26 DE JULIO
HOY
NACE EL POETA CÉSAR CALVO
AQUEL
TROVADOR
Y GUERRERO
Danilo
Sánchez Lihón
César Calvo
1. Amante
mítico
De mirada fija y
fulgurante, agudo y audaz en el hablar; era “un genio oral”, como oí decir de
él al poeta Leoncio Bueno.
Y esto debido a
que siempre estaba en estado de gracia y creando decires ingeniosos, y en el
instante.
Para él la vida
era fuego, estallido y libertad inapelables. Escribió alguna vez:
“Duermo donde me
sorprende la noche y el deseo... no puedo dormir muchas veces bajo el mismo
techo, ni en la misma ciudad ni con el mismo cuerpo...”.
Nos estamos
refiriendo al poeta César Calvo, quien nació el 26 de julio del año 1940, y
murió el 18 de agosto del año 2000, cerca ya de 20 años, cuando tenía 60 años
de edad.
Pero que pese a
esa edad fue como si muriera un adolescente, o un poeta siempre joven. Y esto
indudablemente porque su espíritu era esencialmente de júbilo y de exaltación;
de brazos y corazón siempre abiertos.
2. De mirada
torva
Era dueño de un
poder de seducción irresistible para con las mujeres a quienes volvía
literalmente sus esclavas, bayaderas u odaliscas. Se trataba de un amante mítico, con carisma
irresistible, con instinto y aureola de efebo, de ángel y demonio al mismo
tiempo.
Maya, la esposa
de Ricardo Luna, contaba que cuando lo alojaron en su departamento de la High
Street Kensington de Londres, era increíble la atracción animal que ejercía a
las hermosísimas muchachas inglesas que pasaban por aquella avenida central,
hasta donde él bajaba del piso en que vivían justamente para hacer esa caza
diaria de magia, amor y seducción.
No pasaban cinco
minutos en que él tardara en subir a su hospedaje a una ninfa extasiada y
núbil, quien contemplaba embelesada a aquel loco de mirada torva y de cabellos
ensortijados, que no hablaba ni una sola palabra en inglés, ni siquiera sabía
pronunciar una w doble en ese idioma, ni le importó jamás aprenderlo.
3. Esquina
desolada
Pero que allí
tenía a la chiquilla primorosa como un felino cogida del cuello a una garza, liebre
o gacela; chinchilla o paloma; a partir de entonces y para siempre avasallada,
como un cervatillo, palpitando entre sus fauces hambrientas.
Dispuestas a
ofrendarse y listas a ser devoradas por aquel macho cabrío, por demás
implacable en devorar a sus mártires sin perdonar nada. Quizá por eso
permanecían allí tan sumisas antes y después del holocausto y sacrificio.
Niñas que se
olvidaban totalmente de quiénes eran y a qué habían salido e ido por esa calle.
O qué tenían qué hacer esa mañana. O cuál el encargo que tenían que cumplir
aquel día, o cuál era el motivo para haber dejado sus casas, quedándose implacablemente
fuera mucho más allá del ocaso o del amanecer.
Ninfas que no
atinaban a saber o recordar si tenían algún trabajo qué hacer, si tenían que
asistir a algún centro de estudios a rendir un examen impostergable, o si
tenían que cumplir con algún compromiso de familia.
E, incluso, ir a
alguna cita de amor con alguien que fuera su novio, su amante o enamorado;
quien seguramente ya se había cansado de esperar confuso, inquieto y humillado
en algún lugar o esquina desolada.
4. En esa
hoguera
Todo desaparecía
por contemplar arrobadas a ese ser de fábula. Y luego servir de ofrenda y
dádiva propiciatoria en las garras de ese fauno y de ese animal salvaje, por
demás hábil en despojarlas a manotazos de todo lo que tenían encima.
Y engullir luego
a sus presas entre gritos, alaridos y silencios acezantes. Quizá como
sacerdotisas a ser sacrificadas en el altar o la pira del fuego sagrado del
amor, de la inmolación plena ante ese semidiós que procedía a devorarlas.
Ahíto de
entrañas, de sangre, de nervios y gemidos de sus víctimas que agradecían con el
más imborrable de los recuerdos aquel sacrificio feroz e infinito, siendo
desgarradora la felicidad de ese arrebato, al pasar por las manos de ese
descuartizador implacable.
De ese
degollador mítico, a quien gritaban la dicha de ser muertas y el delirio de
arder y desaparecer en esa hoguera de pasión desenfrenada. Mujeres, cuyo
destino posterior, él mismo se ufanó en decirlo, era: o el manicomio o el
suicidio.
5. Calas
profundas
No es común en
la poesía ni en otras artes o campos del quehacer humano encontrar estas
presencias arrolladoras y hasta perversas de personajes que asolan caminos,
rebaños y devoran pastoras. E ingresan hasta dominios privados para saciar sus
apetitos carnales, en muchas ocasiones con la complacencia de los maridos solo
aparentemente burlados, quienes solapaban dichas traiciones.
De este trajín
él mismo decía cínicamente que era el mejor progenitor del planeta, porque a
los hijos de su carne y de su sangre les había puesto los mejores padres,
acomodados, solventes y burgueses, que no sabían o se hacían los disimulados
que sus hijos adorables tenían otros genes y otras almas distintas a las suyas.
Sin embargo,
este poeta insaciable, carnívoro y nefasto tenía calas y niveles más profundos
que aquella aparente frivolidad y sinvergüencería. Sólo por mencionar algunos
de esos otros estratos: Su compromiso con las guerrillas y la revolución
mundial.
O bien su
adhesión al mundo andino, amazónico, nativo; y sus propias gestas de heroísmo y
sacrificio que él volvía alucinantes. Asimismo, su pasión por los mitos de las
diversas culturas del Perú profundo e irredento. Su trabajo a favor de la
canción popular. Su identificación con la infancia desvalida y abandonada.
6.
El mayor
honor
También: su
exaltación de la poesía como un don de vida supremo y valeroso, su relación
entrañable y confidente con el dolor y la muerte; su actitud de no mentir ni
ser mezquino, su severidad absoluta en no rebajar la poesía para convertirla en
publicidad propia ni en volverla carta de presentación barata para obtener
puestos y canonjías. Su generosidad sin límites para todo lo que era auténtico.
Y su rechazo visceral al auto bombo, a la adulación y a la soberbia.
¡Qué distante de
los fantoches de feria, que ahora representan, para los medios de prensa la
poesía y la narrativa peruana! ¡Qué lejos de los comediantes de pacotilla! Y de
los bufones trágicos que fungen de poetas, de ser inteligentes y modernos,
pontífices de todo y de nada; esa caterva de la cual él se alejó implacable,
pese a que tenía más méritos para ser un favorito de la corte más suntuosa de
aquí o de cualquier reino del planeta Tierra.
De allí que fue
quedándose solo, él que tenía todos los atributos para ser un áulico, palaciego
y predilecto del sistema. El desprecio a esos figuretis lo fue haciendo un
poeta marginal, que es el mayor honor que se puede alcanzar en cualquier tiempo
y entre nosotros, el que escribió poemas como este:
Con Javier Heraud
7. Es
agosto
NOCTURNO DE VERMONT
Me han contado que también allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus
cabellos en ginebra.
¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es
un viento de jazz sobre la hierba?
¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las
tristezas?
O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana
las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
te busco entre
la niebla.
Ni el galope del mar: atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello
amanece en mi cuarto,
un viento más
cargado de naufragios que el mar.
(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo intemporal golpeando
como una puerta
de silencio suena).
Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan el
vaivén de las sirenas.
A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de
jazz sobre la hierba).
Y pregunto y
pregunto:
¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus
cabellos en ginebra?
¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las
tristezas?
¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia...?
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