciones de éxito, entre ellas “El rosario de mi madre”, “La historia de mi
vida”, “El regreso”.
Y en géneros de música internacional sobresalen de su autoría: “Osito de
felpa”, boleto interpretado en el teatro, en la televisión y en el cine; “La
primera piedra”, “Emborráchame de amor”, grabado este último por Héctor Laboe.
Su tema “El mundo gira por amor” obtuvo el primer lugar compartido en el
Festival de la OTI del año 1973, realizado en Brasilia.
Y bueno: “Yo la quería patita”, que ahora es una de mis canciones preferidas
para los momentos sumamente intensos, en la cual reconozco un profundo aire de
nostalgia incorregible entre nosotros, siendo una de las composiciones que desde
aquella vez más me conmueven y estremecen.
Noche en que, cuando salimos a caminar ya muy de madrugada, el cielo era
claro en el cenit, y anubarrado en el horizonte entre las luces sonámbulas de aquella
ciudad en donde tanto ha debido haberse sufrido, luces desdibujadas por la sombra.
Las calles con la vida aún dormida detrás de los vetustos edificios y con
algunos ventanales ya encendidos y otros tantos viandantes rezagados en aquella
madrugada fría, donde ninguno hablamos, emitiendo bocanadas de aliento hecho
neblina, caminando arrebujados y en completo silencio. Yo repitiendo en mi alma los compases de “Yo la quería
patita”.
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