sábado, 7 de marzo de 2020

7 de marzo. Nace en La Pampa, el escritor Carlos Eduardo Zavaleta. Viaje hacia el alba.


7 DE MARZO
NACE EN LA PAMPA EL ESCRITOR
CARLOS EDUARDO ZAVALETA

VIAJE
HACIA
EL ALBA

Danilo Sánchez Lihón



La Pampa entre Caraz y Corongo

1. Ambos
piscis

Carlos Eduardo Zavaleta nació el 7 de marzo de 1928. Se dice que, en Caraz; pueblo lindo y precioso del departamento de Ancash. Pero lo cierto es que nació en La Pampa, cuando este lugar pertenecía a la extensa provincia de Huaylas, ahora en la jurisdicción de la provincia de Corongo.
Él mismo lo aclara y revela en un texto confesional expresándose del siguiente modo:
“Puesto que había nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Huaylas, cuyo nombre exacto desconocían en la escuela (¡y lo peor, en los pueblos adónde nos mudábamos!) escogí la capital, y desde entonces dije que había nacido en Caraz. Solo así recordaron el sitio. Tanto que hasta lo repiten los críticos.”
Su padre era telegrafista; funcionarios muy importantes y que en ese entonces eran itinerantes, trashumantes y errabundos, a quienes cada dos o tres años los trasladaban a uno y otro pueblo.


Carlos Eduardo Zavaleta

2. Leer
era lo primero

– Al igual que Gabriel García Márquez –le digo–, cuyo padre también tenía ese oficio.
– Lo mismo. ¡Idéntico! –Me dice orgulloso–. Y hay otra coincidencia con él, cual es que nacimos en marzo, y en días sucesivos: él nació el 6 y yo el 7; siendo ambos del signo piscis.
Pero fue, –así él me lo aclaró–, gracias a ese oficio de telegrafista de su padre, que pudo cultivar su afición por la lectura, debido a que a la oficina del correo llegaban todos los periódicos y revistas que se editaban en aquella época a nivel nacional e internacional.
Y leer era lo primero que hacían él y su padre en la oficina de correos en las horas en que el local permanecía cerrado al público, comentando lo leído con su padre y con los otros empleados de la oficina.

Capulí en La Pampa

3. Me han
marcado

Así llegó a ser el gran escritor y narrador que es. Y fue esa una de las motivaciones de su inmensa contribución a la literatura peruana, puesto que a él se debe la modernización de la novela al interesarse por las técnicas narrativas que fue un aporte suyo que luego aprovechó magistralmente Mario Vargas Llosa. Por eso dice:
 “Cuando publiqué mi primer cuento en 1948, quise para mi país una literatura nueva, renacida, con temas profundamente nacionales, pero con técnicas y estilos de validez universal.”
Fue así que estrecharon una gran amistad con Mario Vargas Llosa, quien lo reconoce del siguiente modo:
“Ahí tal vez, y por culpa de Carlos Eduardo Zavaleta, escuché por primera vez hablar de William Faulkner, que es uno de los escritores que más me han marcado”.


Carlos Eduardo Zavaleta

4. El sobresalto
de despertar

Cuando lo visité para coordinar el homenaje que le rendiríamos en el Aula Capulí, durante toda la entrevista me habló de su infancia y de sus viajes en cabalgadura, a mula o a caballo por la serranía.
Ahora que pienso en ello, creo que ya se estaba despidiendo de este mundo. Porque todas sus evocaciones era ir cada vez más hacia adentro y al fondo de los pueblos.
Y la de atravesar la tierra yendo desde el anochecer rumbo a la alborada por los caminos.
Bajo cualquier pretexto volvía a la referencia de sus viajes de niño, expediciones en realidad solitarias, como una prueba o una expiación; nunca en grupo ni acompañado por otras personas, salvo por Pío, el guía o el arriero emblemático de su niñez.


Carlos Eduardo Zavaleta

5. El viaje
definitivo

Estaba obsesionado por esos recuerdos. Los reconocía ya no como viajes prácticos sino míticos, oníricos e imbuidos de una condición extraterrena.
Me explicaba desde los preparativos de la víspera, lo que era dormir con el sobresalto de despertar.
Y luego a oscuras levantarse de la cama alumbrados por el candil que recién en esos momentos se encendía.  
Luego enjaezar la mula, que es el animal más recio, más seguro y de más instinto, me recalca.
Cogido a su bastón, y parado frente a mí que permanecía sentado en un sillón de su sala, en verdad ya estaba en trance a esa encrucijada que es el morir, como el viaje definitivo.


Los caminos de La Pampa

6. Siempre
con la lámpara

Y, aún antes de oír cantar los gallos –me repite con los ojos extasiados– salir por el portón de la casa haciendo resonar los cascos de la acémila en el empedrado de la calle.
No había entonces luz eléctrica –me precisa–, y los pueblos a lo más se alumbraban con faroles que se apagaban con el viento.
Y luego en el camino temblar en los lugares signados por las almas, por las brujas y los espectros, sin dejar de mirar las bocas de los túneles y las cuevas por donde he pasado.
Me habla de la belleza de los cañaverales, de la capucha de jebe del poncho de los viajeros para defenderse de la lluvia, del ladrido de los perros que salen a espantar un buen trecho del entorno de una casa, ladrando a los caminantes cuando pasan delante de esas moradas. Siempre con la lámpara colgada al cuello del animal.


Carlos Eduardo Zavaleta con Mario Vargas Llosa

7. En otro
mundo


¡Y es este detalle para mí un campanazo que necesitaba que resonara! Para corroborarme que entonces ¡no estaba recordando, sino que fantaseaba y estaba delirando!
¡O preveía un viaje futuro ya como espíritu! Porque, ¡eso no podía ser cierto! ¡Cómo que el animal lleva el farol colgado al cuello!
Porque nunca yo he visto en mi tierra natal, que es igual a Corongo, o a Sihuas, o a cualquier pueblo de Ancash, que se le colgara una lámpara del cuello al animal al cual montamos.
¿Alucinaba ya el maestro? Es en este pasaje que yo intuí que él tramontaba ya por otros mundos.
Y coincidió que a los pocos días murió este hombre de los viajes al amanecer, o hacia el alba.


Fotos 1, 3 y 6
Jaime Sánchez Lihón


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