2 DE AGOSTO
DÍA
DE LA ADORACIÓN Y SUBIDA
DEL
APÓSTOL SANTIAGO A SU TRONO
LA MIRADA
DEL
APÓSTOL
Danilo
Sánchez Lihón
...entre
inciensos,
cirios y cantares
César Vallejo
1. Me
ha mirado
Cuando el
Apóstol Santiago el Mayor de mi comarca, hoy 2 de agosto y día final de su
Segunda Fiesta, mirando la plaza donde permanecemos apostados todos nosotros,
lo primero que hace es mirarnos; y sentimos su mirada que se posa directa y
compasiva en nuestros corazones.
Unos de pie y
otros de rodillas, descubiertos los sombreros y con los ojos llorosos, permanecemos
en silencio, con los ojos que parecen manantiales, entonces él nos mira al
fondo sufrido de nuestras almas, allí donde están nuestras más lacerantes
heridas, abandonos y quejidos, donde está cuanto hemos padecido y hasta los
caminos que hemos recorrido cayendo y levantándonos.
Sentimos entonces
su mirada fija y detenida. Pero no es para juzgarnos, ni menos condenarnos,
sino para defendernos, consolarnos y ampararnos en todo. Y para fortalecernos a
fin de encarar esta vida con valor, respeto y conmiseración.
2. Bajo
su capa
O bien cuando
camina por las calles en su anda dorada y cubierta de flores; colmada de
nardos, clavelinas y pacharosas; adornada de calas, crisantemos y azucenas recogidas
de nuestra huertas y campos fragantes.
Que es cuando
nosotros lo seguimos extasiados, candorosos, firmes o titubeantes, tropezando
en las piedras, o de hinojos en una puerta, un balcón o una esquina, el alma
estrujada por lo que será de nuestro destino y el de nuestros seres queridos.
Ahí él, así él
no esté al frente nuestro, sino nosotros debajo de su capa y cargando su anda,
sentimos que él observa nuestra vida y nuestros destinos sobre la faz de la
tierra. Sentimos que sus ojos entran en
nuestros ojos y se quedan en nuestras pupilas, como en nuestros latidos para
siempre. Y con eso caminamos, si no ¡qué sería de nosotros!
3. Ni bueno
ni malo
Sentimos que sus
ojos nos buscan, mucho más si nos hallamos acobardados y en la oscuridad; que
es cuando su mirada se posa en nosotros derramándonos bendiciones y consuelo.
Que es cuando
desaparecen las palabras y solamente sentimos que están nuestros latidos y
palpitaciones; y nuestros pasos para seguirlo, pasos que se arrastran
reverentes por el suelo, mirándolos a veces nosotros desde abajo, desde atrás o
de un costado.
Y no hay hombre ni mujer sobre la tierra a quien su mirada no le diga
algo. A todos nos envuelve y nos dice algo. No hay ni bueno ni malo que
no se sienta aludido y, en el fondo, agradecidos.
Mientras rechina
la música de las bandas que lo acompañan. Y es atronador el tamborileo de los
conjuntos folclóricos y de las mojigangas que danzan delante y detrás suyo y
hacia los flancos de su anda bendita.
4. El otro año
volveré
De allí que ya
de regreso de su iglesia hoy día, y después de haber sentido todo el peso del
mundo, todo chuco se dice con lloroso regocijo:
– ¡Me ha mirado
el taitito! He sentido sus ojos dentro de mis ojos, su mirada posada en mi
mirada, mirando mi propia vida de modo compasiva.
Y volvemos a
cantar, pero ya hacia adentro:
Adiós Apóstol
Santiago
el otro año
volveré
si tú me prestas la vida.
O bien nosotros
mismos nos hablamos y preguntamos sentados ya en una piedra:
– ¡Qué habrá
querido decirme al mirarme detenidamente el Apóstol bendito!
5.
Para
siempre
Y es ahí que
enmendamos nuestras vidas, haciéndonos más comprensivos del misterio que
encierra cada hecho y asunto de la vida.
A todos el
Apóstol nos mira y por eso nos hacemos buenos.
Esos ojos del
Apóstol que nos mira no lo vamos a encontrar en ninguna otra parte del mundo. Por
eso regresamos.
Porque, así como
hay una huella del casco del Apóstol en la roca más granítica frente a las
cuevas de Huacapongo, hay una mirada del Apóstol insepulta en nuestros
corazones.
Si la huella del
Apóstol en la piedra representa el regreso, la mirada del Apóstol representa el
quedarnos aquí para siempre bendecidos.
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