domingo, 26 de julio de 2020

26 de julio. Hoy nace el poeta César Calvo. / Aquel trovador y guerrero.


26 DE JULIO
HOY NACE EL POETA CÉSAR CALVO

AQUEL
TROVADOR
Y GUERRERO

Danilo Sánchez Lihón


César Calvo

1. Amante
mítico

De mirada fija y fulgurante, agudo y audaz en el hablar; era “un genio oral”, como oí decir de él al poeta Leoncio Bueno.
Y esto debido a que siempre estaba en estado de gracia y creando decires ingeniosos, y en el instante.
Para él la vida era fuego, estallido y libertad inapelables. Escribió alguna vez:
“Duermo donde me sorprende la noche y el deseo... no puedo dormir muchas veces bajo el mismo techo, ni en la misma ciudad ni con el mismo cuerpo...”.
Nos estamos refiriendo al poeta César Calvo, quien nació el 26 de julio del año 1940, y murió el 18 de agosto del año 2000, cerca ya de 20 años, cuando tenía 60 años de edad.
Pero que pese a esa edad fue como si muriera un adolescente, o un poeta siempre joven. Y esto indudablemente porque su espíritu era esencialmente de júbilo y de exaltación; de brazos y corazón siempre abiertos.



2. De mirada
torva

Era dueño de un poder de seducción irresistible para con las mujeres a quienes volvía literalmente sus esclavas, bayaderas u odaliscas.  Se trataba de un amante mítico, con carisma irresistible, con instinto y aureola de efebo, de ángel y demonio al mismo tiempo.
Maya, la esposa de Ricardo Luna, contaba que cuando lo alojaron en su departamento de la High Street Kensington de Londres, era increíble la atracción animal que ejercía a las hermosísimas muchachas inglesas que pasaban por aquella avenida central, hasta donde él bajaba del piso en que vivían justamente para hacer esa caza diaria de magia, amor y seducción.
No pasaban cinco minutos en que él tardara en subir a su hospedaje a una ninfa extasiada y núbil, quien contemplaba embelesada a aquel loco de mirada torva y de cabellos ensortijados, que no hablaba ni una sola palabra en inglés, ni siquiera sabía pronunciar una w doble en ese idioma, ni le importó jamás aprenderlo.


3. Esquina
desolada

Pero que allí tenía a la chiquilla primorosa como un felino cogida del cuello a una garza, liebre o gacela; chinchilla o paloma; a partir de entonces y para siempre avasallada, como un cervatillo, palpitando entre sus fauces hambrientas.
Dispuestas a ofrendarse y listas a ser devoradas por aquel macho cabrío, por demás implacable en devorar a sus mártires sin perdonar nada. Quizá por eso permanecían allí tan sumisas antes y después del holocausto y sacrificio.
Niñas que se olvidaban totalmente de quiénes eran y a qué habían salido e ido por esa calle. O qué tenían qué hacer esa mañana. O cuál el encargo que tenían que cumplir aquel día, o cuál era el motivo para haber dejado sus casas, quedándose implacablemente fuera mucho más allá del ocaso o del amanecer.
Ninfas que no atinaban a saber o recordar si tenían algún trabajo qué hacer, si tenían que asistir a algún centro de estudios a rendir un examen impostergable, o si tenían que cumplir con algún compromiso de familia.
E, incluso, ir a alguna cita de amor con alguien que fuera su novio, su amante o enamorado; quien seguramente ya se había cansado de esperar confuso, inquieto y humillado en algún lugar o esquina desolada.


4. En esa
hoguera

Todo desaparecía por contemplar arrobadas a ese ser de fábula. Y luego servir de ofrenda y dádiva propiciatoria en las garras de ese fauno y de ese animal salvaje, por demás hábil en despojarlas a manotazos de todo lo que tenían encima.
Y engullir luego a sus presas entre gritos, alaridos y silencios acezantes. Quizá como sacerdotisas a ser sacrificadas en el altar o la pira del fuego sagrado del amor, de la inmolación plena ante ese semidiós que procedía a devorarlas.
Ahíto de entrañas, de sangre, de nervios y gemidos de sus víctimas que agradecían con el más imborrable de los recuerdos aquel sacrificio feroz e infinito, siendo desgarradora la felicidad de ese arrebato, al pasar por las manos de ese descuartizador implacable.
De ese degollador mítico, a quien gritaban la dicha de ser muertas y el delirio de arder y desaparecer en esa hoguera de pasión desenfrenada. Mujeres, cuyo destino posterior, él mismo se ufanó en decirlo, era: o el manicomio o el suicidio.


5. Calas
profundas

No es común en la poesía ni en otras artes o campos del quehacer humano encontrar estas presencias arrolladoras y hasta perversas de personajes que asolan caminos, rebaños y devoran pastoras. E ingresan hasta dominios privados para saciar sus apetitos carnales, en muchas ocasiones con la complacencia de los maridos solo aparentemente burlados, quienes solapaban dichas traiciones.
De este trajín él mismo decía cínicamente que era el mejor progenitor del planeta, porque a los hijos de su carne y de su sangre les había puesto los mejores padres, acomodados, solventes y burgueses, que no sabían o se hacían los disimulados que sus hijos adorables tenían otros genes y otras almas distintas a las suyas.
Sin embargo, este poeta insaciable, carnívoro y nefasto tenía calas y niveles más profundos que aquella aparente frivolidad y sinvergüencería. Sólo por mencionar algunos de esos otros estratos: Su compromiso con las guerrillas y la revolución mundial.
O bien su adhesión al mundo andino, amazónico, nativo; y sus propias gestas de heroísmo y sacrificio que él volvía alucinantes. Asimismo, su pasión por los mitos de las diversas culturas del Perú profundo e irredento. Su trabajo a favor de la canción popular. Su identificación con la infancia desvalida y abandonada.


6. El mayor
honor

También: su exaltación de la poesía como un don de vida supremo y valeroso, su relación entrañable y confidente con el dolor y la muerte; su actitud de no mentir ni ser mezquino, su severidad absoluta en no rebajar la poesía para convertirla en publicidad propia ni en volverla carta de presentación barata para obtener puestos y canonjías. Su generosidad sin límites para todo lo que era auténtico. Y su rechazo visceral al auto bombo, a la adulación y a la soberbia.
¡Qué distante de los fantoches de feria, que ahora representan, para los medios de prensa la poesía y la narrativa peruana! ¡Qué lejos de los comediantes de pacotilla! Y de los bufones trágicos que fungen de poetas, de ser inteligentes y modernos, pontífices de todo y de nada; esa caterva de la cual él se alejó implacable, pese a que tenía más méritos para ser un favorito de la corte más suntuosa de aquí o de cualquier reino del planeta Tierra.
De allí que fue quedándose solo, él que tenía todos los atributos para ser un áulico, palaciego y predilecto del sistema. El desprecio a esos figuretis lo fue haciendo un poeta marginal, que es el mayor honor que se puede alcanzar en cualquier tiempo y entre nosotros, el que escribió poemas como este:

Con Javier Heraud

7. Es
agosto

NOCTURNO DE VERMONT

Me han contado que también allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.
¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?
¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?
O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre la niebla.
Ni el galope del mar: atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más cargado de naufragios que el mar.
(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo intemporal golpeando
como una puerta de silencio suena).
Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan el vaivén de las sirenas.
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).
Y pregunto y pregunto:
¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?
¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?
¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia...?



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