martes, 25 de agosto de 2020

25 de agosto. Día Mundial del Peluquero. / Don Panchito Otuki.

25 DE AGOSTO 
DÍA MUNDIAL DEL PELUQUERO 

DON 
PANCHITO 
OTUKI 

Danilo Sánchez Lihón 




Barrio de Andamarca



Sólo podemos aspirar 
a dejar dos legados duraderos 
a nuestros hijos: 
uno, raíces; y el otro, alas. 
William H. Carter 


1. El frío 
de la mañana 

– Ya tienen el pelo crecido. –Advierte mi padre mirándonos las nucas a mi hermano mayor y a mí, cogiéndonos el mentón y haciéndonos girar para cogernos el cabello y medir con sus dedos el largo que tienen.

– Yo todavía siento frío en las orejas, papá. –Alego.

– El sábado temprano me hacen recordar para darles dinero para que vayan ustedes dos al peluquero. –Dictamina.

– El sábado es cumpleaños de la abuela, papá. –Aduzco, queriendo salvarnos o escabullirnos del suplicio.

– ¡Mayor razón!, tienen que estar presentables ese día.

¡Ni modo! Estamos sentenciados. De allí que el sábado, después de tomar temprano el desayuno, con huevos y pellejones fritos, ¡y leche espumosa bajo el sol de la mañana que entra por la ventana!, pone las cuatro monedas en nuestras manos y salimos.

Él mismo cierra el portón detrás nuestro, rumbo a la casa de don Panchito Otuki, el único peluquero de nuestro pueblo. Ya afuera de la casa tenemos que detenernos un momento a la vera de la calle con nuestros pantalones cortos, por el frío de la mañana y el brillo tibio del sol.

 

El frío de la mañana


2. Y

luego

 

Primero, para acostumbrarnos a sentir el relente que sopla viniendo del abra de Santa Rosa donde se siembran en sus colinas repollos, habas y alverjas que encienden las eras con un verde esplendente que hace entrecerrar los ojos, con cultivos de pan llevar en los campos bordeados de pencas y eucaliptos.

También tenemos que esperar que el sol en las paredes blancas deje de reverberar un rato en nuestros ojos, para poder ver nítidamente la calle. Y que las bocanadas de aire dejen de ahogar el aliento en nuestras bocas por lo helado del viento.

Y cogidos mi hermano y yo de la mano, como nos han enseñado y es la orden que caminemos así, avanzamos primero saludando a la gente las ocho cuadras hasta la Plaza de Armas, bajando por la calle Del Comercio, o bien por la calle Del Convento, donde queda la iglesia que luce cadenetas desflecadas y avisos de misas, novenas y velaciones.

Y luego enrumbamos por la honda calle de bajada que es la carretera que va a Cachicadán. Y después, al otro extremo de donde vivimos, casi a las finales del pueblo, subimos por una colina que parece de otro mundo, y luego enrumbamos por unas callecitas de pencas, a ratos de tapias y cercos de malvas, de eucaliptos llorones y saucos extasiados del barrio de Andamarca por donde salen los perros a ladrarnos.

 

La calle de bajada


3. Desde

el fondo

 

Y tienen razón de sobresaltarse y aullar, pues somos dos chiquillos intrusos, temerosos y azorados, sin soltarnos de la mano en esos lares intransitados, en donde siempre por estas calles empinadas tenemos la sensación de que nos hemos perdido.

Donde las casas con los cimientos desmantelados dejan desnudas las piedras que amenazan resbalarse, y se abren agujeros por donde corre el agua cristalina dejando ver hacia adentro los huertos colmados de nardos, limoncillos y manzanos.

La casa de don Panchito Otuki tiene hacia la calle una puerta de listones separados de madera, idéntica a todas las puertas de ese barrio, a ratos la senda interrumpidas por trechos de alcanfores y retamas.

Después de tanto tocar las maderas con las monedas que tenemos, y después de samaquear la puerta hasta casi tumbarla, nos contestan desde dentro:

– ¡Quién es!

Desde el fondo de una enramada, tras unas chacras de maíz, aparece andando encogido, camisa afuera pero muy bien peinado, don Pancho Otuki.

 

Desde el fondo de una enramada


4. Lares

serranos

 

– ¡Buenos días estimado don Panchito Otuki!

Que es lo primero que hemos ensayado decir, y que nuestros padres nos han hecho hincapié en que debemos repetir. Y que fuera lo primero que dijéramos.

– Bueno día, ninitos; cómo etá tu papatito.

– Bien don Francisco, muchas gracias. Nos encarga nuestro papá saludarle. Y nos envía para que nos corte el cabello.

– ¡Ah calama, ninitos! Pelo don Panchito Otuki no etá. Él ha viajao eta malugada a Cachicadán, a tomal aguas telmales. Vengan más talde niñito pala cotale el pelito.

Y nos mira con su cara dulce de japonesito perdido en esos lares serranos, refundido entre maizales, trinos de jilgueros y zureos de torcazas azuladas.

Se nos ilumina el alma. Y nosotros regresamos saltando de contentos. Sin pelitos cortados que nos fastidien en el cuello de la camisa, ni en la cara, ni por todo el cuerpo. Y que nos hagan arrancarnos la ropa como queriendo destrozarla, ni preparar las tinas para bañarnos.

 

Perdido en esos lares serranos


5. En la silla

enarbolada

 

– ¡Don Panchito Otuki dice que no etá! –Es la justificación entusiasta que damos al volver a casa ya casi al mediodía y después del largo viaje, dejando triunfantes las monedas sobre la mesa, y dispuestos a iniciar nuestros juegos.

– ¿Con quién han hablado? ¿Con su esposa? ¿Con algún familiar?

– No. ¡Con él mismo! Y nos ha dicho él mismo en persona que no etá aquí sino en Cachicadán. –Es la respuesta acomedida y triunfante que le damos a papá.

– ¡Eso quiere decir que para él ha sido muy temprano! –Deduce cabizbajo–. Entonces regresan por la tarde, dentro de un par de horas, más precisamente a las dos de la tarde.

Y es cierto. Mi padre lo conoce bien. Por algo son amigos. Al volver por fin lo encontramos igual de amable y sonriente. Él mismo nos abre la puerta, y esta vez sí nos hace pasar, gentil y acomedido.

Sienta a mi hermano primero, quien es el mayor, en el banco sobre unos cojines duros y apretados que es un milagro de allí no caerse. Y se demora siglos cortando, mientras mi hermano, ¡quien siempre da el ejemplo de cómo ser correctos!, ya con el mandil alrededor del cuello en la silla enarbolada, soporta paciente. 


Por entre las yerbas


6. Llegado

mi turno

 

Mientras, yo me entretengo mirando los conejos, los cuyes y pericos que cría; me he dedicado a perseguir al gato. Ya he jugado con el perro, y he visto dónde se esconden patos y pavos. He espiado a una gallina flor de haba que pasea a sus pollitos por entre las hierbas. Y ya los escondió bajo sus alas abrigándolos en su nido. Y he descubierto un panal de abejas en su huerta, y he venido corriendo porque varias han intentado perseguirme

Y ahora me entretengo viendo cómo le corta el pelo a Juvenal, mi hermano; sentado en una silla próxima viendo al trasluz el abrirse y cerrarse de la tijera, y los párpados entrecerrados de mi hermano sintiendo caer delante de él una nube de pelitos.

Esta casa tiene una penca y un maguey en el centro del patio con las ramas como clavijas de violín o guitarra; adonde vienen a posarse los loros queriendo bajar a la chacra de maíz que está al pie con los choclos ya en flor. Pero para eso sale don Panchito y los espanta.

Llegado mi turno me alza al banco y para que no me fastidien los pelitos ni la lavasa helada del jabón en las patillas pienso que hoy es el cumpleaños de la abuela, que vendrán todas mis tías y mis primos, y harán en la casa revuelto de cuy con graneado de trigo. Y jugaremos hasta tarde.

Cuando, saliendo de mi ensoñación, de repente dice:

 

- ¡Ya etá!



7. Será

por eso

 

– ¡Ya etá! ¡Lito ninitos! ¡Ya etá! Se han poltao muy bien. Tenían que sel hijitos del maestlo. Y no han llolao, ¿ah?, ni se han dolmío. Tampoco se han movío, de ahí que no les he coltao, ni tienen ninguna helía, ¿ah? Han etao mueltitos, solo pol un latito, ¡ah!

– ¡Aquí tiene el pago, don Panchito!

– Glacias ninitos. Saluden a su papaíto. Y vean que no les he coltao las olejitas, ¡ah! Que las olejas están sanitas, ¿ah? Si se las caen, o si las pielden o coltan pol allí no es mi culpa, ¿ah? Por eso cuidadito con los gatos y los pelos que andan suelto pol ahí. De aquí salen sanitos y con sus olejitas entelas. Pol eso, váyanse delechitos, ¿ya?

– ¡Muchas gracias don Panchito!

Y mi hermano me samaquea de la manga de mi saco, susurrándome:

– ¡No camines encogido! ¡No vaya a creer que estás imitándolo!

Pero en mi caso es por los pelitos que ya me pican en el cuello. Hasta llegar a nuestra casa donde nos bañan y ponen ropa nueva, por ser el cumpleaños de la abuela.

Y hay cuy con papas revueltas, arroz de mote y encima cebollas aderezadas con ajos y pimienta, hechos que compensan el frío que sentimos ya en nuestras nucas. Será por eso que relaciono siempre la zarza de cebollas moteada de pimientos y cominos con los paseos a la peluquería.

 

Todas las fotos de:

Jaime Sánchez Lihón


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