6 DE ABRIL
DÍA DEL
DEPORTE
APRENDIENDO
A MANEJAR
BICICLETA
Danilo Sánchez Lihón
1.
Sangrantes
heridas
Santiago
de Chuco no tiene una sola calle plana u horizontal, pues todas son inclinadas
en algún grado, en pendiente y la mayoría son torcidas.
Incluso
las calles de la Plaza de Armas, tienen declive. Y hay otras que si en ellas se
suelta una pelota hay que ir recogerla en el río; o donde algo la ataje, sea una
acequia o un matorral.
Aun así, aprendimos
ahí a manejar bicicleta, aunque dándonos caídas y porrazos que nos dejaban
chinchones y rasmilladuras por todo el cuerpo.
Y, a
veces, roturas de cabeza o luxaciones por dar con nuestros cuerpos en huecos y esquinas;
en muros y veredas; a veces con heridas sangrantes por caer sobre las piedras.
Otros
aprendieron a manejar bicicleta en el Estadio Municipal lleno de gente, en
donde se podía atropellar a alguien. Lo desfavorable, además de quedar lejos,
es que tiene una arenisca que las lluvias han pegado a la tierra, y en donde
caerse es como rasparse la piel sobre pedacitos de vidrios.
El autor, segundo de la izquierda, de pie
2. Ser
candoroso
Aun así,
aprendimos a trompicones el arte de mantenernos en equilibrio sobre la bicicleta, pero el único de nuestros compañeros que tenía
dificultad en hacerlo era Rafo, a quien queríamos como a todos los de nuestro grupo.
A quien
lo apoyábamos en todos los aspectos por ser candoroso,
bueno y formal. Pero, por más que lo subíamos a la montura, tan pronto asentaba
sus pies en los pedales, resultaba cayéndose.
Otra dificultad
era que la única bicicleta disponible era la de Luis Aguilar, quien como era
flaco y alto su bicicleta era para Rafo un poco grande.
No había
forma que Rafo aprendiera, pese a que lo habíamos intentado de diferentes
maneras. Y en quien era manifiesto y muy sentido su deseo de aprender a hacerlo.
Para eso
corríamos a su lado sujetándolo, pero cuando lo soltábamos irremediablemente se
iba a un lado dándose de golpe en el suelo. Y aunque era razón suficiente para
llorar, su nobleza y su deseo de aprender, no le permitían hacerlo, lo cual nos
conmovía.
El plano inclinado de Santiago de Chuco
3.
Dominio
del timón
– Para
que aprendas, Rafo tenemos que salir a la carretera. –Fue el veredicto final de
todos nosotros.
Y
quedamos en hacerlo un sábado por la tarde en que no teníamos clases.
Escogimos
el trecho en donde la carretera es más larga y con una ligera inclinación para
que facilite que la bicicleta corra.
¡Eso sí!,
hasta la loma donde hay una curva, que fuera el trecho más largo posible en línea
recta, para que facilitara a Rafo el previo dominio del
timón.
Escogimos
la carretera a Cachicadán, a la salida de Santiago de Chuco. Y desde el punto
que va de la tienda de don Abraham Reina, pasando por el edificio del Camal.
Allí la
carretera hace un estirón de por lo menos un kilómetro. Tiene una ligera
inclinación de bajada, no hay montículos ni erosiones, y que fue lo mejor que
pudimos encontrar sin que tampoco hubiera peligros a los costados.
4.
Confianza,
hermano
– ¡Sube Rafo!
Nosotros te cogemos a los costados.
– ¿Ya? Cuando
sientas que te vas a caer tienes que pedalear para que la bicicleta tenga
equilibrio y siga corriendo.
– ¡Sereno,
nomás! Tranquilo, que nosotros vamos a sujetarte y correr a tu lado.
– Hazlo
por Aurora. –Le dijo Manuel sabiendo que estaba enamorado de esa linda
chiquilla del barrio de San Cristóbal, por lo cual Rafo ya en la montura se
ruborizó por completo.
Y
partimos, nosotros a su costado. De un lado, yo sujetándole el timón y atrás Luis
Aguilar, el dueño de la bicicleta. Y del otro lado Manuel y Pedro, corriendo todos
juntos.
– Ya ves.
Ya puedes. Así, así. Pedaleando y derecho.
– Confianza, hermano, ¡confianza! Lo importante es la
confianza y siempre pedaleando.
Ya
habíamos recorrido buen trecho y sentíamos que se mantenía vertical.
Curvas y más curvas de la carretera a Cachicadán
5. Línea
recta
–Ya estás
manejando. Y siempre confiado, ¡y sin dejar de pedalear!
Íbamos al
lado de él y a toda carrera, porque no dejaba de pedalear y cada vez con más
denuedo.
– ¡Bravo,
Rafo! ¡Bravo! ¡Hazlo por Aurora!
Y, para
qué se le dijo: Porque puso tal fuerza en el pedaleo que nos arrastró, hizo
caer y dejó tirados, sin poder alcanzarlo por la velocidad que les impuso a las
ruedas.
–
¡Despacio, Rafo! –Le gritábamos. –¡Despacio!
Pero no.
Él iba derecho, erguido, y a toda velocidad.
– ¡Para Rafo!
¡Frena!¡Cuidado! –Pero ya no oía. Y nosotros, por más que corrimos ya no
pudimos ni siquiera aproximarnos. Parecía que los pedales se les habían pegado
a los zapatos sin que dejara de pedalear.
Lo
peligroso era que se acercaba a la curva donde termina la línea recta de la carretera. Hay allí un borde que da
hacia una pendiente profunda que llega hasta el río.
6.
Llamamos
desesperados
– ¡Tuerce!
¡Rafo, cuidado! ¡Tuerce el timón! –Le gritábamos.
Pero no.
Seguía derecho y sin dejar de pedalear. Y nosotros nos desgañitábamos gritándole:
– ¡Dobla,
Rafo! ¡Por Dios, dobla!
Sin
levantar una mano, sin tambalear siquiera, erguido sobre la bicicleta, sin
encogerse siquiera ni buscar refugio, más inhiesto que nunca sobre la montura, lo
vimos desaparecer sin inmutarse por el borde del barranco. Eso sí, sin un solo
aspaviento, sin un rasgo de duda ni arrepentimiento, mientras nosotros ya
llorábamos.
Llegamos
hasta el borde y ciertamente la loma allí cae en una pendiente llena de pencas,
tunas y zarzales.
– ¡Rafo!
–Llamábamos desesperados mientras nuestra voz rebotaba hacia lo profundo.
– ¡Rafo!
–Gritamos todos a la vez. Nada.
– Si le
ha pasado algo, ¿quién es culpable?
– ¡Todos
somos culpables!
7. Yo
estoy
contento
–
¿Culpables de qué? Si él no ha intentado siquiera arrojarse a un costado. Él es
el culpable de todo. Si hasta en el aire seguía pedaleando. –Dice Luis enojado.
– ¿Se
habrá querido matar? –Nos preguntamos.
– Tenemos
que bajar.
– Pero
con cuidado. No nos vayamos a rodar y muera alguien más.
– Mira,
aquí está un pedazo de la bicicleta.
– Quiere
decir que por aquí debe estar el cuerpo de él. –Y seguimos bajando.
– ¡Miren allá
abajo! Ahí está, encima de ese tunal.
– ¿Se
mueve?
– Sí.
Aquí estoy, entre estas espinas.
– Rafo, ¿te
duele algo?
– ¡Estos
shulgomos me están picando!
– Pero, ¿estás bien?
– ¡Contento! ¡Porque ya sé manejar
bicicleta!
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