sábado, 11 de abril de 2020

11 de abril. Día del Arqueólogo Peruano. Nace Julio C. Tello. / Los cinco soles de la identidad.


11 DE ABRIL
DÍA DE LA ARQUEÓLOGO PERUANO
NACE JULIO C. TELLO

LOS CINCO
SOLES DE LA
IDENTIDAD

 Danilo Sánchez Lihón


El sabio Julio C. Tello

1. Un sol
esplendente

– ¡Soy indio! –Exclama el sabio y eminente arqueólogo, antropólogo, historiador, geógrafo, etnólogo, lingüista y dibujante Julio C. Tello, al inicio de sus clases en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, como en la Pontificia Universidad Católica, como en el Congreso de la República del Perú, donde es representante de su pueblo. ¡Y donde fuera que diserte!
¿Por qué lo dice? ¿Por autoafirmación? ¿Por orgullo? ¿Por mecanismo de defensa? O, ¿por qué? Muchos lo toman como una extravagancia innecesaria, pues basta con mirarlo para saber inmediatamente que nadie más indígena que él, nadie más típico para ser identificado con lo que en el Perú entendemos como el prototipo de lo que es ser ¡indio!
La única rareza es que él es una eminencia, un sol esplendente en el firmamento de la ciencia y las humanidades, quien posee un cerebro portentoso que se ha hecho admirar en Harvard y en Cambridge, donde obtuvo sus doctorados.
Le rindieron honores y pleitesía en Berlín donde sustentó ponencias sobre el origen del hombre americano. En Roma se sacaron el sombrero ante él, en donde desarrolló conferencias deslumbrantes sobre las culturas aborígenes del Perú precolombino.
 
Universidad de Harvard

2. Más
aún
 
Por algo desde niño le decían “Sharuco”, que quiere decir “arrollador”. Uno de los pocos hombres a quien de manera natural se lo identifica como sabio. “El sabio Julio C. Tello”, se dice de él.
Era cetrino, bajo de estatura y grueso de tórax. De rostro apiñado como un puño rígido, tallado como piedra junto a nuestras rocas y montañas; de nariz y pómulos prominentes, frente amplia y arqueada, ojos apretados y escondidos en sus cuencas, como si salieran desde el fondo de una pirca de escollos.
Su pelo era duro y lacio como la cabuya de las pencas de nuestra serranía. Su vestir, común y corriente; hasta se podría calificar como desaliñado en su indumentaria, como cabe esperarlo en quien se siente haber superado y dejado atrás ya todas las apariencias.
Acentuaba las eses al hablar y su tono era dulce, quebrado y garrapatiento, como lo tiene todo quechua-hablante, y más aún quien afirmaba que pensaba en quechua y, para hablar, tenía que traducirse después de formular sus ideas en el idioma de los civilizadores incaicos: el Runa Sini.
Este hecho se notaba más cuando intervenía en la Cámara de Diputados donde no dejó de ser campechano. Y cuantas veces pudo profirió, igual que al iniciar sus clases en las aulas universitarias, aquella su exclamación y grito de guerra que era:
– ¡Soy indio!

Universidad de Cambridge

3. Medalla
de Oro

Fundó el Museo de Arqueología y Antropología, en donde pidió que al morir fuera enterrado. Y este deseo fue acatado y se cumplió como una ley. Se le concedió ese insólito privilegio que a nadie se le otorga, salvo a los excelsos o muy eminentes y venerables prohombres de la patria. A él sí se le concedió sin reservas, luego de morir el 3 de junio del año 1947.
Desposó a una mujer bellísima, leal y fervorosa de su obra, de nacionalidad inglesa, llamada Olive Mabel Cheesman, identificada totalmente con su trabajo y su destino, y a quien conoció en Bradford, cuando estudiaba en Cambridge.
Por sus descubrimientos de las Necrópolis de Paracas, en 1925, y la exposición de los fardos funerarios de esa asombrosa cultura, hechos que conmocionaron al mundo, tuvo reconocimientos no solo en el ámbito de la cultura, la educación y la ciencia, sino de la opinión pública en general, y de la ciudadanía; como también se ganó la adhesión, el cariño y la admiración del civismo candoroso a nivel provincial.
De allí que el Concejo Municipal de Nazca, por ser una jurisdicción favorecida con sus descubrimientos, acordó otorgarle Medalla de Oro, Diploma de Honor y una Resolución de Alcaldía, mediante la cual se le reconocía como Hijo Adoptivo y Predilecto de esa cálida, devota y agradecida ciudad costera, siendo que él había nacido en Huarochirí el 11 de abril de 1880, entre los contrafuertes andinos ceñudos y amenazantes, pero al final protectores y compasivos.

Ingreso a la ciudad de Nazca

4. En la esquina
de la plaza

La decisión del Concejo se le hizo saber a través de un oficio laudatorio, gesticulante y pleno de obsecuente admiración y respeto. Y se coordinó directamente con él la fecha en que viajaría a Nazca para participar de la ceremonia solemne en que se le impondría tales distinciones y títulos honoríficos.
Así Nazca quería expresar públicamente, mediante una ceremonia cívica apoteósica el merecido homenaje y tributo a quien hizo del desierto de Paracas un lugar de atracción turística mundial en lo que concierne a patrimonio cultural.
Siendo que gracias a él en Paracas se pueden apreciar los más extraordinarios fardos funerarios, apenas abiertos en las tumbas, constituyendo los vestigios arqueológicos más admirados de este lado del océano Pacífico, y siendo este sitio y desde entonces, y por tal motivo, un lugar muy concurrido.
Para cumplir con la ceremonia y el acto programado el sabio tomó un ómnibus y llegó temprano a esa ciudad, a la vez fresca y añeja, transparente y vetusta, rancia e inocente.
Y en la esquina de la plaza de armas se detuvo al divisar a un emolientero, en donde se le antojó tomarse a esa hora temprana un combinado de linaza con cola de caballo, boldo y cebada.

Plaza de Armas de la ciudad de Nazca

5. Soy
de Huarochirí

Estando allí, de pie y ya servido su vaso de cristal que sujetaba con las dos manos, soplándolo con sus labios puestos en arco y amoratados, se acerca uno de los señorones del lugar, alto, blanco y de ojos verdeazulados, quien se queda mirándolo de arriba para abajo, y le dice:
– ¡Oye indio! Ya que estás aquí desocupado, necesito que me traigas de mi hacienda mi caballo.
– ¿Qué, señor? –Contestó don Julio, suspendiendo la delectación de su compuesto de hierbas; y pasándose la mano por la comisura de los labios.
– Vas a ir –le repitió como deletreando–, y vas a hablar con el administrador que se llama Joaquín. Te voy a dar una nota donde le ordeno que envíe contigo mi caballo ya ensillado. Pero tú te vienes caminando, no lo vayas a montar. ¡cuidado de montarte en mi caballo! ¡Anda pronto!, que tengo que salir en la tarde para Acarí.
– ¿Y dónde es su hacienda, señor?
– ¿Y de dónde eres tú, indio, que no sabes ni conoces cuál es mi hacienda? ¿No reparas en quién soy?
– Discúlpeme señor. Es que yo no soy de aquí. Yo soy de Huarochirí.

Le provocó en la esquina servirse un emoliente

6. ¿Qué?
¿A mí?

– ¡Ya veo que no eres de aquí, por eso no sabes quién soy! –Le dijo de modo indulgente–. Pero bueno, averigua bien el camino a Cantayo, que es mi hacienda, y has lo que te mando. No te doy mi dirección porque no sabes leer, pero preguntas a este emolientero dónde vivo yo. Y así vas a llegar.
– Y, ¿a qué hora caminando estaré de regreso con su caballo, señor?
– De aquí a Cantayo te echará una hora de camino. A las once ya estarás de regreso por aquí.
– Entonces, ¡no puedo, señor!
– ¡Cómo que no puedo, indio! ¿Cómo te atreves a desobedecerme? ¡Encima te voy a pagar dos soles para tu coca!
  No, no puedo, señor.
– ¿Qué? ¿Cómo? –Le dijo mirándole, sin poder entender tal desacato. Pero sobreponiéndose transó compasivo:
– Tres soles te voy a dar, indio. Mira que nunca he pagado ese precio.
– No puedo. No me alcanza el tiempo, señor.
– ¿Qué? ¿A mí vas a desobedecerme? –Se veía que el señorón luchaba consigo mismo por tener calma. Y ya en el colmo del perdón y la clemencia le propuso–. ¡Te voy a dar cinco soles, indio, solo porque estoy apurado!
 
Pueblo de Huarochirí, donde nació Julio C. Tello

7. Se fue
bufando

– No puedo.
– ¿Sabes qué es cinco soles, miserable? ¡Con cinco soles puedes comer todo el día!
– Pero tengo qué hacer.
– Y, ¿qué tienes que hacer, indio?, –le preguntó lleno de curiosidad e insolencia, y ya al borde de perder la paciencia, mirándolo otra vez de arriba para abajo, pero esta vez retrocediendo al hacerlo por no poder comprender lo que estaba sucediendo.
– No puedo, porque tengo que asistir a una reunión.
– ¿Qué? ¿Te estás burlando de mí, insolente? Agradece que no haya traído mi rebenque para que te fuetee en este mismo instante. Agradece que no seas de aquí indio bruto. Pero sí te puedo hacer meter en un calabozo en este mismo momento. –Y miró a todo lado para ver si había un policía. Pero no había ninguno.
Y lo miró con desprecio.
– ¡Por eso el Perú anda mal, país atrasado, carajo! –Masculló al final– ¡Y es por culpa de estos indios que ya no obedecen y se han rebelado!
Y se fue bufando.


Universidad Nacional Mayor de San Marcos
donde estudió Julio C. Tello

8. El toldo
rojiblanco

El más asustado y que temblaba de miedo era el emolientero quien al principio se había encogido y después, temeroso como si estuviera lloviendo lava hirviente, se fue a parar temblando a la esquina de enfrente, porque vio que en cualquier momento al pobre iban a pegarle.
Pero finalmente el hombre blanco se fue echando chispas.
Y don Julio, sin decir nada, terminó de sorber calmadamente su emoliente. Únicamente que se le entrecerraron más sus ojos, hasta ser unas lucecitas inhallables en el abismo de los dos cuencos en que se revolvían sus pupilas.
A esa hora ya pasaban los estudiantes con sus uniformes de gala, las bandas escolares, las escoltas, los brigadieres, algunos con bastones y estandartes para el desfile en honor al sabio Julio C. Tello, epónimo a nivel mundial.
 A las 9 de la mañana empezaron a escucharse los clarines de las bandas de músicos que iban detrás de las autoridades e invitados especiales en traje de etiqueta, solícitos y puntuales para ocupar sus asientos en la solemne ceremonia que iba a llevarse a cabo en el Salón Consistorial del Municipio Provincial, que lucía espléndido con todos sus emblemas, banderas y guirnaldas.
Y hacia afuera estaba el toldo rojiblanco con las sillas encintadas. Y puestas las escarapelas a lo largo y alto de los parantes y travesaños para el desfile escolar y de las instituciones públicas y privadas de la localidad, acto que iba a realizarse alrededor de la plaza.

Desfile cívico

9. Mente
brillante

A las 9.30 las escoltas de alumnos de los principales colegios con sus bandas de guerra ya estaban emplazadas y listas para el desfile frente a la tribuna oficial, alzada ante el Municipio Provincial. ¡Se homenajeaba a la Gloria de la Arqueología Peruana y erudito en tantas otras materias científicas!
Don Julio arrellanado en el sillón central de la mesa de honor escuchó los discursos que se leían como si fueran parte de la etopeya de un personaje al cual él conocía lejanamente, pero que no era él mismo.
Se destacaron sus méritos, el de surgir desde un hogar campesino y humilde elevándose a las cimas de la realización científica mundial.
Se refería a que se graduó y se tituló de médico cirujano.
 Que junto al eximio escritor don Ricardo Palma, autor de las Tradiciones Peruanas, viajaron a Inglaterra en el mismo barco.
Que, con mente brillante y dotes de investigador consumado, contrapuso a la tesis inmigracionista de Max Uhle, la tesis autoctonista del origen del hombre de América.
 
Bahía de Paracas

10. Casi
se cae

En la semblanza laudatoria se destacaba que construyó una explicación coherente de la civilización incaica y también de las culturas anteriores a los Incas.
Que no solo entendió y dio a conocer en ambos casos las bases de su organización social y económica sino de su cosmovisión del mundo.
Que hay una arqueología nacional y americana antes de Julio C. Tello y otra después de él.
Luego fue anunciada la imposición de la Medalla de Oro y se convocó al Alcalde Honorario de la ciudad, quien avanzó y don Julio tuvo que pasar adelante.
Para hacerlo tuvieron que arrimarse entre la mesa y las sillas de las autoridades, para él salir al estrado en donde ya esperaba don Rafael de la Borda, hacendado de horca y cuchillo de todo el litoral de Nazca.
Era el mismo señor del caballo, quien en el puesto del emolientero si hubiera tenido su rebenque colgado al cinto, como lo dijo muy claro, hubiera fueteado en plena plaza al sabio graduado con honores en Harvard y Cambridge. Y todo por no traerle su acémila desde su hacienda en Cantayo.
Don Rafael casi se cae de espaldas del susto y sobresalto cuando reconoció al hombrecito a quien había insultado diciéndole miserable en la mañana de ese día en que se le homenajeaba.

Julio C. Tello en su juventud

11. Esos
cinco soles

Sintió vértigo y desmayo y se lo vio trastrabillar. Pero a ello acudió la mirada y la palabra condescendiente de Don Julio, quien lo repuso diciéndole:
– ¡Calma! ¡Calma! ¡Tenga calma!
Pasado el peligro, para circunstancias como esta, don Julio sabía pronunciar esas palabras y poner un rostro jocundo.
Ya repuesto el personaje se inclinó reverente. Y le rogó suplicante:
– Le pido mil perdones y disculpas doctor por lo sucedido esta mañana. ¡Si hubiera sabido que es usted don Julio C. Tello…! –Alcanzó a musitarle con voz quebrada, contrita y al borde del llanto.
Y al inclinarse lo hizo de tal modo, por lo alto que era, que le pareció al público que se arrodillaba.
Le conmovió a don Julio la sincera humillación del hacendado y a modo de superar definitivamente la situación, le dijo:
– Estos compromisos siempre quitan tiempo señor... Porque me hubiera gustado traerle su caballo. Y ganarme esos cinco soles que tanto lo necesito. Y que me hacen falta para comer hoy día.

Manto de Parcas de un fardo funerario

12. De todos
modos

Después empezó su discurso diciendo:
– ¡Soy indio!
Pero esta vez casi le había tocado probar, en la mañana de aquel día, el trago amargo y atroz de la identidad.
Y recibir los fuetazos en la cara, en los hombros y en la espalda, como lo han recibido siglo tras siglo sus hermanos de raza.
Y sin que nadie hubiera podido salvarle, menos el emolientero muerto de pánico. Y peor un policía que hubiera estado a favor del ilustre señorón.
¡Y no por la agresión a su improvisado cliente, sino por la cólera del señor Rafael de la Borda, Alcalde Emérito y de por vida de la ciudad!
Como tampoco hubiera tenido tiempo don Julio de repetir la otra frase que la pronunciaba cada vez que intervenía en el parlamento de la República como su egregio representante, y cuál era:
– ¡Pido la palabra para oponerme!
Y menos hubiera servido aquello de:
– ¡Calma! ¡Calma! ¡Tenga calma!
Allí nada hubiera valido. Y, de todos modos, le hubieran caído los azotes y latigazos en aquella esquina de la plaza aldeana, sin que hubiera ciencia ni sabiduría capaz de ampararlo; ni títulos honoríficos de Harvard o Cambridge, que pudieran salvarle.


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1 comentario:

  1. Esta faceta de la vida de Julio C Tello refleja la humildad del sabio. Sánchez Cerro, lo destituyó de la dirección del Museo de Arqueología Peruana, en Setiembre de 1930; por haber sido parlamentario durante el Oncenio de Leguía y lo remplazó Luis E Valcarcel (Biblioteca Nacional del Perú)

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