15 DE MARZO
DÍA DEL SUEÑO
CIERRO
LOS
OJOS
Danilo Sánchez Lihón
Caminos por donde se regresa
"Se había ido
y sin embargo estaba”
Felipe Arias Larreta
1. Torciendo
las esquinas
Cierro los párpados
y yo ya estoy en Santiago de Chuco, la tierra donde nací y trajiné en sus
casas, en sus calles y por sus campos.
Y esto así sucede durante
todos los días de mi vida.
Y esto me sucede en
cualquier lugar donde esté. Y así acontecerá así aterrice en el polo o caiga en
otro planeta o me arroje al fondo del mar.
Sucede siempre que
ni bien se borra de mis retinas la realidad inmediata, cuando ya está mi alma sumergida
y correteando por las calzadas y veredas de mi comarca.
O torciendo las
esquinas, o deambulando por los caminos y avanzando por los campos de mi aldea
nativa.
O ya estoy trepado
en las paredes viejas. No crean que siempre feliz sino con frecuencia desolado.
2. Tierra
natal
Viendo a los toros
jalar los troncos de eucaliptos recién derribados en algún bosque cercano.
O, simplemente,
subido a una escalera escuchando las voces de la gente que pasa por la calle.
Sumergido y
arrobado en el tono de su manera de hablar, sin preocuparme en tratar de
entender lo que dicen, solo sumergido en la musicalidad de los acentos y en el
encanto de las voces mismas.
Sea que esté adormilado
en una mecedora en uno de los balcones que dan a los Champs Elysées en París, o
en las arenas rojizas de la Praia Urca en Río de Janeiro.
O soñoliento en el
Taj Majal frente al horizonte azul verdoso de Atlantic City, aparecen las
espigas inmutables que coronan los muros de las huertas de mi tierra natal.
3. En mi
desvelo
Santiago de Chuco de
ese modo en mí siempre está presente, palpitante y vívido en todo momento, pero
más a esa hora temprana de la mañana, cuando despierto.
Y huyen o se
desvanecen las presencias rústicas de esta realidad, para dar paso a las
querencias ¡vivas, tangibles y buenas de mis sueños de mis días de infancia!
Y sonrío
diciéndome: ¿Por qué en la vigilia nunca me acuerdo de ese muro de adobes por
el que subí de niño? ¡Y del olor de la tierra fresca! O de esos peldaños de la
escalera.
O de ese retazo
verde en el cerro de enfrente que se distingue desde el desván de la cocina. O
de ese recodo en la calle.
¡Ni se hacen fijos esos
ojos negros de la niña inmarcesible que luego se esfuma detrás de una ventana! Y
sin embargo en mi ensueño sí, ahí sí están vivaces, frescos y nítidos en mi desvelo
todas esas imágenes y sus palpitaciones.
4. Como
si fueran
quimeras
¡Y con qué
fatalidad –me digo yo a mí mismo– se interna mi ser por esos recodos, senderos
y recovecos ya perdidos de mi casa y de mi pueblo natal! E inhallables en la
realidad inmediata, ¡y en el trajín cotidiano!
Y que ya no existen,
para siempre. Ni en este mundo ni en otro.
Salvo en el ámbito
que llevo y tengo dentro de mi alma, en mi interior más inasequible y
recóndito. E irrecuperable, salvo en este mi delirio, en mi vagabundeo onírico y
desatino.
Y, ¿por qué –me
digo– cuando abro del todo los ojos, esas queridas presencias se esfuman de la
superficie de los días como si fueran quimeras de mi fantasía.
Cuando son
recuerdos de mi vida pasada que huyen a refugiarse en algún ámbito como si les
perturbara la rutina de estas horas y la claridad de este mundo de afuera.
5. ¡Y
hechiza!
Entonces seguro que
se me verá sonreír tristemente por esta magia de mi pobre añoranza.
Que la entiendo y
de veras la compadezco porque no es sencillo vivir así, atrapado en esa especie
de dos vidas:
Una despierta, casera,
con preocupaciones ordinarias y la otra en sueños, oculta y escondida.
Pero libre, vagando
por sitios y con personajes de aquella época, tan íntimos, querendones y
entrañables, como mis abuelas. Y ahora, para mí, inhallable en esta superficie
de los días calendarios.
Todo esto: ¿Qué
será? Y, sobre todo, ¿por qué ahora me duele tanto extrañarlo? Y el anhelo tan
hondo de querer develarlo.
Será también porque
Santiago de Chuco es huaca, entierro, roca donde se entrelazan dos amarus. ¡Y hechiza!
6. Una
sombra
Porque es un pueblo
lleno de vibraciones y energías comprobables, pero más de conmociones fantasmales.
Lo sé, porque cuando
viví allí de niño y adolescente he salido a caminar –a altas horas de la noche–
por sus calles encubiertas.
¡Y tengo para mí
verdades absolutas de cómo lo pueblan con ahínco los espíritus!
¡Cómo no ha de ser!
Sí son más de cuatro siglos y medio de historia desde su fundación española, en
1565.
Pero más: el
palpitar de antes, de mis ancestros indígenas que hicieron de esta tierra boca
y fabla de oráculos.
Eso hace que uno
sienta en cualquier esquina un suspiro que aflora, una queja que se oye, una
sombra que se esfuma.
7. Viejos
amantes
Por eso, yo he
tenido un gusto casi trágico y mortal por merodear en sus casas abandonadas y a
oscuras.
En las cuales
paseaba sintiendo el ser y estar íntimo de las presencias y ausencias allí
convocadas; cada forma y cada atisbo de luz y de sonido. Pero, sobre todo
insuflado del aliento de sus dueños desaparecidos.
Y de los sueños que
allí han quedado como vestigios de algo no definitivamente perdido sino
pendientes de ser recogidos y vueltos a soñar algún día
Sabiendo que en
cualquier momento iba a estremecerme el abrazo de la muerte, porque ella estaba
ahí, pero compasiva y misericordiosa conmigo.
Y hasta sentía que
me quería, como una madre cuida y quiere a un hijo. A quien todo consiente y perdona.
Sí. Es ella, la
muerte; ¡con quien me encuentro y me deja seguir como si fuéramos viejos
amantes!
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