jueves, 30 de abril de 2020

30 de abril. Día del Psicólogo. / Tú eres águila.


30 DE ABRIL
DÍA DEL PSICÓLOGO

ERES
ÁGUILA

 Danilo Sánchez Lihón




1. Se alzan
los tapiales

Un granjero venía por el sendero rumbo a su cabaña cuando, cruzando un bosquecillo, divisó que se había resbalado entre el follaje, y a la vera del camino, un huevo sano y reluciente.
Lo recogió y acomodó delicadamente en lo más suave y seguro de su alforja.
Al llegar a su estancia lo primero que hizo fue ir a colocar el huevo en el nido de la gallina “Flor de haba” que estaba ovando en el pajar.
Y entre tantas y muchas tareas y ocupaciones que tenía que realizar se olvidó del suceso.
Al cabo de unas semanas nacieron los pollitos de su camada de la gallina “Flor de haba” y que tenían como espacio para sus correrías el limitado por las cercas. Más allá se alzan los tapiales en cuya parte alta florecen malvas, geranios y mostazas.
Pasó el tiempo y visitó la estancia un amigo del granjero, quien vivía en el alcor, que es la parte más alta de la cordillera, entre peñascos y prominencias de la serranía.



2. En
la cumbre

Fue él quien al ver a los polluelos ya crecidos dijo señalando a uno de ellos:
– ¡Aquel es un águila!
– A ver. ¡Si es un águila podrá volar!
El granjero, hombre práctico, lo cogió e hizo el intento de que volara echándolo al aire.
Pero la avecilla, acostumbrada a dar de aletazos como sus hermanos y hermanas polluelos, caía desde la altura desde donde lo soltaba el granjero, de bruces al polvo y los guijarros de la granja.
– Ahora, ¿qué te parece? ¿Lo has visto? No es un águila. ¡Es una gallina! Si quieres, llévalo.
Y lo llevó consigo el hombre de las montañas, quien iba camino a su casa ubicada en la cumbre de los cerros.




3. El por qué
estás aquí

Pero mientras caminaba, a fin de acompañarse, le iba hablando a la avecilla, quien asustada lo miraba desde dentro del equipaje:
– La vida es encontrarse uno mismo. Es saber quién uno es. Es saber por qué y para qué estamos aquí y hemos nacido.
– Criúúú –Se queja el ave removiéndose llena de temor.
– No temas. Al descubrir el espacio abierto y de altura reconocerás quién verdaderamente eres, y eso te llenará de gozo y de poder.
– Criúúú. –Protesta, como queriendo que lo devuelvan al corral, en donde se había ya acostumbrado.
– ¿Por qué tiene que ser así? –Pareció decirle con su mirada
– Eso lo descubrirás por tus propios medios, y sabrás el por qué al ver extendidos debajo de tus alas los campos sembrados y otros sin sembrar. Allí vas a saber recordar quién eres, y saber el por qué estás aquí.
– Criúúú. Criúúú. –¡Suéltame! ¡Suéltame! Parece decirle.




4. Reiteró
sus palabras

– Solo te digo que abras tus alas. Ahí está todo el secreto. Si no abres tus alas morirás, caerás como piedra pesada e inerte. Pero si abres tus alas sentirás que puedes volar, y tuyo será el mundo. –Y el montañés abría él sus brazos como para enseñarle–. Y así, con un leve movimiento te sostendrás en el aire y con el viento.
– Criúúú. Criúúú.
– Te voy a soltar. No lo dudes, pero ten fortaleza. Vas a sentir por primera vez el temple de tus alas, tu gran aliento y tu impulso por lanzarte a recorrer la infinitud del cielo azul.
– Criúúú. –Y, ¿para qué? Parece preguntar la avecilla.
– ¿Para qué? ¡Vaya pregunta! ¡Para realizar tu destino y ser felices! Porque sin ser lo que en esencia somos nunca seremos dichosos ni felices.
– Criiiiúúú. –Y tú, ¡quién eres!
– ¿Yo? Yo soy un hombre de las montañas. Ya vez, aquí estoy, y vivo feliz. Otros lo son en el llano. Solo siendo lo que verdaderamente somos alcanzamos en esta vida la felicidad
Y habiendo llegando al pináculo del farallón sacó al polluelo del escondrijo. Y estando ya en el borde de la cima, reiteró sus palabras diciendo:




5. El fondo
de su corazón

– Tú eres águila. Tienes que volar alto, amplio y lejos. Otros son gallinas. Tú has nacido para ser grande. Estás aquí para elevarte sobre los lagos y los ríos. Y sobrevolar las nieves.
El polluelo al sentir el aire helado y el viento otra vez quiso esconderse entre las mangas de su saco, trémulo y asustado.
– No temas. Deja que lo que hay en el fondo de ti encaje y armonice con lo que hay afuera. Para eso solo abre bien tus alas, todo lo que puedas. Libera todo lo que tienen entre sus plumas y sus cañas.
Y cogiendo las alas entre sus manos las extendió de uno a otro lado como para que el pajarillo sintiese lo largas y robustas que eran.
– No las encojas ni las cierres. ¡ábrelas! ¡Expándelas! ¡Confía en ellas! ¡Déjate llevar por tu instinto! ¡Jamás pienses en el ayer! ¡Reconoce el presente y el mañana!
Le hablaba así con voz serena y hasta tierna, tratando de que se introdujera por sus oídos y llegase hasta el fondo de su corazón:
– ¡Eres águila! ¡No te olvides! –Le insistió, por último.



6. Entre
riscos y peñas

Y luego de besarle las plumas en las alas, en el pecho y en el cuello, luego de acariciarle y tenerle entre sus manos para que sintiera su calidez, su pulso y su fe, la preparó para lanzarla.
Le hizo ver allá abajo la vastedad del valle y hacia el horizonte la inmensidad de las montañas.
Luego de darle su aliento en la cabeza y en los ojos que la avecilla cerraba parpadeante, le dijo:
– ¡A volar! ¡Tuyo es el mundo! ¡Tu vida no es la granja! Tu vida es elevarte muy alto. ¡Vete a las regiones altas! ¡Si es posible a las estrellas!
Y lo impulsó al espacio lo más lejos que pudo, con todas sus fuerzas y desde el filo del abismo en donde estaba parado.
La avecilla se dejó caer como en la granja, aleteando como hacen las gallinas.
Era triste cómo daba tumbos y caía vertiginosamente con peligro de estrellarse y chocar entre los riscos y las peñas.


7. Por el infinito
cielo azul

El montañés pudo gritarle todavía con todo el aliento de su alma:
– ¡Eres águila! ¡Eres águila! ¡Elévate!
Ese grito en su caída la avecilla alcanzó a escucharlo como un trino, como una demanda y una clarinada que convoca a despertar, como si le recordara algo profundo de su esencia e intimidad:
– ¡Eres águila! ¡Eres águila! –Seguía gritándole
Allí fue que despertó de su letargo. Abrió las alas. Se sintió flotar primero. Las abrió mucho más todavía.
Y sintió no solo que se sostenía en el aire, sino que empezaba a alzar el vuelo y subir cada vez más.
Vio al filo del acantilado al hombre que le alzaba los brazos en señal de saludo y reverencia.
Y luego lo fue viendo cada vez más pequeño. Con lo que comprobó que cada vez volaba más y más alto por el infinito cielo azul.


Fotos 1, 2, 4 y 5
Jaime Sánchez Lihón




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