10 DE ABRIL
DOMINGO DE RAMOS
LA BURRITA
DE NUESTRO
AMO
Danilo
Sánchez Lihón
“Tocaron
a la puerta”
César Vallejo
1. Tocan
a la puerta
– ¡Pum! ¡Pum!
¡Pum!
Escuchamos tres
golpes en la puerta de nuestra casa que da a la calle donde el aire es nacarado
delante de las paredes vetustas.
Nos miramos.
Estamos almorzando
sentados a la mesa y muy cerca al fogón en donde humean las ollas de barro.
¿Quién podría
tocar a esta hora? En Santiago de Chuco a nadie se le ocurre interrumpir un
almuerzo, salvo que se trate de un asunto urgente y grave.
– ¡Anda a ver
quién toca! –Dice mi padre, ayudándome a retroceder la silla.
Salgo atravesando
la sala siempre oscura, con retratos de nuestros abuelos y bisabuelos ya
fallecidos. En los pueblos de la sierra las salas del primer piso no tienen ventanas.
2. Paso
adelante
Echo mano a la
armella, subo el gancho de la aldaba, y por precaución abro solo una rendija
entre las dos hojas.
El sol de afuera
golpea mi cara con su espejo lleno de luz y un olor profundo a naranjas en
flor.
¡Nadie!
De pronto veo la
cabeza inmensa de un animal que se interpone entre mis ojos y la calle
solitaria.
– ¡Un toro! –Que
es lo que yo creo ver.
Da un paso
adelante y empuja la puerta. Y atraviesa el dintel ingresando el inmenso
volumen de su cuerpo a la sala de nuestra casa.
– ¡Ay!
Pego un grito
despavorido que hace que mi padre tire las cosas de la mesa y salga corriendo a
defenderme.
3. No la vayan
a tocar
Su estupor es
grande. Ya repuesto exclama.
– ¡Es la burra de
nuestro amo! ¡Vengan!
Aparece mi madre
limpiándose las manos en el delantal y con los ojos llenos de asombro:
– ¡Dios mío! ¡Es
la burra de nuestro Señor bendito! –Dice quebrándosele la voz llena de
recogimiento, devoción y ternura.
Yo estoy
sorprendido:
¡Mi padre, que
nunca consiente un desorden a la hora de la comida esta vez es quien lo
propicia!
Ha permitido que
todos se hayan levantado y él mismo está atento y generoso ante, al parecer,
una ilustre visitante.
– ¡Irene! –Llama
mi madre–. ¡Irene! ¡Trae un pote de cebada! ¡Y escoge de la más fina!
4. ¿Quién es,
mamá?
Asidos a la falda
de mamá y contagiados por su ilusión y fervor miramos el cuerpo blanco cenizo y
la cabeza tranquila de la burra que tiene una expresión bondadosa, compasiva y
hasta misericordiosa.
– Mamá, ¿quién es?
– Primero, no la
vayan a tocar. –Advierte–. Porque si se asusta ya no vuelve a entrar nunca a
nuestra casa.
– ¿Entró antes,
mamá?
– ¡Nunca! Primera
vez. ¡Y es raro, porque no ocurre que toque una puerta e ingrese a una casa!
Quizá a una tienda que esté abierta, tal vez.
– Pero, ¿quién es,
mamá? –Preguntamos ansiosos ante tanta veneración, inclusive de nuestro padre.
– Es la burrita
que carga a nuestro Señor Jesús en la procesión del Domingo de Ramos.
5. Anda
por los caminos
– Y, ¿cuándo es la
procesión?
– Mañana. Por eso,
mañana los levantaré temprano para alistarlos. E irán con su ropa nueva.
– ¿Y también carga
leña, papas, costales de trigo?
– ¡No! ¡Solo al
señor! ¡Es un animal sagrado! Ha nacido solamente para cargar al Señor. Y solo
eso hará hasta el día que muera.
Un respeto
profundo invade nuestros corazones. Cada uno de nosotros sostenemos por un rato
el pote de cebada a la altura de nuestro pecho, desde donde come, agrandando y
achicando al resoplar el hueco de sus narices.
– ¿Y dónde vive?
–Pregunta con curiosidad mi hermana.
– En ningún sitio.
No se lo ve aquí en el pueblo. –Explica mi padre.
6. La miramos
comer
Durante todo el
año anda por los caminos y caseríos y sólo viene al pueblo cuando empieza la
Semana Santa.
– A veces se
pierde todo el año. Nadie la ve. Y no se la encuentra. Es cuando todos creen
que está en el cielo. –Añade mi madre–. Pero en la fecha que tiene que cargar
al Señor aparece, como ahora.
– Así mañana,
desde el alba ya está en la puerta de la iglesia, sin que nadie se figure cómo vino
y llegó. ¡Nunca ha faltado!
– ¿Nadie la trae?
– Nadie. Ella
viene sola, como si ya supiera el día exacto que tiene que estar aquí para
llevar en su lomo al Señor.
La miramos comer.
De observarla
tanto se me ocurre que tiene sed. Y voy a traerle agua. Allí es cuando para mí
ocurre lo más extraño:
7. El centro
de la sala
En el patio donde
revolotean los gorriones, una lluvia de flores de plantas que no tenemos ha
caído sobre el brocal del pozo y una paz infinita rodea el interior de la casa.
Al regresar la
burra baja la cabeza y empieza a beber del balde que sostienen mis manos de
niño.
Dentro del
recipiente hay una flor azul, que recojo con disimulo y guardo.
– ¿Qué te pasa?
–Pregunta una de mis hermanas.
– Nada. ¿Por qué?
– Porque estás
sonriendo.
– Estás como si
escondieras algo.
– Como si hubieras
visto fantasmas. –Señala mi hermana menor.
Todos permanecemos
alrededor de la Burra de Nuestro Amo que ocupa el centro de la sala.
8. – ¡Es
un gran día!
De nuestra sala
que tiene jarrones y floreros en las mesas y los retratos de nuestros
antepasados colgados de las paredes blancas
– ¡Gracias Dios
mío por elegir nuestra casa! –Dice mi madre juntando sus manos y con los ojos
piadosos en donde saltan lágrimas de agradecimiento.
– ¡Es un gran día!
–Escucho decir a mi padre. Y me sorprende escuchar que diga eso, él que es tan
lacónico y directo.
– ¿Es mansa?
–Pregunta mi hermano, quien tiene fascinación por montar y que le suban al lomo
de las acémilas.
– ¡No se la puede
montar! –Asevera papá.
– ¿Por qué?
– Quienes lo han
intentado tienen los huesos rotos.
– ¿Rotos?
– ¡Y bien rotos!
Por la caída, como por las coses que recibieron.
9. Quitándose
el sombrero
Pero hoy Domingo
de Ramos es la burra más apacible y buena de toda la comarca.
Aquí estamos
viéndola. Ha esperado en la puerta de la iglesia.
Es temprano. Ya la
estatua del Señor está en el atrio, de pie en su anda donde lo engalanan y
lavan su rostro nacarado con aceite de oliva, haciendo más brillante el fulgor
de sus ojos que miran muy hondo el alma de la gente.
La burra ha dejado
que le pongan una soga alrededor del cuello. Permite que le jaspeen su cuerpo
blanco con ramalazos de añilina azul, y que la adornen con flores y cintas de
colores.
Ahora montan la
imagen del taitito vestido de túnica marrón con greca dorada en los bordes. Sus
cabellos largos, sedosos y castaños caen por sus hombros enjutos.
Y sale mirando con
ojos llorosos y absortos a hombres y mujeres que se arremolinan en la plaza
quitándose el sombrero en señal de respeto, devoción y saludo.
10. Paz
sublime
La burra avanza
paso a paso.
Han llegado mis
hermanas con sus cintas celestes en el pelo y sus vestidos llenos de encajes y
grecas que parecen más blancos y níveos.
Yo miro mis
zapatos nuevos que me hacen tropezar a cada rato en todas las piedras.
Y empezamos a
avanzar al lado de la banda de músicos gemebundos y de la burrita piadosa.
Cientos de niños
que se pisotean, portan sus ramos de laurel, de palma, de junco entretejido,
adornados de flores que son clavelinas, rosas, alhelíes, crisantemos y
azucenas.
Y ni el rechinar
de la banda de músicos, que toca muy cerca de las orejas de la burra, ni los
cohetes que revientan en el cielo, ni el chillido de los niños que se rompen
los tobillos en alguna piedra porque todos lucen zapatos nuevos, altera su paz
sublime.
11. Siempre
agradece
Paso a paso la
burrita venerable marcha al centro del cortejo, llevando sobre su lomo al hijo
de Dios.
Los celajes en el
cielo son albos delante de su manto azulino, hasta donde se elevan los cohetes,
cayendo el carrizo humeante al lado nuestro o encima de los tejados rojos.
Con el pasar de
los años, mi madre siempre agradece a Dios y a todos los santos que sus hijos
estén todos con vida y buena salud, sin desgracias ni conflictos. Ni mayores
hechos que lamentar.
– Sin que a nadie
les falte un dedo, sea de las manos o sea de los pies. –Dice orgullosa mi mamá.
– Y todos tienen
puestas y completas sus orejas. –La fastidia mi hermano menor que ha salido
bromista.
– ¡Y somos once
tus hijos, mamá!
12. Silencio
infinito
– ¿Y cómo has
hecho abuelita para criar once hijos? –Le preguntan sus nietos.
– Los he cuidado
como alhajas. Pero, porque he tenido el favor de Dios. Sin él nada es posible.
– ¿Y sientes que
Dios te ha ayudado? –Le pregunta el incrédulo.
– ¡Cómo no! Un día
la Burrita de Nuestro Amo tocó la puerta y entró a nuestra casa…
Y toda la
buenaventura mi madre la relaciona a aquel hecho fortuito, inusitado y
asombroso.
– ¿Y se acuerdan
que fue Fredy el que abrió la puerta?
– ¡Y dio un grito
que hizo que las cosas se cayeran!
– ¡Sí! –Dicen y
sonríen, mirándome.
Pero a nadie les
conté antes de la lluvia de flores blancas, azules y amarillas, de plantas que
no teníamos. Y que cubrieron el brocal del pozo con un silencio infinito en el
patio de nuestra casa.
Las ilustraciones fueron hechas
por Andrés Rucana para la edición
del libro "La piedra bruja" editado
por la Editorial San Marcos.
Los
textos anteriores pueden ser
reproducidos,
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