sábado, 23 de mayo de 2020

22 de mayo. De súbito la vida. / Mayo en mi comarca.


22 DE MAYO
DE SÚBITO LA VIDA

MAYO
EN MI
COMARCA

Danilo Sánchez Lihón




Y crecen otra vez, una vez más,
los maizales
y en el corral ampliase la casa.
Luis Valle Goicochea

1. Y,
¿para qué?

Mayo es mes dulce y diáfano en la serranía, que esconde un suspiro, que a veces se desahoga en un hondo, recóndito e inexplicable gemido de gozo y dolor.
Hoy se amasa en la casa; a fin de tener pan, bizcochos, semitas, y otras provisiones para los días que vendrán, como también se hornean roscas, pan de yema y bizcochos de chancay para celebrar algún cumpleaños que toca y se festeja en este mes.
Pero también se amasa para calentar las habitaciones de la casa que en este mes por las noches son inclementes por ser heladas, húmedas y frías, y de lluvias repentinas.
Por las mañanas hay humo fragante en la casa. Y leña olorosa que se quema. Llueve, pero ya ha escampado un poco. Y, como siempre, a mí y a Amelia, la prima de mi edad, nuestros padres nos encargan para ir a traer alguna pava, o lechón del campo.
O ir a recoger algún chiclayo, o habas verdes. O a traer papas frescas de Urupamba. O choclos recién cogidos, y que traemos todavía prendidos a sus cañas. Y, ¿para qué? A fin de que entren al horno, revienten y zuacen. Y comerlos como si probáramos néctar o bebiéramos ambrosía de los manantiales


2. Bajan
en cascadas

Pero otras veces el encargo es ir a traer verduras, como repollos, tomates y culantro de la chacra de mi tía Carmen, mamá de Amelia, que queda en Urupamba.
O a traer leche espumosa, con el añadido de un queso fresco colado y hecho en la campiña.
Todo conseguido de algún alpartidario quien nos recibe obsecuente y dadivoso. O si no yendo a la chacra donde vive alguna casera de mi madre.
Y adonde para llegar hay que subir colinas, cortar caminos por el borde de las chacras sembradas, atravesar bosques y atajos donde crecen en matorrales las flores silvestres.
Y hasta de repente cruzar algún río que tiene o no tiene puente.
Entonces, cogiendo yo mi alforja y tú tu rebozo, salimos de madrugada, con el rumor de los arroyos que bajan en cascadas.
Donde lo que antes eran senderos con huellas de pasos, ahora bajan las chorreras como si fueran acequias



3. El néctar
de las flores

Travesía que empezamos sirviéndonos el desayuno, donde nuestras madres nos han preparado alguna fritura de chorizo, pellejones o relleno.
Con pan de la última horneada. Y un mate de limoncillo, panizara o toronjil que sorbemos a soplos por lo caliente, y de donde sobresale aún la rama verde de la hierba entre el humo que emerge de la taza y el otro de la leña de la cocina restallante.
– ¡Felizmente ya escampó! –Me dices con tus mejillas sonrosadas y tus ojos luminosos y tus trenzas recién peinadas.
Y salimos, mirando desprenderse las últimas gotas de la lluvia de la amanecida en las tejas de los aleros de las casas vetustas.
Y ya en las afueras del pueblo hacia lo alto volver los ojos a extasiarnos en el humo azul que traspasa por entre las rendijas de las techumbres.
Contemplando los vuelos sesgados de algunas torcazas y golondrinas, queriendo entre tú y yo a la vez desentrañar el mensaje de sus vuelos y sus trinos.
Caminando obsesionados con los moscardones del aire que ya zumban buscando el néctar de las flores para fabricar sus mieles.



4. Con
el rocío

– Tú, ¿te acuerdas?
Pese a que yo soy un año mayor, eras tú quien sabías ordenar el mundo, para que yo pudiera entenderlo.
Porque siempre fuiste tú quien me advertía de cada peligro riéndote de mí con tus burlas compasivas.
Y después sin qué ni por qué quedándote seria hasta casi querer llorar. ¡Debes acordarte!
Contigo y para ti he cogido todas las flores y frutos del campo, sin explicación ni motivo, solo por el gusto de cogerlos.
¿Te acuerdas?
Hemos rodado por las pendientes mojándonos con el rocío prendido aún en las hojas y tallos de las plantas sin nombre que crecen al borde de los campos sembrados.
Con todo el rosario de sus perlas cristalinas aun temblando en los pétalos. Porque no llegaba todavía hasta allí el sol de la madrugada, hacia esos altozanos misteriosos al borde de las sementeras.
Riéndonos siempre de todas nuestras caídas y resbalones en la hierba humedecida. Pero tú, a veces, callada por algún secreto.




5. El motivo
de tu llanto

O sumidos hasta desaparecer bajo los rastrojos de alguna parva.
O hundidos nuestros pies hasta los tobillos en alguna poza, donde se había estancado el agua de la lluvia de los últimos días. Y que nos cerraba completamente el paso en el camino.
Entonces remangabas tus vestidos y eras la primera en ir adelante y yo detrás viéndote reflejada en el agua quieta que reflejaba el cielo anubarrado y las copas de los árboles.
O correteando por la pradera porque la pava, el lechón o la gallina se nos escapaba de la alforja donde la traíamos.
Caminando abrazados e inocentes cuando atardecía.
Buscando sacarte una poñita del ojo porque tú repentinamente te pones a llorar.
Y aduces que te ha entrado una pajita en la pupila que yo busco hasta ahora sin encontrarla, haciendo que hagas rodar en vano el iris de tus ojos por toda su órbita, sin que jamás encuentre la poña ni el motivo de tus gemidos.
– ¿Te acuerdas?


6. Bajo
cualquier penca

Te cogeré de la mano para que pases por los arroyos por donde tienes miedo de cruzar.
Subiré a las cercas altas a sacarte alguna fruta que te provoque, o a mí se me antoje dártela.
Y la familia del campo a donde hayamos ido y ya volvemos, nos habrá invitado leche fresca recién ordeñada de la vaca.
Y nos habrá tostado cancha. Y nos haya invitado algunas frutas dulces o lo que sea, porque así son, ¡que se desviven por ser generosos!
Y volveremos rozagantes. Y nos guareceremos de la lluvia bajo cualquier penca, acurrucados sintiendo que los cielos se pueden romper por el fragor de los relámpagos.
Por eso hoy, pasados ya tantos años, al salir a caminar por aquellos mismos senderos que recorrimos de niños, he recordado de cómo fue nuestra infancia.


7. Y mirando
el valle

¡Ah, cruel y encantadora primavera!
Nítidamente en la calma profunda de las horas vuelvo a encontrarte, después de este aguacero repentino.
Y he evocado cómo era cuando nuestros corazones fueron inocentes. Esta vez yo intentando restregarme los ojos por alguna poña que me escoce la pupila.
Y estando solo en el camino, teniendo al frente las hileras de caminos y retamas que amarillan, y los árboles gigantescos.
Con el valle quieto en la hondonada. Ha venido entonces y se ha posado en el capulí cercano un zorzal indómito.
Y mirando la campiña y los tejados ha entonado otra vez su canto primordial, insondable y lastimero.
Y se hace real la expresión que dice y que se canta en mayo: mes dulce que esconde un suspiro; y a veces un hondo gemido.



Todas las fotos de:
Jaime Sánchez Lihón




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