8 DE FEBRERO
NACE
FEDERICO BARRETO
DE TACNA
CAUTIVA
Danilo
Sánchez Lihón
Procesión de la Bandera en Tacna
1. ¿Lodo? ¡Eso nunca!
¡Sangre antes que lodo!
Federico Barreto
tenía 11 años cuando Chile declaró la guerra al Perú. Sin embargo, había
publicado ya su primer poema en el periódico “Los andes” de Tacna, ciudad donde
nació el 8 de febrero de 1868, hijo del coronel Federico María Barreto y de
doña Ventura Bustíos.
Fue en 1879 y a
esa edad que asomó a su vida aquella realidad horrenda, cruel y sombría, como
es ¡la guerra! Cuando la vida a esa altura de los años se ofrece primorosa,
como un tallo que luce un capullo lozano, con la pujanza de crecer de manera inatajable
plena y jubilosa.
Que para él se
vino a interrumpir y dar de bruces con una situación amarga e ineludible que se
tiene que afrontar, porque es un compromiso legítimo de defensa. Y que resulta
imperativo hacerlo cuando más se ama y más justicia se encuentra en la causa
que se defiende:
Desde que vi la luz mi pecho anida
dos amores: ¡mi Patria y mi bandera!
Por mi Patria, el Perú, ¡doy la vida!
Por mi bandera
el alma, ¡el alma entera!
Yo quiero que mi Patria bien querida
vuelva a ser en América lo que era,
y que mi enseña, blanca y encendida,
flote muy alto y
¡sea la primera!
¡Mi Patria! ¡Mi bandera! Desde niño
fueron mi encanto, fueron mi cariño.
Ni la sangre que
deja horribles huellas
ni el lodo, que es baldón, caigan sobre ellas.
Hay que evitar la afrenta, sobre todo.
¿Lodo? ¡Eso
nunca! ¡Sangre antes que lodo!
2. Su arrebato
y su palabra
Desatado el
conflicto sus padres lo obligaron a trasladarse a Lima para completar sus
estudios, pero sensible a la angustia y el padecimiento en que estaba sumido su
pueblo retorna a su ciudad nativa. Y donde no obstante la violencia de la
ocupación extranjera, animó con entusiasmo ardoroso la expresión de los
sentimientos patrióticos de las provincias cautivas.
Con su hermano
menor José María, combatiente aguerrido de la pluma como él, fundaron el
periódico “La voz del sur”, bastión desde el cual lucharon denodadamente por la
reincorporación de Tacna y Arica al Perú, decidiendo consagrarse al ideal de
mantener latente e irreducible la aspiración de volver a integrar a la heredad
nacional su ciudad y espacio vital.
Con su brazo en
alto, con las letras y palabras lacerantes que salían de su boca, animadas por
su ingenio como por su ardiente e inflamado corazón, y hablando con la dignidad
más alta, como se mantuvo siempre la posición del Perú a lo largo de esta
desigual contienda, hizo de la poesía su arma de lucha para la resistencia del
pueblo tacneño a todo encubrimiento y a toda seducción por cerca de cinco
décadas.
Poeta guerrero,
trovador, belígero; poeta soldado, combatiente y gladiador; que desafía, erige
y proclama; que arriesga, arremete, sale ileso. Su palabra es un volcán que
estalla, inflama y se expande. Con indignación. levanta la frente de bardo
irreductible y altivo; con devoción se expone, se enardece y arenga.
De mirada franca
y tierna como la de un niño. De cólera santa y flamígera, de golpes de puño
contundentes. Es un alucinado, impertérrito, corajudo. Hijo adorable, de
corazón brioso, de temple ígneo. Su verbo es lanza, saeta, espada. Su arrebato
y su palabra, son benditos.
3. Amar
bien
A la Patria le
da su vida y a los hombres que la defienden la palma y el laurel de su cariño y
estremecimiento. Con veneración ciega y sublime, porque a la tierra se la
adora, se la ama y se la defiende entregando la vida. Así:
El morro hacia el océano se adelanta
como un león que acecha lo infinito,
ruge el mar y parece que su grito
le hace estallar
la fiera en su garganta
El morro asombra y a la vez espanta,
finge si se le mira de hito en hito,
un gigantesco puño de granito
que amenazando
al cielo se levanta.
Sobre ese monte infinito y solitario,
Bolognesi, el guerrero de renombre,
murió como Jesús
en el calvario.
Y ambos son inmortales por su suerte
El Cristo que era Dios murió como Hombre
el hombre como
un Dios marchó a la muerte.
Ese es el
sentido de pertenencia, de filiación y de arraigo; no importa que sea a una
brizna, a una poña o a un guijarro; no importa que sea a un corpúsculo de agua
o de luz o de viento; a un junco o bejuco nacido sobre una piedra; o si apenas
es a un halo en lo alto del tejado, para consagrarle nuestro amor, porque lo
que importa es amar, y amar bien, con fervor y coraje.
Y eso es lo que
nos enseña Federico Barreto; a pertenecer a algo en este mundo. A entregar
nuestros huesos en aras de una fe, mucho más por algo muy nuestro que lo hemos
visto y sentido sufrir injustamente como fue Tacna y fue el Perú entero. Nos
enseña a rendir nuestro aliento y a consagrar la vid a favor de aquello que
encarna lo adorable, porque el bien como la justicia es su magisterio vuelto todo
verdad absoluta e imperecedera incrustada en lo que somos, pese a los reveses,
desventuras y hasta adversidades.
4. ¡Que hable
Barreto!
Son estos dos
hermanos, Federico y José María Barreto, entre muchos otros, los que nos
legaron un futuro que hoy nos llena de orgullo, arrojo e intrepidez. Y de fiero
coraje para defender la tierra a la cual pertenecemos.
Por eso, el 8 de
junio de 1890 por iniciativa del Perú se llevó a cabo la ceremonia en que se recuperaron
los restos mortales exhumados de los combatientes del Morro de Arica y del Alto
de la Alianza, misión que se encomendó al Capitán de Navío Melitón Carvajal
recibir a nombre del país los catafalcos de los héroes que en aquella ocasión
se inmolaron.
La multitud de
peruanos en Arica se arremolina como una marea silenciosa. Una emoción fuerte,
intensa y avasalladora, de patriotismo embarga a la concurrencia presente. Se
ha prohibido toda proclama, se ha conminado que se castigará todo grito, rumor y
hasta todo susurro de adhesión.
Pero al divisar
entre el público presente a Federico Barreto urge entre la multitud agolpada un
murmullo que se expande por todo el conglomerado humano allí intensamente
emocionado. El poeta permanece inhiesto, con las mandíbulas apretadas,
hierático, cejijunto. Allí fue cuando
primero como un aliento y luego como una marejada, se oye una voz y luego otra
voz, para después un oleaje que clama:
– ¡Que hable
Barreto!
– ¡Que hable
Barreto! ¡Queremos oír a Barreto!
Pero está
prohibido hasta suspirar. Los soldados chilenos enristran sus fusiles y hacen
un gesto de rechazo y de iracundia. Luego de impaciencia y, después, de clara
amenaza haciendo rastrillar sus armas. ¡Se ha prohibido cualquier expresión de
fervor patriótico a favor del Perú! Pero ya el vocerío es incontenible e
inmenso:
– ¡Queremos
escuchar a Federico Barreto!
5. ¿Iba
a callarse?
Las reglas de
juego se han establecido previamente y de manera drástica. ¡Todos las conocen!
Está prohibido decir una sola palabra. Y el desacato es pena de muerte.
– ¡Habla
Federico! –Es el vocerío.
Él siempre fue
para los chilenos no solo un hueso duro en la garganta sino un enemigo temible.
Por eso, en este caso la prohibición es tajante. Y es precisa la ocasión para
prenderlo, con justificación y sin atenuantes matarlo. Él sabiendo eso no se arriesgará,
sabe que vale más vivo que muerto. Ni tampoco se consentiría ningún
atrevimiento, menos una alocución patriótica. Se cumple con un severo protocolo
establecido previamente con severidad. Es lo único que podrá hacer efectiva
esta entrega, difícil y pacientemente gestionada por la vía diplomática, la de
recibir los restos mortuorios de una pléyade de héroes, pero entre ellos de un
paladín majestuoso, como es don Francisco Bolognesi que asombró al mundo con su
valor y su arrojo.
La suerte que le
espera a Federico en caso de encaramarse y pronunciar una sola frase lo sabe él
más que nadie, pero al mismo tiempo ¡se ha jugado tantas veces la vida por su
Patria! ¡Se ha batido a muerte en mil justas, pendencias y duelos para ganar la
prerrogativa legítima, como ciudadano, a tener voz en un suelo cautivo! ¡La
vida y la muerte es la experiencia de su acontecer diario! Y el de hacer
respetar sus derechos. ¿Iba ahora a callarse la voz del poeta?
¡Su nombre
figura subrayado, resaltado y remarcado hasta el punto de horadar el papel en
las listas negras de los servicios de inteligencia chilenos! ¡Y ahí ahora lo
tienen! Aquí está, ¡descubierto y expuesto! ¿Quién osaría defenderlo? ¿Y cómo?
Ya nada es eludible. No hay escapatoria. Como es inminente e ineluctable su
muerte.
En su conciencia
hay gritos. ¡Él tantas veces ha sido amenazado! Y hoy, ante los restos mortales
de esos héroes, ¿Va a callarse? ¡Cualquier sacrificio es poco en relación al
que hicieron los peruanos envueltos en los túmulos ensangrentados que hoy día
se exponen al sol de Arica y se devuelven a la Patria!
6. Lauros
de la gloria
– Peruanos.
¡Hermanos de mi alma y de mi corazón! La Patria recibe hoy los restos mortales
de estos inmortales, que murieron aquí defendiendo el Morro de Arica, para
legarnos una Patria digna, con la conciencia moral inmaculada de no arriar
jamás la bandera sublime, actuando siempre con hidalguía y honor en todo trance
en el cual se pretenda ofenderla. ¡Saludémoslo, poniendo las manos en nuestros
corazones!
Se produjo un
movimiento de tropas chilenas y él se elevó aún más ya en un alarido inatajable:
¡Peruanos! Ser
tiernos con los tiernos y duros e insobornables con los malos. ¡Peruanos!
¡Perú, oh Patria amada y bendita...
La multitud
llora. Se hacen sonar las armas que lo apuntan. Pero nadie se retira de su
lado. Nadie se mueve. Tendrían que matar a todos. Y prosigue:
– ¡Oh Patria
amada y bendita! –Nuevamente aulló y desgranó espontaneó estos
versos, que dicen:
Ayer con voz potente pero triste,
quiero héroes nos dijiste
que aventajen aquellos de Ayacucho;
y, allí, en la cumbre de este Morro fiero,
luchó este pueblo entero
¡hasta quemar el
último cartucho!
Hoy, volviendo otra vez aquí los ojos,
nos pides los despojos
de estos patricios de inmortal memoria;
y nosotros que bien te comprendemos
aquí te los traemos
cubiertos con
los lauros de la gloria.
7. Envuelto
en tu estandarte
Aquí está ¡Oh, Patria! la legión guerrera
que al pie de tu bandera
desafió el destino, pecho a pecho;
aquí están ¡ay! los que con brazo fuerte,
supieron defenderte
esgrimiendo la
espada del Derecho.
Aquí está Inclán, Mendoza y Nacarino;
aquí yace ¡oh, Destino!
Arias, el mártir, de brillante historia,
y aquí, por fin, el valeroso Ugarte,
que, envuelto en tu estandarte,
escaló aquí la
cumbre de la gloria...
Y prosiguió, ya
sin ver la tierra ni el oleaje del mar que acompasaba sus versos, sino solo la
cumbre de El Morro, y el cielo.
Los soldados
chilenos que habían rastrillado sus armas y le apuntaban a la cabeza y al pecho,
listas para disparar, las recogieron.
Se los veía
imbuidos de una emoción profunda. Y a muchos de ellos las lágrimas inundaron
sus pupilas, les explosionaron en los ojos, se deslizaron por sus mejillas y
sus fusiles bajo el sol de Arica.
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