8
DE MAYO
SE ERRADICA LA VIRUELA DEL PLANETA
HISTORIA
RELACIONADA:
EL
ÁRBOL
DE
LA
QUINA
Danilo
Sánchez Lihón
El árbol de la quina
1.
Obra
de
bondad
– Cómo es que tú, Pedro
Leiva, estás en pie y caminando. ¿No era que estabas enfermo?
– Ya sané padrecito.
– De la enfermedad que tenías
no se sana. Habrás hecho pacto con el diablo. Entonces eres maldecido. Y serás aquí
castigado. Y te condenarás al infierno.
– Yo soy devoto cristiano,
padre.
– Entonces, dime, ¿cómo has
sanado? Yo tengo que denunciarte al Superior de Loja. Que tienes pacto con el
demonio. Porque se te ve tan fresco y lozano. Y no te ha curado un entendido o
un curioso. Entonces, ¿quién? Eso traerá desgracias a nuestro pueblo.
– Yo estaba dispuesto a
morir, padre. Pero me he sanado.
– Nadie se sana de la nada.
Alguien tiene que haberte curado.
– Yo, padrecito, soy
creyente. Y creo que esta es obra de Dios. Obra de bondad y no de maldad. El
demonio no hace nada bueno sino todo malo. Y si estoy sano es obra de Dios. Yo
seguiré haciendo mi vida sencilla y buscando ayudar a mis hermanos.
Calle de Loja
2.
Arrojarse
al
abismo
– Tienes que decirme, tienes
que confesarte. Revelar cómo es que se te ha ofrecido al maligno. ¡Cómo el
demonio contactó contigo! ¡Dónde se ha aparecido! Y de qué modo has vendido tu
alma. Porque no puede ser que de estarte muriendo ahora aparezcas tan rejuvenecido.
Porque lo primero que ofrece el demonio es devolver la lozanía a sus clientes,
y ¿para qué? Para cometer pecado con las mujeres, ¿no es cierto? Cuenta ya ¡al
detalle cómo has hecho!
– Yo, padre, no he tenido
ningún contacto. Pero como usted dice, ya estaba muerto, no podía ni siquiera
sostenerme. Y la fiebre me mataba. Me sentía morir y deliraba. Y tenía sed,
infinita sed. Me tambaleaba, pero todavía daba pasos. Y vi un pozo de agua y me
abalancé a beber de sus aguas, que eran cristalinas. Y bebí y bebí. Y ahí mismo
me abandoné para morir recostándome de espaldas.
– Luego vas a enseñarme dónde
queda ese pozo. Pero ahora sigue informando.
– Cuando desperté y abrí mis
ojos vi a un árbol que me pareció inmenso, pero además bello y protector. Y yo
me sentía bien, tranquilo, y hasta dichoso. Tanto que estuve ahí pensando buen
rato quién era yo y qué hacía ahí. Recordé que era un enfermo atacado por la
peste, y que había corrido buscando arrojarse a un abismo.
3.
Un secreto
de
estado
– Vamos, enséñame esa poza y
ese árbol.
– ¡Ah, es este! Las raíces
del árbol veo que se hunden en su fondo. Que caen sus hojas en la superficie
del agua. Y las viejas cortezas, como las flores y los tallos aquí se mojan. Quizá
este árbol tiene algún poder curativo. Vamos a recoger el agua en unos
recipientes y darla de beber a quienes están enfermos en el baptisterio con el
paludismo que tú mismo has tenido.
– Pruebe nomás, padrecito.
– Mientras tanto tú vas a
quedar preso. Vamos a probar si es cierto lo que cuentas. O si has hecho pacto
con el shipingo. Si sanan recién te soltaremos.
El sacerdote Joaquín, de la
congregación de los jesuitas comprobó que el agua de esa poza curaba a los
enfermos de paludismo. Pero se cuidó de no decirlo a la gente, considerando que
era un valioso secreto que debía ser guardado bajo siete llaves, hasta
descubrir qué contenía esa agua: ¿De dónde venía ese poder? De: ¿la tierra?
¿Las piedras? ¿El árbol?
Recogió raíces, cáscaras y
hojas y lo mezcló con agua de otras pozas. Descubrió que lo que sanaba era el
árbol de la quina. Pero esto constituía para él un secreto de estado, que solo
él y otros dos miembros de su congregación lo sabían, a quienes consideraban
que solo Dios los había confiado a ellos saberlo.
Virrey del Perú, Conde de Chinchón
4.
La razón
de
su empeño
En el año 1639 el Rey Felipe
IV nombró como Virrey del Perú al Conde de Chinchón Luis Gerónimo Fernández de
Bobadilla y Mendoza quien viajó a Lima. Y dos meses después llegaba a esa
capital su esposa, la Virreina Francisca Enríquez de Rivera.
Casi al momento de su llegada
cayó enferma de paludismo. La noticia era que se moría, por lo cual no hubo
fastos de recibimiento, ni actos religiosos.
Doblaron, eso sí, las
campanas lastimeras de la Catedral Lima, convocando a toda la feligresía a
rezar a favor de la salud de la Virreina.
Enterados de este hecho
viajaron desde Loja a Lima el sacerdote Joaquín y don Leoncio, de la orden de
los Jesuitas trayendo polvos que quina, agua de la poza de Yara y quina en
cascarilla, por sí alguna de esas sustancias no hicieran efecto en curar a la
virreina, y condesa de Chichón, como era su propósito.
Llegados a la capital del
virreinato se valieron del jesuita y confesor del virrey, don Diego Torres de
Vásquez, indicándole la razón de su empeño.
5.
Y después
sanó
Ahora bien, el paludismo o
malaria en esa época causaba estragos en todo el orbe, porque es la enfermedad
más mortífera de la civilización humana. Se calcula que ella puede haber causado
la muerte a más de la mitad de seres humanos que han existido hasta ahora sobre
el planeta.
Malaria quiere decir “mal
aire”, y es producida por un protozoo y trasmitida al hombre por un mosquito denominado
“anófeles”. Es originaria de África y se propagó desde África a Europa y Asia.
Y desde allí fue traída por los europeos a nuestro continente. Al anunciar cuál
era el buen deseo que traían los frailes, el Virrey en persona les concedió la
entrevista, la misma que se realizó en la Casa de Gobierno, en donde expresaron:
– Hemos venido hasta aquí, ilustrísimo
Virrey del Perú, don Luis Gerónimo Fernández de Bobadilla y Mendoza, Conde de
Chinchón, trayendo la cura del paludismo que sufre en este momento la estimada
e ínclita virreina.
El médico de palacio, don
Juan de la Vega, aprobó que se le administrara enseguida, puesto que la
virreina ya se moría. Tomó el agua que se había traído en pomos sellados y se
sintió revivir. Y, ciertamente, la virreina tomando esta pócima se sintió
primero aliviada y después sanó.
6.
Y así
figura
Luego que su esposa estuvo salvada,
el Virrey llamó al Principal de la Orden de los Jesuitas para agradecerles el
hecho de que prácticamente hubieran evitado de morir a la virreina. Y para conferirles
una serie de gracias y privilegios que ellos tenían la expectativa de obtener,
y que se les concedieron.
Pero el Virrey además quiso
saber qué sustancia contenía esa agua milagrosa, a lo que se resistieron, conminándolos
a que le revelaran como orden con carácter de ley. Y lo hicieron, diciéndole:
– Ilustrísimo Virrey del
Perú: la sustancia que contiene el agua y los polvos curativos se extrae del
árbol de la quina, natural del Perú.
A este medicamento, que
primero se lo reconocía como “Polvo de los jesuitas”, el Virrey quiso que
llevara el nombre de su esposa: “Polvos de la Condesa”. Y quiso también que al
árbol de la quina se le cambiara de nombre para llamarse Chinchona. Y que se lo
reconoce así, y así figura en algunos tratados científicos.
7.
El árbol
de
la solidaridad
De la quina se extrae la
quinina o cascarilla, que cura las tercianas, malarias y fiebres palúdicas. Y
es el medicamento que ha salvado más vidas humanas en toda la historia de la
humanidad.
Y la quina es planta
originaria del Perú, a tal punto que figura como emblema nacional en el
cuadrante del escudo patrio en donde se rinde culto a nuestra riqueza del reino
vegetal.
Debido a su sobrexplotación es
un árbol que ha desaparecido y se encuentra en proceso de extinción en nuestro
país. Sus semillas fueron llevadas a otras latitudes, Y a partir de él se
fabrican muchos otros medicamentos para la cura de enfermedades.
Y así como la quina, se tiene
reconocido y se considera que más del 70 por ciento de plantas medicinales que
existen en el mundo, proceden de la región andina. En donde florecieron
culturas que, además, decantaron otra planta medicinal excelsa: el árbol de la
solidaridad humana.
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