viernes, 8 de mayo de 2020

8 de mayo. Se Erradica la Viruela del Planeta. / El árbol de la quina.


8 DE MAYO
SE ERRADICA LA VIRUELA DEL PLANETA
HISTORIA RELACIONADA:

EL ÁRBOL
DE
LA QUINA

Danilo Sánchez Lihón



El árbol de la quina

1. Obra
de bondad

– Cómo es que tú, Pedro Leiva, estás en pie y caminando. ¿No era que estabas enfermo?
– Ya sané padrecito.
– De la enfermedad que tenías no se sana. Habrás hecho pacto con el diablo. Entonces eres maldecido. Y serás aquí castigado. Y te condenarás al infierno.
– Yo soy devoto cristiano, padre.
– Entonces, dime, ¿cómo has sanado? Yo tengo que denunciarte al Superior de Loja. Que tienes pacto con el demonio. Porque se te ve tan fresco y lozano. Y no te ha curado un entendido o un curioso. Entonces, ¿quién? Eso traerá desgracias a nuestro pueblo.
– Yo estaba dispuesto a morir, padre. Pero me he sanado.
– Nadie se sana de la nada. Alguien tiene que haberte curado.
– Yo, padrecito, soy creyente. Y creo que esta es obra de Dios. Obra de bondad y no de maldad. El demonio no hace nada bueno sino todo malo. Y si estoy sano es obra de Dios. Yo seguiré haciendo mi vida sencilla y buscando ayudar a mis hermanos.


Calle de Loja

2. Arrojarse
al abismo

– Tienes que decirme, tienes que confesarte. Revelar cómo es que se te ha ofrecido al maligno. ¡Cómo el demonio contactó contigo! ¡Dónde se ha aparecido! Y de qué modo has vendido tu alma. Porque no puede ser que de estarte muriendo ahora aparezcas tan rejuvenecido. Porque lo primero que ofrece el demonio es devolver la lozanía a sus clientes, y ¿para qué? Para cometer pecado con las mujeres, ¿no es cierto? Cuenta ya ¡al detalle cómo has hecho!
– Yo, padre, no he tenido ningún contacto. Pero como usted dice, ya estaba muerto, no podía ni siquiera sostenerme. Y la fiebre me mataba. Me sentía morir y deliraba. Y tenía sed, infinita sed. Me tambaleaba, pero todavía daba pasos. Y vi un pozo de agua y me abalancé a beber de sus aguas, que eran cristalinas. Y bebí y bebí. Y ahí mismo me abandoné para morir recostándome de espaldas.
– Luego vas a enseñarme dónde queda ese pozo. Pero ahora sigue informando.
– Cuando desperté y abrí mis ojos vi a un árbol que me pareció inmenso, pero además bello y protector. Y yo me sentía bien, tranquilo, y hasta dichoso. Tanto que estuve ahí pensando buen rato quién era yo y qué hacía ahí. Recordé que era un enfermo atacado por la peste, y que había corrido buscando arrojarse a un abismo.


Esfuerzos en Cajamarca por recuperar el árbol de la quina

3. Un secreto
de estado

– Vamos, enséñame esa poza y ese árbol.
– ¡Ah, es este! Las raíces del árbol veo que se hunden en su fondo. Que caen sus hojas en la superficie del agua. Y las viejas cortezas, como las flores y los tallos aquí se mojan. Quizá este árbol tiene algún poder curativo. Vamos a recoger el agua en unos recipientes y darla de beber a quienes están enfermos en el baptisterio con el paludismo que tú mismo has tenido.
– Pruebe nomás, padrecito.
– Mientras tanto tú vas a quedar preso. Vamos a probar si es cierto lo que cuentas. O si has hecho pacto con el shipingo. Si sanan recién te soltaremos.
El sacerdote Joaquín, de la congregación de los jesuitas comprobó que el agua de esa poza curaba a los enfermos de paludismo. Pero se cuidó de no decirlo a la gente, considerando que era un valioso secreto que debía ser guardado bajo siete llaves, hasta descubrir qué contenía esa agua: ¿De dónde venía ese poder? De: ¿la tierra? ¿Las piedras? ¿El árbol?
Recogió raíces, cáscaras y hojas y lo mezcló con agua de otras pozas. Descubrió que lo que sanaba era el árbol de la quina. Pero esto constituía para él un secreto de estado, que solo él y otros dos miembros de su congregación lo sabían, a quienes consideraban que solo Dios los había confiado a ellos saberlo.


Virrey del Perú, Conde de Chinchón

4. La razón
de su empeño

En el año 1639 el Rey Felipe IV nombró como Virrey del Perú al Conde de Chinchón Luis Gerónimo Fernández de Bobadilla y Mendoza quien viajó a Lima. Y dos meses después llegaba a esa capital su esposa, la Virreina Francisca Enríquez de Rivera.
Casi al momento de su llegada cayó enferma de paludismo. La noticia era que se moría, por lo cual no hubo fastos de recibimiento, ni actos religiosos.
Doblaron, eso sí, las campanas lastimeras de la Catedral Lima, convocando a toda la feligresía a rezar a favor de la salud de la Virreina.
Enterados de este hecho viajaron desde Loja a Lima el sacerdote Joaquín y don Leoncio, de la orden de los Jesuitas trayendo polvos que quina, agua de la poza de Yara y quina en cascarilla, por sí alguna de esas sustancias no hicieran efecto en curar a la virreina, y condesa de Chichón, como era su propósito.
Llegados a la capital del virreinato se valieron del jesuita y confesor del virrey, don Diego Torres de Vásquez, indicándole la razón de su empeño.


Condesa de Chinchón

5. Y después
sanó

Ahora bien, el paludismo o malaria en esa época causaba estragos en todo el orbe, porque es la enfermedad más mortífera de la civilización humana. Se calcula que ella puede haber causado la muerte a más de la mitad de seres humanos que han existido hasta ahora sobre el planeta.
Malaria quiere decir “mal aire”, y es producida por un protozoo y trasmitida al hombre por un mosquito denominado “anófeles”. Es originaria de África y se propagó desde África a Europa y Asia. Y desde allí fue traída por los europeos a nuestro continente. Al anunciar cuál era el buen deseo que traían los frailes, el Virrey en persona les concedió la entrevista, la misma que se realizó en la Casa de Gobierno, en donde expresaron:
– Hemos venido hasta aquí, ilustrísimo Virrey del Perú, don Luis Gerónimo Fernández de Bobadilla y Mendoza, Conde de Chinchón, trayendo la cura del paludismo que sufre en este momento la estimada e ínclita virreina.
El médico de palacio, don Juan de la Vega, aprobó que se le administrara enseguida, puesto que la virreina ya se moría. Tomó el agua que se había traído en pomos sellados y se sintió revivir. Y, ciertamente, la virreina tomando esta pócima se sintió primero aliviada y después sanó.


Imagen de Lima colonial

6. Y así
figura

Luego que su esposa estuvo salvada, el Virrey llamó al Principal de la Orden de los Jesuitas para agradecerles el hecho de que prácticamente hubieran evitado de morir a la virreina. Y para conferirles una serie de gracias y privilegios que ellos tenían la expectativa de obtener, y que se les concedieron.
Pero el Virrey además quiso saber qué sustancia contenía esa agua milagrosa, a lo que se resistieron, conminándolos a que le revelaran como orden con carácter de ley. Y lo hicieron, diciéndole:
– Ilustrísimo Virrey del Perú: la sustancia que contiene el agua y los polvos curativos se extrae del árbol de la quina, natural del Perú.
A este medicamento, que primero se lo reconocía como “Polvo de los jesuitas”, el Virrey quiso que llevara el nombre de su esposa: “Polvos de la Condesa”. Y quiso también que al árbol de la quina se le cambiara de nombre para llamarse Chinchona. Y que se lo reconoce así, y así figura en algunos tratados científicos.


El árbol de la quina en el escudo nacional

7. El árbol
de la solidaridad

De la quina se extrae la quinina o cascarilla, que cura las tercianas, malarias y fiebres palúdicas. Y es el medicamento que ha salvado más vidas humanas en toda la historia de la humanidad.
Y la quina es planta originaria del Perú, a tal punto que figura como emblema nacional en el cuadrante del escudo patrio en donde se rinde culto a nuestra riqueza del reino vegetal.
Debido a su sobrexplotación es un árbol que ha desaparecido y se encuentra en proceso de extinción en nuestro país. Sus semillas fueron llevadas a otras latitudes, Y a partir de él se fabrican muchos otros medicamentos para la cura de enfermedades.
Y así como la quina, se tiene reconocido y se considera que más del 70 por ciento de plantas medicinales que existen en el mundo, proceden de la región andina. En donde florecieron culturas que, además, decantaron otra planta medicinal excelsa: el árbol de la solidaridad humana.



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