22 DE MAYO
DE
SÚBITO LA VIDA
MAYO
EN MI
COMARCA
Danilo
Sánchez Lihón
Y
crecen otra vez, una vez más,
los
maizales
y en el corral ampliase la casa.
Luis Valle Goicochea
1. Y,
¿para qué?
Mayo es mes
dulce y diáfano en la serranía, que esconde un suspiro, que a veces se desahoga
en un hondo, recóndito e inexplicable gemido de gozo y dolor.
Hoy se amasa en
la casa; a fin de tener pan, bizcochos, semitas, y otras provisiones para los
días que vendrán, como también se hornean roscas, pan de yema y bizcochos de
chancay para celebrar algún cumpleaños que toca y se festeja en este mes.
Pero también se
amasa para calentar las habitaciones de la casa que en este mes por las noches
son inclementes por ser heladas, húmedas y frías, y de lluvias repentinas.
Por las mañanas
hay humo fragante en la casa. Y leña olorosa que se quema. Llueve, pero ya ha
escampado un poco. Y, como siempre, a mí y a Amelia, la prima de mi edad,
nuestros padres nos encargan para ir a traer alguna pava, o lechón del campo.
O ir a recoger
algún chiclayo, o habas verdes. O a traer papas frescas de Urupamba. O choclos
recién cogidos, y que traemos todavía prendidos a sus cañas. Y, ¿para qué? A
fin de que entren al horno, revienten y zuacen. Y comerlos como si probáramos néctar
o bebiéramos ambrosía de los manantiales
2. Bajan
en cascadas
Pero otras veces
el encargo es ir a traer verduras, como repollos, tomates y culantro de la
chacra de mi tía Carmen, mamá de Amelia, que queda en Urupamba.
O a traer leche espumosa,
con el añadido de un queso fresco colado y hecho en la campiña.
Todo conseguido
de algún alpartidario quien nos recibe obsecuente y dadivoso. O si no yendo a
la chacra donde vive alguna casera de mi madre.
Y adonde para
llegar hay que subir colinas, cortar caminos por el borde de las chacras
sembradas, atravesar bosques y atajos donde crecen en matorrales las flores
silvestres.
Y hasta de
repente cruzar algún río que tiene o no tiene puente.
Entonces,
cogiendo yo mi alforja y tú tu rebozo, salimos de madrugada, con el rumor de
los arroyos que bajan en cascadas.
Donde lo que antes
eran senderos con huellas de pasos, ahora bajan las chorreras como si fueran
acequias
3. El néctar
de las flores
Travesía que
empezamos sirviéndonos el desayuno, donde nuestras madres nos han preparado
alguna fritura de chorizo, pellejones o relleno.
Con pan de la
última horneada. Y un mate de limoncillo, panizara o toronjil que sorbemos a
soplos por lo caliente, y de donde sobresale aún la rama verde de la hierba entre
el humo que emerge de la taza y el otro de la leña de la cocina restallante.
– ¡Felizmente ya
escampó! –Me dices con tus mejillas sonrosadas y tus ojos luminosos y tus
trenzas recién peinadas.
Y salimos,
mirando desprenderse las últimas gotas de la lluvia de la amanecida en las
tejas de los aleros de las casas vetustas.
Y ya en las
afueras del pueblo hacia lo alto volver los ojos a extasiarnos en el humo azul
que traspasa por entre las rendijas de las techumbres.
Contemplando los
vuelos sesgados de algunas torcazas y golondrinas, queriendo entre tú y yo a la
vez desentrañar el mensaje de sus vuelos y sus trinos.
Caminando
obsesionados con los moscardones del aire que ya zumban buscando el néctar de
las flores para fabricar sus mieles.
4. Con
el rocío
– Tú, ¿te
acuerdas?
Pese a que yo
soy un año mayor, eras tú quien sabías ordenar el mundo, para que yo pudiera
entenderlo.
Porque siempre
fuiste tú quien me advertía de cada peligro riéndote de mí con tus burlas
compasivas.
Y después sin
qué ni por qué quedándote seria hasta casi querer llorar. ¡Debes acordarte!
Contigo y para
ti he cogido todas las flores y frutos del campo, sin explicación ni motivo,
solo por el gusto de cogerlos.
¿Te acuerdas?
Hemos rodado por
las pendientes mojándonos con el rocío prendido aún en las hojas y tallos de
las plantas sin nombre que crecen al borde de los campos sembrados.
Con todo el
rosario de sus perlas cristalinas aun temblando en los pétalos. Porque no
llegaba todavía hasta allí el sol de la madrugada, hacia esos altozanos
misteriosos al borde de las sementeras.
Riéndonos
siempre de todas nuestras caídas y resbalones en la hierba humedecida. Pero tú,
a veces, callada por algún secreto.
5. El motivo
de tu llanto
O sumidos hasta
desaparecer bajo los rastrojos de alguna parva.
O hundidos
nuestros pies hasta los tobillos en alguna poza, donde se había estancado el
agua de la lluvia de los últimos días. Y que nos cerraba completamente el paso
en el camino.
Entonces
remangabas tus vestidos y eras la primera en ir adelante y yo detrás viéndote
reflejada en el agua quieta que reflejaba el cielo anubarrado y las copas de
los árboles.
O correteando
por la pradera porque la pava, el lechón o la gallina se nos escapaba de la
alforja donde la traíamos.
Caminando abrazados
e inocentes cuando atardecía.
Buscando sacarte
una poñita del ojo porque tú repentinamente te pones a llorar.
Y aduces que te
ha entrado una pajita en la pupila que yo busco hasta ahora sin encontrarla,
haciendo que hagas rodar en vano el iris de tus ojos por toda su órbita, sin
que jamás encuentre la poña ni el motivo de tus gemidos.
– ¿Te acuerdas?
6. Bajo
cualquier penca
Te cogeré de la
mano para que pases por los arroyos por donde tienes miedo de cruzar.
Subiré a las
cercas altas a sacarte alguna fruta que te provoque, o a mí se me antoje
dártela.
Y la familia del
campo a donde hayamos ido y ya volvemos, nos habrá invitado leche fresca recién
ordeñada de la vaca.
Y nos habrá
tostado cancha. Y nos haya invitado algunas frutas dulces o lo que sea, porque
así son, ¡que se desviven por ser generosos!
Y volveremos
rozagantes. Y nos guareceremos de la lluvia bajo cualquier penca, acurrucados
sintiendo que los cielos se pueden romper por el fragor de los relámpagos.
Por eso hoy,
pasados ya tantos años, al salir a caminar por aquellos mismos senderos que
recorrimos de niños, he recordado de cómo fue nuestra infancia.
7. Y mirando
el valle
¡Ah, cruel y
encantadora primavera!
Nítidamente en
la calma profunda de las horas vuelvo a encontrarte, después de este aguacero
repentino.
Y he evocado
cómo era cuando nuestros corazones fueron inocentes. Esta vez yo intentando
restregarme los ojos por alguna poña que me escoce la pupila.
Y estando solo
en el camino, teniendo al frente las hileras de caminos y retamas que
amarillan, y los árboles gigantescos.
Con el valle
quieto en la hondonada. Ha venido entonces y se ha posado en el capulí cercano
un zorzal indómito.
Y mirando la
campiña y los tejados ha entonado otra vez su canto primordial, insondable y
lastimero.
Y se hace real la
expresión que dice y que se canta en mayo: mes dulce que esconde un suspiro; y
a veces un hondo gemido.
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