9 DE MAYO
ÉTICA Y ESTRATEGIA ANTE EL CORONAVIRUS
TELECONFERENCIA. AULA GLOBAL
CAPULÍ
QUIEN
CAMBIA
Danilo Sánchez Lihón
Ciudades desiertas por el coronavirus
En la evolución de las
especies
quien
sobrevive no es el más
fuerte.
No es,
tampoco, el más
inteligente.
Sino
que sobrevive aquel que más
rápida
e inmediatamente se adapta
al cambio.
Charles Darwin
Charles Darwin
1.
El claustro
materno
Atravesamos una época de
crisis, en donde se remecen los cimientos del mundo; en donde todo se ha estremecido,
como si hubiera asolado a la tierra un gran sismo, un huracán o un gigantesco y
planetario maremoto que golpeara a todos y
resquebrajara las estructuras tanto de la vida cotidiana, como aquellas otras al
parecer inamovibles de la economía y la sociedad.
Que primero ha paralizado
todo. Y en donde la consigna es no moverse, quedarse en casa, distanciarse de
los demás. Y lavarse constantemente las manos con jabón.
Estamos en una situación en
que todo yace suspendido. Y aquello que hacíamos antes, como actividades
normales, queda en veremos, en ascuas o definitivamente sepultadas. Las
reuniones y espectáculos es posible que no se den de aquí a un buen tiempo
Y volvemos a lo primario, a
lo básico y esencial. Por ejemplo, al eje dentro y afuera. Al refugio y al
claustro materno. Volvemos a escondernos y guarecernos en la cueva original
porque un gran mal asola el planeta.
2.
Corpúsculos
fantasmales
Y todo esto, ¿debido a qué? O,
¿a quién?
A que hemos sido atacados por
un ser minúsculo, microscópico e invisible; como si fuera un fantasma que se
trasmite con el aliento, como un hálito, como es el aliento, como es el soplo
humano que sale de nuestras bocas.
Y empezamos a temblar, a
flaquear nuestras piernas y a tartamudear de miedo y de temor.
Y tememos de un contacto
cualquiera, sea con una persona desconocida, o ya sea hasta con un hermano, o
un hijo.
O bien sea de tocar alguna
cosa en donde suponemos que puedan permanecer esos corpúsculos fantasmales.
Porque se contagia el virus
que se emite en la voz o al toser pueden quedar impregnados en cualquier
superficie desde donde luego se produzca el contagio.
Es mejor crearnos nuestros propios puestos de trabajo
3.
No es solo
indolencia
Siendo así, y a consecuencia
de ello, la víctima directa es el ser humano. Y la familia. Y mucho más aún la
familia pobre, con escasos recursos económicos.
No afecta para nada a
animales ni a plantas. No daña las cosas, como otras catástrofes. Esta es una
enfermedad que ataca el organismo del ser humano.
Que nos hace sentir la
provisoriedad de cada momento. Y la inmensa fragilidad de la vida humana.
Donde experimentamos una actitud
atávica, cuál es el peligro. Volvemos al instinto humano, a la conservación de
la vida. Volvemos al cuerpo humano y a la salud. Donde se confronta paso a paso
la vida con la muerte.
Donde se constata que el
desacato y la indiferencia para cumplir con normas mínimas, no es que sea solo indolencia,
sino que es parte de la maldad que debemos corregir. Y, es más: es su lado más
cruel, infame y perverso.
Cambiar, como agua nueva que brota de un manantial
4.
Ser
honrados
Ahora bien, ¿cuál ha de ser
la actitud que se adopte a partir de ahora? En primer lugar, la actitud de cambiar.
Aprovechemos cambiar.
Volver a nacer como agua que
brota y que corre límpida, como si nada anterior importara sino lo nuevo que se
encuentre. Y cambiar radicalmente. El que no cambia muere.
Y que surge de lo más inerte.
Porque constatamos que en lo más intrincado del cascajo hallamos vida que brota
libre y plena.
Necesariamente tenemos que
cambiar, porque el mundo, en primer lugar, ya no ha de ser el mismo.
Vencer los egoísmos, las
vanidades, la vida como espectáculo. Vencer las injusticias, la corrupción, la
impunidad. Reconociendo que la principal fortaleza de una persona como la de
una colectividad es la de ser honrados.
son los preceptos y valores incaicos
5.
Un trabajo
mejor
¿Qué hacer? ¿Sentirnos mal?
¿Sentirnos frustrados? No. En primer lugar, lo primero que tenemos que hacer es
disponernos a cambiar, como actitud básica y esencial.
A no pensar que de lo que se
trata es de normalizar la vida y las cosas como para volver a la situación
anterior.
Tener esas expectativas puede
causarnos incluso mucho daño, porque lo primero es que no vamos a encontrar que
eso ahora funcione así.
Nuestro trabajo no será como el
de antes.
Es más: Aquel trabajo es
probable que ya cesó. Ya no cuenta ni se realizará. Se canceló definitivamente.
Lo juicioso y sensato sería
idearnos un trabajo mejor. Y en estos momentos la proclama es crearlo, porque
nadie nos lo va a dar.
6.
La conciencia
humana
Y tenemos que hacerle frente
al capitalismo salvaje, esquema en el cual el 80 por ciento de la riqueza está
en manos de menos del 1 por ciento de la población.
Por eso, o muere el
capitalismo y su aliado el liberalismo, o muere la civilización humana.
Y haciéndole frente al
flagelo de la avaricia humana que ha deformado las cosas en donde todo es
explotación, ganancia, mercado, compra venta y negocios, incluso de la
conciencia humana.
Y tenemos que hacerle frente
a la manipulación de la mente humana que se vale de las nuevas tecnologías de
la información, la comunicación y el entretenimiento.
Por donde de una manera
sistemática y subliminal se convierta al ser humano en un rehén de las
sociedades de consumo. Y que así, sin darse cuenta se convierta en el arma de
su propia autodestrucción.
7.
Amarse es
también
separarse
Ahora bien, ¿cuál ha de ser
el rol del maestro y profesor en esta época en que la vida está puesta a prueba
y en riesgo?
Donde los sentimientos tienen
que ir en primer lugar: En todo lo que sea garantizar la vida. En respetarla y
valorarla.
En dar en el clavo de la
emoción. Donde la poesía debe señalar el rumbo. Dar la pauta en el qué sentir y
cómo hacerlo.
Así: antes podíamos entender
que amarse era juntarse. Hoy entiendo que amarse es también separarse, estar
lejos, añorarse.
Antes entendía que amarse era
mirarse a los ojos transparentes. Hoy entiendo que amarse es mirarse a la
distancia, contemplándose en el alma.
Entiendo que amar es también
evitar, amada mía, juntar nuestros alientos y bocas, que antes eran naturales
incluso que se junten sin decirnos nada de palabras.
Como también entiendo, madre
mía, que ahora no pueda abrazarte.
En el amor mismo tenemos que
cambiar. Y cambiar es la consigna de esta hora.
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