domingo, 22 de marzo de 2020

22 de marzo. Día del Agua. / La lluvia, el río y la mina.


22 DE MARZO
DÍA DEL AGUA

LA LLUVIA,
EL RÍO
Y LA MINA

Danilo Sánchez Lihón
  
Al principio del camino subiendo a la puna

1. Difícil
de encontrar

El primer viaje que hice de Santiago de Chuco, mi pueblo natal, hacia Trujillo, la capital del departamento de La Libertad, ciudad colonial y de abolengo, fue de niño.
Viaje que hicimos con mi madre y mi hermano Juvenal, cuando yo tenía apenas 8 años de edad, y que fue para dejar a Juvenal en el internado del Colegio Nacional San Juan.
Fue un viaje asombroso, alucinante y mítico. Fue la primera sensación de totalidad y de poder del agua que yo tuve en mi vida y en mi infancia.
En primer lugar, porque debido a la intensidad de las lluvias del mes de marzo en que lo hicimos, el cielo era un balde desfondado.
Y que convertía a la carretera, que apenas era una trocha precaria difícil de encontrar en la neblina, en lodazales intransitables.

Las góndolas de mi terruño

2. Los ciclos
     del agua

Tres días estuvimos atascados en la jalca, sin poder salir del vehículo en el cual viajábamos, que no podía avanzar ni retroceder, envueltos en la permanente neblina, acosados por la llovizna y la cellisca, en donde el viento frígido ululaba a toda hora.
Sin poder apearnos de la caseta del camión, alimentados únicamente de pan serrano y queso que felizmente traíamos en una encomienda y cuya frialdad y a la vez dulzura permanece nítida y es imborrable en mi alma.
Caseta del camión desde donde contemplamos los amaneceres y atardeceres de la puna, techo del mundo, en donde esos fenómenos naturales son espectáculos prodigiosos.

Lluvia, cierzo y nevasca

3. Compungidos
y arrobados

Pero también avizoramos con paciencia imperturbable delante de nuestros ojos los ciclos del agua, hecha cierzo, granizo, copos de nieve, y arroyos que se deslizan para luego congelarse en los chorrillos en el momento de desprenderse y que enjoyan de jaspes y esmeraldas esparcidas en el suelo ennegrecido.
Como también fuimos espectadores enmudecidos de admiración de los arcoíris más fascinantes que allí parecen fogones recién encendidos capaces de hacer estallar al cosmos, recién explicándome allí por qué los nativos de estas tierras le temieron al arcoíris, que también es luz a partir del agua. O callamos ateridos bajo los relámpagos que flameaban encima de nosotros y en lontananza.
Como nos embelesamos con el bramido del viento en los pajonales, que allí es muy distinto a escucharlo, compungidos y arrobados, cuando la noche ha invadido el mundo y parecemos sepultados bajo sus tinieblas.

Tempestad en la jalca

4. Adónde
iba

Noches y días esperando que pase algún vehículo que deambulara por esos parajes de desolación y de miedo, a fin de poder ser rescatados, con riesgo de que también ese otro vehículo se hunda en la tierra humedecida, convertida en charca, fango y lodo.
Por eso, mi visión de las lluvias en los caminos y de los arroyos y quebradas tumultuosas, así como de la neblina, el granizo y la tempestad ha quedado en mí ser a partir de aquel viaje, como páginas de una épica, de una dramática y de una fantástica sobrenaturales unida a la puna y jalcas de mi terruño.
Felizmente, a los tres días pasó una góndola destartalada que en la lejanía surgió ante nuestros ojos como un arcángel, con todas las galas de los seres que cumplen un designio divino, y cuya aparición en el tinglado de cerros ha quedado en mí como el acercamiento de los cometas errantes del universo, y adonde trasbordamos rumbo a las minas de Quiruvilca adónde iba.

Asiento minero de Quiruvilca

5. Mientras
la góndola jadeaba

Lugar que me pareció onírico por lo oscuro con que lo ha teñido el carbón que allí aflora, pese a estar tan alto y más allá del límite del planeta, habiendo impregnado de ese color oscuro incluso los dientes y hasta el blanco de las pupilas de los ojos de las personas detenidas como fantasmas ululantes en las esquinas absortas y sombrías.
Y de dónde después bajamos por la cuenca del río Moche hacia los arenales caliginosos del litoral en donde se asienta la bella, señorial y altiva ciudad de Trujillo.
Pero lo increíble de esa experiencia fue conocer y viajar a la vera de lo que antes era un dios: el río Moche, en aquella época de epopeya, río tutelar de nuestra cultura, un verdadero patriarca y un apu brioso y vehemente.
Una deidad en toda su magnitud, plenitud y fortaleza, siempre deslizándose a nuestros pies en remolinos, cascadas y turbiones, mientras la góndola jadeaba, él se precipitaba estremecedor, espumoso y bravío y a cuya vera se alzaban bosques y floresta.

El río Moche que yo conocí

6. Nada
de eso existe

Era el río Moche la divinidad de los legendarios mochicas allí presente, que yo todavía pude ver en todo su esplendor y omnipotencia. Deidad querida, adorada y reverenciada que prodigaba sembríos, plantas y frutos.
Aquel río por el pueblo de Samne pasaba rozando los muros y las puertas de las casas. Y entraba disimulado por acequias a regar las huertas, ricas en árboles frutales y cultivos de pan llevar.
En donde la gente salía a ofrecer por las ventanas de las góndolas, a los pasajeros alertas o soñolientos: huevos hervidos con papas, tamales, empanadas. Y, sobre todo, causa de trucha pescada en el río.
Las alcanzaban hasta nuestros asientos, envueltos en hojas de plátanos, que eran cogidas de los mismos árboles que se balanceaban sobre nuestras cabezas.
Y, en realidad, así como esta comida, había muchas otras que allí nos ofrecían. Era una feria de abundancia, fertilidad y proliferación de productos de todo tipo que nos brinda la tierra.

El río Moche, enfermo por los relaves de la mina de Quiruvilca

7. Antes
pleno de vida

Sin embargo, todo esto se acabó, desapareció, se esfumó. Ahora nada de eso queda ni existe. Ese río, antes pleno de vida, que daba aliento, nacimiento y pujanza a pueblos felices y henchidos, antes pletóricos y animosos, ahora es un río enfermo, contagioso y fatal.
Mata la vida hasta a 9 metros de distancia del curso por donde pasa. Daña la tierra, la corrompe y la pervierte. A la planta la carcome, torna ácidos sus frutos, agosta los tallos y desmenuza sus hojas. Es río demoníaco.
Todo muere a su paso. No crece una sola ameba en sus aguas sangrantes color que le da el óxido de plomo. Menos flota en él o bucea un cangrejo, un camarón o un langostino de los que antes era abundante.
¿Quién los mató? La mina con sus relaves, que ahora mismo, en este mismo instante se siguen arrojando sin perdón e impunemente desde hace más de 100 años en esas aguas que antes prodigaban vida y que ahora son mortales.



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