27 DE JULIO
SON DÍAS DE FIESTAS PATRIAS
EL CIRCO
DE MI
INFANCIA
Danilo
Sánchez Lihón
La
carpa del circo siempre
cae.
Y
todo es de nuevo un solar.
Y
todo de nuevo es posible.
B. Jodorowski
1. Aún
siendo así
Hoy toca que me refiera
a algo verdaderamente grandioso y que se presenta en estos días de Fiestas
Patrias bajo los tejados embelesados de mi comarca, y al pie de sus curahuas
donde crecen malvas, clavelinas y enredaderas.
¿Qué es? ¿Acaso
no escuchan? Lo anuncia el griterío de la gente, principalmente de los niños, que
avisan que: ¡ha llegado el circo! ¡El circo! ¡Ha llegado el circo! ¡El circo!
Aquí está la
algarabía que mece las hierbas que crecen y se balanceas ante cualquier viento
como es este anuncio estridente que mece las azucenas en lo alto de los muros.
Y es que
efectivamente ha llegado el circo cuyos integrantes desde las afueras del
pueblo hacen su ingreso con sus vestidos chillones hechos de retazos
multicolores, subidos en unos zancos que sobrepasan la altura de los techos.
Cuando adelante
y detrás ya hay una multitud desarrapada que rodean a un hombre que hace
desgañitarse a una corneta, y a otro que agita un tambor ensayando extraer el
mayor ritmo y sonido que puede. Y que, ¡eso sí!, alegran para siempre nuestros
corazones.
2. ¡Oh,
maravilla!
¡Ah, misterio! ¡Oh,
prodigio! ¡Oh, asombro! ¡El mayor hechizo del mundo! ¡El circo!
Avanzan haciendo
alharaca, aspavientos y asustando a los más chiquitos que en vez de salir a
verlos entran despavoridos a sus casas, y desaparecen en los cuartos,
escondiéndose miedosos y llorando debajo de las camas.
Pero, ¿por qué? ¡Por
haber visto gigantones estrafalarios tan altos y empinados como las cumbreras
de nuestras techumbres cimbreantes removidas por los temblores y las tempestades!
Eso sí, este
circo, en vez de leones o elefantes, trae como sus figuras estelares: una cabra
blanca que salta. Un perro que ladra. ¡Y un pavo que se encrespa, rascando sus
alas en el suelo! ¡Oh, maravilla!
Y que,
curiosamente, pese a que con esos animales lidiamos todos los días, ahora nos
entusiasman y fascinan a los niños hasta hacernos perder la cabeza,
sintiéndonos inquietos, entusiasmados y hasta con ganas de llorar por la
alegría que nos producen.
3. Ya
en la función
Nos hacen
delirar tanto hasta perder el sentido, cuando los aplaudimos en el escenario,
alzado a las afueras del pueblo sobre un campo húmedo que ahora está apisonado
por el trajín pero que antes estaba lleno de yerbajos, y era verde.
Pero aun siendo
así, es decir que sus figuras estelares sean animales domésticos, resulta
extraordinario porque la cabra salta y se desliza por una cuerda.
El perro se
empina sobre su cabeza sacudiendo en el aire unos pompones con sus patas como
si fueran manos, y se desliza solo cogido a un aro.
Y el pavo se da
de volantines, lo que nos hace desternillarnos de risa hasta las lágrimas.
Ya en la
función, el hombre que vende las entradas es el mismo que camina por la cuerda
tendida en lo alto del escenario.
¡Y es el mismo
que toca la trompeta, el clarinete, el saxofón y el bombo de la orquesta! ¡Y
todo al mismo tiempo!
4. Nos pincha
en el pecho
¡Pero lo que más
nos conmueve a los niños es que la linda, esbelta y agraciada señora que se
balancea en el trapecio como una sirena esté casi desnuda en tanto frío
serrano!
Y es por esta
proeza, y no por otra, por la cual la aplaudimos a rabiar calentándola con
nuestros aplausos. Aunque también lo hacemos por calentarnos las manos en este frío
atroz y con el aire que chifla por la carpa desvencijada.
Pero, además,
porque es la mamá de aquella luz radiante que brilla y fulgura en todos los
circos del mundo: cuál es una niña linda como un sueño, esmirriada y esbelta,
que también como la señora se columpia en el trapecio, relumbrando en toda su
piel sonrosada.
Ella se llama ¡Débora!
Porque ha pasado hace un momento por nuestros asientos colocándonos una
escarapela roja y blanca que a quien no tiene para pagarle la vuelve a sacar y nos
pincha en el pecho con la punta del alfiler, dolor y punzada mil veces
preferible a que no nos mire ni nos tenga en cuenta con sus grandes ojos verdes.
5. Hondos
suspiros
Tiene la piel
del pan y los ojos de esmeralda como las lagunas cristalinas y apenas agitadas de
nuestras punas y cordilleras.
Y los labios
rojos como dos bolsitas de sangre que de un momento a otro se fueran a
reventar, tembloroso bajo su aliento que sentimos mágico y hasta divino.
Y que a su paso
deja a nuestros corazones estrujados y sangrantes cuando salta de una cuerda a
otra cuerda en el aire.
Donde siempre es
un milagro que llegue a cogerse de los trapecios altísimos, quizá más por el
aliento convertido en aire que le alcanzan nuestros hondos suspiros.
Y a los que
apenas llega con sus manos estiradas para salvarse pese a que nuestro corazón
le tiende redes donde caer, haciéndonos morir de angustia, pero sobre todo de
amor.
Por lo que
aplaudimos a rabiar con nuestros cuerpos congelados por el frío de la madrugada,
pero ardiendo por dentro con un fuego inacabable.
6. El hecho
de estar vivos
Pero haciendo
ahora la cuenta, ese circo en realidad no era sino una sola familia, con sus
animales domésticos. Y con una carpa que debió ser sólo un poquito más grande
que un conjunto de sábanas o frazadas unidas, cogidas y tiradas por los bordes
y sujetas por las puntas.
Pero como todo
lo que ocurre en el reino de la infancia, es para nosotros lo más grande y
magnífico que jamás haya existido sobre la faz del planeta Tierra.
Y sus proezas
tratamos de imitarlas durante todo el año siguiente hasta su nuevo regreso
siempre en este mes de julio. En que se realiza la fiesta de mi pueblo y las
celebraciones de las Fiestas Patrias. A la cual muchos retornan desde lejos por
la fuerza de la querencia, de la añoranza y de la nostalgia.
En donde las personas se alegran sin saber por qué ni de qué, ¡quizá
solo de estar vivos! A la cual volver siempre es una manera de
preguntarle a la tierra de origen por lo que somos, hemos sido y seremos. Y una
manera de exorcizar la muerte.
7. En este
universo
Y, en suma, ¿qué
es el circo en esencia en ese solar ya escondido de la infancia? Quizás el don
de arrobarse, de buscar lo extraordinario y heroico en nuestras vidas.
¡La capacidad de
admirar, de reverenciar y adorar! De asumir que todo es asombro, maravilla y
prodigio. Es creer en el portento de que bajo una carpa que deja trasparentar
el cielo estrellado, se desplieguen todos los hechizos, malabares y sueños.
Es la dicha de
gozar de la magia de la creación. Es creer, no importa en algo que apenas
salte, corra o vuele, intuyendo que esos hechos son en realidad grandiosos.
Es creer en el
embrujo, en el milagro, en que hay algo más allá y al fondo de todo lo aparente
y casero.
Es creer en la
ilusión, y en que todo es posible sobre la faz de la tierra, y en este universo
al cual le debemos tanto. Y a esta vida tan generosa y sublime, pero lastimada.
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