10 DE MAYO
DÍA DE LA MADRE
YA
NO LLORES,
MAMÁ
1. Al pie
de mi cuna
Me has contado mamá, ya
grande, algo que tal vez explique y nos dé luces respecto al sueño que siempre
te embarga, de que vamos los dos por un camino, que te caes y los dos nos
perdemos. O al menos lo tengo siempre presente para intentar explicármelo yo.
Y es que también me has
contado que cuando yo era pequeño, mientras dormía tú te sentabas a mi lado en
un banquito, al pie de mi cuna, esperando que despierte. Y te entretenías mientras
tanto en lustrar mis zapatitos que apenas sostenías desde dentro con tus dedos
del centro de tu mano abierta.
¿Qué más puedo anhelar yo
en la vida que una niña tan linda y preciosa como tú hayas lustrado mis zapatitos,
aunque fuera cuando yo era un bebito? Pero, sin apartarnos del tema de tu sueño
yo te he preguntado:
– Y cuándo hacías eso,
mamá, sentándote a mi lado al pie de mi cuna, ¿yo ya caminaba?
– No. Aún no. No caminabas.
–Me respondes.
– Entonces mis zapatos no
se pelaban ni siquiera rozaban y no necesitaban pomada.
– ¡Sí, pues! Eran tus
primeros zapatitos que te compró tu papá. Y más para que no te resfríes.
2. Una
y otra vez
– ¿De cuero?
– Sí, de cuero. Y te los
mandó hacer. Y desde que lo vi me conmovieron tanto que los cogí, lo pegué a mi
cara y me puse a llorar.
– ¡Ay, mamá!
– Mira pues, hasta ahora sigo
llorando al recordarlos.
– Pero, ¿por qué los
lustrabas si no se ensuciaban ni necesitaban pomada porque no caminaba?
– ¡Eso, pues! Era una
manera de velar tus sueños al pie de tu cuna.
– ¡Humm! Así es cómo se
producen los hechizos, mamá. Por eso ahora deambulamos por caminos misteriosos
e incognoscibles en tu sueño.
– Pero con esos zapatitos
aprendiste después a caminar. Pero mientras dormías yo te los sacaba y al pie
los lustraba una y otra vez. Porque ya los había lustrado antes. Los besaba y
los volvía a lustrar.
– Lo que hace una madre,
¿no?
– ¡Los adoraba!
3. Vayas
a despertar
– ¿Te imaginas, mamá? ¡Ya
todo lo que pueden pesar esos zapatos con tus besos! ¡Caminar entre las
estrellas o caerse! ¡Milagro que con ellos aprendí a dar los primeros pasos!
– No sabes hijo con qué
cariño y fascinación he lustrado tus primeros zapatos. Los sujetaba entre mis
dos dedos medios. Y ahí estaba, lustra que te lustra. Y llorando.
– ¿De pena, o qué?
– ¡También de pena! Pero
más de honda alegría y felicidad. Y preguntándome qué será de tu vida.
– ¿Sí?
– ¡Sí!
– ¿Y por qué, mamá?
– ¡No sé por qué! Pero
lloraba con gemidos ahogados. Para que no me sientas, ¡y te vayas a despertar!
– Y mi papá, ¿en dónde
estaba?
– En clases, enseñando en
la escuela.
4. Vasto
el mundo
– ¡Por eso, pues mamá!
– ¿Qué?
– Por eso es que rondan y
aparecen los caminos en tus sueños. Y es por eso que en tus sueños nos perdemos.
– Sí. Eso también pensaba. ¡Por
los caminos que tenías que recorrer! Que viéndote en tu cuna me parecían
inabarcables y temibles. Y sin poder seguirte.
– ¡Ay, mamá!
– Lo ponía en mis mejillas
y allí los tenía mirándote. Y ahí los tenía hasta que despertabas.
– Mamá, ¡tan linda que eras!
¡Y que eres más ahora todavía! Pero, ¡eso es lo que embruja! Y que hace que la
vida sea indescifrable.
– ¿Qué?
– Todo aquello que se urdió
en la cuna o en la primera infancia teje o desteje para después nuestros pasos.
¡No era que llores, mamá!
– Me parecían tan pequeños
tus pies y más pequeño todavía el hueco de esos zapatitos.
– ¡Y tan vasto que es el
mundo! Y cómo lo recorremos con nuestros pies tan minúsculos.
5. Con mi
rostro
hundido
– ¡Me parecía, hijo, al
mirarte que te iban a hacer mucho daño en la vida! ¡Qué te podías caer en un
abismo! O ahogar.
– ¡Mira, pues, todo lo que
imagina y teme una madre! Yo soy fuerte mamá.
– Yo te he hecho fuerte. Y
valiente.
– Eso lo sé, mamá.
– Sí. Pero las madres tememos
mucho. Por eso, cuando despertabas me abrazaba tan fuerte a ti. Con mi rostro
hundido en tu cuello, a fin de que no se notaran mis lágrimas.
– Pero, ahora ya no sigas
llorando, mamá.
– Sí, hijo.
– ¡Si en ellos has puesto
tanto sentimiento, me hubiera gustado conservarlos!
– ¡Y qué crees! ¿Qué no lo
conservo? Los tengo intactos aquí en mi corazón.
– Tu corazón, mamá, en
donde están guardados mis zapatitos son el motivo de esos sueños.
6. Ido
y vuelto
– ¡Ahí están!
– Porque los has guardado
cuando yo con ellos aprendí a caminar. Y, es eso lo que ahora nos hace caminar
por senderos abruptos. Y perdernos.
– Eso será así, pues.
– Y nos hace, a veces,
caer, porque los tenía desde antes, desde cuando aún no sabía caminar, pero que ahora sí sé.
– Y, ahora entonces, ¿qué
podemos hacer?
– Nada. Solo dejarlos allí.
Pero convencerte tú misma mamá que yo ya sé caminar, y recorrer los caminos. Tú
me has visto cuando yo era niño cómo corría por ellos. ¿Te acuerdas?
– ¡Cómo no me voy a acordar
hijo! Cuando íbamos a Chacomas, mientras nosotros recorríamos un trecho tú ya
habías ido y vuelto varias veces. Y corriendo.
7. Insomne
y desvelado
– Una vez a más de la mitad
del camino la más bebita de mis hermanas se despertó. Y ahí recién nos dimos
cuenta que nos habíamos olvidado su mamadera. Corrí a traerla desde la casa. Y
todavía los encontré a todos caminando.
– Era de Nancy, cuando
recién lo habíamos apartado y lloraba de hambre.
– Ya vez, ahí está el
secreto y la solución. No en los zapatitos que has besado tanto mientras yo dormía.
Y antes que aprendiera a caminar, sino cuando yo corría. Pero los zapatitos
quizá expliquen, mamá, mi obsesión por los caminos.
– ¡Ay, hijito!
– ¿Cuántos hay recorridos
bajo mis pies fugitivos? ¡Inabarcables, mamá! Siento que hay tantos caminos
bajo mis pies obstinados. Hasta ahora, mira en que acabo de regresar de viaje y
ya, otra vez, estoy partiendo.
– ¡Ya ves!
Y así sea que vaya en tren
o en lancha, ya sea que me traslade en ómnibus o en avión, siento que pasan
bajo mis pies los caminos.
– ¡Caminos que como tú
dices, hijo, están hechizados!
– Que me producen una honda
fascinación. Y los siento pasar debajo, o dentro de mí, y que de repente se
reflejan en mi rostro insomne y desvelado.
8. Ya
no llores
Son los caminos, pienso sin
decírtelo, peligrosos, pero persiguiendo lo noble y lo bueno, que los recorro ojeroso
y desvelado. Iluminado, fuerte y bendecido por esas lágrimas que derramaste
sobre mis zapatos, mamá, lo que ha embrujado mis pies.
Y que, de repente tú ya
sabías cuál era mi destino. Y por eso llorabas de alegría y de pena. Y que,
como madre amorosa que eres, lo sabes de siempre, adivinas y bendices.
Y es ese aliento tuyo, ese
soplo esos besos en mis zapatitos son los que me mantienen despierto.
Por todo eso, gracias mamá,
porque son los caminos los que justifican la vida. Y a los cuales también me
abrazaré cuando muera.
Quizá por eso has llorado
tanto, como me dices ahora ya en tu carta. Conmovida de sentirlos tan
inacabables bajo mis pequeños pies peregrinos.
– Eso es, hijo.
– Sí. Pero, ya
no llores, mamá.
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