– Ya tienen el pelo crecido. –Advierte mi
padre mirándonos las nucas a mi hermano mayor y a mí, cogiéndonos el mentón y
haciéndonos girar para cogernos el cabello y medir con sus dedos el largo que
tienen.
– Yo todavía siento frío en las orejas,
papá. –Alego.
– El sábado temprano me hacen recordar para
darles dinero para que vayan ustedes dos al peluquero. –Dictamina.
– El sábado es cumpleaños de la abuela,
papá. –Aduzco, queriendo salvarnos o escabullirnos del suplicio.
– ¡Mayor razón!, tienen que estar presentables
ese día.
¡Ni modo! Estamos sentenciados. De allí que
el sábado, después de tomar temprano el desayuno, con huevos y pellejones
fritos, ¡y leche espumosa bajo el sol de la mañana que entra por la ventana!, pone
las cuatro monedas en nuestras manos y salimos.
Él mismo cierra el portón detrás nuestro,
rumbo a la casa de don Panchito Otuki, el único peluquero de nuestro pueblo. Ya
afuera de la casa tenemos que detenernos un momento a la vera de la calle con
nuestros pantalones cortos, por el frío de la mañana y el brillo tibio del sol.
El frío de la mañana
2. Y
luego
Primero, para acostumbrarnos a sentir el
relente que sopla viniendo del abra de Santa Rosa donde se siembran en sus
colinas repollos, habas y alverjas que encienden las eras con un verde
esplendente que hace entrecerrar los ojos, con cultivos de pan llevar en los
campos bordeados de pencas y eucaliptos.
También tenemos que esperar que el sol en
las paredes blancas deje de reverberar un rato en nuestros ojos, para poder ver
nítidamente la calle. Y que las bocanadas de aire dejen de ahogar el aliento en
nuestras bocas por lo helado del viento.
Y cogidos mi hermano y yo de la mano, como
nos han enseñado y es la orden que caminemos así, avanzamos primero saludando a
la gente las ocho cuadras hasta la Plaza de Armas, bajando por la calle Del
Comercio, o bien por la calle Del Convento, donde queda la iglesia que luce
cadenetas desflecadas y avisos de misas, novenas y velaciones.
Y luego enrumbamos por la honda calle de
bajada que es la carretera que va a Cachicadán. Y después, al otro extremo de
donde vivimos, casi a las finales del pueblo, subimos por una colina que parece
de otro mundo, y luego enrumbamos por unas callecitas de pencas, a ratos de tapias
y cercos de malvas, de eucaliptos llorones y saucos extasiados del barrio de
Andamarca por donde salen los perros a ladrarnos.
La calle de bajada
3. Desde
el fondo
Y tienen razón de sobresaltarse y aullar,
pues somos dos chiquillos intrusos, temerosos y azorados, sin soltarnos de la
mano en esos lares intransitados, en donde siempre por estas calles empinadas tenemos
la sensación de que nos hemos perdido.
Donde las casas con los cimientos
desmantelados dejan desnudas las piedras que amenazan resbalarse, y se abren
agujeros por donde corre el agua cristalina dejando ver hacia adentro los
huertos colmados de nardos, limoncillos y manzanos.
La casa de don Panchito Otuki tiene hacia
la calle una puerta de listones separados de madera, idéntica a todas las
puertas de ese barrio, a ratos la senda interrumpidas por trechos de alcanfores
y retamas.
Después de tanto tocar las maderas con las
monedas que tenemos, y después de samaquear la puerta hasta casi tumbarla, nos
contestan desde dentro:
– ¡Quién es!
Desde el fondo de una enramada, tras unas
chacras de maíz, aparece andando encogido, camisa afuera pero muy bien peinado,
don Pancho Otuki.
Desde el fondo de una enramada
4. Lares
serranos
– ¡Buenos días estimado don Panchito Otuki!
Que es lo primero que hemos ensayado decir,
y que nuestros padres nos han hecho hincapié en que debemos repetir. Y que
fuera lo primero que dijéramos.
– Bueno día, ninitos; cómo etá tu papatito.
– Bien don Francisco, muchas gracias. Nos
encarga nuestro papá saludarle. Y nos envía para que nos corte el cabello.
– ¡Ah calama, ninitos! Pelo don Panchito
Otuki no etá. Él ha viajao eta malugada a Cachicadán, a tomal aguas telmales.
Vengan más talde niñito pala cotale el pelito.
Y nos mira con su cara dulce de japonesito
perdido en esos lares serranos, refundido entre maizales, trinos de jilgueros y
zureos de torcazas azuladas.
Se nos ilumina el alma. Y nosotros
regresamos saltando de contentos. Sin pelitos cortados que nos fastidien en el cuello
de la camisa, ni en la cara, ni por todo el cuerpo. Y que nos hagan arrancarnos
la ropa como queriendo destrozarla, ni preparar las tinas para bañarnos.
Perdido en esos lares serranos
5. En la silla
enarbolada
– ¡Don Panchito Otuki dice que no etá! –Es
la justificación entusiasta que damos al volver a casa ya casi al mediodía y
después del largo viaje, dejando triunfantes las monedas sobre la mesa, y
dispuestos a iniciar nuestros juegos.
– ¿Con quién han hablado? ¿Con su esposa?
¿Con algún familiar?
– No. ¡Con él mismo! Y nos ha dicho él
mismo en persona que no etá aquí sino en Cachicadán. –Es la respuesta acomedida
y triunfante que le damos a papá.
– ¡Eso quiere decir que para él ha sido muy
temprano! –Deduce cabizbajo–. Entonces regresan por la tarde, dentro de un par
de horas, más precisamente a las dos de la tarde.
Y es cierto. Mi padre lo conoce bien. Por
algo son amigos. Al volver por fin lo encontramos igual de amable y sonriente.
Él mismo nos abre la puerta, y esta vez sí nos hace pasar, gentil y acomedido.
Sienta a mi hermano primero, quien es el mayor, en el banco sobre unos cojines duros y apretados que es un milagro de allí no caerse. Y se demora siglos cortando, mientras mi hermano, ¡quien siempre da el ejemplo de cómo ser correctos!, ya con el mandil alrededor del cuello en la silla enarbolada, soporta paciente.
Por entre las yerbas
6. Llegado
mi turno
Mientras, yo me entretengo mirando los
conejos, los cuyes y pericos que cría; me he dedicado a perseguir al gato. Ya
he jugado con el perro, y he visto dónde se esconden patos y pavos. He espiado
a una gallina flor de haba que pasea a sus pollitos por entre las hierbas. Y ya
los escondió bajo sus alas abrigándolos en su nido. Y he descubierto un panal
de abejas en su huerta, y he venido corriendo porque varias han intentado
perseguirme
Y ahora me entretengo viendo cómo le corta
el pelo a Juvenal, mi hermano; sentado en una silla próxima viendo al trasluz
el abrirse y cerrarse de la tijera, y los párpados entrecerrados de mi hermano
sintiendo caer delante de él una nube de pelitos.
Esta casa tiene una penca y un maguey en el
centro del patio con las ramas como clavijas de violín o guitarra; adonde
vienen a posarse los loros queriendo bajar a la chacra de maíz que está al pie
con los choclos ya en flor. Pero para eso sale don Panchito y los espanta.
Llegado mi turno me alza al banco y para
que no me fastidien los pelitos ni la lavasa helada del jabón en las patillas
pienso que hoy es el cumpleaños de la abuela, que vendrán todas mis tías y mis
primos, y harán en la casa revuelto de cuy con graneado de trigo. Y jugaremos
hasta tarde.
Cuando, saliendo de mi ensoñación, de
repente dice:
- ¡Ya etá!
7. Será
por eso
– ¡Ya etá! ¡Lito ninitos! ¡Ya etá! Se han
poltao muy bien. Tenían que sel hijitos del maestlo. Y no han llolao, ¿ah?, ni se
han dolmío. Tampoco se han movío, de ahí que no les he coltao, ni tienen
ninguna helía, ¿ah? Han etao mueltitos, solo pol un latito, ¡ah!
– ¡Aquí tiene el pago, don Panchito!
– Glacias ninitos. Saluden a su papaíto. Y
vean que no les he coltao las olejitas, ¡ah! Que las olejas están sanitas, ¿ah?
Si se las caen, o si las pielden o coltan pol allí no es mi culpa, ¿ah? Por eso
cuidadito con los gatos y los pelos que andan suelto pol ahí. De aquí salen
sanitos y con sus olejitas entelas. Pol eso, váyanse delechitos, ¿ya?
– ¡Muchas gracias don Panchito!
Y mi hermano me samaquea de la manga de mi
saco, susurrándome:
– ¡No camines encogido! ¡No vaya a creer
que estás imitándolo!
Pero en mi caso es por los pelitos que ya
me pican en el cuello. Hasta llegar a nuestra casa donde nos bañan y ponen ropa
nueva, por ser el cumpleaños de la abuela.
Y hay cuy con papas revueltas, arroz de mote y encima cebollas aderezadas con ajos y pimienta, hechos que compensan el frío que sentimos ya en nuestras nucas. Será por eso que relaciono siempre la zarza de cebollas moteada de pimientos y cominos con los paseos a la peluquería.
Los textos
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