domingo, 26 de julio de 2020

27 de julio. Son días de Fiestas Patrias. / El circo de mi infancia.


27 DE JULIO
SON DÍAS DE FIESTAS PATRIAS

EL CIRCO
DE MI
INFANCIA


Danilo Sánchez Lihón





La carpa del circo siempre
cae.
Y todo es de nuevo un solar.
Y
todo de nuevo es posible.
B. Jodorowski


1. Aún
siendo así

Hoy toca que me refiera a algo verdaderamente grandioso y que se presenta en estos días de Fiestas Patrias bajo los tejados embelesados de mi comarca, y al pie de sus curahuas donde crecen malvas, clavelinas y enredaderas.
¿Qué es? ¿Acaso no escuchan? Lo anuncia el griterío de la gente, principalmente de los niños, que avisan que: ¡ha llegado el circo! ¡El circo! ¡Ha llegado el circo!  ¡El circo!
Aquí está la algarabía que mece las hierbas que crecen y se balanceas ante cualquier viento como es este anuncio estridente que mece las azucenas en lo alto de los muros.
Y es que efectivamente ha llegado el circo cuyos integrantes desde las afueras del pueblo hacen su ingreso con sus vestidos chillones hechos de retazos multicolores, subidos en unos zancos que sobrepasan la altura de los techos.
Cuando adelante y detrás ya hay una multitud desarrapada que rodean a un hombre que hace desgañitarse a una corneta, y a otro que agita un tambor ensayando extraer el mayor ritmo y sonido que puede. Y que, ¡eso sí!, alegran para siempre nuestros corazones.


2. ¡Oh,
maravilla!
                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
¡Ah, misterio! ¡Oh, prodigio! ¡Oh, asombro! ¡El mayor hechizo del mundo! ¡El circo!
Avanzan haciendo alharaca, aspavientos y asustando a los más chiquitos que en vez de salir a verlos entran despavoridos a sus casas, y desaparecen en los cuartos, escondiéndose miedosos y llorando debajo de las camas.
Pero, ¿por qué? ¡Por haber visto gigantones estrafalarios tan altos y empinados como las cumbreras de nuestras techumbres cimbreantes removidas por los temblores y las tempestades!
Eso sí, este circo, en vez de leones o elefantes, trae como sus figuras estelares: una cabra blanca que salta. Un perro que ladra. ¡Y un pavo que se encrespa, rascando sus alas en el suelo! ¡Oh, maravilla!
Y que, curiosamente, pese a que con esos animales lidiamos todos los días, ahora nos entusiasman y fascinan a los niños hasta hacernos perder la cabeza, sintiéndonos inquietos, entusiasmados y hasta con ganas de llorar por la alegría que nos producen.


3. Ya
en la función

Nos hacen delirar tanto hasta perder el sentido, cuando los aplaudimos en el escenario, alzado a las afueras del pueblo sobre un campo húmedo que ahora está apisonado por el trajín pero que antes estaba lleno de yerbajos, y era verde.
Pero aun siendo así, es decir que sus figuras estelares sean animales domésticos, resulta extraordinario porque la cabra salta y se desliza por una cuerda.
El perro se empina sobre su cabeza sacudiendo en el aire unos pompones con sus patas como si fueran manos, y se desliza solo cogido a un aro.
Y el pavo se da de volantines, lo que nos hace desternillarnos de risa hasta las lágrimas.
Ya en la función, el hombre que vende las entradas es el mismo que camina por la cuerda tendida en lo alto del escenario.
¡Y es el mismo que toca la trompeta, el clarinete, el saxofón y el bombo de la orquesta! ¡Y todo al mismo tiempo!


4. Nos pincha
en el pecho

¡Pero lo que más nos conmueve a los niños es que la linda, esbelta y agraciada señora que se balancea en el trapecio como una sirena esté casi desnuda en tanto frío serrano!
Y es por esta proeza, y no por otra, por la cual la aplaudimos a rabiar calentándola con nuestros aplausos. Aunque también lo hacemos por calentarnos las manos en este frío atroz y con el aire que chifla por la carpa desvencijada.
Pero, además, porque es la mamá de aquella luz radiante que brilla y fulgura en todos los circos del mundo: cuál es una niña linda como un sueño, esmirriada y esbelta, que también como la señora se columpia en el trapecio, relumbrando en toda su piel sonrosada.
Ella se llama ¡Débora! Porque ha pasado hace un momento por nuestros asientos colocándonos una escarapela roja y blanca que a quien no tiene para pagarle la vuelve a sacar y nos pincha en el pecho con la punta del alfiler, dolor y punzada mil veces preferible a que no nos mire ni nos tenga en cuenta con sus grandes ojos verdes.


5. Hondos
suspiros

Tiene la piel del pan y los ojos de esmeralda como las lagunas cristalinas y apenas agitadas de nuestras punas y cordilleras.
Y los labios rojos como dos bolsitas de sangre que de un momento a otro se fueran a reventar, tembloroso bajo su aliento que sentimos mágico y hasta divino.
Y que a su paso deja a nuestros corazones estrujados y sangrantes cuando salta de una cuerda a otra cuerda en el aire.
Donde siempre es un milagro que llegue a cogerse de los trapecios altísimos, quizá más por el aliento convertido en aire que le alcanzan nuestros hondos suspiros.
Y a los que apenas llega con sus manos estiradas para salvarse pese a que nuestro corazón le tiende redes donde caer, haciéndonos morir de angustia, pero sobre todo de amor.
Por lo que aplaudimos a rabiar con nuestros cuerpos congelados por el frío de la madrugada, pero ardiendo por dentro con un fuego inacabable.


6. El hecho
de estar vivos

Pero haciendo ahora la cuenta, ese circo en realidad no era sino una sola familia, con sus animales domésticos. Y con una carpa que debió ser sólo un poquito más grande que un conjunto de sábanas o frazadas unidas, cogidas y tiradas por los bordes y sujetas por las puntas.
Pero como todo lo que ocurre en el reino de la infancia, es para nosotros lo más grande y magnífico que jamás haya existido sobre la faz del planeta Tierra.
Y sus proezas tratamos de imitarlas durante todo el año siguiente hasta su nuevo regreso siempre en este mes de julio. En que se realiza la fiesta de mi pueblo y las celebraciones de las Fiestas Patrias. A la cual muchos retornan desde lejos por la fuerza de la querencia, de la añoranza y de la nostalgia.
En donde las personas se alegran sin saber por qué ni de qué, ¡quizá solo de estar vivos! A la cual volver siempre es una manera de preguntarle a la tierra de origen por lo que somos, hemos sido y seremos. Y una manera de exorcizar la muerte. 


7. En este
universo

Y, en suma, ¿qué es el circo en esencia en ese solar ya escondido de la infancia? Quizás el don de arrobarse, de buscar lo extraordinario y heroico en nuestras vidas.
¡La capacidad de admirar, de reverenciar y adorar! De asumir que todo es asombro, maravilla y prodigio. Es creer en el portento de que bajo una carpa que deja trasparentar el cielo estrellado, se desplieguen todos los hechizos, malabares y sueños.
Es la dicha de gozar de la magia de la creación. Es creer, no importa en algo que apenas salte, corra o vuele, intuyendo que esos hechos son en realidad grandiosos.
Es creer en el embrujo, en el milagro, en que hay algo más allá y al fondo de todo lo aparente y casero.
Es creer en la ilusión, y en que todo es posible sobre la faz de la tierra, y en este universo al cual le debemos tanto. Y a esta vida tan generosa y sublime, pero lastimada.

Foto 1
Jaime Sánchez Lihón


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