BAJO
SUS DOS
ALAS
Danilo Sánchez Lihón
1. Anillo
de compromiso
Me has preguntado por teléfono por qué se
dice “Puertas ojerosas”. Y yo te respondo de improviso, sin consultar nada ni a
nadie y solo en base a mi sentir y sin que medie ningún razonamiento para
expresarte lo que en verdad dice mi corazón.
Que no solo se dice así porque las puertas
tienen algunos agujeros en su madera, por los nudos que hacen las ramas de los
árboles al sujetarse a los troncos de donde se extraen las tablas con las
cuales las puertas se hacen.
Tampoco es por los hoyos producidos en ellas
por el comején y la polilla, que horadan orificios minúsculos pero abundantes,
tanto que la puerta parece picada de viruela.
O jaspeada por alguna tinta que hubiera caído
desperdigada desde algún punto, haciendo unos huecos pequeños, otros medianos y
otros del grosor del dedo anular en donde se coloca el anillo de compromiso.
2. No es
por eso
Menos se dice así, “ojerosas”, porque aquellos
moscardones negros que cargan su miel amarilla en sus patas traseras caven en
ella sus nidos, ya sea en las jambas, travesaños o
tableros y entrepaños.
A esos animales nosotros los niños los
expulsamos introduciendo algún alambre o carrizo y apoderándonos de ese grumo
de ambrosía que es su pedacito de miel que carga a todo lodo por ser lo que es,
ed decir: ¡un tesoro!
O bien no somos nosotros sino que son los
dueños de la casa quienes los destierran reparando la puerta con masilla, o
cambiando las tablas, por la vergüenza que les da de que estén horadadas, siendo
la entrada a sus moradas, ejecutando alguna acción punitiva contra esos
abejorros.
Tampoco son ojerosas porque las aqueje ningún
capricho, devaneo o banalidad, como las que tenemos y nos ocurre a nosotros los
seres humanos. No, no es por eso. Lo cierto es que, no es por eso que se dice
“Puertas ojerosas”.
3. Bajo
sus dos alas
Tampoco por las dos puertecillas que tienen
algunas portadas de entrada en la parte superior; y que son para abrirlas
cuando se quiere que entre la luz de la calle hacia claridad hacia adentro,
cuando si se es ojerosa es hacia afuera y no hacia adentro.
Entonces, ¿por qué se dice así, “Puertas
ojerosas”? Es por el desvelo que ellas tienen de quienes se han ido y hasta
ahora no regresan.
Sus ojeras son por la pena que las atenaza.
Es por la espera que las atormenta. Es por el insomnio y el no dormir que las
mantiene despiertas, y con las órbitas de los ojos llagadas de tristeza.
Es porque tardamos en el retorno quienes hemos
nacido bajo sus dos alas y en su entraña. Y que un día, cual a madres que se
quedan, las abandonamos porque nos fuimos, esperando ellas que algún día
retornemos.
4. La niña
del alma
Así nos dice César Vallejo en su poema Hojas
de ébano:
Están todas las puertas muy
ancianas,
y se hastía en su habano
carcomido
una insomne piedad de mil ojeras.
¡No ven! Han envejecido. Pero aún
velan quietas, aunque por dentro temblorosas:
Yo las dejé lozanas;
y hoy las telarañas han zurcido
hasta en el corazón de sus
maderas,
coágulos de sombra oliendo a olvido.
Es el olvido, el cruel olvido,
peor que la muerte, lo que más nos hiere, socava y ahueca:
La del camino, el día
que me miró llegar, trémula y
triste,
mientras que sus dos brazos
entreabría,
chilló como en un llanto de alegría.
Y viven, y son capaces de
alegrarse todavía;
Que en toda fibra existe,
para el ojo que ama, una dormida
novia perla, una lágrima escondida.
Y en ella está la muchacha, o la
niña nuestra del alma, que un día dejamos, y que en ella se ha escondido.
5. Guardianas
y confidentes
Ojeras por el llanto que las acobarda después
de tantos años de nosotros estar ausentes. Y de sentir que ya pierden las
esperanzas. Paciencia e ilusión que ya dura tantos lustros, décadas y siglos; tiempo
en que las casas yacen derruidas, aunque las puertas resistan y se sostengan;
aunque se tambaleen trémulas y vacilantes.
Como también son “ojerosas” por la pena en
que las sume ver pasar tanto dolor delante de sus dinteles; tanta mendicidad en
las necesidades de la gente; la orfandad de los niños que aun de hambre juegan
en sus resquicios y cimientos. Tribulación y abatimiento de que otras puertas
permanezcan tanto tiempo igual de cerradas. Como de los entierros que por allí
transcurren lentos, compungidos y resignados.
Son “puertas ojerosas” por su vigilia sin fin;
de ser guardianas y confidentes de todo lo que aquí se ha vivido y aún permanece.
Aunque yazga todo abandonado. “Puertas ojerosas” porque no duermen. Porque no
tienen ni descanso, ni contento, ni sosiego, sino solo ingratitud en sus
umbrales.
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