martes, 16 de junio de 2020

16 de junio. Día Mundial de las Remesas Familiares. / Volver a la tierra nativa.


16 DE JUNIO
DÍA MUNDIAL
DE LAS REMESAS FAMILIARES

VOLVER
A LA TIERRA
NATIVA

Danilo Sánchez Lihón



 Atardecer en Santiago de Chuco

1. Las casas
abandonadas

– ¡Me desgarra el alma!
– ¡Qué!
Indago yo preocupado.
– ¡Las casas abandonadas!
Es uno de los rasgos de nuestro paisaje que nos hizo notar Gaby. Y al cual nosotros, creo, que nos hemos malacostumbrado, sin que nos cause alarma ni nos llame siquiera ya la atención.
Según ella eran demasiadas casas abandonadas en las ciudades, aldeas y a lo largo y ancho de los caminos. Y, ¿quién es ella?
Es Gaby Vallejo, connotada escritora boliviana quien irradia su labor desde Cochabamba. Y quien asistió al XVII Encuentro Internacional Capulí, Vallejo y su Tierra, llevado a cabo en el mes de mayo del año 2016, en el Perú.

Casas y huertos abandonados

2. La belleza
del paisaje

Viajaba Gaby pendiente de cada rasgo de la gente y de todos los escenarios que encontraba a su paso en el recorrido itinerante de este peregrinaje hacia la tierra en donde nació el poeta César Vallejo Mendoza, como es Santiago de Chuco, en el departamento de La Libertad.
Quedó maravillada, tal y como lo escribió en su crónica que ha sido publicada, respecto a la excelente organización del certamen que recorre pueblos y que en aquel año abarcó: Lima, Trujillo, Otuzco, Huamachuco, Santiago de Chuco y Cachicadán.
Le sorprendió a Gaby la belleza del paisaje de nuestra costa y serranía. Y la dejó impresionada la adhesión de los niños y jóvenes que salen a las calles a recibirnos a nuestro paso.
Sin embargo, en determinado momento la escuché decir mientras miraba por la ventana del ómnibus:
– ¡Me desgarra el alma!

Pueblos deshabitados

3. ¿Somos
hijos leales?

Y es que, incluso son pueblos enteros los que yacen abandonados. Y que se han tornado fantasmales.
De casas con los techos desvencijados, con las ventanas ladeadas, los muros desportillados. Con las puertas clausuradas y salidas de sus marcos.
– ¿Por qué? ¿A qué se debe? ¡Es lacerante!
Pensando y haciendo hincapié en este panorama en el fondo ¿no es esto una traición?
Está bien: nos hemos ido a buscar un mejor porvenir en las grandes metrópolis. Otros han emigrado al extranjero. De repente está bien.
Pero no es razón para que nuestras casas de origen sean cementerios ni tierra arrasada. ¿Qué alevosía es esta? ¿Somos hijos leales y agradecidos?
¡No seamos pérfidos con nuestros pueblos de origen! Ni con nuestra infancia. Ni con nuestros padres.

Muros derruidos

4. Se anhela
volver

Pero esta es la otra cara de la medalla:
Desdichados son los amaneceres del inmigrante en tierra extranjera. Y llenos de amargura.
Recuerda su casa materna; su luz, sus aromas, los sonidos manifiestos, como los otros ocultos de su alrededor.
Recuerda el sabor de su pan, el olor de la leche, el sabor del queso y su miel.
Añora el rumor de su lluvia y el abrigo de su sol. Y aquello que no se sabe qué es, ni dónde está, y que no es fácil de olvidar.
Cuando, ni bien amanece abre los párpados y despierta como punzado por una tenue sensación.
Como avisado por una llamada apenas esbozada o incipiente que se perfila en su alma, como un destello o una iridiscencia en la pared.


Nos hiere evocar el brillo del sol en los muros

5. Una niebla
y un vacío

– ¿Qué es?
– ¿Cuál? ¿Qué?
Apenas el estremecimiento de una flor recostada en el muro de una huerta interior, ahora inhallable a su alrededor. Pero quizá a esta misma hora y temblorosa esté en su casa de infancia, o nativa.
– Qué raro, ¿no? ¡Sentirla desde tan lejos!
¡Cómo quisiera revertir el tiempo y escuchar las voces de su madre en la cocina en el alba haciendo alguna fritura!
Y hablarle a aquella niña, ¡y quedarse arraigado allí para siempre!
En cambio, ahora una niebla y un vacío oscurecen la ventana. Y con ello sus párpados y sus sueños.
Permanece tendido boca arriba en el lecho, sin moverse. Y sin querer ponerse en pie.


Aún hay niñas en las puertas

6. Me dio
la vida

Anhela amanecer deambulando por los caminos de su pueblo, reconociendo cada planta y cada trino de ave en el pajar, en el molle o en el saúco tutelar. Y extasiarse en el revoloteo de cada libélula en el maguey de las cercas.
Unas lágrimas corren por sus mejillas.
Alucina algún día volver a su tierra de origen. Su mente y su alma están subyugadas en el lar natal. Y se pregunta:
– ¿Por qué estoy tan lejos de dónde he nacido? ¿Qué estigma e insensatez es esta?
Como también:
– ¿Para quién trabajo? ¿Por qué me afano? ¿De qué manera soy feliz y leal conmigo mismo y con los demás?
– ¿De qué manera contribuyo a hacer el bien a los pobres que he dejado en aquella tierra que me dio la vida viéndome nacer?

La flor recostada en el muro

7. El
cariño

Desearía que esta tarde alguien lo escuchara. Agradecería tener un oído abierto adónde confesarse. Tener a su lado a un hermano y confidente.
Pero no hay nadie. Todos andan ocupados, han salido temprano cumpliendo horarios, tareas y programas.
Todos han salido por encargos planeados hace mucho tiempo, semanas y meses.
Porque todo debe funcionar como un reloj que está hecho para marcar y dividir el tiempo, y no para integrarlo.
O permanecen entretenidos en los juegos, diversiones y pasatiempos más descabellados.
Pero, ¿qué es aquello que integra el tiempo en vez de dividirlo? El cariño.

Amanecer en un día propicio

8. Añora
a su gente

Su pueblo natal habita en su ensueño y quimera; el mismo que desaparece en la luz cotidiana, en el acontecer y rutina de los días que pasan, que lo desconocen y desestiman.
Pero que es su aldea la que está presente cuando sus ojos se entrecierran y vuelve a caminar por los espacios, senderos y recodos de su alma.
Sin ganas para levantarse se adormila indefenso:
Además, afuera llueve tenuemente. Y hay tristeza. ¿A dónde ir? ¿Con quién hablar?
¿Para qué deambular más en esta casa vacía? Allá, o adentro, están las voces alegres de su infancia.
Extraña su tierra natal, añora a su gente, anhela volver a su lengua y a su patria de origen.

Fotos 1, 2, 3, 4, 6, 7 y 8
Jaime Sánchez Lihón

Foto 5, difundida por:
Luis Flores Prado


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