1 DE MAYO
EL FLORECER DE MAYO
EL ROCÍO
EN LOS
CAMINOS
Danilo Sánchez Lihón
Tú acaso
lo escuchas?
Inocente flor!
César Vallejo
1. El cielo
azulino
Por eso, esta noche
el sueño se nos ha espantado. No podemos dormir, ni yo ni mis hermanos. Y nos
revolvemos en la cama.
Porque amaneceremos
bien de madrugada, casi de noche. Y en el campo. Con el relente del amanecer que
humedece y hasta moja nuestros cabellos.
Y con el frío
cortante que reseca nuestros labios, manos y mejillas. Pero felices de que
resuenen en nuestros oídos el trinar de las aves.
De empaparnos de la
luz del universo.
Y de gozar de una
fiesta del alma, como es el florecer de mayo. Y de recibirla en los caminos, y
en estas cumbres.
Para más tarde
comeremos choclos, habas verdes y chungares, sentados en los poyos de las
casas.
Poyos que están
afuera, hacia donde la cocina aldeana se abre siempre, sin muros que la atajen.
Mirando los sembríos, los cerros lejanos y el cielo azulino.
2. El
chusgo
– ¿Ya todo está
listo en las alforjas de lo que llevaremos?
Pregunta mi madre
que aún está levantada. Y nosotros arrebujados en nuestras camas, ya para
dormir para amanecer mañana y florecer en el campo.
– Sí, mamá.
– ¿Han puesto en
las alforjas manteca, sal, fideos, azúcar?
– ¡Ya, mamá!
– Y, ¿fósforos?
– ¡Ay no! ¡Verdad!
¿Me estaba olvidando de los fósforos!
– Ya vieron. El año
pasado tuvimos que volver a llevar fósforos, porque si no ¿Cómo encendemos la
candela? Allá no tienen. Porque esta vez vamos a cocinar en el campo
– Voy a buscarlos,
mamá.
– Y ustedes
entonces, ¡a dormir! –Les dice a mis hermanos–. Para salir temprano y ver si
tienen suerte de que aparezca el chusgo.
3. Pero ya
duerman
– Y ¿qué es el
chusgo, mamá?
– ¿Qué?
– ¡El chusgo! ¿Qué
es? ¿Es un astro, un cometa, o qué?
– ¡Ah! El chusgo es
el lucero del alba que solo este día del año y muy de madrugada luce su atuendo
de príncipe encantado.
– ¿Sí, mamá?
– Sí. Es decir, se
envuelve de arreboles violetas, amarillos, azules.
– ¡Qué bello debe
ser! Y, ¿qué más?
– Es un halo de luz
radiante y hermosa que aparece en el cielo despejado y límpido.
– ¡Oh!
– Y casi siempre
muy cerca de la persona a quien cabe en suerte de que lo vea. Pero, ya duerman.
4. La madre
tierra
– ¿No a todos se
aparece, mamá?
– No a todos recae
la fortuna de verlo y contemplarlo. Muy pocos son los agraciados a quienes se
aparece.
– ¿Así?
– Es una bondad
infinita de que se ofrezca.
– ¿Por qué?
– Y es por la
misión que deben cumplir en la vida.
– ¿Sí?
– Sí. Por un
objetivo grandioso que tienen que alcanzar en su existencia y que les
encomienda la madre tierra.
– Por eso ante un
hombre de destino superior se dice: A él se le apareció el chusgo.
5. El amanecer
en el camino
Verlo asegura para
siempre una vida realizada sea en la intimidad de la casa, o ya sea fuera de
ella.
Por eso hoy al
escuchar el primer chasquido y el primer gorjeo hemos saltado fuera de la cama.
Es noche oscura y
hace un frío que hunde sus alfileres y cuchillos en la piel aterida.
De allí que los
hombres esta noche velen. Y el amanecer los encuentre echándose una armada de
coca y encogidos de frío esperen verlo.
Los campos se
delinean cubiertos de flores lilas, fucsias y gualdas. Regurgita un arroyo.
Cruje una penca y
desde el maguey extiende por toda la hondonada su silbo la torcaza mensajera.
El amanecer nos
coge en el camino, entre balidos de ovejas, cantar de gallos, zumbido de
abejorros y distantes rebuznos y relinchos de acémilas.
6. El rocío
en los capullos
– ¡Buenos días,
Hermelinda! –Dice mamá y papá.
– ¡Buenos días
señora, buenos días seños! ¡Qué lindo que hayan venido todos!
– Buenos días
señora. Buenos días señor.
– Pasen niños,
pasen. Felizmente ya está claro el sol. Por aquí, dejen sus cosas por aquí.
En la ropa traemos
prendidos los cadillos de las cercas, en la boca el dulzor de las cañas de mayo
probadas al amanecer en el sendero.
Y en las manos
heladas el rocío en los capullos de esas flores amarillas cogidas en el camino.
Y que daremos como
ofrenda a la casa que nos recibe. Todo es bueno, verdadero y hermoso. ¡Es el
florecer de mayo!
7. El cielo
de amanecida
– ¡María ven!
– Sí, mamá.
– Ya llegaron los
niños. ¡Para que jueguen!
Y aparece la niña
más linda que yo jamás haya visto en esta vida. Igual que las flores del
campo: inocente, púdica y diáfana.
– Vayan a traer
agua del manantial, como que recogen flores del campo para adornar la casa.
Y vamos.
Pero yo de verla a
María no puedo ni respirar, y el aire me falta.
Por eso digo que yo
no encontré el chusgo en el camino. Ni en el cielo de amanecida; pero sí en los
ojos de esa niña.
Esos ojos que ven
hondos el alma. Y que se quedan allí quietos, y a veces doliéndonos, para
siempre.
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