6 DE
MARZO
JAVIER PÉREZ DE
CUELLAR
¡PRESENTE!
Javier Pérez de Cuéllar, quien fue abogado y
diplomático peruano, y el quinto secretario general de las Naciones Unidas
entre enero de 1982 y diciembre de 1991, el día 4 de marzo del año 2020,
dejó de existir en nuestra ciudad capital, quien nació en Lima el 19 de enero
del año 1920.
Tenemos en él a un hombre de la política y el
civismo de quien podemos decir: He aquí un hombre probo, honrado y sin tacha.
Un espejo en donde mirarnos, de quien aprender valores y virtudes y de quien decir
que es posible ser luz en el camino. ¡Un hombre puente!, un ser de paz y de
entendimiento entre los hombres y los pueblos. DSL.
SER
HOMBRES
PUENTE
Danilo Sánchez Lihón
Pase la eternidad
bajo los puentes.
César Vallejo
Puente del Parque de la Amistad en Surco
1. Días
de su
infancia
Dos hermanos se amaban con cariño devoto y
entrañable. Habían sido inseparables desde niños, y juntos compartieron muchos
momentos gratos, juegos, viajes y aventuras.
Aunque eran diferentes de carácter y
temperamento se complementaban mutuamente en muchos aspectos. Y conocían sus
gustos, preferencias y hasta sus miedos y temores.
Dentro de la escuela y a la salida de ella se
defendían solidarios de quienes intentaban pegarles o abusar. Y ambos eran
adorados por sus padres que los consideraban sus joyas más preciadas.
A la muerte de sus progenitores ya adultos se
repartieron la herencia en predios que colindaban uno adyacente al otro.
Aquella propiedad estaba apenas dividida por
un riachuelo cuyo torrente rumoroso había endulzado los días de su infancia y
juventud.
Y que ahora cada tarde vadeaban felices y
contentos el uno o el otro para reunirse y conversar alegremente de este y el
otro asunto de la vida.
2.
Dejaron
de verse
Sin embargo, un día surgió de algo simple,
insignificante y baladí una desavenencia.
– Tienes que hacer cortar los juncos de la
acequia grande porque el agua se está empozando. Y esta parte del terreno se
está volviendo pantanoso y llenando de mosquitos.
– ¿Qué? ¿Yo?
– Sí. Tú.
– ¡Oye! ¿Si te has dado cuenta que eso ocurre
por qué no los cortas tú?
– ¿Yo?
– Y entonces, ¿yo?
– ¡Sí! –Respondió el otro.
Pronto los reproches subieron de tono y
pasaron a las palabras hirientes.
Y a endilgarse acusaciones absurdas que nunca
se les había ocurrido antes, ni siquiera en pensarlas.
Dejaron de hablarse, dejaron de visitarse,
dejaron de verse. Ya ninguno cruzaba el arroyuelo y el encono fue en aumento.
3.
Seguro
de sí
mismo
Un día tocó en la puerta de la casa del más
viejo un carpintero que portaba sus herramientas, y le dijo:
– Busco trabajo en qué ocuparme, señor. Soy
carpintero y de repente tenga alguna obra pendiente que yo pudiera realizar.
– ¡Ah, sí! ¡Cómo no! –Le dijo quién era dueño
de ese lado–. Al frente vive una persona indeseable para mí, que me resulta muy
incómodo que este límite esté abierto y limite con su predio. Es un individuo
que me desagrada y me incomoda incluso verlo, y saber que está ahí al frente
mío.
– Comprendo señor, comprendo su situación.
– Le quiero ser sincero, es por casualidad mi
hermano. –Le confesó un tanto avergonzado.
– Suele ocurrir con frecuencia situaciones
como esta, señor.
– Bueno. Quisiera que con la madera que está
arrumada aquí alce usted una valla lo más alta que se pueda, de tal modo que ni
yo ni él podamos siquiera mirarnos.
– He entendido. Haré una obra que le satisfaga
plenamente. –Respondió el hombre, muy seguro de sí mismo.
4.
Brazos
abiertos
El dueño dejó todo dispuesto y salió a la
ciudad más próxima para atender algunos asuntos urgentes.
Al regresar ya cerca del anochecer vio con
espanto que el carpintero en vez de erigir una valla había tendido un puente
airoso sobre el riachuelo.
Se quedó pasmado. Le subió una y otra ola de
ira y rabia a la cara.
– ¡Qué atrevimiento es este! –Gritó,
reaccionando ofendido.
Y, mirando a todos lados vociferó:
– ¿Dónde está ese insolente carpintero?
Pero en ese momento vio que su hermano cruzaba
el tablado con los brazos abiertos.
Un momento el hermano mayor dudó. Quiso aún
retroceder y esconderse. Pero hubo un impulso interior también irresistible y
que fue mayor a su intento de esconderse.
Y también echó a correr con los brazos
abiertos al encuentro de su hermano.
5. Cada
uno
a un
lado
Ahora, en su vejez, es el único consuelo que
ambos tienen en esta vida: el de cruzar cada tarde el puente de madera.
Y de sentarse a conversar en el corredor de
una y otra casa mirando el paisaje de enfrente y la morada que pertenece a
cualquiera de ellos.
Entre ambos han remozado el puente. Ahora es
de dos arcos, garboso, tallado, que incluso tiene luces que ambos encienden con
sus llaves simultáneas a que ilumine por las noches como un bello espectáculo.
Es el lugar en donde más juegan los niños de
sus respectivos hijos e hijas que vienen a visitarlos. Y conversan cada tarde
acerca de cuándo fueran niños. Y de todo lo que ellos se informan, enteran y
conocen.
Y ambos gozan los fines de semana reuniendo a
sus familias respectivas que comparten la comida, los brindis y los momentos
felices. Y escuchan complacidos, cada uno a un lado de la cabecera de la mesa
lo que los demás cuentan.
Y recuerdan complacidos a sus padres y cómo
fue el tiempo pasado. Y ambos alzan en silencio sus copas y brindan.
6. Pese
a lo
difícil
Ahora bien, ¿qué nos enseña esta historia con
un desenlace halagüeño y feliz? ¿En qué radica su mayor mensaje y
significación?
O, ¿qué clave de vida podemos entresacar de
este relato para que finalmente se imponga entre nosotros la armonía y
prevalezca la paz?
¿Qué es lo central en esta narración? Acaso
¿el que uno alzara los brazos? ¿O tal vez que el otro alcanzara a verlo correr
y corriera también a su encuentro?
¿El que el otro superara el momento de duda?
¿O, quizás, y pese a lo difícil que parezca,
que ambos eliminaran en ese breve instante el rencor y la dureza en sus
corazones?
O tal vez el centro y meollo esté en el papel
y en el rol del mediador, como es el carpintero.
Esto es, ¡en la providencia que se presentó en
la figura del peregrino que buscaba trabajo! En todo ello cabría reflexionar.
7.
Erigir
puentes
Porque cualquiera de estos actos es valioso y
en cada uno de ellos hay un valor especial.
Todo aquello que hemos mencionado es
importante y abona para el desenlace final que conlleva un mensaje de
conciliación y concordia.
Pero lo fundamental y trascendente que se me
ocurre a mí pensar es en haber cambiado la propuesta de la valla o el muro por
la presencia del puente que alzó el desconocido artesano.
¡Que, en vez del parapeto, o de la pared que
evita cruzar incluso las miradas se alzara ahora un puente amistoso!
¡Ese se me antoja que es el núcleo, el quid y
base de solución del problema! Que allí radica el meollo del asunto para lo que
después se consiguiera, cuál es la vida pacífica, cordial y amigable.
En la actitud de tender puentes radica la
clave de todo. En la capacidad para no erigir muros, ni cortar senderos, ni
levantar rejas.
Y sí más bien en la actitud de construir
puentes y transitarlos lo más que podamos en nuestras vidas atentas, afables y
ojalá siempre compasivas.
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