28 DE AGOSTO
SE
CREA LA BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ
EL ARMA
DEL LIBRO
Y LA LECTURA
Danilo
Sánchez Lihón
1. La forja
de nuestra libertad
El libro junto
con la espada y el caballo fueron las tres armas de la conquista española que
sojuzgó, explotó con mano feroz y de manera despiadada e inmisericorde y
expoliando a los pueblos originarios, sumiéndonos en la miseria y el atraso
seculares, en los cuales todavía permanecemos y nos debatimos.
De esas tres
armas de la conquista y dominación española, el caballo y la espada pronto fueron
utilizados de parte de los movimientos insurgentes para forjar nuestra libertad
y nuestro desarrollo en la América hispana.
Así, en la
revolución de Túpac Amaru, el legendario cacique de Tungasuca y cuya rebelión
prendió como una chispa que incendia una pradera, movimiento que comprometió a
todo el alto Perú, teniendo influencia en los virreinatos de La Plata y Nueva
Granada, fueron utilizadas espadas en las manos de los indígenas sublevados,
así como fueron montados y cabalgados los caballos del viejo mundo por las
huestes libertarias del líder insurrecto.
Iban a
horcajadas en los jamelgos esta vez montados por jinetes de rostro cobrizo, de
mirada fulgurante, con el látigo y la honda vengadores en manos de aimaras,
quechuas, pocras y chancas. Pero no solo ellos sino también procedentes de otros
pueblos, como también participaron contingentes de mujeres.
Túpac Amaru
2. Arcabuces
y cañones
Dos de las armas
de la conquista habían sido reivindicadas rápidamente, y recuperadas para
ponerse al lado de quienes eran los vencidos, de quienes integraban las masas
de pisoteados y humillados, como éramos los pobladores del antiguo imperio de
los incas.
La tercera arma
que es el libro, que fue el protagonista principal en la captura de Atahualpa y
el derrumbe del Tahuantinsuyo en la plaza de Cajamarca, y el símbolo de la
ruptura y el enfrentamiento cuando lo arroja Atahualpa al suelo, es el arma que
ha permanecido aún inactiva e irredenta.
Y es esa la
razón probable por lo que no alcanzamos todavía a liberarnos totalmente ni a
despegar de manera definitiva, que será cuando levantemos nosotros el libro
caído y que permanece todavía impávido y desolado en aquella plaza.
El estigma
ocurrió cuando el fraile dominico, Vicente Valverde, clamó el auxilio de las
espadas y caballos, de los arcabuces y cañones para que disparen y venguen la
afrenta perpetrada por el inca, de haber arrojado al suelo la Biblia sagrada,
el libro por excelencia y la palabra escrita y revelada por antonomasia, caída
en la tierra.
3. Batalla
reivindicativa
¿Qué sucedió
aquel aciago día cuando Atahualpa tuvo el gesto soberano de rechazar una
mentira? Porque eso fue cuando escuchó que le decían, que en ese artefacto que se
le alcanzaba estaba contenida la palabra de Dios, entonces él se lo llevó al
oído para percibirla y escuchar esa palabra. Al no escuchar nada se lo llevó a
la lengua para probarla y saber si era palabra. ¡Nada!
Allí fue cuando
tuvo el gesto indignado de arrojar la Biblia al suelo señalando de ese modo que
era falso que fuera palabra.
Acto a partir
del cual la caballería arremetió saliendo de su escondite, como los cañones
apostados en las colinas empezaron a atronar en el espacio con sus estampidos.
Y los hombres de a pie acometieron con sus espadas, capturando al Inca y
causando una mortandad espantosa en toda la plaza.
A partir de
aquel momento, ¿en qué ocasión el libro ha estado presente de manera persuasiva
en nuestra historia para dar la batalla por liberar al Perú de sus cadenas,
como de las vetas de ignorancia y alienación que lo oprimen? ¡Nunca!, es la
respuesta.
4. Cultivar
el alma
Porque hay
quienes piensan lo contrario, y esto generalmente lo hacen así las autoridades,
quienes son las que disponen del dinero y de los recursos presupuestales y
financieros del Estado.
Quienes razonan que,
en un mundo tan carenciado y tan urgido de necesidades apremiantes, tan mísero
en múltiples sentidos, hay otros aspectos de la realidad que merecen ser
atendidos y que son los que se tienen que afrontar primero. Y no tanto las
vicisitudes del libro, la lectura y menos aún de las bibliotecas.
Que hay mucho de
perentorio e inexcusable. Que hay que cuidar, atender y resolver aspectos de
miseria humana fulminante, panorama en el cual estos otros temas resultarían
manifestaciones hasta superfluas o sofisticadas. Que pueden esperar un tiempo
mientras las cosas mejoren. Que libros y bibliotecas son parte de la
superestructura social.
¡Y es este un
craso error, en el cual caemos hace mucho tiempo! Porque es, al contrario: para
comer bien, para dormir bien, para jugar bien cualquier deporte, para tener
techo seguro y bien construido hay que cultivar el alma y la mente, hay que
leer y educarnos.
Antiguo local de la Biblioteca Nacional del Perú
5. Allí
las utopías
Y esta es la
guerra pendiente. Y esa es la batalla definitiva de nuestra liberación; es la
proeza del libro en la expectativa de forjar el destino glorioso que se merece
nuestro pueblo. Es la batalla reivindicativa que aún no hemos librado en
nuestro país, y que la debemos empezar a librar.
Y es que hace
cinco mil años no solo los datos, las informaciones o las ideas dejaron este
mundo del sol, la tierra, el viento y el agua, para ser encerrados, primero en
rollos de papiro y después en unas hojas lábiles.
Y encuadernadas
a modo de cajetas inertes, pero en el fondo asombradas, las mismas que son
colocadas en unos estantes para los cuales se reserva unos establecimientos por
ahora solemnes y fríos llamados bibliotecas.
Pero no
solamente fueron las informaciones las que quedaron de ese modo allí depositadas,
aunque palpitantes, sino que allí están los sueños y las visiones, la
imaginación y la fantasía, los mecanismos de cómo se hace esto y lo otro, y cada
cosa y los procesos para construir algo. Como allí están la ilusión y las
utopías.
Lectores en la Biblioteca Nacional del Perú
6. Historia
vigente
Si allí está
depositada la clave de todo y no los frecuentamos es entonces la vida común y
corriente la que se desenvuelve trivial y silvestre, dejando la sabiduría a un
lado. Es el conocimiento el que permanece indolente, encerrado en esos lugares áureos
pero que olvidados se tornan sombríos, brillantes pero que relegados resultan
enmohecidos; que han quedado proscritos, que parecen pasmados y hasta
desligados del trajín diario, agitado y compulsivo de la historia vigente.
Es la época
actual la que así se ve desfavorecida, siendo ella la que más importa, siendo
tremendamente afectada porque de este modo es desprovista de aquel espíritu que
late y palpita en los libros y en las bibliotecas, y se entretiene en otros
menesteres como el espectáculo, el fútbol y la comida. Nos hemos privado así de
los libros. Y a costa de guardarlos los hemos restringido a que deambularan más
en los espacios abiertos y públicos, callejeros y asequibles.
Mucho se ha ganado con que en los libros esté depositada la clave de todo lo creado y la sabiduría de todos los tiempos, pero mucho se pierde en el hecho aparentemente sin mayor significado de que se guarden, ni siquiera así resultando favorecido al tiempo añejo ni las edades futuras; ni el infinito ni lo eterno, además del total menoscabo del tiempo presente.
El destino de las bibliotecas. Seminario en el Inlec
7. Mejor,
en todo sentido
Siendo el arma
del libro la que tenemos que empezar a activar. Porque paralizadas e inertes
mantenemos allí recluidas las vivencias y lo mejor de la vida y la experiencia
de cada día.
Y los hechos más
sensacionales: las hazañas heroicas, los grandes fastos y hasta las dudas más
legítimas. ¡Y las esperanzas! Esto es: lo mejor del género y de la civilización
humana.
Porque todo ha
sido depositado allí, en esos talismanes, abalorios y amuletos aparentemente
sencillos, pero, en el fondo, maravillosos y mágicos que llamamos libros.
Hay que
sensibilizarnos en general para que todos los problemas se solucionen y
resuelvan, y esto se hace mediante los libros, la lectura y las bibliotecas.
Son ellas las
que nos dotan de ideas, conocimiento e imaginación no solo para resolver los
problemas pendientes sino para construir un mundo mejor en todo sentido.
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