domingo, 28 de junio de 2020

28 de junio. Hoy mi padre cumplía años. / Un día como hoy.


28 DE JUNIO
HOY MI PADRE CUMPLÍA AÑOS

UN DÍA
COMO
HOY

Danilo Sánchez Lihón

 



1. Afligido
el corazón

Hoy día 28 de junio mi padre cumplía años. Pero, ¿Cómo era un día como hoy en nuestra casa de infancia?
¿Acaso era un día de fiesta? No. ¿Había derroche y jolgorio? No.
No había festejo, no había mantel largo en la mesa, ni siquiera la acostumbrada reunión familiar que había cuando cumplía años mi madre o mi abuela Sofía o cualquiera de nosotros, sus hijos.
Al contrario, era un día desolado y contrito, huraño y amargo, que recién después de muchos años, trompicones y caídas en vértigo que me ha dado la vida he podido y logrado comprender.
Pero que sin embargo de niño conturbó y entristeció inconsolablemente mi alma, por ser mi padre el ser a quien yo más admiraba y quería. Y más aún ahora que ese cariño se acrecienta cada día, y me abrazo a él cada vez que la vida me remece y zarandea.
Les contaré, aunque mis hermanos regañen otra vez, por confesar sucesos íntimos y de entrecasa; al parecer deslucidos y que no aprueban que yo cuente, pero que lo hago porque pone el dedo en la llaga de lo que aún somos como comunidad y como pueblo.

Casa de la abuela Sofía, en la esquina.
La siguiente es nuestra casa


2. Al campo
o de viaje

Pero, he aquí los hechos:
La noche anterior de este día que es 28 de junio, cuando la calle estaba ya solitaria salíamos sigilosos obedeciendo la orden de papá, cubiertos por la oscuridad de las sombras para poner candado, el más grande que teníamos, a la puerta de nuestra casa que da a la calle, y colgado al centro y pendiente de las dos armellas.
Para eso yo manoteo en la sombra los dos aros que cuelgan displicentes en cada hoja de la puerta que de día es verde y ahora es tiniebla. Junto con una mano las dos argollas de metal, y con la otra mano introduzco por ellas el arco del candado más grande y más fiero que tenemos en casa. Y clic ajusto, quedando allí colgado, hierático y adusto.
Y nos regresamos corriendo los dos o tres hermanos que hemos salido, ingresando por la puerta del callejón de la abuela y luego subiendo por el terrado para pasar por allí a nuestra casa, yo pensando que estamos condenados a morir si hay un derrumbe, un terremoto o un incendio.
Nos dormimos. Y ya de madrugada salimos secretamente por este mismo atajo toda la hilera de chiquillos que somos los hijos acompañados de mamá, llevando nuestras cosas como si nos fuéramos a un día de campo o de viaje.

Mi padre, Danilo Sánchez Gamboa

3. Aunque
este día

La consigna es dar la impresión de que no hay nadie en casa. De que hemos viajado todos, o nos hemos ido a la chacra.
Pero lo cierto es que nosotros bajamos a pasar todo el santo día en la casa de mi abuela Rosa, la mamá de mi mamá. A pasar el día allí, incómodos y pidiendo permiso para todo, porque no es lo mismo que estar en nuestro lar querido, que, aunque humilde es nuestro.
Mi papá en cambio se queda encerrado y bajo llave en la casa silente y vacía. Pero es que ¡es así como él lo ha ordenado y dispone!
Pero para mis ojos y todo mi ser es como si él quedara prisionero, como si estuviera encarcelado y hasta sufriera una condena. ¡Y justo este día en que es su cumpleaños y es el día en que él justo vino al mundo! O, ¿qué puede ser este castigo –pienso–, pese a ser él el ser más bueno y cariñoso del universo?
Y esto a mí me duele en el alma, como si él se autocastigara, ¡como si se flagelase el día de su cumpleaños! lo que afligía enormemente a mi corazón.
Aunque este día a él allí dentro se lo veía más feliz que nunca porque silbaba, cantaba, tarareaba, abría cajones para arreglar lo que contenían; tanto que pareciera que era el día más feliz de su vida.

Portón de la escuela donde fue maestro 

4. Nos
preguntarán

Este día no iría a trabajar a su escuela, lo cual sí era para él un castigo, ¡porque nunca faltaba y ni siquiera llegaba tarde jamás! Pero, como estaba dispensado de asistir, por ser su onomástico no asistía. No obstante, ¿cuál era la razón para esta auto expiación?
Es que mi padre detestaba beber licor. Abominaba entrar a una cantina y de allí salir borracho, tambaleándose por las calles. Él no probaba licor nunca, y se condolía mucho de quienes lo hacían, más aún si eran sus colegas maestros de la escuela, como él lo era. Y era costumbre que un cumpleaños era borrachera segura.
Su tesis, que yo guardo, para graduarse de profesor rural, así dice en su diploma, fue precisamente sobre el alcoholismo entre la población. Este día él sabe que será inevitable e ineludible rehuir el hecho de que han de querer darle los amigos un agasajo, buscándolo en la escuela o viniendo a la casa por él.
Aparte de ello, su carácter no le hacía posible que pudiera intentar oponerse, porque es de temperamento tranquilo y apacible. Por eso el único recurso es aparentar que está de viaje, y nosotros tampoco podemos aparecer ni ir a la escuela porque nos preguntarán: ¿Dónde está tu papá? Y él nos ha enseñado a jamás mentir.


Papá y mamá

5. Deliciosa
fragancia

Pero en el fondo a mi padre le atrae un día como este pasarlo en total soledad, leyendo alguna obra, pues le encanta leer. O goza cociéndonos alguna prenda, pues es sastre. O interpretando algo en su mandolina, guitarra o violín, porque también es músico, aunque no pueda hacerlo ahora.
A mí me corresponde hoy traerle su almuerzo, teniendo que hacerlo rodeando el pueblo, sin caminar por las calles habituales, mucho menos viniendo a la casa por las calles céntricas, que en mi pueblo llamamos de El Comercio.
Más bien tengo que ir o venir por caminos de pencas y alcanfores, y sin que sea visto caminando con la vianda, dando un rodeo, y entrando por la parte de atrás de nuestra casa. Ni siquiera puedo hacerlo por la puerta de mi abuela Sofía, la mamá de mi papá, sino pidiendo permiso por las huertas del fondo.
Y desde allí recién subir por la huerta de la casa de la señora Laura y después por el terrado de mi abuela para alcanzarle a papá la vianda de su almuerzo por una rendija abierta en el techo, entre el muro y las tejas que él descubre desde arriba con sus manos fuertes.

Con amigos. Papá, el tercero de la izquierda


6. Una claridad
difusa

Eso sí, mi madre le ha preparado hoy lo mejor de lo mejor que ella sabe que a él le gusta; que es lo más sabroso que ella sabe hacer y que es la comida de su preferencia cuy con papa revuelta y trigo pelado en algún puquial. Y ya estoy pasando yo los platos envueltos en manteles que se han manchado un poco con el jugo del guiso y de ají colorado, desde donde se emite una deliciosa fragancia.
– ¡Feliz cumpleaños, papá! –Le digo desde debajo del techo, casi sin verlo ni poder abrazarlo, cogiendo sus manos que me las extiende entre los carrizos. Pero mi voz allí repentinamente se ha quebrado. Y él lo nota.
– ¡Gracias hijo! –Me contesta con voz emocionada que trata de hacerse valiente, queriendo darme ánimo–. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien? ¡Fredy, estás bien! ¡Contesta!  –Pero no puedo hablar, porque un nudo en la garganta me ahoga. Y las lágrimas inatajables, hierben e inundan mi rostro.
– ¡No puedo hablar, papá! –Apenas musito. Y mi acento ya es llanto incontenible. Y sollozos, encogido como estoy en el terrado de mi abuela.
Extrae apurado, y como puede, las tejas. Y se desliza por entre los carrizos hasta llegar a mi lado en ese recinto oscuro, pero hasta donde se cuelan algunos rayos del sol de junio. Y de este mediodía radiante haciendo allí una claridad difusa.

Mi padre, Danilo Sánchez Gamboa

7. Pero
entonces

Y me abraza fuerte, con toda su alma. Y me acuna, pese a ser yo ya grande.
– ¿Papá, por qué tienes que esconderte así? –Le reprocho.
– ¡Ah, me preocupaste hijo! –Y se alivia–. ¡Pensé que algún dolor te aquejaba! ¡Un cólico, una punzada!
Se sienta a mi lado en el terrado y se está un rato acariciándome, con la manera que él tiene de hacerlo que es frotándome la espalda.
– ¡Tranquilo, hijo! ¡Tranquilo!
– A mí me da pena que pases tu cumpleaños así, de este modo, papá.
– Pero no debes tener esa pena, hijo.
– ¿Por qué papá? ¿Acaso no es bueno salir y tener amigos?
– Sí, es bueno tenerlos. Y yo los tengo muchos. ¡Todos son mis amigos! Llenarían la casa. ¿Has visto, cuando ensaya la orquesta? Ya no hay sitio en donde puedan entrar ni menos sentarse.
– Pero entonces, ¿por qué no te reúnes con ellos un día como hoy que debe ser de alegría?
– Yo me reúno con ellos siempre. Pero compartir con ellos en mi cumpleaños es beber. Sería imposible eximirse de eso. Y la verdad detesto que un maestro de escuela se emborrache. Pero además son muchas otras cosas, por ejemplo, la imagen que damos a los niños. Y también se gasta dinero. Y que si lo hago algo faltaría en la casa.


 
Yo, a mis quince años

8. Ya
en la calle


– ¿Quieres que yo trabaje, papá, para ayudar en casa?
– No. Ahora no. Ahora quiero que estudies. Que leas. Que juegues. Algún día lo entenderás, hijo. Pero no llores. Yo en verdad así me siento bien, contento y feliz.
– ¿Estando solo?
– No estoy solo. No hay soledad, los tengo a ustedes. Más tarde vendrá tu mamá, y nos reuniremos todos. ¡He ordenado tantas cosas hoy! ¡Sé fuerte hijo! Y cuida de tus hermanos. –Es su comentario grave y dulce.
– Sí, papá.
Los rayos del sol en el terrado de adobes se hacen más nítidos. Mi padre me abraza. Y esta vez siento que él está llorando porque hunde las cuencas de sus ojos en mi hombro y siento sus lágrimas. Pero no quiero verlo llorar, porque eso sí es un abismo que ya no comprendo, el llanto de mi padre, quien para mí es fortaleza en todo.
Cojo la vianda vacía y desciendo por los pilares y los huecos de la pared por donde he subido. De este modo su cumpleaños hoy día es una desgarrada soledad consigo mismo, más soledad que nunca, la de un maestro que es un ermitaño. Ya en la calle y mirando los cerros todo es hermoso y más radiante aún por los caminos del contorno de mi pueblo, lleno de pencas y de trinos de aves, de flores silvestres y alcanfores.


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