30 DE ABRIL
DÍA DEL PSICÓLOGO
TÚ
ERES
ÁGUILA
1. Se alzan
los tapiales
Un
granjero venía por el sendero rumbo a su cabaña cuando, cruzando un
bosquecillo, divisó que se había resbalado entre el follaje, y a la vera
del camino, un huevo sano y reluciente.
Lo
recogió y acomodó delicadamente en lo más suave y seguro de su alforja.
Al
llegar a su estancia lo primero que hizo fue ir a colocar el huevo en el nido
de la gallina “Flor de haba” que estaba ovando en el pajar.
Y
entre tantas y muchas tareas y ocupaciones que tenía que realizar se olvidó del
suceso.
Al
cabo de unas semanas nacieron los pollitos de su camada de la gallina “Flor de
haba” y que tenían como espacio para sus correrías el limitado por las cercas.
Más allá se alzan los tapiales en cuya parte alta florecen malvas, geranios y
mostazas.
Pasó
el tiempo y visitó la estancia un amigo del granjero, quien vivía en el alcor,
que es la parte más alta de la cordillera, entre peñascos y prominencias de la
serranía.
2. En
la cumbre
Fue
él quien al ver a los polluelos ya crecidos dijo señalando a uno de ellos:
–
¡Aquel es un águila!
–
A ver. ¡Si es un águila podrá volar!
El
granjero, hombre práctico, lo cogió e hizo el intento de que volara echándolo
al aire.
Pero
la avecilla, acostumbrada a dar de aletazos como sus hermanos y hermanas polluelos,
caía desde la altura desde donde lo soltaba el granjero, de bruces al polvo y
los guijarros de la granja.
–
Ahora, ¿qué te parece? ¿Lo has visto? No es un águila. ¡Es una gallina! Si
quieres, llévalo.
Y
lo llevó consigo el hombre de las montañas, quien iba camino a su casa ubicada
en la cumbre de los cerros.
3. El por qué
estás aquí
Pero
mientras caminaba, a fin de acompañarse, le iba hablando a la avecilla, quien
asustada lo miraba desde dentro del equipaje:
–
La vida es encontrarse uno mismo. Es saber quién uno es. Es saber por qué y para
qué estamos aquí y hemos nacido.
–
Criúúú –Se queja el ave removiéndose llena de temor.
–
No temas. Al descubrir el espacio abierto y de altura reconocerás quién
verdaderamente eres, y eso te llenará de gozo y de poder.
–
Criúúú. –Protesta, como queriendo que lo devuelvan al corral, en donde se había
ya acostumbrado.
–
¿Por qué tiene que ser así? –Pareció decirle con su mirada
–
Eso lo descubrirás por tus propios medios, y sabrás el por qué al ver
extendidos debajo de tus alas los campos sembrados y otros sin sembrar. Allí
vas a saber recordar quién eres, y saber el por qué estás aquí.
– Criúúú. Criúúú. –¡Suéltame! ¡Suéltame! Parece decirle.
4. Reiteró
sus palabras
–
Solo te digo que abras tus alas. Ahí está todo el secreto. Si no abres tus alas
morirás, caerás como piedra pesada e inerte. Pero si abres tus alas sentirás
que puedes volar, y tuyo será el mundo. –Y el montañés abría él sus brazos como
para enseñarle–. Y así, con un leve movimiento te sostendrás en el aire y con
el viento.
–
Criúúú. Criúúú.
–
Te voy a soltar. No lo dudes, pero ten fortaleza. Vas a sentir por primera vez
el temple de tus alas, tu gran aliento y tu impulso por lanzarte a recorrer la
infinitud del cielo azul.
–
Criúúú. –Y, ¿para qué? Parece preguntar la avecilla.
–
¿Para qué? ¡Vaya pregunta! ¡Para realizar tu destino y ser felices! Porque sin
ser lo que en esencia somos nunca seremos dichosos ni felices.
–
Criiiiúúú. –Y tú, ¡quién eres!
–
¿Yo? Yo soy un hombre de las montañas. Ya vez, aquí estoy, y vivo feliz. Otros
lo son en el llano. Solo siendo lo que verdaderamente somos alcanzamos en esta
vida la felicidad
Y
habiendo llegando al pináculo del farallón sacó al polluelo del escondrijo. Y estando
ya en el borde de la cima, reiteró sus palabras diciendo:
5. El fondo
de su corazón
–
Tú eres águila. Tienes que volar alto, amplio y lejos. Otros son gallinas. Tú
has nacido para ser grande. Estás aquí para elevarte sobre los lagos y los
ríos. Y sobrevolar las nieves.
El
polluelo al sentir el aire helado y el viento otra vez quiso esconderse entre
las mangas de su saco, trémulo y asustado.
–
No temas. Deja que lo que hay en el fondo de ti encaje y armonice con lo que
hay afuera. Para eso solo abre bien tus alas, todo lo que puedas. Libera todo
lo que tienen entre sus plumas y sus cañas.
Y
cogiendo las alas entre sus manos las extendió de uno a otro lado como para que
el pajarillo sintiese lo largas y robustas que eran.
–
No las encojas ni las cierres. ¡ábrelas! ¡Expándelas! ¡Confía en ellas! ¡Déjate
llevar por tu instinto! ¡Jamás pienses en el ayer! ¡Reconoce el presente y el
mañana!
Le
hablaba así con voz serena y hasta tierna, tratando de que se introdujera por
sus oídos y llegase hasta el fondo de su corazón:
–
¡Eres águila! ¡No te olvides! –Le insistió, por último.
6. Entre
riscos y peñas
Y
luego de besarle las plumas en las alas, en el pecho y en el cuello, luego de
acariciarle y tenerle entre sus manos para que sintiera su calidez, su pulso y
su fe, la preparó para lanzarla.
Le
hizo ver allá abajo la vastedad del valle y hacia el horizonte la inmensidad de
las montañas.
Luego
de darle su aliento en la cabeza y en los ojos que la avecilla cerraba
parpadeante, le dijo:
–
¡A volar! ¡Tuyo es el mundo! ¡Tu vida no es la granja! Tu vida es elevarte muy
alto. ¡Vete a las regiones altas! ¡Si es posible a las estrellas!
Y
lo impulsó al espacio lo más lejos que pudo, con todas sus fuerzas y desde el
filo del abismo en donde estaba parado.
La
avecilla se dejó caer como en la granja, aleteando como hacen las gallinas.
Era
triste cómo daba tumbos y caía vertiginosamente con peligro de estrellarse y
chocar entre los riscos y las peñas.
7. Por el infinito
cielo azul
El
montañés pudo gritarle todavía con todo el aliento de su alma:
–
¡Eres águila! ¡Eres águila! ¡Elévate!
Ese
grito en su caída la avecilla alcanzó a escucharlo como un trino, como una
demanda y una clarinada que convoca a despertar, como si le recordara algo
profundo de su esencia e intimidad:
–
¡Eres águila! ¡Eres águila! –Seguía gritándole
Allí
fue que despertó de su letargo. Abrió las alas. Se sintió flotar primero. Las
abrió mucho más todavía.
Y
sintió no solo que se sostenía en el aire, sino que empezaba a alzar el vuelo y
subir cada vez más.
Vio
al filo del acantilado al hombre que le alzaba los brazos en señal de saludo y
reverencia.
Y
luego lo fue viendo cada vez más pequeño. Con lo que comprobó que cada vez
volaba más y más alto por el infinito cielo azul.
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