1.
En el barrio de Pachacamilla, allá por el año 1651, un
esclavo negro cuyo nombre se ha perdido en la leyenda, pintó en un descuidado y
húmedo muro de pared pobre y vieja la imagen de un Cristo moreno.
Lima, por entonces, fue azotada repetidamente por fuerte
temblores que destruyeron casi toda la ciudad, pero aquella pared que llevaba
la imagen sagrada se mantuvo milagrosamente en pie.
Este hecho despertó el profundo fervor religioso de nuestro
pueblo hacia la imagen morena del Cristo de Pachacamilla, como se lo llamó
desde entonces. Más tarde, el piadoso Sebastián Antuñano encargó hacer una
copia en lienzo de aquella imagen, rodeándola de plata ligera.
Y, así, el 29 de octubre de 1687, fue llevada en procesión a
recorrer las calles de la ¡Lima colonial! Iba cargada en andas por cuadrillas
de dos docenas de esclavos, que posteriormente formarían la Hermandad del Señor
de los Milagros.
2.
Desde aquella lejana fecha, en octubre de cada año entre
cantos, cirios, aroma de sahumerio, turrón y anticuchos y bajo una lluvia de
pétalos la imagen del Cristo moreno recibe a su paso por calles, avenidas y
plazas, el devoto homenaje de todo el pueblo peruano.
Es ésta la procesión más grande del planeta Tierra, pues
logra reunir a todo un mar humano que, con profundo fervor religioso y
hermanado en su fe, acompaña la sagrada imagen en su largo y pausado recorrido
procesional hasta su retorno al punto de partida que es el Templo de las
Nazarenas.
El anda que hoy en día pesa casi tres toneladas, es llevada
en hombros de los miembros de la Hermandad que se turnan durante todo el
recorrido.
Octubre, para el Perú, es pues el mes del Señor de los
Milagros y el mes morado, por el hábito que visten sus fíeles.
Es, sin lugar a dudas, la más popular de las fiestas del
calendario católico peruano y probablemente del mundo.
3.
Somos un pueblo creyente y es esta una
grande e inmensa virtud, y una extraordinaria capacidad, Somos un pueblo con
fe, con ilusión y con capacidad de confiar, de creer, de adorar; y eso es
sinceramente bueno y valioso.
Para tener fe hay que ser humildes,
porque casi siempre es el orgullo y la mezquindad quienes se interponen en que
lleguemos a la fuente primigenia de la fe.
Y no solo se equivoca, sino que miente;
y lo peor es que en esto se miente a sí mismo, quien no tiene fe, porque la fe,
como todas aquellas cosas que no se ven son las que más se sienten e influyen
en nuestra vida cuando tenemos el alma límpida.
Infeliz es quien no cree en nada,
porque no se puede vivir sin creer en algo trascendente, Y quien se ha negado
para eso se ha negado para entender y comprender la esencia de la vida.
Tener fe significa además de alzar la
verdad con nuestras manos, nuestro corazón y nuestras alas, y elevarnos con
ella hacia esa dimensión que es el signo más cabal de la vida y el universo
cual es el misterio y la trascendencia
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