domingo, 10 de mayo de 2020

10 de mayo. Día de la madre. / Ya no llores, mamá.


10 DE MAYO
DÍA DE LA MADRE

YA
NO LLORES,
MAMÁ

 Danilo Sánchez Lihón

Elvira Lihón, mi madre

1. Al pie
de mi cuna

Me has contado mamá, ya grande, algo que tal vez explique y nos dé luces respecto al sueño que siempre te embarga, de que vamos los dos por un camino, que te caes y los dos nos perdemos. O al menos lo tengo siempre presente para intentar explicármelo yo.
Y es que también me has contado que cuando yo era pequeño, mientras dormía tú te sentabas a mi lado en un banquito, al pie de mi cuna, esperando que despierte. Y te entretenías mientras tanto en lustrar mis zapatitos que apenas sostenías desde dentro con tus dedos del centro de tu mano abierta.
¿Qué más puedo anhelar yo en la vida que una niña tan linda y preciosa como tú hayas lustrado mis zapatitos, aunque fuera cuando yo era un bebito? Pero, sin apartarnos del tema de tu sueño yo te he preguntado:
– Y cuándo hacías eso, mamá, sentándote a mi lado al pie de mi cuna, ¿yo ya caminaba?
– No. Aún no. No caminabas. –Me respondes.
– Entonces mis zapatos no se pelaban ni siquiera rozaban y no necesitaban pomada.
– ¡Sí, pues! Eran tus primeros zapatitos que te compró tu papá. Y más para que no te resfríes.

Entre mi abuela y mi padre. Mi madre de pie

2. Una
y otra vez

– ¿De cuero?
– Sí, de cuero. Y te los mandó hacer. Y desde que lo vi me conmovieron tanto que los cogí, lo pegué a mi cara y me puse a llorar.
– ¡Ay, mamá!
– Mira pues, hasta ahora sigo llorando al recordarlos.
– Pero, ¿por qué los lustrabas si no se ensuciaban ni necesitaban pomada porque no caminaba?
– ¡Eso, pues! Era una manera de velar tus sueños al pie de tu cuna.
– ¡Humm! Así es cómo se producen los hechizos, mamá. Por eso ahora deambulamos por caminos misteriosos e incognoscibles en tu sueño.
– Pero con esos zapatitos aprendiste después a caminar. Pero mientras dormías yo te los sacaba y al pie los lustraba una y otra vez. Porque ya los había lustrado antes. Los besaba y los volvía a lustrar.
– Lo que hace una madre, ¿no?
– ¡Los adoraba!

Mi madre. La tercera de la primera fila

3. Vayas
a despertar


– ¿Te imaginas, mamá? ¡Ya todo lo que pueden pesar esos zapatos con tus besos! ¡Caminar entre las estrellas o caerse! ¡Milagro que con ellos aprendí a dar los primeros pasos!
– No sabes hijo con qué cariño y fascinación he lustrado tus primeros zapatos. Los sujetaba entre mis dos dedos medios. Y ahí estaba, lustra que te lustra. Y llorando.
– ¿De pena, o qué?
– ¡También de pena! Pero más de honda alegría y felicidad. Y preguntándome qué será de tu vida.
– ¿Sí?
– ¡Sí!
– ¿Y por qué, mamá?
– ¡No sé por qué! Pero lloraba con gemidos ahogados. Para que no me sientas, ¡y te vayas a despertar!
– Y mi papá, ¿en dónde estaba?
– En clases, enseñando en la escuela.

El último de la derecha de los maestros, papá. Delante de él Juvenal

4. Vasto
el mundo

– ¡Por eso, pues mamá!
– ¿Qué?
– Por eso es que rondan y aparecen los caminos en tus sueños. Y es por eso que en tus sueños nos perdemos.
– Sí. Eso también pensaba. ¡Por los caminos que tenías que recorrer! Que viéndote en tu cuna me parecían inabarcables y temibles. Y sin poder seguirte.
– ¡Ay, mamá!
– Lo ponía en mis mejillas y allí los tenía mirándote. Y ahí los tenía hasta que despertabas.
– Mamá, ¡tan linda que eras! ¡Y que eres más ahora todavía! Pero, ¡eso es lo que embruja! Y que hace que la vida sea indescifrable.
– ¿Qué?
– Todo aquello que se urdió en la cuna o en la primera infancia teje o desteje para después nuestros pasos. ¡No era que llores, mamá!
– Me parecían tan pequeños tus pies y más pequeño todavía el hueco de esos zapatitos.
– ¡Y tan vasto que es el mundo! Y cómo lo recorremos con nuestros pies tan minúsculos.

Mamá, cuando se casó con mi padre

5. Con mi rostro
hundido

– ¡Me parecía, hijo, al mirarte que te iban a hacer mucho daño en la vida! ¡Qué te podías caer en un abismo! O ahogar.
– ¡Mira, pues, todo lo que imagina y teme una madre! Yo soy fuerte mamá.
– Yo te he hecho fuerte. Y valiente.
– Eso lo sé, mamá.
– Sí. Pero las madres tememos mucho. Por eso, cuando despertabas me abrazaba tan fuerte a ti. Con mi rostro hundido en tu cuello, a fin de que no se notaran mis lágrimas.
– Pero, ahora ya no sigas llorando, mamá.
– Sí, hijo.
– ¡Si en ellos has puesto tanto sentimiento, me hubiera gustado conservarlos!
– ¡Y qué crees! ¿Qué no lo conservo? Los tengo intactos aquí en mi corazón.
– Tu corazón, mamá, en donde están guardados mis zapatitos son el motivo de esos sueños.

Mi madre que me cuenta

6. Ido
y vuelto

– ¡Ahí están!
– Porque los has guardado cuando yo con ellos aprendí a caminar. Y, es eso lo que ahora nos hace caminar por senderos abruptos. Y perdernos.
– Eso será así, pues.
– Y nos hace, a veces, caer, porque los tenía desde antes, desde cuando aún no sabía caminar, pero que ahora sí sé.
– Y, ahora entonces, ¿qué podemos hacer?
– Nada. Solo dejarlos allí. Pero convencerte tú misma mamá que yo ya sé caminar, y recorrer los caminos. Tú me has visto cuando yo era niño cómo corría por ellos. ¿Te acuerdas?
– ¡Cómo no me voy a acordar hijo! Cuando íbamos a Chacomas, mientras nosotros recorríamos un trecho tú ya habías ido y vuelto varias veces. Y corriendo.

Camino a Chacomas

7. Insomne
y desvelado

– Una vez a más de la mitad del camino la más bebita de mis hermanas se despertó. Y ahí recién nos dimos cuenta que nos habíamos olvidado su mamadera. Corrí a traerla desde la casa. Y todavía los encontré a todos caminando.
– Era de Nancy, cuando recién lo habíamos apartado y lloraba de hambre.
– Ya vez, ahí está el secreto y la solución. No en los zapatitos que has besado tanto mientras yo dormía. Y antes que aprendiera a caminar, sino cuando yo corría. Pero los zapatitos quizá expliquen, mamá, mi obsesión por los caminos.
– ¡Ay, hijito!
– ¿Cuántos hay recorridos bajo mis pies fugitivos? ¡Inabarcables, mamá! Siento que hay tantos caminos bajo mis pies obstinados. Hasta ahora, mira en que acabo de regresar de viaje y ya, otra vez, estoy partiendo.
– ¡Ya ves!
Y así sea que vaya en tren o en lancha, ya sea que me traslade en ómnibus o en avión, siento que pasan bajo mis pies los caminos.
– ¡Caminos que como tú dices, hijo, están hechizados!
– Que me producen una honda fascinación. Y los siento pasar debajo, o dentro de mí, y que de repente se reflejan en mi rostro insomne y desvelado.

Caminos dentro de mí

8. Ya
no llores

Son los caminos, pienso sin decírtelo, peligrosos, pero persiguiendo lo noble y lo bueno, que los recorro ojeroso y desvelado. Iluminado, fuerte y bendecido por esas lágrimas que derramaste sobre mis zapatos, mamá, lo que ha embrujado mis pies.
Y que, de repente tú ya sabías cuál era mi destino. Y por eso llorabas de alegría y de pena. Y que, como madre amorosa que eres, lo sabes de siempre, adivinas y bendices.
Y es ese aliento tuyo, ese soplo esos besos en mis zapatitos son los que me mantienen despierto.
Por todo eso, gracias mamá, porque son los caminos los que justifican la vida. Y a los cuales también me abrazaré cuando muera.
Quizá por eso has llorado tanto, como me dices ahora ya en tu carta. Conmovida de sentirlos tan inacabables bajo mis pequeños pies peregrinos.
– Eso es, hijo.
– Sí. Pero, ya no llores, mamá.




Los textos anteriores pueden ser
reproducidos, publicados y difundidos
citando autor y fuente

dsanchezlihon@aol.com
danilosanchezlihon@gmail.com

Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos: ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Papel de Viento: papeldevientoeditores@hotmail.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Ediciones Capulí: capulivallejoysutierra@gmail.com
Ediciones Altazor: edicionesaltazo@yahoo.es



  *****
DIRECCIÓN EN FACEBOOK
HACER CLIC AQUÍ:


*****

Teléfonos:
393-5196 / 99773-9575

Si no desea seguir recibiendo estos envíos
le rogamos, por favor, hacérnoslo saber.



No hay comentarios:

Publicar un comentario