5 DE MAYO
DÍA DE LA PARTERA
MI
BISABUELA
SHONA
Danilo Sánchez Lihón
La casa donde yo nací: portón con techo de paja.
A mi bisabuela Shona
y a su canturreo trillado
que atenuaban mi asombro
y mi pena.
A sus manos caritativas
que me recibieron en este
mundo y que al momento
de morir
traspasaron muros y vigas
para abrazarse de mi a fin
de despedirse en el umbral
del salón oscuro.
Primera fila: Bisabuela Shona, Juvenal, yo con pantalón blanco
y tirantes, y mis primos Amelia y Leoncio. Segunda fila: Abuela
Sofía y tía Carmen. Tercera fila: Mamá, papá y tía Miguelina
Sofía y tía Carmen. Tercera fila: Mamá, papá y tía Miguelina
1. Cuando me diste
a luz
– Y,
¿quién fue mi partera, mamá? –Te pregunto.
Queriendo
agradecer siquiera en mi recuerdo a quién me trajo al mundo. A este mundo estremecido,
que se debate entre el frenesí y el espanto, pero mundo al fin.
Y es
que quiero saber a ciencia cierta quién corrió a salvarme de caer, hundirme y
mojarme en el pozo de agua helada.
Y que
es otra anécdota que me ocurrió al nacer, y que quizá la cuente alguna vez,
pero que será en otra oportunidad.
– ¿Qué
me preguntaste, hijito?
– Que,
¿quién fue la partera cuando me diste a luz? O, ¿quién cortó mi ombligo, mamá?
2. ¿Dónde tocar
una puerta?
– ¡Ah!
Fue tu bisabuela Shona. Ella hizo todo, porque quisiste caer al pozo temprano,
cuando aún estabas en mi vientre.
– Sí.
Eso me has contado.
– Pero
después te quedaste quieto. Seguro que te dormiste en mi vientre, y en la
madrugada otra vez me vinieron los dolores. Correr a llamar a esa hora, ¿a
quién?
– Es
que en Santiago de Chuco la gente duerme temprano, ¿di? ¡Y las noches son
tinieblas!
– ¿A
dónde ir a tocar una puerta? Sabiendo eso, las madres saben ya entonces cómo
atender un parto.
3. Cuando
yo nací
– ¡Ah!
Entonces fue mi abuela Shona.
– Tu
abuela no. ¡Tu bisabuela! Porque tu abuela es la señora Sofía.
– Sí,
pues.
– La
mamá de tu abuela Sofía era la señora Asunción García, a quien la llamábamos de
cariño Shona. Una mujer muy buena y cariñosa. Ella me enseñó a cocinar, porque
cuando me casé yo no sabía. Y ella cocinaba muy rico.
–
¡Claro! Es mi bisabuela.
– Sí,
ella fue.
– Pero
ya era viejita cuando yo nací. Y aún así atendió el parto.
– Sí. Aún
veo sus manos arrugaditas y delgadas cogiéndote y después cortando el cordón
umbilical.
Mis padres
4. Valiente,
¿no?
– Y,
¿mi papá? ¿Estaba ahí mi papá?
– ¡Cómo
no iba a estar! ¡Por supuesto! Un mes antes él tenía todo desinfectado con
alcohol. Y guardado en un sitio fresco todos los utensilios: gasa, tijeras,
alcohol.
– Sí,
pues. Así ha sido cuando han nacido todos mis otros hermanos.
– Ahí
estaba él. A tu papá lo veo alcanzando el hilo, las tijeras, la gasa, el
alcohol. ¡Y agua para lavarse las manos! ¡Tan prolijo y cuidadoso que era!
–
Entonces mi abuela Shona también fue mi madrina de ombligo. Porque así se llama
a quienes ayudan en el parto, ¿no?
– Sí.
Así se llama
–
Entonces la abuela era fuerte y valiente. Porque se necesita carácter para
atender un parto, ¿no?
5. Se iba
contigo
–
¡Claro! Y es que en Santiago de Chuco no había hospital, ni médicos, ni
obstetricias. Y todos nacían en sus casas, atendidas por las parteras.
– Y mi
abuela Shona, ¿dónde vivía?
– Con
tu abuela Sofía. En la casa de al lado. Y que es la misma casa en donde
nosotros vivimos. Y cuando eras bebito venía a sacarte.
– ¿Así?
– Te
tenía mucho cariño, ¡no ves que fue la primera que te cogió en sus manos! La
pobre viejita donde te encontrara extendía su rebozo sobre cualquier estrado,
te sentaba sobre él y te recogía en su espalda.
– ¡Ah!
– Y te
llevaba. Se iba contigo, adonde sea; cogiéndose de las paredes para no caerse.
Pintura de Agustín Rojas
6. Y me
abrazó
– Así,
en el terremoto del año 45 ella te tenía cargado en su espalda.
– De
eso sí me acuerdo, mamá
– Ya
ves.
– Me
acuerdo. Y tengo lo imagen de cómo caían las tejas. Felizmente ella pudo salir
al patio conmigo en su espalda.
– Nos
asustamos mucho. Yo lloraba a gritos.
– ¿Por
qué, mama?
– Porque
vi que una ruma de tejas caía hacia tu cabeza, que te hubiera matado, hijo.
Felizmente tu bisabuela lo vio, volteó y cayeron sobre su hombro que se dislocó
con el golpe.
– Sí.
Eso he escuchado contar.
– Por
eso, cuando murió, su alma vino a despedirse de ti. Y te abrazó. ¿Te acuerdas?
– Sí. De
eso también me acuerdo, que di un grito de terror, porque en la oscuridad
alguien me abrazó.
7. Difícil
de hallar
– ¡Ah,
entonces te acuerdas!
– Sí. Fue
en la sala a oscuras. Y es que mi papá era a mí a quien enviaba a trancar la
puerta en las noches. Pero sin luz.
– Para
fortalecerte el carácter, decía.
– Y esa
vez mi papá del susto al bajar corriendo las escaleras del segundo piso, soltó
la lámpara de vidrio que se estrelló e hizo añicos.
– Y ahí
mismo llamaron de la otra casa llorando de que la bisabuela acababa de morir. El
último en despedirse fue de ti. –Reitera mi madre.
Y es
que ella cortó mi ombligo. Y me recibió en este mundo amenazado, agitado y
convulso. Pero también
conmovedor, tierno y candoroso, si es que queremos encontrar esa fibra, difícil
de hallar, pero real y resistente a los embates.
Ella me
recibió en este mundo, por eso al irse de aquí sabía de quién tenía que
despedirse. Y aquí me dejó con el alma trémula
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