9 DE MAYO
DÍA MUNDIAL DE LAS AVES
MIGRATORIAS
SALUDO
DE SOLDADOS
AL NAUTA
Albatros
1. La órbita
solar
Es casi al terminar la primera hora de la
mañana cuando escuchamos un alboroto que viene desde el filo del corredor más
cercano:
– ¡Es un cometa!
– ¡O quizá es un satélite ruso!
– ¡O quizás es norteamericano!
– ¡Es un Ovni!
El maestro se acerca a la ventana. Observa
afuera y nos hace salir a todos en fila.
Al principio no divisamos nada en la
inmensa esfera de un azul intenso y límpido. Pero luego se hace nítido un trazo
minúsculo de luz, como una chispa bruñida en el cielo añil y sereno.
Es el brillo extraño de la punta de un
alfiler que refulge nítido con el sol esplendente de la mañana nacarada en la
inmensidad del azur.
Está tan lejos que parece quieto y a ratos
da la impresión de avanzar a una altura a la cual no llegan ni las águilas ni
los cóndores.
– ¡Es un satélite de comunicaciones!
–Murmura Villena, aficionado a leer los periódicos–. Los rusos acaban de lanzar
uno al espacio.
– ¡Es un cometa de la órbita solar! ¡Quizá
el Halley que está regresando y se puede chocar!
Aula de mi centro escolar
2. En
bandadas
La noticia se esparce a las demás secciones
de la escuela que van saliendo y formando grupos en el patio.
– ¿Qué es? –Preguntamos ya ansiosos a
nuestro maestro.
– ¡Es un ave! –Afirma.
– ¿Un ave a esa altura?
¿Y viniendo desde lejos? Porque el trazo
que sigue es desde atrás del horizonte.
¿Y puede un ave dar la vuelta al mundo?
Desde el borde de la inmensa esfera del
cielo se va acercando lentamente.
– ¡Sí! Es ave, y puede ser un pato, que son
aves que se remontan a mucha altura para tener un vuelo largo y sostenido. –Se
atreve a elucubrar Manuel, el más aplicado en aprender las lecciones.
– Hace poco se escapó uno de mi casa.
–Agrega César.
– Pero un pato al volar sacude las alas,
–corrige Francisco.
– O quizás es un cisne. –Arriesga el niño
Porturas, aficionado a leer cuentos de hadas.
– Los cisnes despliegan muy largas sus
alas. Y, además, nunca viajan solos sino en bandadas. –Señala Antuco,
acomodando sus lentes de sabelotodo.
– Será entonces un cóndor. –Supone otro.
– Pero el cóndor siempre es negro y no
brilla. –Aduce Gastañuadí que en la jalca de donde viene defiende a diario sus
ovejas de los cóndores que las acechan.
En el patio de mi escuela
3. El brillo
de esas alas
Nuestro profesor, al centro del círculo,
con las bastas del pantalón bien delineadas y con los zapatos que reflejan el
sol y los aleros de la escuela, escruta aquel punto entrecerrando los ojos. Y
con las manos haciendo visera aumenta tres cualidades después de haber dicho
que es un ave. Y luego a esas tres aumenta otra, diciendo:
– ¡Es un ave grande, fuerte y de glorioso
destino! Calla un momento mirándola, para luego agregar–. ¡Y que está herida!
Esta aseveración nos conmueve, emociona y
sobrecoge. ¿Tanto ve y sabe el maestro? Como si presintieran algo extraño no
revolotean las golondrinas que a diario tejen enredaderas en torno a la
campana.
Los gorriones que saltan del jardín a los
tejados han desparecido. También han enmudecido los ladridos de los perros, como
el cacareo de las gallinas y el rebuzno lejano de los jumentos. Todos los seres
parecen hallarse sobrecogidos.
– ¡Entonces será un guanay! –Aduce César,
que ha estado en Chimbote.
Pero todos recordarnos en nuestros libros
el pico largo y el cuerpo enjuto del guanay.
– Pero, además, ¿cómo explicar el brillo de esas alas?
– Puede ser la escarcha del hielo por las
noches heladas y que se han pegado en sus alas. ¡Y que las hacen brillar!
–Agrega, como si delirara, hablando consigo mismo.
Al principio no veíamos, ni nada era claro
4. Viene
del mar
A mitad de la mañana aquel brillo está
exactamente sobre nuestras cabezas, en el cenit del cielo.
Alguien ha traído un catalejo y es allí
donde, pasándonos de mano en mano y por turnos, observamos con el aliento
detenido en nuestros pechos.
Ciertamente es un ave, y tanto que podemos
ver su vuelo trabajoso.
Podemos incluso ver que una de sus patas
cuelga dificultosamente.
Pero, aun así, lleva erguida la cabeza. Y
su vuelo es parejo.
Los demás alumnos se acercan a nuestro
grupo.
– ¿Qué es, profesor? –Preguntan ansiosos.
– ¡Es un albatros! –Dice por fin el
maestro.
– ¿Qué? ¿Un albatros? ¿Y de dónde viene?
– Viene del mar y va hacia el mar.
– ¿Viene del mar? ¿Y va hacia el mar? ¿Del océano Atlántico al
océano Pacífico?
– ¡Sí! –Sentencia al profesor.
– ¿Y puede un pájaro llegar hasta aquí
volando desde el mar?
Es un albatros dijo el maestro
5. Vuela
herido
¿Del mar? ¿Del que solo alcanzamos a imaginar,
desde esta serranía, que es una línea azul en un horizonte mágico? ¡Algo
infinitamente grande y distante!
¿Con ciudades a sus orillas que sólo
conocemos por las etiquetas de los productos que llegan a las tiendas?
¡Caramelos de menta! ¡Aceite de bacalao!
¡Gaseosas de Trujillo!
Enseres traídos por camiones que durante
semanas se atascan en los caminos.
¿Y va hacia el mar? ¿Al Océano Pacífico,
viniendo del Océano Atlántico?
¿Desde esos confines tantas veces repasados
en nuestros cuadernos de historia y geografía?
¡Los viajes de Colón dibujados con líneas,
puntos y cruces! ¡Trazados de surcos, que ya jamás se cierran, señalando la
ruta de las tres carabelas!
El último –¡oh infortunio!– cargado de
grilletes y cadenas. Y cubierto de harapos e ignominia el Gran Almirante.
– Es un albatros que vuela
herido. –Concluye el maestro.
Vuela por el cielo infinito
6. Saludo
al nauta
– ¿Y desde cuándo está volando?
– Desde hace varias semanas. O tal vez
meses.
– Quiere decir que: ¿No come? ¿No bebe
agua? ¿No duerme?
Y entonces: ¿El hambre? Y, ¿la sed? Y, ¿el
frío?
Una emoción profunda invade nuestros
corazones.
Los cuerpos tensos, con los ojos
entrecerrados por el sol implacable y nuestras pequeñas manos alzadas a la
altura de nuestras frentes, las convertimos calladamente en un saludo de
pequeños soldados al nauta portentoso.
¿Qué paisajes sus ojos divisan hacía abajo?
¿Qué roquedales de pavor y de miedo soporta
al cruzar su pecho por los abismos?
¿Qué noches intrincadas soporta?
¿Qué soles inclementes?
Unas lágrimas de valor y coraje se deslizan
por nuestras mejillas tersas, nuestros pómulos curtidos y nuestros mentones
temblorosos vibran llenos de una emoción profunda.
¡Vuela, amigo! ¡Llegarás al mar!
7. Cruzar
el cielo infinito
Alguien alcanza a gritar su entusiasmo
alentándolo y todos al unísono repetimos alcanzándole desde la tierra nuestro
aliento unánime:
– ¡Vuela amigo!
– ¡Vuela!
– ¡No decaigas! ¡No te dejes vencer!
Y en nuestros corazones le musitamos:
¡Surca el aire! ¡Surca el cielo! ¡Vence el sueño! ¡No te arredre la tormenta,
ni la tristeza, ni el dolor!
– ¡Llegarás al mar! –Grita uno.
– ¡Llegarás al mar! –Repetimos todos.
Al crepúsculo nuestros ojos apenas lo
encuentran en el horizonte. Es un leve fulgor en la noche desalmada que cubre
el universo. Imaginamos su mirada vigilante, sus alas doblegando distancias,
sus latidos golpeando intensamente la noche y rompiendo el cierzo de que se
cubre el firmamento.
Al volver y cerrar la portada de nuestra
casa, los goznes chirrían con una leve señal en las sombras. Y en nuestros
sueños el albatros vuelve a cruzar el cielo infinito de los Andes meridionales.
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